Ojos Amarillos Cuento Completo
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Ahora que sí me decidí a escribir esta historia quiero comenzar por la noche en que el chico se despertó con la sensación de que unos extraños ojos lo miraban mientras él dormía . . . Luchando contra su propio miedo alargó la mano y buscó a tientas el interruptor del velador. La luz lo obligó a mantener los ojos semicerrados hasta acostumbrarse a la claridad. De pronto le pareció que algo se desplazaba en la ventana. Esa impresión le arrancó un grito y lo hizo sentarse en la cama. En situaciones así no le salían gritos potentes, el miedo parecía obturarle la garganta y sólo emitía una especie de aullido angustioso. Por lo demás, su madre estaba en una habitación …ver más…
—Es que… tuve una pesadilla. Soñé con unos ojos que me miraban…
Cuando Joaquín entró en la panadería, la chica que atendía y una clienta —la esposa del odontólogo— se miraron con una extraña expresión. No respondieron el saludo y permanecieron quietas y calladas el tiempo suficiente como para llamar la atención del chico. Después como si lo hubieran ensayado, las dos se volvieron hacia él y preguntaron: —¿Qué soñaste anoche? Era una pregunta inesperada. Y más todavía si lo hacían dos personas simultáneamente. Joaquín se sonrojó y dijo: —Nada. —Menos mal— dijo la chica. —¿Por qué?— se atrevió a preguntar Joaquín. —Es que la señora Carola y yo soñamos lo mismo. Y, bueno, nos asustamos— rió, mientras le extendía el vuelto a la mujer—. ¿Qué vas a llevar, Joaquín? —Medio kilo de flautas. Si que soñé. Me había olvidado— agregó después de un breve intervalo. La esposa del odontólogo, que tenía una figura graciosa por su cuerpo voluminoso y su pequeña cara aniñada, ya había abierto la puerta para irse, pero se detuvo y reingresó. —¿Qué soñaste, querido?— preguntó la mujer acercando su cara a la del chico. —No sé, no me acuerdo bien. —¿Cómo que no te acordás? —Me acuerdo que soñé, pero no me acuerdo qué. —Ah— suspiró la mujer, como desinflándose. La panadera le alcanzó la bolsita y el vuelto a Joaquín y el chico salió apurado. —Pobrecito— dijo la mujer. —¡Bueno, no exageremos!—