Us diré bon dia
La ciudad de No nacimos pa’ semilla es una ciudad quedada a mitad de camino, una ciudad que es como un retazo de culturas de pueblos diseminadas caóticamente. Pero lo interesante de No nacimos pa’ semilla es que enseña, con toda su complejidad y su desgarramiento, con toda su fuerza linguística, la figura del sicario joven, adolescente, casi niño. Ese desvalido, ese otro arrojado a los rincones putrefactos de la ciudad, que encuentra en la violencia, en el trabajo de matar por dinero al servicio del narcotráfico, una posibilidad de ser por un momento protagonista de una sociedad que no ha querido saber nada de ellos. Y su mecánica de acción está enredada con un sistema de comportamientos y creencias donde un implacable sincretismo cultural tiene su puesto. Los sicarios de No nacimos pa’ semilla, esos mismos personajes que han llenado desde 1990 muchas páginas logradas y malogradas de la nueva narrativa colombiana, son máquinas de matar pero se encomiendan a la virgen, prenden veladoras y recitan plegarias para que sus crímenes sean consumados sin mayores problemas, odian al padre ausente y aman a una madre ubicua, que lo ha hecho todo por levantarlos en medio de un mundo hostil. Para ellos amar a la madre y