Inmigración a la Argentina: belgas
En esta monografía
me refiero a algunos de los inmigrantes belgas que llegaron a la
Argentina entre 1850 y 1950 y se destacaron en diversos
ámbitos; transcribo testimonios sobre Julio Steverlynck y
la Algodonera Flandria, y la biografía de Polidoro
Segers, el primer médico en Tierra del
Fuego. Me ocupo de las novelas De
aquí hasta el alba, de Eugenio Juan Zappietro y Virgen de
Gabriel Báñez, y del cuento "Van
Houten", de Horacio
Quiroga, en los que aparecen personajes inmigrantes de origen
belga.
"Los belgas se radicaron en la Colonia San Carlos (de
Santa Fe), en la Colonia Urquiza (de Entre Ríos) y una
gran cantidad de pueblos y colonias, en donde se fusionaron con
otras corrientes de inmigración" (1).
De ese origen fueron destacadas personalidades de
nuestra historia:
El militar y periodista Alfredo M. Du Gratry
nació en 1827; falleció en su tierra natal en 1891.
"Llegó al país en 1850. Opositor a Juan M. De
Rosas, se
exilió en Montevideo. En 1852 combatió en Caseros.
Diputado por Entre Ríos (1853), ejerció la dirección del Museo Nacional fundado por la
Confederación Argentina en Paraná en 1854.
Dirigió el diario El Nacional Argentino. Electo diputado
por Tucumán (1858), su diploma fue impugnado por ‘no
tener cuatro años de ciudadano en ejercicio’. En
1862 regresó a su país natal. Es autor de La
Confederación Argentina (1850) y La República del
Paraguay
(1862)" (2).
El belga Carlos de Mot fue el responsable de la
segunda colonización de Sunchales, provincia de Santa Fe.
Roxana Lusso lo evoca en un trabajo que transcribo parcialmente,
en el que afirma:
"El gobernador de Santa Fe, Mariano Cabal, con su obra
de gobernar poblando, buscó a hombres de empresa para
llevar a cabo sus proyectos, entre
ellos estaba Carlos de la Mot o de Mot, de nacionalidad belga, de
origen noble, a quien le encargaron la colonización de Los
Sunchales. De Mot concibió la empresa de
traer agricultores de Europa y
afincarlos alrededor del Fuerte, en las mismas tierras de la
colonización anterior".
"El 18 de mayo de 1868, se firmó el contrato de
colonización con Carlos de Mot, y el 16 de julio de ese
año se estableció la segunda colonización de
Los Sunchales".
"Después de firmado el contrato con el gobierno de la
provincia de Santa Fe, Carlos de Mot se trasladó a Europa
a buscar las familias de agricultores. Después de un
año, apareció con los primeros colonos, italianos,
franceses, suizos, ingleses, españoles, alemanes y algunos
belgas".
"El gobierno, como primera medida para gobernar a esos
inmigrantes, designó un Juez de Paz, Fermín
Sosa."
"Sin embargo, Carlos de Mot, como organizador
técnico de la colonia, se preocupó más de
los detalles que de las principales necesidades de la colonia. Se
sintió el nuevo colonizador, dueño de casi un
país, convirtiéndose en un noble señor, con
súbditos que trabajarían para él.
Pidió que se le trazaran los planos de un palacio, para
que todo se pareciera a un castillo feudal".
"En el pueblo, alrededor del fuerte, enclavado en el
centro de la plaza, se habían levantado unos 178 ranchos
para los colonos y los obreros; en las concesiones, unos 18
ranchos; o sea que la mayor parte de la gente vivía en el
pueblo, dedicada a la huerta, al comercio o
artesanías. Había poco entusiasmo
agrícola".
"Todo lo plantado y edificado en esta segunda
colonización de Los Sunchales, hacía suponer un
emporio de riqueza y una fuente de producción extraordinaria. Pero al frente
de la
administración estaba De Mot, que iba poco a Los
Sunchales y en su lugar había dejado al Dr. Flabet a
quien, ajeno a todo cuanto se relacionara con la agricultura,
cualquier rendimiento le parecía
extraordinario".
"Diversos factores influyeron para que, en Los
Sunchales, la gente no se pusiera de acuerdo, prevaleciendo los
factores étnicos, los idiomas, las costumbres y la falta
de leyes adecuadas
que rigieran la vida colonial, teniendo dificultades en las
transacciones comerciales por la variedad de medidas de peso,
superficie y valores. Todo
esto sumado a la inexperiencia de De Mot, no podía dar los
resultados que se esperaban".
"El Juez de Paz, quien veía toda esa
confusión entre los colonos, consideró que
solamente la instrucción pública podía
organizar la vida de esa gente. Para ello habló con un
poblador, Eugenio Meert, interesándolo en la apertura de
una escuela.
Logró el apoyo oficial del gobierno y consiguió
abrir la escuela, nombrándose preceptor a Eugenio Meert en
1871".
"Una escuela en una colonia constituía una
novedad y un gran progreso. Funcionó todo el año
1871 y parte de 1872, ya que en marzo de ese año se
produjo el éxodo de la colonia".
"No había sacerdotes, ya que se había
destruido el templo para construir sobre sus cimientos el palacio
de De Mot".
"Las fiestas de mayor solemnidad las constituían
las patronales, que no se celebraban en Los Sunchales, por no
tener patrono para venerar, pero la gente iba a los pueblos
vecinos".
"Hacia 1870, en la colonia, las cosas no andaban muy
bien. De Mot estaba necesitado de dinero, por
haberlo gastado excesivamente y no podía cumplir con el
contrato, por lo que solicitó una prórroga de sus
obligaciones".
"Las cosechas de 1871-1872 no habían rendido como
se esperaba. El disgusto con la administración era general, porque se
sufría escasez de todo, reinaba la miseria y las
privaciones".
"La desorganización con que se había
iniciado la empresa produjo sus frutos: algunas familias alemanas
emigraron a Grutly hacia 1872, otras a Cavour, los italianos a
San Carlos y Pilar y los franceses y alemanes a
Humboldt".
"Sin embargo, no todos los colonos abandonaron sus
chacras y el pueblo".
"El Fuerte iba desmoronándose, pero no estaba
vencido. Los indios ya no eran una amenaza y nuevas colonias
fueron surgiendo. En esta vorágine colonizadora, Los
Sunchales no podía sucumbir, y de sus ruinas surgió
otro pueblo, más pujante que nunca: la actual ciudad de
Sunchales" (3).
El arquitecto Jules Dormal nació en 1846.
Arribó a la Argentina en 1868, "para trabajar en el
alzamiento de unos frigoríficos en la provincia de Entre
Ríos, tras lo cual en 1870 se afincó en la ciudad
de Buenos Aires.
Fue autor de la Casa de Gobierno de La Plata (un señorial
edificio con preponderancia estilística ligada al renacimiento
francés), diseñó el trazado del Parque Tres
de Febrero (los Bosques de Palermo) y fue responsable del
Monumento a San Martín que se encuentra en la Catedral de
Buenos Aires. Estuvo también involucrado en el proyecto del
Palacio Pereda (hoy Embajada del Brasil) y
dirigió los trabajos finales del Congreso de la Nación,
tras la muerte de
su autor Víctor Meano en 1904, sin modificar sus planos.
Además llevó a cabo la construcción del lamentablemente demolido
Palacio de Inés Ortiz Basualdo de Peña, ubicado en
Arenales y Maipú, de la Residencia Julio Peña
–hoy sede de la Sociedad Rural
Argentina, en Florida entre Corrientes y Lavalle- y de otras
obras de menor envergadura, con lo que ya podemos asegurar la
importancia de la trayectoria e impronta que el autor dejó
en nuestro país".
Fue "autor de innumerables obras en el país pero
particularmente reconocido por su participación en la
construcción del Teatro
Colón. Fue el último de los tres arquitectos que
intervino en su edificación y lo hizo principalmente en
los interiores, donde puso en evidencia toda su generosidad
artística y su influencia estilística
borbónica" (4).
Polidoro Segers, el primer médico en
Tierra del Fuego, nació en Gante en 1852; falleció
en la Argentina en 1917.
En "Polidoro Segers, el primer médico de Tierra
del Fuego", Raúl Agustín Entraigas escribe la
biografía del belga que llegó a la Argentina en el
siglo XIX. Transcribo ese trabajo:
"¡Qué hombre
extraordinario fue don Polidoro A. Segers! Nació el 7 de
mayo de 1852 en Gante, Bélgica. Era oriundo de una noble
familia
flamenca, los condes de Van Laer. Su abuelo, Adrián
Segers, fue uno de los que se jugaron por la independencia
de Bélgica. Estuvo a punto de ser quemado vivo por los
enemigos, lo que le valió las medallas de la Legión
de Honor y la de la Orden de Leopoldo".
"Cuando, después del 70, en Buenos Aires se
respiraba paz y se vivía de Ia abundancia que
proporcionaban nuestros campos ubérrimos (era nuestra era
augustana…) los argentinos pensamos en la buena música. Y nuestros
abuelos tendieron la vista hacia París. Solicitaron un
cuarteto clásico. Y vino. Tocaba el piano un joven de
veintidós años, de buena presencia, cabello rubio,
ojos celestes, mirada penetrante, frente amplia y además
cordial: era Polidoro A Segers".
"El director del conservatorio a quien se había
pedido el cuarteto, puso los ojos en él, lo invitó
y Polidoro aceptó. En Buenos Aires fue maestro de
música y canto. Las jóvenes más distinguidas
de nuestra sociedad aprendieron de él a interpretar a
Liszt, a Beethoven y a Chopin. Pero no lo sedujeron. El
había dado palabra a una joven parisina, María
Craemers, la hizo venir y el 20 de febrero de 1875 se desposaron
en la iglesia de San
Ignacio".
"Y era feliz. Ganaba dinero. Era querido por cuantos lo
trataban. Pero a su espíritu inquieto esto no le bastaba.
Se empeñó en estudiar medicina. Junto
con el doctor Gutiérrez, Ramaugé y Milone
estudiaban de noche la ciencia de
Hipócrates. De día, trabajo; de noche estudio hasta
caldearse los cascos".
"Segers tenía ya treinta y cuatro años.
Cuando se trató de dar examen, se encontró con que
necesitaba título habilitante para ingresar en la
Facultad… ¿Qué hará?
¿Plantará todo? ¡Qué esperanza!
Esperará. El tiempo y el
ingenio le darían medios para
llegar. Entre tanto se le cruzó una oportunidad
magnífica para conocer Tierra del Fuego".
"Iba don Ramón
Lista a explorar aquellas regiones y a sentar definitivamente
nuestra soberanía sobre ellas. Necesitaba un
médico. Ningún profesional criollo quiso
arriesgarse en esa "patriada". El poeta Olegario V. Andrade,
padre político de Lista, lo exhortó e embarcarse y
Segers no se hizo de rogar…".
"Con los conocimientos científicos que
poseía no le pareció imposible ser "cirujano de
segunda" en la expedición… Y en noviembre de 1886 lo
tenemos sobre el Villarino rumbo a Tierra del Fuego".
"Como capellán iba el padre José Fagnano,
salesiano. Se hicieron grandes amigos. Cuando pisaron tierra
firme en San Sebastián, y los 25 hombres de Lista y del
capitán Marzano hicieron fuego sobre los onas, dejando
sobre la virgen tierra fueguina veintiocho cadáveres, el
sacerdote y el médico se levantaron, coléricos,
en.nombre de la justicia y de
la humanidad".
"En su interesante obrita ‘Hábitos y
costumbres de los Onas’ describe don Polidoro la
impresionante muerte de un
joven de dieciocho años, atrincherado en una roca, con
sólo su arco… Recibió veintiocho balazos, sin
contar el tiro de gracia. Su perro estuvo llorando toda la noche
al lado del heroico ona. Cuando a la mañana siguiente
fueron el capellán y el médico para enterrar el
cadáver del mancebo, vieron un espectáculo macabro:
el perro se había comido todo lo que pudo de su amo, como
para que esos despojos queridos no cayeran en manos
enemigas…".
"Desde aquel día, siempre que había que
vérselas con indios, eran Segers y Fagnano los encargados
de parlamentar. La primera vez que les tocó la no
fácil misión, se
vieron en figurillas cuando toparon de buenas a primeras con una
tribu. Estaban ambos perplejos. Entonces el médico -narra
Fagnano- comenzó a hacer piruetas, a dar saltos y otras
niñerías. Fue la salvación de ambos. Los
indios bajaron sus arcos y se acercaron, riendo, a los
embajadores. Desde entonces fueron los amigos de los
onas".
"Y cuando a principios de
enero de 1887, en Bahía Thetis, se levantó la
primera capilla, donde celebró monseñor Fagnano,
fueron las manos piadosas de Segers las que más trabajaron
en los rudos menesteres de albañil y carpintero. El fue
quien juntó flores en la selva y aderezó
admirablemente aquella humildísima Casa de
Dios".
"Se trataba de bautizar a los indios. Para ello
había que vestirlos, antes. Pues bien: la carpa de don
Polidoro se transformó en sastrería y él,
tijeras en mano, cortaba y cosía mientras Fagnano
instruía a la indiada".
"El 3 de enero: primera misa del Prefecto
Apostólico en sus tierras. Hasta entonces no había
podido celebrar misa por falta de altar
portátil".
"El 25 de enero estaban de nuevo en Carmen de Patagones.
De- ahí a Buenos Aires".
"Sin duda el doctor Segers en el Sur comió
calafate. Dice la leyenda que el que come calafate siempre vuelve
al Sur. El hecho es que a fines de junio de ese año, ya
encontramos a don Polidoro embarcado en un funesto barco, el
Magallanes, que hacía su primer viaje al
Austro".
"¿A dónde iba con su esposa y sus hijos
Carlos, Alfredo y Graciela? Volvía a la Tierra del
Fuego. Había ahorrado unos 8.000 $ y los iba a invertir en
ovejas. De paso estudiaría a los onas, yaganes y
alacalufes del punto de vista de su especialidad. Para vivir: el
sueldo de médico de ese territorio nacional".
"Pero sucedió que el golfo de San Jorge los
recibió con una de esas borrascas que sólo
conocemos los que hemos viajado por ahí… Al llegar a
Puerto Deseado, el viento amainó. Pero la marea bajaba. Y
cuando en esa ría, la marea baja, tiene el agua una
fuerza
exorbitante. Cosa que el capitán del barco, Teniente de
Navío Méndez, "el gallego Méndez" como lo
llamaban, parecía ignorar".
"El hecho es que cuando entró en la ría y
quiso dominar al Magallanes, la tremenda violencia de
las aguas lo arrojó sobre la famosa Piedra del Diablo.
Eran las 14. El barco crujió. Los pasajeros ruedan por la
cubierta. Las mujeres y niños
lloran. Se descuelgan los botes. Estaban repletos de
víveres. Al agua con
ellos. Cunde el pánico. El barco se escora a
estribor…".
" ‘Primero las mujeres y los
niños…’ Segers coloca a su mujer y a sus
hijos en el bote que hace agua. Mientras unos reman, otros
baldean… Luego corre a su camarote. Va a buscar sus 8.000
nacionales. Un guardia, con rémington, le impide entrar.
Vio don Polidoro que a otro que insistía, lo dejaron
sentado de un culatazo… Se retira dando el adiós a sus
ahorros…".
"Perdió también cuarenta cajones de
equipaje que llevaba. Allá, a lo lejos, se divisaban
techos. Habría población… Pero no: eran galpones para la
lana. Eso y unas cuevas, viviendas primitivas de la Colonia que
fundaron los españoles en el siglo XVIII, serán las
moradas de los casi doscientos náufragos".
"A las 16, el Magallanes se acostaba pausadamente,
dejando apenas ver el trinquete que afloraba como un brazo que
pidiera auxilio a los navegantes. El Subprefecto cedió su
lecho a la señora Segers, que dividió sus penurias
con la esposa del marino. El padre Beauvoir hizo cama redonda con
el teniente Villarino y el comisario Segovia. Y así
treinta y cuatro días… Y los más crudos del
invierno patagónico…".
"Cinco hombres se ofrecieron para navegar hacia el Norte
y llevar la noticia. Bordejeando, llegan en un mal
lanchón, tras veinte días de viaje. De Patagones
telegrafían a Buenos Aires. Acá la gente se alarma.
Los amigos del doctor Segers están en ascuas. Su compadre
Arturo B. Paz, a fuer de buen cristiano, le escribe una carta emocionante
y con criolla generosidad le gira 300 $ a Patagones, creyendo que
desistiría de su viaje".
"Pero Paz no conocía los puntos que calzaba
Segers. Desde Bahía Blanca llegan dos barcos de la armada:
el Azopardo y el Uruguay. Uno
de ellos llevaba un cajón de ropa para la familia
Segers, obsequio de Alejandro Sorondo. Dos días
después de estos, llegó el Mercurio, barco enviado
por el gobierno chileno. Lo habian pedido de Punta
Arenas".
"En éste se embarcaron: el doctor Segers y
familia, el padre Beauvoir y algunos otros que se animaron a
proseguir viaje. El resto volvió a Buenos Aires. Pero
¡qué invierno el de 1887 para aquella gente! …
Faltaba de todo. Narraba el doctor Alfredo Segers, médico
del Hospital de Niños de Buenos Aires hasta hace pocos
años, y entonces sólo el mimado Tití de
siete años de edad, que fue una fiesta para las
señoras, el día en que él, corriendo por la
playa, encontró un peine desdentado… Ya tenían
las damas por lo menos algo con qué
acicalarse…".
"Y llegaron a Ushuaia. Allí hubo que crearlo
todo. Levantar una choza, hacer ropa para los niños,
plantar legumbres, cuidar animales. Y a
todo se avino el animoso belga. Su señora se
enfermó a poco de estar allá: ¡la dama de
París en aquel Ushuaia!… Hay una fotografía
en que aparece ‘la mansión Segers’: adelante
se ven los surcos del sembrado. Hay otra foto en que está
la familia con el indiecito Keppenau, luego cacique y
médico de la tribu y una chinita ya domesticada.
Ahí está Tití, con un par de botas que un
buen amigo le había conseguido en Punta Arenas, y que
él cuidaba como la niña de sus ojos.
Ahí Segers sufrió mucho. Pero no fue poco
lo que aprendió… Fruto de sus observaciones y
experiencias médicas son unos artículos que
publicó ‘La Prensa’ de
julio y agosto de 1891 y ‘La Semaine Médicale’
de París en noviembre. Ambos trabajos ingresaron al
Congreso Médico de Burdeos de 1895. Sus trabajos fueron
citados por médicos tan famosos como Hanot, Tissier y
Planté. Y Bouchard en su ‘Pathologie
Générale’ lo menciona
especialmente".
"Las autopsias realizadas lo llevaron a encontrar una
nueva causa de la extinción de los aborígenes: una
enfermedad de hígado, hipertrofiado por la
absorción de tomainas y toxinas de mejillones en estado de
putrefacción que frecuentemente se hallaban entre los
moluscos que juntaban los indios en la playa y que ellos
ingerían grandes cantidades".
"El pastor anglicano John Lawrence da un hermoso
testimonio de la seriedad de los trabajos del todavía no
laureado médico belga".
"¡Y allá estuvo dos años y medio
Segers sin poder cobrar
un céntimo como médico de la Gobernación!
Cuando se le ofreció la oportunidad se vino a Buenos
Aires. Y como no podía cobrar sus honorarios, ganados en
buena ley, y ¡en
Tierra del Fuego! tuvo que dar el 50 % a un quídam para
que los rescatara…".
"Pero no tenía título oficial.
Venía también por eso. ¿Cómo
hará? Emprende un viaje a Bolivia, se
inscribe en la universidad de
Chuquisaca y el 19 de mayo de 1890 se gradúa de
médico. Su tesis oral
abarcaba tres temas: el vómito, el
dipsomanía y la melancolía. Por escrito, en
cambio,
desarrolló el tema: tomainas y lucomainas. Legalizó
su diploma en La Paz y en Sucre, operó al obispo de
aquella ciudad (a tanto llegaba la fe que tenían al
neolaureado …) y regresó a Buenos Aires".
"Y no trajo solamente el diploma. Visitando un
día el taller de un carpintero notó que usaba como
hule de una mesa un cuadro al óleo … ¡Era nada
menos que una tela de Sneyders el gran colaborador de Rubens! En
la actualidad lo tienen sus nietos…".
"En esta capital dio
exámenes de reválida y comenzó a
ejercer".
"Pero él no quería aburguesarse sobre el
asfalto. Y enderezó hacia el interior. Fue médico
de Las Flores en la provincia. Allí se mezcló en
las luchas políticas
y resultó herido por un ‘matón’ de esos
que nunca faltaban en las luchas de antaño…".
"De Las Flores volvió a Banfield. Era cura de ese
pueblo el padre Juan Bernardino Lértora. El médico
y el poeta trabaron íntima relación".
"En 1906 se embarcó para París. No fue a
pasear. Fue en busca de más amplios horizontes. En el
Instituto Pasteur alterna con los grandes profesores de medicina.
Y tuvo el insigne honor de ser nombrado ayudante de
cátedra del doctor Eugenio Doyen".
"A su regreso fundó la Cruz Roja en Banfield, el
Círculo Médico junto con el doctor Paz,
recibió un premio por un porta-esponias de su
invención, etc".
"En 1909 va de nuevo a París. Desde allá
colaboró en ’La Prensa’. Trabajó de
nuevo junto al maestro Doyen. Pero la Argentina lo atraía.
Los amigos de acá, que eran legión, lo reclamaban.
Y volvió…".
"Ya al filo de los sesenta años, un día
sus hijos lo vieron pasearse con un libro en la
mano declinando: rosa, rosae, rosam… Se alarmaron:
¿estaría chocheando el papá? El les
explicó: había resuelto hacerse sacerdote. Viudo
desde hacía unos años, reverdeció la
vocación que acariciara allá en Gante en sus
mocedades".
"El 1° de mayo de 1911, mientras una rugiente
manifestación se arremolinaba en el Congreso, un hombre
golpeaba a la puerta del colegio Don Bosco. El padre Picabea le
abrió y el médico se presentó con una carta
de monseñor Espinosa… Se le recibió con los
brazos abiertos: ¡era el compañero de
monseñor Fagnano en Tierra del Fuego!"
"Fueron sus maestros en esa ‘escuela de
fuego’ el padre Picabea y el padre Ciolfi. Fue al colegio
Pío Latino Americano. Pero allá se enfermó
gravemente. Tuvo de volver a Buenos Aires… al seminario
conciliar y a sus dos maestros de la calle
Solís…".
"El 19 de diciembre de 1914 era ordenado sacerdote por
monseñor Espinosa. En Navidad
cantó su primera misa en el colegio de las Hermanas del
Huerto de la calle Rincón. Padrinos el doctor Arturo Paz y
el señor Miguel Meroño con sus esposas. Orador: el
padre Lértora. Un coro a ocho voces formado por más
de sesenta personas y artistas de los conservatorios
‘Melani’ y ‘Rosseger’ ejecutaron trozos
litúrgicos. La primera misa rezada por su esposa fue de
intensa emoción".
"Y el que fuera médico de las Hermanas del Huerto
fue su capellán. A sus hijos les daba pena verlo en
invierno, salir todavía oscuro para rezarles la misa de 6.
¡Pero él iba gozoso porque marchaba de cara al
deber, el ideal de su vida!"
"El 9 de octubre de 1916 bautizó a un nietecito
que lleva el nombre del bisabuelo del clérigo:
Adrián…".
"Y un día gris del mes de mayo de 1917, el 14, al
regresar de su sagrado ministerio, después de haberse
servido el desayuno, se sentó en el sillón. Se
respaldó bien, cerró los ojos y se durmió en
la paz del Señor Ese el apacible ocaso de este gran hombre
de carácter
de acero y voluntad
inquebrantable".
"Tierra del Fuego tiene una deuda con él. Estoy
seguro que la
saldará, porque los fueguinos son así: pueden
ignorar, pero no saben olvidar" (5).
Julio Steverlynck, fundador de la Algodonera
Flandria, era belga; emigró a nuestro país, donde
tuvo realizó una importante labor empresaria.
En "Flandria, la ciudad-fábrica cuyo
espíritu vive en una banda", Jorge Iglesias se refiere a
Steverlynck; presenta, además, el testimonio de personas
que estuvieron vinculadas a la Algodonera Flandria. Transcribo
parcialmente ese trabajo:
"A comienzos de los años veinte, la firma
Stablissements Steverlynck exportaba telas hacia la Argentina
desde sus fábricas de Bélgica. Cuando en 1923 el
gobierno argentino, dando el primer impulso de lo que hoy
conocemos como industrialización sustitutiva, arancela los
tejidos
importados y favorece la introducción de maquinarias, la empresa
belga abre una filial en el país".
"Como era corriente por aquellos días, los
Steverlynck eligieron a uno de sus hijos, Julio, para que se
hiciera cargo de la nueva empresa: Algodonera
Flandria".
"Moldeado en el capitalismo
belga, que por esos días estaba más cerca de un
feudalismo
campesino que del industrialismo humeante de las chimeneas de
Manchester, don Julio más que una fábrica quiso
construir ‘una comunidad
relativamente aislada de las áreas urbanas en donde
predominaran las relaciones de cooperación entre patronos
y obreros y donde se evitaran las consecuencias negativas que
habían acompañado el desarrollo de
la industria en
los países con capitalismo más avanzado’,
contó a La Nación Mariela Ceva, docente e
historiadora de la Universidad de Luján. También,
seguramente, alejada del fantasma rojo que había vivido en
Europa".
"Quiso desarrollar una empresa
paternalista inspirada en los principios del catolicismo social,
buscando poner en práctica las bases que el Papa
León XIII plasmó en la encíclica Rerum
Novarum. También en la Quadragésimo
Anno".
Telares en el campo
"Con todo ello llegó Steverlynck a
Jáuregui en 1928. Venía de un país que
había tenido fuertes crisis de
identidad
(Bélgica fue parte de Francia hasta
1815 y, entre dicha fecha y 1830, formó parte de los
Países Bajos), por lo tanto sabía que lograr un
sentido de pertenencia entre los trabajadores de Flandria era
algo primordial. ¿Cómo hacerlo?"
"Una forma fue la segregación residencial.
Así, se lanzó a levantar el pueblo-fábrica
en Jáuregui, donde sólo había un viejo
molino y la estación de tren. Otra fue aplicar el molde
que él tenía bien arraigado: el paternalismo. No
hay que olvidar que provenía de una empresa familiar
formada en un naciente capitalismo, con sesgo feudal campesino.
Paternalismo que, como lo explicaría por esos días
Freud,
está montado en la internalización de la
ambigüedad entre dependencia y afecto que surge en la
primera relación social: la relación con el
padre".
"Por cierto, en la Argentina de finales de los veinte,
encontrar un obrero textil calificado era tarea de
cíclopes. Así, Steverlynck le abrió las
puertas de la fábrica a gran cantidad de inmigrantes
españoles e italianos. Toda gente que había dejado
sus raíces. Gente que venía a ‘hacer la
América’. Mejor, ¿por
qué no?: a hacer la Flandria… Pero, como la gente
trabajando se hace, de los telares no sólo salieron telas,
como se verá, también salieron ‘hombres de
Flandria’ ".
"La política
social fue otra de las formas elegidas por Steverlynck para
que ese villorrio se conviertiera en el pueblo que llegó a
ser en los sesenta, donde 2000 de los 10000 habitantes trabajaban
en Flandria. Ceva, que lo sabe bien ya que no sólo vive en
Jáuregui, sino que además su padre entró en
la fábrica en sus comienzos, cuenta que dicha política
consistía en el pago de salarios altos y
el reconocimiento de una serie de derechos sociales
–como las ocho horas diarias, el salario familiar
o la licencia por casamiento y maternidad. Todo antes de que se
legislara sobre ellos. Pero, sin duda, el mayor beneficio que se
ofrecía a los trabajadores era la posibilidad de acceder a
una vivienda propia".
Símbolos
"Pero la identidad no sólo nace del paternalismo,
el trabajo y
las mejoras sociales. Hacían falta símbolos,
instituciones.
Entre 1930 y 1945, Steverlynck fundó dos parroquias, una
cooperativa
obrera, un colegio, una biblioteca, un
teatro, un club de ciclismo y un club náutico. En 1941,
los trabajadores crearon el club de fútbol Villa
Flandria".
"Pero hay una institución en la que don Julio
puso todo su corazón:
la banda Rerum novarum. Según Ceva, cuando en 1937 se le
ocurrió formar una banda, ‘era una forma de tirar
puentes hacia su Bélgica natal. Ya que las fábricas
de su padre habían tenido bandas similares’. Tal fue
la búsqueda de lazos con el origen, que trajo a Pablo
Kinderman, un maestro de música que había tocado en
la banda paterna".
"Por aquellos días, Américo Alvarez, con
sus doce años, batía el parche de su joven tambor
en la Banda Municipal de Luján. Luego vino el tiempo del
trabajo en los telares de Flandria. Así, 1937 lo
encontró con 16 años y enrolado en la banda Rerum
novarum".
"Hoy, con sus frescos ochenta años, recuerda que,
de los cincuenta y cinco músicos que tenía la banda
en sus comienzos, la mayoría eran inmigrantes. Así,
el 25 de mayo de 1937, día del debut de la
formación musical, sólo cuatro supieron tocar el
Himno Nacional".
" ‘¿Qué significaba la banda para
don Julio?’, le preguntamos a Ceva. ‘La banda era lo
que le permitía traspasar las fronteras de la patria
chica, cómo él decía. Era la que llevaba,
más allá del pueblo, los valores de
Flandria. Eran sus abanderados’ ".
"¿Abanderados de qué? Sin duda de la
concepción que Steverlynck tenía del mundo, del
trabajo. Sólo tocaban obreros o hijos de
obreros".
"Así, como recuerda José Chiurco, que con
setenta y cuatro años ya lleva sesenta y tres en soplar su
bombardino en la Rerum Novarum, tocaron en el Luna Park, en los
seis días de ciclismo. También lo hicieron para
Perón,
el papa Juan Pablo II, los reyes de Bélgica… Claro
está, además tocaban todos los fines de semana en
los bailes que se armaban en el pueblo".
La Algodonera Flandria, "Tras la quiebra,
cerró sus puertas definitivamente en 1996". "La banda
musical Rerum Novarum sobrevive a la ex empresa textil de origen
belga, que fue ejemplo de pueblo-fábrica" (6).
El médico Rafael Voet nació en 1903;
falleció en su tierra natal en 1958. "Doctorado y premiado
en 1929 en la Universidad de Lovaina, Bélgica,
desarrolló en nuestro país (1948-1957) una
actividad de trascendencia internacional. Fue miembro de la
Sociedad de Gastroenterología y Nutrición de Buenos
Aires, de la Sociedad Argentina de Cancerología y mimebro
fundador del Ateneo de Gastroenterología del Instituto de
Gastroenterología de Buenos Aires. Fue profesor titular de
Fisiología Humana y Director del Instituto
de Fisiología de la Universidad del Litoral y fundador de
cursos de
Fisiología en la Facultad de Ciencias
Médicas de Rosario" (7).
El pianista y organista Julio Miguel Adolfo Perceval
nació en Bruselas, en 1903, y falleció en Santiago
de Chile en 1963.
Fue "fundador y director de la Escuela de Música de la
Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza. Asimismo, realizó
la música para el filme El jugador (1947) y fue arreglador
en la orquesta de Julio De Caro. Entre sus obras se destacan
Triste me voy a los campos, No se puede olvidar, La madrugada y
Te he soñado. El 30 de diciembre de 1950 estrenó en
Mendoza, al pie del Cerro de la Gloria, el Canto de San
Martín, obra con letra del poeta Leopoldo Marechal"
(8).
Eugenio Juan Zappietro es un conocido autor de cuentos
policiales, que colaborò durante mucho tiempo en La Prensa
y participò en antologìas sobre el gènero.
Firmó varias obras con el seudónimo "Ray Collins".
"Comienza su carrera de guionista en 1960, en Misterix, con el
western dibujado por Vogt, ‘Joe Gatillo’,
continúa muchas series ya creadas hasta crear la propia,
‘Garret’, con dibujos de
Arturo del Castillo. En 1962 crea ‘Precinto 56’, con
dibujos de José Muñoz. Esta serie sería
retomada en el ‘74, para Récord, con dibujos de
Fernández. En esta editorial también publicó
‘Henga’, con Zanotto, bajo el seudónimo de
Diego Navarro. Ha escrito decenas de series para Editorial
Columba. Su actividad se reparte, además, entre
investigador policíaco, guionista de radio y televisión, periodista y literato" (9). El
escribió De aquì hasta el alba (10), novela en la que
narra lo acontecido a colonos, soldados e indios durante la
Conquista del Desierto, en el año 1879.
El lìder de esta gesta fue Julio Argentino Roca,
"el joven y brillante militar prestigiado por el èxito de
la campaña que concluyò con el dominio del indio
en el desierto", asì lo define Adolfo Prieto (11). La
Conquista del Desierto fue –a criterio de Exequiel
Cèsar Ortega- uno de los "hechos y factores que dieron
nueva tònica a nuestra Argentina moderna. (…) La empresa
decisiva del General Julio Argentino Roca (1878-1879) y las
complementarias hasta 1884, terminaron con el pleito secular. Se
tuvo el control
territorial en momentos de casi inminente guerra con
Chile por la posesiòn de la Patagonia. Los
caciques resultaron vencidos, se entregaron como
Namuncurà; fueron apresados como Pincèn y otros
como Baigorrita combatieron hasta el fin. Sus escasas gentes
(pocos guerreros sobrevivientes y ‘chusma’ o no
combatientes, mujeres, ancianos y niños) esperaron a
merced de los vencedores, o huyeron, transmitièndose su
alarma y su miedo mediante las señales de humo que
describe Zeballos. Estos ya no eran los centauros que
domesticaban sus caballos de guerra sin castigarlos, ni los
àgiles y huidizos maloneros. Eran los integrantes del
ocaso, descriptos por Estanislao S. Zeballos en ‘Viaje al
paìs de los araucanos’ " (12).
Por el tema que aborda, la obra de Zappietro se inscribe
en la vertiente de la "literatura de fronteras",
que ha tenido grandes cultores. Prieto considera que "la
Argentina moderna parece no guardar rastros del problema que la
agitara rudamente durante medio siglo, luego de convertirse en
una no resuelta herencia de la
Colonia. El importante ciclo de la literatura de fronteras, con
Callvucurà, los ya mencionados libros de
Mansilla y de Barros, los artìculos periodìsticos
de Hernàndez, la prèdica de Nicasio Oroño,
el simple material de informaciòn cotidiana recogida
durante años en diarios como La Prensa de Buenos Aires y
La Capital de Rosario, y los registros de
testigos calificados, como Ignacio Josè Garmendia en
Cuentos de tropa (Entre indios y milicos) (1891), el Comandante
Prado en La guerra al malòn (1907) e Ignacio Fotheringham
en La vida de un soldado (reminiscencias de la frontera) (1908),
vienen a recordarnos la inconsistencia de esa opiniòn o
prejuicio".
En la novela de
Zappietro, varios inmigrantes comparten con los criollos y los
indios un destino aciago. Se trata de hombres que se alejaron de
la civilizaciòn, por su voluntad o por causas ajenas a
ella, y se ven envueltos en una historia que les permitirà
mostrar su grandeza o su cobardìa.
Dos europeos son presentados como figuras
antitèticas, encarnaciones del bien y del mal. Se trata de
un cirujano belga y de un comerciante flamenco, los cuales, como
dos caras de una misma moneda, muestran que la vida de un ser
humano responde a los principios morales que lo orientan, y no a
las circunstancias en que se encuentra. En una misma
situaciòn, el belga se muestra probo una
vez màs, mientras que el flamenco vuelve a evidenciar su
egoìsmo criminal.
Hubert Leroy, el cirujano belga, está herido. Un
indio lo encuentra: "Era rubio, con barba arenosa, y el sombrero
yacía a su lado, con las alas embarradas. Pensó que
la única vez que viera a Catriel, cabalgando en las
oscuras llanuras del Pigüé, el dios llevaba un capelo
similar, con las armas del 5 de
caballería, cuyo jefe, Hilario Lagos, hacía largo
tiempo estaba acampado en Trenque Lauquen, esperando la
última limpieza que prometiera Roca en aquel año de
1879. Volvió a recular; tendría un sombrero igual.
Sería importante entre los aucas, que, al fin y al cabo,
eran los únicos que conservaban la leyenda de su
nación al norte del río Colorado".
Leroy "había asistido a un Napoleón y a varios príncipes de
Europa en su clínica de París. Había
asimilado las enseñanzas de la escuela de Viena y seguido
las doctrinas de Semmelweiss, como el más aplicado
cirujano de su época. Pensó en Crimea, operando al
paso de las cargas de las brigadas inglesas. Habían sido
buenos tiempos. Tiempos dignos necesariamente de un final de
escena más brillante que morir a manos de un muchacho
indio, en un continente todavía virgen. Siguió
costosamente el hilo de sus recuerdos y las mujeres que
había amado comenzaron a reír, mostrando sus
dientes delgados, que se clavaban en su piel, en tanto
un vals de Viena nacía en un costado de su herida, la
piedad de unas, el ardor de otras, todo aquello mezclado en su
viaje al norte de sí mismo, buscando huir, como el cazador
de la nada".
Debió dejar Francia, pues durante una
operaciòn matò intencionalmente a un ministro
asesino: "Decidiò matar a Desquerres cuando extirpò
las tres cuartas partes de su hìgado. (…) Cuando Francia
descubriò el crimen, Hubert Leroy estaba ya en
Amèrica". De Buenos Aires, donde se habìa
establecido, debe huir tambièn, ya que se ha conocido su
pasado y eso sirve para la extorsiòn. La opciòn era
partir o morir, y èl escoge marchar hacia el sur: "Bajo
una lluvia incoherente, Leroy divisò el carruaje, con un
auriga inmòvil, al modo de una estatua. Tambièn
presintiò un arma en la pretina del pantalòn de su
visitante. La situaciòn no le encolerizò; lo
poseyò una desagradable sensaciòn de frialdad, como
si estuviese presenciando la decapitaciòn de un
extraño".
El flamenco Roger Bary, era "mercader en aquella esquina
del infierno". "En sus mocedades, el flamenco había
destilado un buen sucedáneo del coñac
francés, motivo por el cual estuvo tres años preso
en Marsella, hasta que un buque pirata lo llevó a
Méjico, donde conoció a Guadalupe, su mujer; de
ella tuvo dos hijas y algunos adulterios, porque era rubia y
blanca, como la cerveza, y
tenía genio vivo, además de no haber nacido para
tendera, sino para reina. En algún recodo de Acapulco la
perdió en brazos de un militar que había llegado
desde Prusia a correr la aventura de Maximiliano o para plegarse
a otros aventureros que pululaban por el país. De
allí pasó a Tejas. Donde en una partida de faro
ganó lo necesario para embarcar con sus hijas hacia el
Brasil".
"A los cincuenta años, Roger Bary era un astuto y
cansado ser humano que había perdido el tema moral de la
vida. En Verónica, su hija menor, habíase
reencarnado Guadalupe, igual de rubia y de blanca, la piel
áspera y ardiente, bajo el corpiño apretado; en
Paula, la mayor, nacida en el corazón de Méjico,
latía, en cambio, su mocedad soñadora, una
dimensión mejor de la vida, tal vez la parte que exime al
hombre de darse un tiro cuando descubre lo irrisorio que es el
rey de la Creación".
"Cuando llegó al sur de la enorme
extensión que alguna vez sería la provincia de
Buenos Aires, eran pocos los pioneros que se aventuraban
más allá de la precaria línea de fortines.
Llevó allí a sus hijas no para quitarlas del paso
del pecado, sino porque temía quedarse solo y le
enamoraban las comodidades que da el dinero.
Bary era un pirata de sí mismo, que moriría el
día en que sus hijas siguiesen a su hombre. Así era
de débil quien había cruzado las dos
Américas buscando un rincón bajo el sol, una isla
donde bien morir".
Entra en tratativas con los indìgenas, aùn
a costa de la vida de sus hijas, sòlo para salvar el
pellejo: "Bary habìa negociado con los indios, en especial
con Kachipuè, cuya devociòn por su hija Paula era
conocida en todo el sudoeste; ese amor animal
del bàrbaro por la muchacha habìa dejado muy buenos
beneficios en las arcas del comerciante; ahora, el negocio tocaba
a su fin y debìa disponerse a levantar su tienda.
Habìa exprimido a soldados y paganos, vendièndoles
por igual armas y municiones. Ginebra y vicios. Y todos los
elementos que necesitaba una tribu en constante movimiento,
amenazada por la ùltima campaña nacional contra las
tolderìas".
Gabriel Báñez, "escritor y periodista,
nació en La Plata en 1951. Como periodista, se
desempeñó en La Prensa, El Cronista, Página
12, La Nación, Diario Popular, El Día y
Clarín, en el Suplemento ‘Cultura y
Nación’ de este último diario. Fue asesor de
ediciones en las editoriales De la Flor y Atántida.
Actualmente, es editor y director del Suplemento Literario del
diario El Día de La Plata".
"Su producción literaria incluye: Parajes,
novela, Primer Premio Provincial de Novela ‘Roberto J.
Payró’, 1975; El Capitán Tresguerras fue a la
guerra, novela. Ediciones De la Flor, 1980.Sello de Honor de la
Sade; Hacer el odio, novela. Editorial Bruguera, 1982. Editorial
Almagesto, 1995. Editorial Hanser Verlag (traducción al
alemán y al sueco), 1990; Góndolas, novela.
Ediciones De la Flor, 1985; El curandero del cuarto oscuro,
novela. Editorial Sudamericana, 1991; Paredón,
paredón, novela. Editorial Sudamericana, 1993; Los chicos
desaparecen, novela. Editorial Atlántida, 1995. Editions
Alphil, (traducción al francés), 1997; El circo
nunca muere, relato. Editorial Almagesto, 1996. Editions Alphil,
(traducción al francés), 1998. Primer Premio de
calidad,
concurso ‘Juan
Rulfo’, París, 1996. Primer Premio Internacional
Helguero editores de cuentos (versión de Berenice), 1984;
Octubre amarillo, relato. Editorial Almagesto, 1998"
(13)
Es el autor de Virgen (14), novela finalista del
Concurso Editorial Planeta 1997, sobre la que se afirmó:
"La Ensenada mítica de los años cuarenta es el
escenario de la historia de amor entre un cura y una chica belga,
judía y milagrosa. Novela de la Anunciación y el
Descenso y poderosa convergencia de fuerzas narrativas, Virgen
revela un presente audaz –la escritura de
las cartas que
intercambian el protagonista y su amada- una memoria negada
que nos avasalla y nos conmueve, vaticina el fin de los tiempos y
devela el estigma político de un secreto y su
traición: el del hijo del mariscal Tito de Yugoslavia y de
Evita Broz. Virgen, que es también ‘la parte
más rota y verdadera del lenguaje’, nos convierte en lectores plenos
del tiempo tatuado sobre la letra. Gabriel Báñez,
el autor de El curandero del cuarto oscuro, celebra en Virgen
secretas nupcias entre lo real y lo imaginario y, haciendo gala
de enorme poder evocativo y de una prosa a la vez precisa y
mágica, produce una novela maravillosa" (15).
En esa obra evoca la inmigración del belga Divas
y su hija, Sara. Para proteger a la niña de lo que
vendría, la madre quiso que padre e hija dejaran Europa.
"El no era judío, y lo único que ella atinó
a sentir fue la culpa, no tanto por su condición como por
ser la hija de la que había sido su esposa. Una sola cosa
le había inculcado Flora Divas de manera recalcitrante:
ser judía a pesar de todo. Ese todo quería
significar muchas cosas en su entendimiento de siete años:
su padre, el odio racial, el crecimiento intempestivo al que se
había visto obligada en los últimos meses en
Bélgica y, en particular, aquella orden, esa casi amenaza
lanzada a su marido desde el filo de la tumba: ‘ma fille
doit arriver en Amérique avant que mon cadavre
refroidisse’. El viudo había cumplido y ella ya
estaba en América, pero en el hecho de haber arribado la
chica percibía, no sabía bien por qué, un
lastre de culpas y sometimientos".
La inmigrante, décadas después, recuerda:
"Había llegado a Ensenada a finales de los treinta, con
apenas nueve años y un padre belga que, además de
venir huyéndole al antisemitismo, tenía la
abstracta pretensión de vender sombreros en una tierra en
que los hombres apenas si se cubrían las ideas con el
sudor y los sueros del frigorífico inglés
que se sostenía junto a las charcas del puerto.
Todavía podía escuchar el rolido de las aguas
contra el casco del lanchón de amarre, los saludos
violentos de la tripulación a lo lejos, y la mano aterrada
de su padre mientras le ayudaba a bajar de la planchada. No iba a
olvidarla jamás: era una mano con consistencia de pez,
húmeda y avergonzada. Desde ese día Sara Divas
sintió la exacta revelación de qué cosa eran
los hombres: personitas indefensas y minúsculas a las que
había que proteger, pero en las que nunca se podía
confiar. También conservaba una foto percudida y oxigenada
de la casa natal, en Bruselas, y algunos moldes de cabezas
humanas que su padre había ido descartando a medida que el
país se le hacía carne o corned beef y se alejaba
de los moldes ideales del pensamiento".
En la Argentina, la pequeña Sara advierte que
confunden su origen: "Durante estos primeros tiempos lo
único que no logró explicar fue su propia
nacionalidad. No era francesa, era belga, pero resultaba
inútil aclarar semejante diferencia cuando las erres se le
estiraban hasta la gangosidad y cuando los ucranianos,
judíos, rumanos, lituanos y polacos eran rusos o los
sirios y los libaneses resultaban turcos. Había llegado a
un país de tanos y gallegos y de rusos y turcos, y todo lo
que no entrara en el dos por cuatro de esa conclusión
elemental era una rareza de apellido pero nunca de nacionalidad.
Para colmo, odiaba el francés; era el idioma de su madre,
y aunque no tenía conciencia le
venía a reflotar la rutina de su voz. No tenía nada
de dulce ni de armonioso, al contrario, en todo caso era una
gárgara que se hacía funeraria por las tardes y que
empezaba a provocarle náuseas. Se lo extirpó casi a
la fuerza, después de descubrir en los fondos de la
pensión lo que nunca antes imaginó que iba a ver:
cómo lloraba su padre".
El llanto del hombre está relacionado con sus
fracasos laborales, en un país cuyo idioma desconoce: "El
viudo de Flora Divas debió salir al nuevo mundo de buscar
trabajo y fue entonces cuando cayó en la cuenta de una
realidad aterradora y elemental: no sabía una sola palabra
de castellano. Ese
día sería inolvidable. Sarita lo vio trasponer el
portón de la pensión y llegar luego hasta el fondo
de la galería para deshacerse en un llanto tibio y cordial
a los pies del único árbol que detestaba, la
glicina. Esa fue la impresión: el llanto como de seda de
su padre y la burla de los ramilletes de flores sobre su cabeza.
Nunca antes lo había visto llorar, ni en el funeral de su
madre. Se acercó, lo miró de lleno y en seguida lo
tomó por los hombros como una madre chiquita. El viudo
dijo algo incomprensible: que lloraba por el castellano que no
entendía". No obstante, "en su apatía vegetal
jamás llegó a interesarse ni a comprender
enteramente el castellano. O peor: lo padecía como un
idioma oscuro y maldito".
La pequeña recurre a la religión, aún
siendo judía, para dominar el nuevo idioma. Al ver mujeres
católicas que se confiesan, Sara Divas "imaginó que
la fe era un idioma en voz muy baja y que esas mujeres
aprendían las lecciones de rodillas, murmurando y
repitiendo. (…) Era una buena manera de aprender el idioma que
tanto atormentaba a su padre y, llegado el caso, de hablar por
él".
El sacerdote le da una estampita de la Virgen de
Luján, "a partir de ese entonces Sarita empezó a
comulgar con el castellano, porque lo aprendió a los rezos
y gracias a las oraciones que venían en el reverso de las
estampitas. Todas las tardes el padre Bernardo la sometía
a la misma liturgia: la sentaba en un taburete y frente al San
Miguel arcángel le hacía repetir letra por letra y
palabra por palabra las plegarias enteras. Oraba con verdadera
vocación didáctica y no dejaba de leer sino hasta
que llegaba al imprimátur de las tarjetas. Cuando
por fin pudo seguir el rosario de las primeras conversaciones,
sintió algo mejor que el placer de estar aprendiendo: la
revancha de estar olvidando. Creía estar dejando
atrás el odioso francés y se prometía que
con el castellano sepultaría el murmullo que había
agotado a su madre y anulado a su padre. Bernardo Benzano
celebraba los avances de la niña pero no comprendía
la disputa: ‘entre idiomas no hay peleas’,
decía".
Juan José Becerra manifestó acerca de esta
obra: "El pacto entre el sacerdote Benzano y una judía
envuelta en la mitología del milagro se introduce como
relato privado dentro de otros menos particulares: las loas
enfebrecidas a Cristo y al rumor ascendente del peronismo que
acunan los inmigrantes de Ensenada. Pero la superposición
de texturas narrativas -el fanatismo religioso y la
superstición, la efervescencia proletaria de los
frigoríficos, la historia de un amor incomprendido aun por
los amantes- establece, sin embargo, una estructura de
jerarquías. La pareja distante es un dúo de
fugitivos que construye un escenario íntimo que difiere el
momento del encuentro y radica allí una razón de
ser fuera de la Historia, la religión y la idea de lo
colectivo (16).
Horacio Quiroga nació en Salto, Uruguay;
falleció en Buenos Aires en 1937, "Es considerado uno de
los mayores autores de cuentos de la literatura en castellano. Su
vida estuvo marcada por ribetes trágicos: asistió
de pequeño a la muerte de su padre, mató
accidentalmente a su mejor amigo y su primera esposa se
suicidó. Dedicado a la química y la
fotografía, en 1900 emprendió un viaje a
París. De regreso, su vida transcurrió entre Buenos
Aires, Chaco y Misiones, donde llega en 1903 acompañando a
Leopoldo Lugones. Alternó la docencia y el oficio de juez
de paz y oficial del Registro Civil.
Entre sus principales obras cabe destacar Cuentos de amor, de
locura y de muerte (1917), Cuentos de la selva (1918), Anaconda
(1921), La galina degollada y otros cuentos (1925) y El regreso
de Anaconda (1926), además de las novelas Historia de un
amor turbio (1908) y Pasado amor (1929)" (17).
En "Van-Houten", cuento que toma su tìtulo del
apellido del protagonista, aparece un "belga, flamenco de
origen", al que "se le llamaba alguna vez
Lo-que-queda-de-Van-Houten, en razòn de que le faltaba un
ojo, una oreja, y tres dedos de la mano derecha. Tenìa la
cuenca entera de su ojo vacìo quemada en azul por la
pòlvora. En el resto era un hombre bajo y muy robusto, con
barba roja e hirsuta. El pelo, de fuego tambièn,
caìale sobre una frente muy estrecha en mechones
constantemente sudados. Cedìa de hombro a hombro al
caminar y era sobre todo muy feo, a lo Verlaine, de quien
compartìa casi la patria, pues Van-Houten habìa
nacido en Charleroi" (18).
Acerca de ese texto, escribe
Eduardo Romano: "Quiroga trazó, en Los tipos, varios
notables perfiles con relieve. Entre
ellos, y el lector emplazó una primera persona muy
autobiográfica, directamente vinculada con la
acción, según se aprecia ya en ‘Van
Houten’: ‘-¡Ya vé! –me dijo,
pasándose el antebrazo mojado por la cara aún
más mojada- que hice mi canoa. Timbó estacionado, y
puede cargar cien arrobas. No es como esa suya, que apenas los
aguanta a usted’. O que tiñe el relato con su propia
subjetividad: ‘Yo siempre había tenido curiosidad de
conocer de primera fuente qué había pasado con el
ojo y los dedos de Van Houten. Esa siesta, llevándolo
insidiosamente a su terreno con preguntas sobre barrenos,
canteras y dinamitas, logré lo que ansiaba’. Que el
personaje mismo le contara tres cruentos accidentes de
los que había salvado la vida –ya que no la
integridad- por milagro. La impersonal desaprensión de Van
Houten, quien se limita a comentar con un ‘¡Bah…!
¡Soy duro!’ cada uno de esos relatos, da la pauta del
poder autodestructivo de esos tipos quiroguianos, producto en
parte de observar a ciertos habitantes de la zona,y en parte
remoción de sus propios fantasmas interiores"
(19).
…..
Testimonios, biografías y obras
literarias nos hablan de esta inmigración que ha sabido
dejar su huella en nuestro país.
- S/F: Para todos los hombres del mundo que quieran
habitar el suelo
argentino". Buenos Aires, Clarín. - Varios autores: Enciclopedia Visual de la Argentina.
Buenos Aires, Clarín, 2002. - Lusso, Roxana: "Segunda colonización de Los
Sunchales", en www.sunchanet.com.ar. - Luchetti, Jorge: "Del Teatro Colón a Villa
Urquiza", en El Barrio, Periódico de Noticias, Buenos Aires,
Diciembre de 2002. - Entraigas, Raúl Agustín; "Polidoro
Segers, el primer médico de Tierra del Fuego", en Museo
del Fin del Mundo. Biblioteca Virtual,:www.Tierra del
Fuego.org.ar - Iglesias, Jorge: "Flandria, la ciudad-fábrica
cuyo espíritu vive en una banda", en La Nación,
Buenos Aires, 28 de enero de 2001. - Varios autores: Enciclopedia Visual de la Argentina.
Buenos Aires, Clarín, 2002. - ibídem
- S/F: "Ray Collins", en
www.oniescuelas.edu.ar. - Zappietro, Eugenio Juan: De aquì hasta el
alba. Barcelona, Planeta, 1971. - Prieto, Adolfo: "La ideas y el ensayo",
en Historia de la literatura argentina, Tomo II. Buenos Aires,
CEAL, 1980. - Ortega, Exequiel Cèsar: Còmo fue la
Argentina (1516-1972). Buenos Aires, Plus Ultra,
1972. - S/F: "Staff", en
www.lacomunalaplata.gov.ar. - Báñez, Gabriel: Virgen. Buenos Aires,
Sudamericana, 1998. - S/F: en Báñez, Gabriel: Virgen. Buenos
Aires, Sudamericana, 1998. - Becerra, Juan José: "En vidriera", en
Clarín, Buenos Aires, 18 de abril de 1999. - Varios autores: Enciclopedia visual de la Argentina.
Buenos Aires, Clarín, 2002. - Quiroga, Horacio: "Van Houten", en Los desterrados-
El regreso de Anaconda. Buenos Aires, Losada, 1997. - Romano, Eduardo: "Horacio Quiroga", en Historia de la
literatura argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
Trabajo enviado por
María González Rouco
Lic. en Letras UNBA, Periodista Profesional
Matriculada