La condena de un Filosofo
Cuando Sócrates tenía ya setenta años, fue acusado ante los Tribunales de Atenas de "no creer en los dioses de la ciudad e introducir divinidades nuevas" y de "corromper a los jóvenes". Esta acusación fue presentada por tres ciudadanos atenienses: Anito, Licón y Meleto. El cargo de no creer en los dioses y de introducir nuevas divinidades no tenía fundamento, pues Sócrates nunca se mostró contrario a las creencias religiosas de su tiempo. Pero era una acusación grave que podía justificar la condena a muerte.
El cargo de corromper a los jóvenes significaba acusar a Sócrates de apartar a los jó¬venes del saber tradicional, de hacerlos dudar sobre la moral impartida por sus padres y desviarlos del camino correcto. (Se debe tener en cuenta que estos jóvenes ricos estaban destinados a ser los dirigentes políticos de la ciudad.)
En su defensa, Sócrates negó la legitimidad de la acusación. Él estaba convencido de haber beneficiado a los atenienses con su tarea. Consideraba que les había ofrecido un servicio, que los había alertado sobre la necesidad de reflexionar, de no dejarse llevar por creencias infundadas, de utilizar la propia razón para comprender el universo y la con¬ducta de los hombres. Además, él no había enseñado ninguna doctrina en particular m había tenido intenciones políticas. Por todo eso, Sócrates se creía con derecho a un pre¬mio en lugar de una condena. Creía que merecía el mismo trato dispensado a los vencedores de los