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Ida-y vuelta: Liberalismo, economía, derecho




Enviado por juantorres@uma.es



    Introducción

    Hoy día resulta obvio señalar hasta
    qué punto el análisis económico está
    impregnado de la ideología liberal. Hace unas décadas
    podía pensarse que el liberalismo decimonónico
    había sido derrotado para siempre en el pensamiento
    económico de la mano de autores como Keynes, Pigou,
    Samuelson, Solow, Myrdal, Robinson… por no citar sino a algunos
    de los que quizá son más conocidos. Pero desde hace
    unos años la ideología liberal, que en realidad
    nunca había dejado de tener presencia en la Academia,
    renació con ímpetu de sus cenizas y logró,
    gracias a otros cambios sociales a los que aludiré
    después, superar incluso el grado de hegemonía del
    que disfrutó el keynesianismo en los "años
    gloriosos" para convertirse en el referente dominante del
    pensamiento económico convencional.

    Este renacimiento del
    pensamiento liberal ha tenido dos características
    singulares. En primer lugar, que está teniendo una enorme
    y real influencia en la política y en el
    gobierno de la
    acción
    social. Su renacimiento no se ha producido en forma de un
    discurso
    teórico alejado de la práctica sino que ha sido,
    por el contrario, una determinada practica de gobierno la que ha
    encontrado en la retórica liberal su mejor y necesaria
    justificación teórica.

    En segundo lugar, la economía liberal ha renacido
    proyectándose con indudable fuerza e
    influencia sobre todos los demás ámbitos del
    pensamiento. El discurso económico se ha convertido en una
    especie de lenguaje
    universal. Cualquiera puede comprobar el efecto
    taumatúrgico que tienen los conceptos, en realidad muchas
    veces vacíos y casi siempre polisémicos, que
    conforman la jerga oscura y soterrada del economista convencional
    pero que calan irremisiblemente en todos los campos de las
    ciencias
    sociales. No es exagerado decir que la economía
    liberal de nuestros días ha sido la que ha contribuido
    principalmente a generar la homogeneización de las
    categorías y de las claves esenciales del pensa­miento
    social en general, de forma que, en cualquier lugar del mundo,
    casi en cualquier ámbito doctrinal, se toman como
    inexcusables las mismas referencias intelectuales.
    Conceptos como mercado, eficiencia,
    competitividad, individuo,
    globalización… constituyen los
    códigos referenciales y omnipresentes de un nuevo lenguaje
    muy distinto al de la época inmediata­mente anterior
    (Estado,
    solidaridad,
    equidad,
    desarro­llo…) y a los que no parece que pueda renunciar
    ningún pensador que se precie, o que no renuncie a la
    cálida cobertura de un pensamiento que no sólo
    merece el calificativo de "único" sino más bien el
    de "fácil", por muy omniscientes que sean sus
    pretensiones.

    Se trata del lenguaje homogéneo de una
    "moderni­dad" que se vive en la "aldea global" y en cuya
    virtud se explica, se racionaliza y se justifica, al mismo
    tiempo,
    el universo de
    la producción, el microcosmos de la
    individualidad y el entorno de la legitimación y del poder
    dominantes. Y son sin duda esos términos de la
    economía liberal los que se usan con mayor avidez para
    poder explicarlo todo y para dar respuesta a cualquier problema
    social. Como había soñado Samuelson la
    economía se convierte en una verdadera Reina de las
    Ciencias
    Sociales, pero eso es sin duda a costa, como trataré de
    exponer más abajo, de tremendas consecuencias, tanto para
    la propia consistencia del propio pensamiento social como para el
    bienestar colectivo.[i]

    Podría pensarse que esta influencia liminal del
    liberalismo que viene de la mano de la economía y que
    implica, como veremos, la renuncia efectiva a la búsqueda
    explícita de la justicia y de
    la equidad y su sustitución por un paradigma
    eficientista de mercado no tiene demasiada influencia en el campo
    del Derecho, tanto más, si se parte de la hipótesis de que el presupuesto
    esencial de éste último es, precisamente, la
    consecución de la justicia y el establecimiento de
    normas que
    garanticen la libertad de
    los individuos y su convivencia social democrática y
    satisfactoria.

    En este artículo no osaré involucrarme, ni
    tan siquera de lejos, en especialidades del conocimiento
    que no me son propias, pero me propongo eso sí llamar la
    atención sobre la progresiva
    utilización de los conceptos de la economía liberal
    en ciertos discursos
    jurídicos, que no considero simplemente anecdótica,
    y, sobre todo, poner de relieve que es
    el propio pensamiento liberal y su aplicación
    práctica el que requiere una concepción del Derecho
    que sea así mismo coherente con el tipo de
    ideología dominante en la sociedad. Lo
    que me lleva a pensar que la ósmosis será
    progresiva y quién sabe si irreversible[ii].

    Es cierto que no se puede generalizar, pero no lo es
    menos que el mito liberal
    del mercado, y lo que ello lleva implícito como
    analizaré enseguida, se asume ya con mucha generalidad,
    sin ningún disimulo y con ausencia de la más
    elemental componente crítica
    como un punto de partida en el discurso
    jurídico.

    En un reciente trabajo,
    Martín Mateo [iii] afirma que "hoy en día no se
    cuestiona la libertad de mercado, ni incluso en ámbitos
    políticos autoritarios, no sólo por su indudable
    aportación a la ideología de la libertad personal, sino
    por sus virtualidades de eficacia
    económica… No hay artilugio económico superable
    (sic) al del mercado…".

    Se trata de una hipótesis de
    partida que creo sería compartida por la mayor parte de la
    profesión pero que, en realidad, está repleta de
    generalidades carentes de la más absoluta evidencia
    empírica (ni se puede asociar libertad de mercado a
    libertad personal, como demuestra que los países que
    más han profundizado en la libertad de mercado hayan sido
    los que menos han respetado la libertad personal, y viceversa,
    los que más respeto han
    demostrado a la libertad personal son los que más
    contundentemente han limitado las imperfecciones y los fallos del
    mercado) y que para colmo se niega a sí misma unas
    líneas más tarde cuando dice que "la
    aplicación de la ley (sic) de la
    oferta y la
    demanda
    presenta dificultades cuando no es fácil precisar la
    utilidad
    marginal real del bien adquirible…". Quienquiera que se haya
    tomado la molestia de hurgar en los primeros capítulos de
    cualquier manual de
    economía sabe que lo que Martín Mateo entiende por
    "ley de la oferta y la demanda" constituye el sostén del
    mercado, de manera que si no funciona, no funciona tampoco el
    mercado y que, al mismo tiempo, la "utilidad marginal" es un
    simple concepto
    abstracto imposible de "precisar" en la realidad bajo ninguna
    circunstancia. En consecuencia, de las propias sentencias de
    Martín Mateo resulta, paradójicamente, que ese
    "artilugio económico insuperable" no puede funcionar
    nunca, porque en la realidad nadie es capaz de precisar la
    utilidad marginal. De sus propias palabras se deduce, entonces,
    que nadie cuestiona un artilugio que, según los requisitos
    que él mismo establece, nunca puede funcionar.

    En fin, no sólo se asume sin más que el
    mercado constituye un mecanismo perfecto y de referencia esencial
    para estudiar los asuntos sociales, sino que, además,
    cuando se utiliza el paradigma económico liberal en otros
    campos se le suelen asociar propiedades que muy posiblemente no
    reconocería ni el más radical de los economistas
    liberales. El mismo Martín Mateo proclama más
    adelante [iv] "la fascinante proclividad (del mercado) para
    beneficiar a todos los participantes", lo que no puede sino
    llevar a pensar que debe estar hablando de un mundo radicalmente
    distinto al que podemos encontrar en la realidad económica
    y social de nuestro planeta "de mercado", donde, como es obvio,
    no prima la satisfacción igualitaria de todos los
    individuos, sino las desigualdades y el empobrecimiento de la
    mayoría de la población.[v]

    Del mercado, a la sociedad de
    mercado

    Como ha puesto de manifiesto Polanyi [vi], el concepto
    de economía tal y como lo conocemos nace con los
    fisócratas franceses justo cuando aparece también
    la institución del mercado como mecanismo de
    oferta-demanda-precio.[vii]

    En realidad, los mercados
    habían existido desde mucho tiempo atrás, pero lo
    novesoso sería que se comenzaba a producir
    interdependencia de los precios
    fluctuantes como consecuencia, a su vez, de la expansión
    de la actividad comercial. Existían, efectivamente los
    mercados y existían, pues, los precios pero vinculados tan
    sólo a cierto tipo de actividades comerciales y bancarias,
    precisamente, porque solamente determinados comerciantes y los
    banqueros utilizaban el
    dinero.

    La transformación radicó, inicialmente, en
    la infiltración del comercio en la
    vida cotidiana aunque eso no podía bastar para generalizar
    la existencia de mercados, tal y como hoy día los
    conocemos. Era preciso que se produjeran desarrollos
    institucionales complemen­tarios, el primero de los cuales
    fue la transformación de los mercados locales y muy
    controlados en otros donde los precios fluctuaban más o
    menos libremente. Y, además, que se incorporasen a la
    dinámica de intercambio de los mercados
    todos los factores de la producción, la tierra y
    el trabajo
    humano.

    Al incorporarse éstos al mercado y al generarse
    paulatinamente una completa interdependencia de los precios (que
    incluían ya salarios,
    alimentos y
    rentas) se estaba manifestando, en palabras de Polanyi [viii],
    "una realidad sustantiva desconocida hasta entonces" . Su
    reconocimiento más elemental lo realizó primero
    Quesnay, pero fue después A. Smith quien lo
    sistematizaría de modo definitivo, consolidando así
    el nacimiento de la Economía Clásica como conocimiento
    científico, al vincular los precios a la existencia de
    mercados competitivos.

    Una característica singular de esta
    Economía Clásica fue, sin embargo, que no
    terminaría por considerar a esa nueva realidad como
    estrictamente separada del conjunto de actividades sociales. De
    hecho, la permanencia del más antiguo término de
    "Economía
    Política" hacía referencia explícita a
    la vinculación permanente entre la actividad
    económica con el conjunto de las instituciones
    sociales y con las prácticas de gobierno
    dominantes.

    Sin embargo, a su socaire se iba produciendo una
    identidad
    esencial y que estaría en la base de los desarrollos
    posteriores del pensamiento económico: la que se quiso ver
    entre la nueva institución de los mercados
    interdependientes y el conjunto de la vida social. Así lo
    expresa, entiendo magistralmente, el ya citado Polanyi [ix]: "Al
    cabo de una generación el mercado formador de precios que
    anteriormente sólo existía como modelo en
    varios puertos comerciales y algunas bolsas, demostró su
    asombrosa capacidad para organizar a los seres humanos como si
    fueran simples cantidades de materias primas, y convertirlos,
    junto con la superficie de la madre tierra, que
    ahora podía ser comercializada, en unidades industriales
    bajo las órdenes de particulares especialmente interesados
    en comprar y vender para obtener beneficios. En un periodo
    extremadamente breve, la ficción mercantil aplicada al
    trabajo y a la tierra, transformó la esencia misma de la
    sociedad humana. Esta era la identificación de la
    economía y el mercado en la práctica. La esencial
    dependencia del hombre de la
    naturaleza y
    de sus iguales en cuanto a los medios de
    supervivencia se puso bajo el control de esa
    reciente creación institucional de poder superlativo, el
    mercado, que se desarrolló de la noche a la mañana
    a partir de un lento comienzo. Éste artilugio
    institucional, que llegó a ser la fuerza dominante de la
    economía -descrita ahora con justicia como economía
    de mercado-, dio luego origen a otro desarrollo
    aún más extremo, una sociedad entera embutida en el
    mecanismo de su propia economía: la sociedad de
    mercado".

    El problema de esta confusión, o la "falacia
    económica" como dice Polanyi, consistió, pues, en
    que lo que efectivamente era la práctica de la
    economía envolvió por completo a la
    sociedad.

    Ahora bien, para que ello fuese posible se necesitaba
    generar al mismo tiempo motivaciones y valores que
    permitieran identificar en la práctica social esta
    confusión entre mercado y sociedad. Era imprescindible
    propiciar un "estilo de
    vida, como dice también Polanyi, capaz de proporcionar
    nuevas imágenes
    del hombre y de la naturaleza, criterios de conducta y una
    moralidad
    práctica que permitiera organizar la sociedad en el
    contexto de esa confusión.

    Sin embargo, la economía clásica estaba
    radicalmente limitada para ello en la misma medida en que era
    todavía una economía "política", que no
    dejaba de conceder un papel determinante a la acción
    humana convertida en voluntad de gobierno, en política, y
    en la medida en que incluía como un asunto central de la
    problemática económica -sometida, por lo tanto, a
    la política- a la distribución de la riqueza. En otras
    palabras, dejaba la posibilidad de que los propios agentes
    económicos interfieriesen en la pauta de reparto
    existente.[x]

    Por ello, el salto hacia una doctrina que se
    desentendiera de esos lastres y proporcionara las bases del
    "estilo de vida" de la sociedad de mercado fue una simple
    cuestión de tiempo. Debería ser una doctrina que
    estableciera de manera "científica" el determinismo del
    mercado sobre toda la sociedad como la ley general de toda la
    sociedad. Una vez más, las palabras de Polanyi [xi]:
    "El Estado y el
    gobierno, el matrimonio y la
    crianza de los hijos, la
    organización de la ciencia,
    la
    educación, la religión y las artes,
    la elección de profesión, los tipos de vivienda, la
    forma de los asentamientos, la estética misma de la vida privada, todo
    tenía que concordar con el modelo utilitario, o al menos
    no interferir en el funcionamiento del mecanismo de mercado.
    Pero, puesto que muy pocas actividades humanas pueden realizarse
    sin nada -hasta un santo necesita su altar-, los efectos
    inmediatos del sistema de
    mercado llegaron casi a determinar por completo el conjunto de la
    sociedad. Fue casi imposible evitar la conclusión de que,
    así como el hombre
    "económico" era el hombre "real", el sistema
    económico era "realmente" la sociedad".

    Tal era el problema planteado y que resolvió con
    un modelo teórico de ingenio y formalismo magistrales la
    que luego se conoció como economía
    neoclásica o marginalista.

    El paradigma liberal: la mitología del mercado[xii]

    El primer paso de dicho modelo consiste en convertir a
    los seres sociales en "agentes económicos" que no son sino
    átomos de un universo
    específico, el que tiene que ver con los recursos que
    satisfacen sus necesidades. Complementariamente, se parte del
    supuesto de que el máximo grado de satisfacción al
    que se supone que aspiran únicamente puede conseguirse
    como resultado de la acción individual y, al mismo tiempo,
    que no puede haber otra referencia para la evaluación
    de esa satisfacción que no sea el bienestar individual de
    cada uno de los agentes que intervienen en las relaciones
    económicas.

    Se supone además que los individuos son agentes
    completamente racionales y buscadores de
    la mayor satisfacción posible, bien sea de su utilidad
    cuando actúan como consumidores, bien de la ganancia
    cuando se trate de empresas­.

    A partir de ahí, éstos maximizadores
    racionales se enfrentan a una dotación de recursos dada, y
    siempre escasa a tenor de la estrategia
    maximizadora dominante. Proceden, entonces, a efectuar
    eleccio­nes, así mismo racionales, para lograr que su
    uso sea el que les proporcione la mayor utilidad, lo que
    necesaria­mente implica que se utilizarán en su uso
    más valioso, esto es, conformando combinaciones entre
    ellos que sean los más "económi­cas" posibles,
    es decir, técnicamente (desde el punto de vista de los
    costes de cada uno) eficientes.

    El propio desarrollo natural de los intercambios
    proporciona una estructura
    natural y típica, que es el mercado, para que esas
    decisiones se lleven a cabo, para que sea posible lograr la
    optimalidad deseada y la eficien­cia necesaria y para que la
    elección de los agentes pueda llevarse a cabo con las
    necesarias referencias (los precios) sobre el valor de las
    cosas y sobre las condiciones en que puede obtenerse la mayor
    utilidad­. El mercado no es sino el ámbito en el que
    se realizan los intercambios, es decir, una estructura donde la
    demanda y la oferta manifiestan sus opciones sobre las cantidades
    disponibles y los precios dispuestos a pagar por cada una de
    ellas, a partir por supuesto de los anteriores criterios de
    maximiza­ción y raciona­lidad. El precio
    determinado a partir del encuentro libre entre oferta y demanda
    es la expresión del valor y lo que permite alcanzar el
    equilibrio.

    Hasta aquí, los supuestos de la teoría
    económica liberal no implicaban una ruptura sustancial con
    los puntos de partida de la economía clásica, si se
    considera a ésta vinculada también con el
    utilitarismo y con el individualismo en boga desde tiempo
    atrás, aunque suponía un adelanto formidable en la
    medida en que fue capaz de formalizar estos presupuestos
    para desencadenar a patir de ellos otras hipótesis que
    justificaran la idea de que el mercado era un mecanismo regulador
    perfecto y capaz de provocar la satisfacción de todos los
    individuos.

    Esto último requería supuestos
    añadidos, si se tiene en cuenta, por ejemplo, que el
    propio Smith, al que se considera el padre del liberalismo
    económico, reconoció que en la realidad los
    mercados tendían al monopolio y a
    la imperfección. Y de hecho no podía reconocer otra
    cosa quien pusiese en primer plano el análisis de los
    hechos, pues el más elemental conocimiento
    histórico ha mostrado siempre que, como dice Braudel
    [xiii], "el mercado ha sido siempre monopolizador".

    Efectivamente, para que pudiera demostrarse que el
    mercado proporcionaba un equilibrio plenamente eficiente, de
    máxima utilidad para todos los intervinientes en el
    intercambio, debían concurrir inexcusable e integramente
    una serie de condiciones que caracterizarían a lo que
    entonces se llamó en el análisis teórico un
    "mercado de competencia
    perfecta". A saber: que haya un número suficientemente
    elevado de oferentes y demandantes de modo que ninguno de ellos
    tenga capacidad de influir sobre los resultados o las condiciones
    del intercambio; que exista información perfecta y gratuita al alcance
    de todos los agentes; que no establezcan barreras de entrada o
    salida al mercado, para que puedan incorporarse cuantos agentes
    adicionales lo deseen; y plena homogeneidad en los productos que
    se intercambian para que la diferenciación de los mismos
    no proporcione ventajas a algunos oferentes.

    Estas son condiciones relativas al funcionamiento mismo
    del mercado pero son necesarias también una serie de
    reglas o de normas en su entorno, una definición previa de
    los derechos y
    restricciones que tiene cada agente, precisamente, para que pueda
    funcionar como tal. Aunque a la hora de establecer tales derechos
    no hace falta ningún tipo de juicio estratégico o
    discriminante previo. Basta con que se sometan a una única
    y sencilla condición esencial: que respeten y favorezcan
    el intercambio y el ejercicio de la propiedad en
    el mercado. A partir de ahí, lo que deben hacer estos
    derechos es justamente no hacer nada, dejar que todo lo necesario
    lo haga el mercado. Como dice con meridiana claridad Polinsky
    [xiv], "en condiciones de competencia
    perfecta, alcanzada la eficiencia social mediante la
    búsqueda individual de la máxima ificacia, el
    Derecho no es más que una estructura
    redundante".

    Bajo otros supuestos subsiguientes a los que no hace
    falta hacer referencia ahora se deduce que los intercambios que
    se llevan a cabo bajo este régimen de competencia perfecta
    propor­cionan una solución de equilibrio
    óptima, una situación comúnmen­te
    denominada como "Óptimo de Pareto", que es de equilibrio y
    óptima porque se demuestra que no podría lograrse
    ninguna mejora en el bienestar (en la utilidad) de cualquier
    agente sin empeorar simultánea­mente la de cualquier
    otro.

    Bajo todas estas condiciones que he resumido
    brevísimamente, y sólo desde su estricto
    cumplimiento puede deducirse del modelo neoclásico que el
    mercado (sólo el de competencia perfecta) proporciona la
    máxima satisfacción para quienes intervienen a su
    través en el sistema de intercambios. La economía
    liberal neoclásica proporciona, pues, un cuerpo
    teórico que permite identificar el mercado y los
    resultados que proporciona con el orden adecuado y deseable del
    intercambio.

    Puesto que se entiende, además, que el orden del
    intercambio es el único "capaz de integrar a toda la
    humanidad, en expresión de Hayeck [xv], resulta entonces
    que el orden del mercado no es sino el verdadero "orden natural",
    capaz de proporcionar la máxima satisfacción social
    de manera autónoma, sin intervención exógena
    alguna, en virtud tan sólo del juego de la
    cataláctica, esto es, con el máximo respeto a la
    libertad individual.

    Notas

    [i]. Esa pretensión ha llevado a que se hable de
    "imperialismo
    económico". Vid. Radnitzky , G. y Bernholz, P. (ed.).
    "Economic Imperialism. The Economic Method Applied Outside the
    Field of Economics". New York. Paragon House Pubs. 1987 y Torres,
    J. "Análisis Económico del Derecho. Panorama
    Doctrinal". Madrid. Tecnos
    1987, pp. 89-92

    [ii]. En otros trabajos he tratado de poner de
    manifiesto la naturaleza de la influencia que el modo liberal de
    entender la economía tiene sobre el campo
    específico del análisis económico del
    derecho, asunto del que no me ocuparé ya en estas
    páginas. Vid. Torres, ob.cit. y "Una reflexión
    global sobre el Análisis Económico del Derecho. La
    hipoteca del convencionalismo", Epílogo de Montero, A. y
    Torres, J. "La Economía del delito y de las
    penas. Un análisis crítico". Granada. Ed. Comares,
    1998,

    [iii]. Martín Mateo, R. "El marco público
    de la economía de mercado". Madrid. trivium 1999, p.
    28.

    [iv].Ibidem., p. 32.

    [v]. Esta especie de fe en el mercado, pues se sostienen
    sus bondades sin que se presuponga necesario cualquier tipo de
    contrastación empírica de las mismas, y de la que
    me ocuparé al final de este artículo, es lo que ha
    permitido hablar de la "metafísica
    del mercado" (Musolino, M. "La impostura de los economistas".
    Buenos Aires.
    Ed. de la Flor. 1998, pp.137 y ss.) o a los teólogos de la
    liberación de "idolotaría del mercado" (abundantes
    referencias bibliográficas en "Seminario
    Teología o idolatría del mercado". En Cuadernos
    Cristianisme i Justicia nº 84, 1998, pp. 3-29).
    También Galbraith afirma que la retórica del
    mercado posee una "cualidad teológica que la eleva por
    encima de cualquier exigencia de comprobación
    empírica". Galbraith, J.K. "Economics in Perspective. A
    Critical History". Boston. Houghton Milfhis Comp. 1987, p.
    286.

    [vi].Polnayi, K. "El sustento del hombre". Barcelona.
    Biblioteca
    Mondadori 1994, p. 78.

    [vii]. El nacimiento de esta "nueva" economía es
    así mismo el resultado de un giro copernicano en la
    comprensión de las relaciones entre los individuos a la
    hora de satisfacer sus necesidades, de la actividad
    económica, que implica sustituir la perspectiva basada en
    las actividades reales de sustento que procedía de
    Aristóteles por otra concepción
    centrada en los valores
    monetarios. Sobre la naturaleza de este cambio Vid.
    "Naredo, J.M. "La economía en evolución". Madrid. Siglo XXI,
    1992.

    [viii]. Polanyi, K., ob.cit. p. 79

    [ix]. Ibidem., p.81.

    [x]. Es muy significativo, en este sentido, que el
    propio desarrollo de esta economía clásica
    estuviese directamente vinculado a la participación de los
    economistas en el debate
    político del día sosteniendo posiciones que
    implicaban opciones de reparto claramente dispares para los
    diferentes grupos
    sociales. De hecho, fue paralelo, de la mano de la primitiva
    sociología, al reconocimiento de las
    clases
    sociales con intereses más o menos
    contrapuestos.

    [xi]. Polanyi, K., ob.cit., pp. 84-85.

    [xii]. En este apartado sigo básicamente una
    parte de Torres, J. "Las alternativas imperfectas en
    economía. La naturaleza del problema económico", en
    Muñoz, F. (coord.). "La paz imperfecta". Instituto de la
    Paz y los Conflictos.
    Universidad de
    Granada, de próxima aparición.

    [xiii]. Braudel, F. "La dynamique du capitalisme".
    París. Arthaud 1985.

    [xiv].Polinsky, A.M. "Economic Analysis as a Potentially
    Defective Product: A Buyer’s Guide to Posner’s
    Economic Analysis of Law". Harward Law Review, 87,
    pp.1655-1687.

    [xv]. Hayeck, F. "Derecho, Legislación y
    Libertad", vol II. Madrid. Unión Editorial, p.202). El
    propio Hayeck es consciente de que "la sugerencia de que, en el
    aludido aplio sentido, los lazos sociales correspondientes a la
    Gran Sociedad son de carácter "meramente económico" (o
    más exactamente "cataláctico") produce un vigoroso
    rechazo emocional", pero él mismo indica que "sin embargo,
    se trata de algo que difícilmente puede ser negado, como
    tampoco cabe escapar a la conclusión de que, para una
    sociedad de las dimensiones y complejidad de las modernas, no
    existe solución alternativa" (Ibidem, p. 201). Sobre esta
    idea abunda en otra obra en la que afirma que "no hay más
    opciones que el orden gobernado por la disciplina
    impersonal del mercado o el dirigido por la voluntad de unos
    cuantos". Hayeck, F. "Camino de Servidumbre", Madrid. Alianza
    Editorial, 1976, p. 241.

    Juan Torres López

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