La novena maravilla
Walter Redmond O’Toole anduvo por estas tierras con sus formidables apuntes sobre la lógica del Lunarejo, por más de treinta años. Fue mi profesor de Filosofía Latina Colonial en el aula 8A del Departamento de Humanidades de San Marcos. Cuando terminó su curso inesperadamente brillante (ya que nadie esperaba maravillas de un tema tan lateral al pensamiento de occidente), con sencillez y afecto, nos citó en su casa y nos exhortó a dejar de lado torpes rivalidades entre universidades y unirnos a sus discípulos de la Católica.
Recuerdo que al despedirse le pidió a Juvenal Ramos que sirviera sendos vasos de un “muy perruano marracuyá con piscou” que él mismo había preparado. Recuerdo aún su sincera voz pronunciando …ver más…
La busco en la galería. La miro y remiro un buen rato.
Ahora paso a una salita lateral. Entorno la puerta de Fedora y siento unos pasos alejándose. Me atrevo a entrar. Nadie en los escritorios, nadie detrás de los estantes. Me acerco a un anaquel de legajos empolvados y no puedo evitar el placer de revolver sus añejos papeles. Allí los facsímiles de las crónicas de convento que habían atormentado mis años juveniles. Allí las ediciones príncipes de algunos de los magnos documentos de nuestra identidad.
Allí, de pronto, la inesperada y querida carpeta de filos carcomidos que tantas veces vi bajo el brazo de Walter Redmond. Contemplo con unción su menuda letra, tan querida para Juvenal y para mí. Veo sus líneas rectas, sin apuro, incontables veces leídas por nosotros. Incontables veces, también, habíamos revisado con cariño, con lástima, esas cuartillas llenas de erudición y, no obstante, de frescura misteriosa. Como si hablar o pensar de Juan de Espinoza Medrano de los Monteros, Arcediano de Insigne Cabildo de la Gran ciudad del Cuzco, apodado Lunarejo, impusiera, no la angosta vida de los códices y mamotretos