Libro el cordon de la campanilla
Una fría madrugada del invierno de 1897 me desperté sobresaltado al sentir una mano en le hombro. Me restregué los ojos y vi a Holmes completamente vestido. -Vamos, Watson. ¡Arriba! No hay tiempo que perder. Vestíos corriendo. Diez minutos después, metidos en un coche atravesamos las calles silenciosas en dirección de la estación de Charing Cross. Holmes, embutido hasta las orejasen su abrigo de pieles, permanecía callado; yo frente a el, respetaba su silencio y procuraba, como el, defenderme contra el frio intenso. Por fin, después de avernos reanimado con una taza de te y cómodamente instalados en un bagon de ferrocarril de Kent, Holmes empezó a explicarme el porqué de esa marcha tan …ver más…
-tened la bondad de sentaros señores, y os dire todo cuanto se. Sir Eustaquio Brackeustall y yo nos casamos hace poco mas de un año, y seria inútil negar lo que sabe todo el mundo. Todo cuantos me conocen pueden deciros cuanto he sufrido durante este tiempo, ligada a un hombre borracho y soez, obligada a soportarle a todas horas, a ocultar mis dolores. Hizo una pausa, y la doncella le dio un vaso de agua. Después de beber, prosiguió: -en la parte moderna del castillo están las habitaciones de los criados, excepto de mi doncella Teresa, que duerme encima de este cuarto. En la parte central están nuestras habitaciones y en la parte de atrás las cocinas. Con esto os explicais como pudo pasar inadvertido el drama para la servidumbre. Cuando sir Eustaquio se retiro,a eso de las diez y media, ya hacia largo tiempo que estaban durmiendo todos los criados, excepto Teresa que permanecia levantada en su cuarto, esperando que yo la llamara para que me desnudase. Hasta cerca de las once estuve sentada en este sofá leyendo una novela. Luego, y antes de acostarme, di una vuelta por la casa para cerciorarme de si estaba todo bien cerrado: la cocina, el despacho, la sala de armas, el salón y por ultimo, el comedor. Al entrar en este sentí corriente de aire y vi que se hinchaban los espejos cortinones de una de las ventanas. Creyendo en un olvido fui a cerrarla, y me encontré cara a cara con un hombre ya de edad, de hombros anchos y