El Descubrimiento De América-Alfredo Bryce Echeniqu
Alfredo Bryce Echenique
América era hija de un matrimonio de inmigrantes italianos. Una de las muchachas más hermosas de Lima. ¡Qué bien le queda su uniforme de colegiala! Su uniforme azul marino de colegiala. De colegiala que ya se cansó de serlo. De colegiala con mentalidad pre-automovilística, pre-lujosa, y prematrimonial. De colegiala que se aburre en las clases de literatura, que jamás comprendió las matemáticas, y que piensa sinceramente que Larra se suicidó por cojudo, y no por romántico. Era su último año de colegio, y no sabía como ingeniárselas para que su uniforme pareciera traje de secretaria. Usaba las faldas bastante más cortas que sus compañeras de clase, y se ponía las blusas de cuando …ver más…
Estas últimas palabras, pronunciadas con cierta tristeza y resignación, lo dejaron pensativo. Recordaba las veces que Marta lo había invitado a tomar té a su casa. ¡Cuántas veces le había mandado entradas para el teatro, o para el cine? ¿Y él? ¿Qué había hecho él por Marta? Era la primera vez que la invitaba y la invitaba para que le presentara a otra chica. «Hay dos tipos de mujeres», pensó: «las que uno ama, y las Martas. Las que lo comprenden todo». La miró: bebía su café en silencio. Una sola palabra suya, y la hubiera hecho feliz; la hubiera pasado al grupo de las que uno ama. Pero Manolo había nacido mudo para esas palabras. «Si un día termino con América, pensó. «América. América. Las piernas de América. No. No. Los ojos de América.»
—Toda la vida andas sin plata —dijo Marta. Y anunció—: A América le gustan los muchachos que gastan plata.
—No importa —dijo Manolo—. Vive en Chaclacayo, y allá no hay en que gastar la plata. Sólo hay que gastar en cine o en helados, y tan pelado no estoy.
—¿Y qué vas a hacer con lo del automóvil? —le preguntó, mirándolo fijamente para observar su reacción—. ¿Te vas a comprar uno? Sin automóvil ni te mirará.
—Gracias por llamarla puta —dijo Manolo, indignado.
—No la he llamado eso. Ni siquiera lo he pensado, pero América es una chica alocada, y ya te dije que no es inteligente.
—Confío en mi suerte, y en mi imaginación.
—¿En tu imaginación?
—Ya verás —dijo Manolo, sonriente—. Si