Unitarios y federales
Salí al pasillo de mi habitación, o al menos en la que se encontraba mi cuerpo. Caminé a la sal en la cual mi novio estaba sentado aún con ese escepticismo que se cargaba, me senté a su lado quería pasar un poco de tiempo con él. Tenía la mirada hacia el suelo, pero al alzarla, y con ello mi vista vi a una pequeña niña que me sonreía de una forma siniestra, me dio mucho miedo al ver así a la pequeña, ¿podía verme? Me acerqué y esta caminó hacia la salida el patio del hospital. La perdí de vista, pero una vez más el miedo se apoderó de mi, pues los árboles de durazno y cerezo daban un ambiente macabro bajo la luz de la luna. Regresé a la sala, y volví a sentarme junto a mi novio. Después de un rato, lo seguí hasta la habitación ahora que sabía que jamás podría volver, me resigné y me asomé a la ventana. Pero grande fue mi sorpresa al ver otra vez a esa niña, bajo los árboles de durazno, esta vez, la luz de la luna era de un color rojo, era algo demoniaco, pues era como ver a un demonio que te acecha a las puertas del infierno, esperando una oportunidad para llevarte a ahí. Era un miedo, un terror, no lo resistía, aquella niña seguía mirándome con insistencia, tal vez quería que yo saliera, pero creía que salir era peligroso,