El kamasutra de los negocios
Tormento
-IEsquina de las Descalzas. Dos embozados, que entran en escena por opuesto lado, tropiezan uno con otro. Es de noche. EMBOZADO PRIMERO.- ¡Bruto! EMBOZADO SEGUNDO.- El bruto será él. -¿No ve usted el camino? -¿Y usted no tiene ojos?... Por poco me tira al suelo. -Yo voy por mi camino. -Y yo por el mío. -Vaya enhoramala. (Siguiendo hacia la derecha.) -¡Qué tío! -Si te cojo, chiquillo... (Deteniéndose amenazador) te enseñaré a hablar con las personas mayores. (Observa atento al embozado segundo.) Pero yo conozco esa cara. ¡Con cien mil de a caballo!... ¿No eres tú...? -Pues a usted le conozco yo. Esa cara, si no es la del Demonio, es la de D. José Ido del Sagrario. [6] -¡Felipe de mis entretelas! (Dejando …ver más…
Mi principal dice: «Ido colaborador»... Emprendimos tres novelas a la vez. Él dictaba los comienzos; luego yo cogía la hebra, y allá te van capítulos y más capítulos. Todo es cosa de Felipe II, ya sabes, hombres embozados, alguaciles, caballeros flamencos, y unas damas, chico, [9] más quebradizas que el vidrio y más combustibles que la yesca...; el Escorial, el Alcázar de Madrid, judíos, moriscos, renegados, el tal Antoñito Pérez, que para enredos se pinta solo, y la muy tunanta de la princesa de Éboli, que con un ojo solo ve más que cuatro; el Cardenal Granvela, la Inquisición, el príncipe D. Carlos, mucha falda, mucho hábito frailuno, mucho de arrojar bolsones de dinero por cualquier servicio, subterráneos, monjas levantadas de cascos, líos y trapisondas, chiquillos naturales a cada instante, y mi D. Felipe todo lleno de ungüentos... En fin, chico, allá salen pliegos y más pliegos... Ganancias partidas; mitad él, mitad yo... Capa nueva, hijos bien comidos, Nicanora curada (Deteniéndose sofocado...) yo harto y contentísimo, trabajando más que el obispo y cobrando mucha pecunia. -¡Precioso oficio! -(Tomando aliento.) No creas; se necesita cabeza, porque es una liornia de mil demonios la que armamos. El editor dice: «Ido, imaginación volcánica: tres cabezas en una». Y es verdad. Al acostarme, hijo, siento en mi cerebro ruidos como los de una olla puesta al fuego... Y por la calle cuando salgo a distraerme, voy pensando en mis escenas y en mis personajes. Todas