Resumen: aprender a enseñar ciencia: del laboratorio al aula y viceversa.
Mario Vargas Llosa
¿QUIEN MATÓ A PALOMINO MOLERO?
MARIO VARGAS LLOSA
Editorial Seix Barral S.A. Impreso En España Séptima Edición, 1997
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¿Quién mató a Palomino Molero?
Mario Vargas Llosa
–Jijunagrandísimas –balbuceó Lituma, sintiendo que iba a vomitar–. Cómo te dejaron, flaquito. El muchacho estaba a la vez ahorcado y ensartado en el viejo algarrobo, en una postura tan absurda que más parecía un espantapájaros o un Carnavalón despatarrado que un cadáver. Antes o después de matarlo lo habían hecho trizas, con un ensañamiento sin límites: tenía la nariz y la boca rajadas, coágulos de sangre reseca; moretones y desgarrones, quemaduras de cigarrillo, y, como si no fuera bastante, Lituma …ver más…
Abriendo mucho los ojos, acercó la cara al cadáver. –¡Pero si a éste lo conozco! –exclamó. –¿Quién es? –Uno de esos avioneros que trajeron a la Base Aérea con la última leva –se animó la expresión del viejo–. Él es. El piuranito que cantaba, boleros. II –¿Cantaba boleros? Entonces, tiene que ser el que te dije, primo –aseguró el Mono. –Es –asintió Lituma–. Lo averiguamos y es Palomino Molero, de Castilla. Sólo que eso no resuelve el misterio de quién lo mató. Estaban en el barcito de la Chunga, en las vecindades del Estadio, donde debía haber un match de box porque hasta ellos llegaban, clarito, los gritos de los hinchas. El guardia había venido a Piura aprovechando su día franco; un camionero de la International lo había traído en la mañana y lo regresaría a Talara a medianoche. Siempre que venía a Piura, mataba el tiempo con sus primos León José y el Mono, y con Josefino, un amigo del barrio de La Gallinacera. Lituma y los León eran de La Mangachería y había una rivalidad tremenda entre mangaches y gallinazos, pero la amistad entre los cuatro había superado esa barrera. Eran uña y carne, tenían su himno y se llamaban a sí mismos los inconquistables. –Resuélvelo y te ascenderán a general, Lituma –hizo una morisqueta el Mono. –Va a estar difícil. Nadie sabe nada, nadie ha visto nada, y, lo peor de todo, la autoridad no colabora. –¿Acaso la autoridad allá en Talara no es usted, compadre? –se sorprendió Josefino. –El Teniente Silva y yo somos la