La concesión de explotación de bienes del estado.
John Katzenbach
El psicoanalista
Para mis compañeros de pesca: Ann, Meter, Phil y Leslie.
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John Katzenbach
El psicoanalista
PRIMERA PARTE UNA CARTA AMENAZADORA
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El año en que esperaba morir se pasó la mayor parte de su quincuagésimo tercer cumpleaños como la mayoría de los demás días, oyendo a la gente quejarse de su madre. Madres desconsideradas, madres crueles, madres sexualmente provocativas. Madres fallecidas que seguían vivas en la mente de sus hijos. Madres vivas a las que sus hijos querían matar. El señor Bishop, en particular, junto con la señorita Levy y el realmente desafortunado Roger Zimmerman, que compartía su piso del Upper West Side y …ver más…
¿De qué me servirá eso? Una vez más permaneció callado y dejó que la pregunta flotara por encima de la cabeza del paciente. Zimmerman resopló con fuerza. – Lo más probable es que quienquiera que esté ahí fuera sea más interesante que yo, ¿verdad? – soltó con amargura. -Luego, se incorporó en el diván y miró al analista–. No me gusta cuando algo es distinto. No me gusta nada –dijo con dureza. Le lanzó una mirada rápida y penetrante mientras se levantaba. Sacudió los hombros y dejó que una expresión de contrariedad le cruzara el semblante–. Se supone que siempre será igual –prosiguió–. Vengo, me tumbo, empiezo a hablar. El último paciente todos los días. Es como se supone que será. A nadie le gusta cambiar. –Suspiró, pero esta vez más con una nota de cólera que de resignación– Muy bien. Hasta mañana, pues. La última sesión antes de que se marche a París, a Cape Cod, a Marte, o adondequiera que vaya y me deje solo. Zimmerman se volvió con brusquedad y cruzó furibundo la pequeña consulta para salir por una puerta sin mirar atrás. Permaneció un instante en el sillón escuchando el tenue sonido de los pasos del hombre enfadado que se alejaban por el pasillo exterior. Después se levantó, resintiéndose un poco de la edad, que le había anquilosado las articulaciones y tensado los músculos durante la larga y sedentaria tarde tras el diván, y se dirigió a la entrada, una segunda puerta que daba a su modesta sala de espera. En ciertos aspectos,