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Filosofia y capitalismo mundial




Enviado por paulrmel



    1. Parte I
    2. Parte II
    3. Parte III
    4. Parte IV

    I

    Hay más de una razón para
    categóricamente afirmar que tenemos las experiencias
    más irrentables y más desgastadas de la historia moderna. El
    capitalismo,
    sistema social
    que brota de la experiencia de modernidad
    científica, más que contribuir de manera positiva a
    la historia lo ha
    hecho de la manera más contradictoria y caótica
    posible. El mundo altamente capitalizado no da para más. Y
    aún la tecnología,
    incuestionable dispositivo de su progreso, no ha cesado de
    imponerse, de triunfar. Jamás la subjetividad humana, por
    su parte, ha tenido experiencias tan caotizadas y depresivas como
    las estratégicas por la panacea económica del
    mercado, las
    aparentemente a-políticas
    de la democracia
    liberal, las psicológicas de las guerras
    interétnicas e internacionales, las estéticas del
    tele-poder
    informático y comunicacional, las morales del cinismo del
    'vale-todo', las corporales por la pobreza y el
    hambre.

    Lo que ha tenido lugar en la experiencia de modernidad
    capitalista, dice Walter Benjamin, "no es un reanimarse
    auténtico, sino una galvanización" de lo humano.
    Benjamin le dice al hombre
    occidental: "Una pobreza del todo
    nueva ha caído sobre el hombre al
    tiempo que ese
    enorme desarrollo de
    la técnica […] Y a dónde conduce simularla o
    solaparla es algo que la espantosa malla híbrida de
    estilos y cosmovisiones en el siglo pasado nos ha mostrado con
    tanta claridad que debemos tener por honroso confesar nuestra
    pobreza.
    Sí, confesémoslo: la pobreza de
    nuestra experiencia no es sólo pobre en experiencias
    privadas, sino en las de la humanidad en general. Se trata de una
    especie de nueva barbarie. ¿Barbarie? Así es de
    hecho. Lo decimos para introducir un concepto nuevo,
    positivo de barbarie"

    La filosofía en esta "nueva barbarie" de rostro
    tecnológico y mercantil ha dejado de comunicar, al menos
    en las funciones
    cognitivo-morales que asumió con la
    Ilustración. Karl Jaspers decía que la
    filosofía debía "pugnar por la verdad y por la
    humanidad en una comunicación sin condiciones". La
    filosofía dejó de comunicar porque el objetivo de la
    autocrítica nihilista no fue la de porfiar
    cognitivamente por la verdad ni tampoco la del sacrificio
    moral. La
    filosofía del siglo XX asumió metodologías
    relativistas, perspectivas fragmentarias y legitimaciones
    equivocadas, pero no un punto de vista cognitivo-moral
    comunicable. La filosofía, por esas equivocaciones,
    perdió memoria
    histórica y el filósofo la credibilidad para
    hablar de lo existente. Ha de verse en ello una gran falla
    política
    que genera una profunda y, a la vez, positiva conciencia de
    culpa. La filosofía necesita de gestos posibles, en
    esencia, gestos políticos, que unifiquen lo cognitivo
    rectifiado a lo moral integrado.

    La experiencia contemporánea de la
    filosofía no es que sea la de lo inexpresado ni tampoco la
    del inmoralismo. Se comete un error si así se piensa, pero
    sí fue la experiencia de lo impensado y la de la inversión. Con ello jugó
    peligrosamente a recuperar lo perdido de su prehistoria y
    a desestabilizar el mínimo alcanzado en su historia.
    Devino en una postfilosofía, cuyas reflexiones
    oscilaban entre el criticismo y el nihilismo, y en donde lo
    cognitivo se destronó de sus formas universalistas de
    comprensión y lo moral adquirió expresión de
    individualidad des-universalizada. La filosofía, sin
    embargo, expresó y enjuició hasta donde pudo la
    tragicidad del hombre en esa
    desarmante tecnificación capitalista que se imponía
    desde mediados del siglo XIX. No dejó de gravitar en la
    relación entre "crecimiento del mundo técnico" y
    "crisis de la
    subjetividad" racionalista, aunque los "montones de ruinas" que
    la autodestrucción dejaba no encontraron su debida
    restauración.

    Hoy, sin embargo, parecen haber cambiado las cosas para
    la filosofía. Se sigue desconfiando de sus criterios
    universalistas de legitimación, pero ella se siente
    llamada a meditar sobre su lugar y papel en la
    mundialización capitalista en curso. Preguntado una vez
    que era lo que había sacado de la Filosofía, el ya
    antiquísimo griego Aristipo respondió: "El poder
    conversar con todos sin miedos". Las dimensiones de maniobra de
    la veloz tecnificación del mundo y las consecuencias
    desastrosas de una historia prometida y cínicamente
    burlada han achicado los espacios de actuación del
    decir de la filosofía. Se descree de su principio
    de legitimación y de su argumentación racional
    misma, pero no hay que olvidar que la filosofía
    tomó principio hablando del género
    humano. Si ella ha de terminar definitivamente ha de ser cuando
    lo (in)humano se acabe. La realidad con tanta
    super-técnica puede haberse des-materializado como ha
    teorizado Jean Francois Lyotard, pero el pensamiento
    nunca podrá llegar a ese estado.

    El también griego Zenón, el
    discípulo de Crates, decía que: "Después de
    haber naufragado es cuando navego felizmente", es decir, "me
    impele a la filosofía". La filosofía no puede ya
    presenciar una segunda muerte de ella
    misma. La filosofía hoy ha de ir a una cita futura con el
    pensamiento
    porque, aún en su condición de perplejidad, la
    filosofía sabe lo que le falta. La expansión y el
    desgaste que produce el tecno-capitalismo sobre el tejido social
    humano ha hecho "progresar" a la filosofía, o más
    bien, le exigen al filósofo una "forma futura" de pensar,
    la cual está aún por elaborarse. Hay aquí, y
    es ello un buen síntoma, una poderosa razón para
    seguir conversando, sin miedo alguno, de
    filosofía.

    II

    Pensar hoy las condiciones de la
    globalización y la fragmentación asociada a
    ella significa dos cosas. Por un lado, examinar la totalidad de
    las dramáticas condiciones de existencialidad del sujeto
    (o de los sujetos físicos) en el caótico espacio de
    esta "nueva barbarie" y, por el otro, apegarse –moralmente-
    en la escritura a
    una voluntad infinita de proceder en el desajustado tiempo de hoy.
    Hagamos progresar a la filosofía. ¿Por qué
    seguimos temiendo tanto atener el juicio teórico a la
    "razón total humana" y asirnos a criterios universales de
    verdad moral? Creo que ya estamos bien hartos de una obligada y
    suficiente crítica, a la que se entregó la
    filosofía después de Hegel, censurando
    los excesos de comprensión universalista y el éxito
    teleológico de la razón moderna. Se necesita hoy
    pensar después de esa crítica y más
    allá de esa crítica. Ese después y ese
    más allá de la crítica, a la cual no ha de
    renunciarse, es de naturaleza
    política.

    No se trata ya de situar la responsabilidad o la culpa epistemológica
    de la filosofía del sujeto en la herencia
    histórico-trascendental de la razón occidental.
    Esto ya se ha hecho y en abundancia. Ahora se trata de
    pronunciarnos por la responsabilidad política del que hace
    filosofía ante las tendencias empíricas del
    tecno-capitalismo contemporáneo y las consecuencias de su
    deteriorado orden de cosas. En el tiempo de una vertiginosa
    expansión y dominio del
    capital sobre
    la base del salto tecnológico de la "nueva economía", hay un
    nuevo entusiasmo posthistórico de conciencia, el de
    un neopragmatismo que responde en términos de una
    filosofía neoliberal del mundo. Pero curiosa la
    ambigüedad de este discurso: da
    por terminado el universalismo del ideario moderno y, a su vez,
    se excede en los arrobos políticos del mito liberal.
    ¿Acaso el metarrelato del liberalismo
    político contemporáneo, el de la utopía del
    mercado y de la
    democracia
    liberal no se sujeta a una Idea que legitima una historia de
    máxima universalidad? ¿Acaso no hay en el discurso
    neoliberal una especie de apriosmo de conciencia sobre el que se
    sostienen todos los teoremas de una historia pensada y legitimada
    en una Idea de carácter
    universalista?

    El capitalismo ha triunfado en todos sus ordenes
    posibles. Contrario a lo que se piense también ese triunfo
    pertenece al orden epistémico-discursivo, más
    concretamente, el del género de
    discurso de tipo político y económico de carácter
    abstracto y pseudo científico. Vencer es, por su parte,
    una especie de experienicia de (la) destrucción; por eso
    la modernidad con su invulnerable uso de razón
    técno científica es el triunfo del desorden.
    ¿No habría entonces que atacar al capitalismo, como
    dice Pierre Bourdieu, "en su terreno privilegiado, el de la ciencia,
    principalmente económica"?

    Un importante triunfo técnico, pero siempre a
    base de males: corrupción, soborno, prostitución, desintegración,
    fragmentación, injusticia, deterioro, insolidaridad. Queda
    aún un lugar, o un reducto de lugar, sin embargo, donde el
    capitalismo no ha de triunfar definitivamente. Ha invadido la
    subjetividad humana, pero ese triunfo encuentra sonadas resistencias
    en la sensibilidad teórica y en la militante conciencia
    social de una "resistencia
    ciudadana cada vez más internacional"(S. George). Davos,
    Seattle, Washington, Praga, Quebec, Barcelona, Génova,
    escenarios en los que, desde 1999, se han desarrollados reuniones
    de alto rango gubernamental de la elite
    económico-política mundial (FSM de Davos, OMC, G-8),
    demuestran la capacidad de respuesta y la dimensión
    internacional del movimiento
    ciudadano anti-globalización.

    Filosofar hoy significa pensar la irracional y
    especificada totalidad capitalista del día de hoy, las
    verdaderas "sendas perdidas" de la consumación plena de la
    impronta técnica (económica, política,
    militar, cultural, mental) del capital. "No
    hay tarea más urgente que inventar las nuevas formas de
    pensar y actuar que impone la precarización", dice
    también Pierre Bourdieu. La centralidad absoluta de
    nuestra época no es tanto epistemológica como
    sí onto-político-lógica.
    Es política, político-social. Es, por tanto, una
    oportunidad para el pensamiento.

    ¿Puede haber unas meditaciones ontológicas
    hoy de la filosofía que no sean políticas?
    ¿Puede la filosofía hablar en esta era del
    super-capitalismo global que no sea si no política-mente?
    Por político(a) ha de entenderse aquí la actividad
    responsable de pensamiento en asuntos teóricos y morales y
    que sitúan al pensamiento en una posición
    comprometida en su ejercicio de pensar la realidad.
    Política es aquí el activismo militante
    (público, ciudadano, clasista) y la responsabilidad
    intelectual del pensamiento para con su realidad. Este activismo
    comprometido va más allá de un estricto criterio
    ideológico y clasista de pensamiento, aunque tampoco se
    desentiende de él. Lo contiene y lo implica. De esta
    manera habría que entender el actual movimiento
    ciudadano internacional anti-globalización.

    La centralidad de nuestra época histórica
    es la de unas condiciones capitalistas mundiales que, por el alto
    nivel de concentración de poder disociante que contiene,
    está generando un espíritu intelectual a favor del
    pensar político. Esta conciencia emergente es la de un
    sujeto-agente inmediatamente contemporáneo con una forma
    futura de acción inmanente al proceso mismo
    del hacer-decir del pensamiento. La escritura que
    ha de corresponderle a esa forma futura de conciencia ha de ser
    una escritura consecuente y consciente para con su tiempo. La
    escritura de la filosofía hoy ha de inscribirse en un
    sujeto, que si bien ya no ha de tener el título de sujeto
    psicológico o trascendental, sí ha de tener la
    credencial de sujeto-compromiso prestamente destinado a la
    acción práctico-teórica del pensamiento.
    Esta acción no es otra que la de la escritura en la
    decisión política del pensar.

    Roland Barthes intentaba decir algo parecido cuando
    afirmaba en aquel convulso momento de los años 60 que
    "escribir, hoy en día, es constituirse en el centro del
    proceso de la
    palabra, es efectuar la escritura afectándose a sí
    mismo, es hacer coincidir acción y afección, es
    dejar al que escribe dentro de la escritura, no a título
    de sujeto psicológico … sino a título de agente
    de la acción". Es este el papel de la
    filosofía hoy acompañando la resistencia del
    movimiento social anti-globalización.

    III

    Las condiciones de expansión, crecimiento y
    destrucción asociadas a la fase neoliberal del actual
    capitalismo han hecho que la filosofía, en medio de su
    agonía, reconsidere su orientación discursiva.
    Después del mal viaje histórico
    criticista-negativista, trazo de una violenta voluntad de
    lenguaje-límite que recorrió todo el
    espacio racionalista de la filosofía, se observa como la
    filosofía (lo que queda de ella) saca lecciones de aquella
    experiencia y reorienta el modo de proyectar el discurso. Ahora
    ella ante la complejidad de la realidad social (se) interroga y
    medita "en otra forma" por el necesario lugar de
    intervención del discurso. Si se ha reconocido la
    objetividad más que real (antagónica,
    política) de los efectos de la universal y concreta
    capitalización en curso, buen argumento para la
    filosofía sería que ella se pronuncie por una nueva
    política de la representación o de la
    cognición.

    El espoleado problema del modo de representar exige hoy
    otro tratamiento de modelo
    cognitivo en el que se teorice a profundidad los problemas de
    la producción de subjetividad en este momento
    de la realidad social. Habría entonces de elaborarse, en
    el nivel de la subjetividad teórica, una estrategia
    (rectificada y sopesada) del modo de comprensión en la que
    la mirada crítica de la filosofía visualice y se
    pronuncie por el (posicionado) lugar existente y la presencia en
    ese (contradictorio) lugar del "juicio total de razón
    humana". Puede llamarse a esta política de la
    representación la cuestión (inminente) del pensar.
    Hacer uso de ella significa que el pensamiento ha de interpretar
    a profundidad la situación real (total y empírica)
    de los sujetos sociales. Cuestión teórica en el
    sentido de pregunta (interrogación) y de demanda (de
    urgente meditación) del filosofar.

    Desde Kant sabemos que
    la única forma histórica posible de la
    filosofía era arrimar el
    conocimiento (y su modo de funcionamiento) a la realidad
    social. Forma histórica en la que las categorías de
    sujeto y objeto apareciesen no sólo reveladas de sus
    propios límites,
    sino también revestidas de las marcas y
    contradicciones histórico-sociales. Los desplazamientos y
    revisiones a fondo en los registros
    epistémicos del modo de representar de la filosofía
    no dejaron de tener lugar, y desde entonces el filósofo no
    ha salido de ese espacio de reajuste crítico
    (teórico y metodológico) del discurso. Estaban
    justificadas esas decisiones filosóficas, aunque no
    siempre eran atinadas ni justas.

    Los proyectos
    genealógicos y desconstruccionistas más que
    replantear el problema de la cognición la desbancaron de
    sus categorías y contenidos básicos. La
    crítica exegética al uso no se planteó nunca
    ni renovar el análisis de la comprensión en un
    nivel superior ni introducir en ella la actitud
    ética
    consecuente. En muchos casos tal crítica fue la de una
    escritura sibilina (M. Heidegger), excesivamente textualista o
    retórica (J. Derrida, P. de Man) y políticamente
    censurable (J. F. Lyotard). Ellas se aproximaban, a su manera, a
    la representación de la realidad histórica pero
    eran producciones teóricas torcidas y claramente
    ideológicas.

    No hemos aún salido de ese re-decidido espacio de
    (re)elaboración epistemológica de la
    conmprensión filosófica. Actuamos en su interior y
    desde ese trazo filo-crítico se proyecta siempre una
    ideología de trabajo del pensamiento, esto
    es, modos ideales de producir conceptualizaciones en
    relación con una determinada práctica
    socio-histórica del sujeto. El último de esos
    guiños teóricos e ideológicos -según
    Lyotard- de "reescritura" epistemológica (el de "post")
    nos ha puesto en la siguiente disyuntiva: ¿cómo
    localizar y volver conceptualmente disponibles las realidades y
    experiencias últimas de nuestros discursos y
    formas de comprensión?

    El debate y la
    crítica en torno a la
    (des)legitimación del estatuto teórico y
    político del metarrelato moderno intentó exponer
    una victoriosa comprensión de la historicidad
    contemporánea. Sin embargo, el post filosófico
    pifió tanto en la conformidad conceptual como en la
    localización de realidad de esa conceptualización.
    Con su principio de la Diferencia pretendió articular con
    la práctica socio-histórica del momento, pero
    terminó desarticulando de forma violenta la
    comprensión racional de la realidad. Hay que plantearse
    hoy bien en serio una nueva política de la
    representación del pensamiento. En ella va,
    particularmente, el destino de la filosofía en sus
    actuales y futuras condiciones de actuación.

    El proceso histórico de re(des)organización mundial del capitalismo
    está aún por teorizar. Necesita en su nivel
    tendencial de despliegue (estructural, tecnológico e
    ideológico) de un correspondido modo teórico de
    argumentación en relación con la profunda
    asimilación teórica que demanda.
    Cierto es que la capitalización de la vida vigente
    desarticula y disuelve toda forma políticamente centrada
    de subjetividad, pero también es cierto que urge definir
    "en otra forma" el problema de la representabilidad en su espacio
    de despliegue. Se necesita, ha insistido Frederic Jameson,
    "renovar el análisis de la representación en un
    nivel superior y mucho más complejo", y en esa
    política de la cognición se deben "plantear
    necesariamente los temas espaciales [del super-capitalismo
    contemporáneo] como inquietud organizativa fundamental"
    del pensamiento.

    ¿Por qué "renovar" y "en otra forma" el
    análisis de la representación? Los procesos de
    realidad del neocapitalismo (crecimiento, expansión,
    liberalización, colonización, ajustes,
    desintegración, especulación, simulación) han transformado radicalmente
    la sociedad y su
    modo de producción material-espiritual, y exigen
    una nueva articulación de la filosofía –dice
    Jameson- "en relación con su exterior, su contenido, su
    contexto y su espacio de intervención y eficacia". En su
    libro Teoría
    de la Postmodernidad
    (1996) el marxista norteamericano analiza la identidad
    entre sistema
    capitalista y -lo que él llama- la "lógica
    cultural" que le es inherente en su "tercera fase" de desarrollo (el
    postmodernismo). Su objetivo es
    "forzar un modo histórico de pensar", el cual se oponga y
    contrarreste los efectos relativistas y aleatorios del
    nominalismo de la "navaja epistemológica" del post
    filosófico.

    El esfuerzo de Jameson se encamina a mostrar que el
    único camino posible para superar ese nominalismo es
    retornar, de manera rectificada, a la política moderna
    (marxista) de la cognición. No en balde su análisis
    se centra en el problema fundamental de la relación entre
    lo universal y lo particular, el verdadero drama de la epistemología moderna y el que ha producido
    esos incesantes desplazamientos y rectificaciones de los registros de la
    comprensión filosófica. ¿Dónde
    falló la representación moderna? En la
    comprensión de la universalidad de manera abstracta en la
    que, a su vez, se conservaba el beneficio abundante y burdo de la
    interpretación teleológica. Parecía que en
    esa cognición moderna no existía situación
    real del sujeto. Y, sin embargo, el sujeto (incluso el sujeto
    ideal) tenía una especificidad social como sujeto-cuerpo,
    y una movilidad histórico-concreta de
    actuación.

    La nueva política de la cognición consiste
    en que el conocimiento
    no ha de dejar de referirse a la situación Real
    (fáctica experiencial, individual y colectiva) de
    existencia y, al mismo tiempo, ha de preservar su relación
    con la irrepresentable totalidad en la que está apresado
    el sujeto. Lo abstracto (el conjunto de las estructuras
    sociales como un todo) ha de comprenderse como la forma
    generalizada de pensamiento en la que este totaliza la
    ubicación y situación existencial-empírica
    de globalidad de los sujetos concretos. Pensar esta
    "dialéctica representacional" es lo que Jameson sugiere
    con su tesis de la
    "cartografía cognitiva" para teorizar la
    compleja lógica espacial del capitalismo multinacional
    contemporáneo.

    Jameson propone (tras los pasos de Marx y Sartre) que el
    concepto de
    "situación" entre nuevamente en la filosofía, en la
    dialéctica del "nuevo modo de pensar" la complejidad
    histórica de la mundialización capitalista. La
    filosofía ha de argumentar las condiciones objetivas y las
    actuaciones históricas del sujeto desde lo que Sartre
    llamó un "saber posicionado". El saber no ha de reabsorver
    al hombre ni en los arrobos de subjetividad abstracta ni en
    "nociones sintéticas inmutables y fetichizadas", sino que
    ha de incorporar a su conceptualización totalizadora el
    "movimiento real" de la práctica socio-histórica
    del hombre. Era esto lo que perseguía aquel programa
    filosófico de fundir el marxismo con
    el existencialismo: buscar o situar al hombre "donde
    quiera que esté, en su trabajo, en su casa, en la
    calle".

    Se trata, para Sartre, de elaborar unas "síntesis
    concretas" de pensamiento "en el interior de una
    totalización en movimiento y dialéctica que es la
    historia". En esa operación epistemológica se
    conserva la relación con la totalidad del aquí y
    ahora sin suprimir el "movimiento real" de lo ónticamente
    universal. Solo así, consideraba Sartre, la
    filosofía podía "devenir-mundo". La
    filosofía ha de argumentar hoy desde esta "epistemología realista" en la que el
    conocimiento se sitúe en el mundo para dar cuenta de
    las condiciones del "hombre real en medio del mundo real" y no se
    divorcie de "la relación real del hombre con la historia".
    .

    Representar (comprender) la nueva historicidad del
    capitalismo internacional es situar el conocimiento
    en la instancia del hacer del pensamiento, esto es, en la
    acción (teórica y práctica) del
    experimentador de conceptos y gestos filosóficos. El
    objetivo de los "mapas cognitivos"
    que sugiere Jameson, a su vez, es "dotar al sujeto individual de
    un sentido más agudo de su lugar en el sistema global" de
    las relaciones sociales capitalistas. Con esta centrada forma de
    subjetividad, sin duda problemática pero hoy necesaria, la
    filosofía habría de re-encontrar "un punto exterior
    al enorme Ser del capital para, desde allí, atacarlo".
    Ella, así mismo, ayudaría a que el sujeto
    recuperase -dice Jameson- su "capacidad de acción y de
    lucha hoy neutralizada por nuestra confusión espacial y
    social".

    ¿Qué tipo de acción y de lucha hoy
    se necesita? Espinosa cuestión para el intelectual
    progresista situado siempre al costado izquierdo y presenciando
    los progresos y desarreglos del capitalismo internacional.
    Bienvenido siempre será el llamado de Marx a la
    "transformación" total de las relaciones y los espacios
    sociales, más este tipo de
    acción-transformación parece hoy impracticable al
    menos como lo exigía el marxismo.
    ¿Revolución
    socialista mundial? Poco probable. Los actuales movimientos
    sociales en contra del capital corporativo multinacional tienen
    un carácter antimperialista y no es que renuncien a la
    demanda de cambio social,
    pero van en direcciones divergentes. Aún en la exigida
    pluralidad no encuentran la necesaria convergencia.

    El movimiento ciudadano anti-globalización
    contemporáneo está cada vez más
    convirtiéndose en un frente común que (re)activa
    las resistencias
    sociales, tienen un programa de lucha
    consciente, pero aún carece de identidad
    teórica y de estrategia de
    lucha anti-sistema internacionalmente. Movimiento ciudadano en
    formación, justamente en la práctica consolidada de
    la "nueva barbarie" neocapitalista. Sus principales
    representantes sociales (J. Bové, J. Zerzan) y lideres
    teóricos (S. George, N. Klein, I. Ramonet y la gente de
    ATTAC) exponen un pensamiento crítico alternativo, por
    momentos radical, que hace frente al capitalismo, pero nada, o
    casi nada, tiene que ver con el marxismo.

    El carácter político de la
    visión-acción del sujeto teórico, sin
    embargo, es ya irrenunciable para el filosofar de nuestro tiempo.
    Desde la Revolución
    Francesa lo político es investido por lo social y, a
    su vez, queda concebido como representación, es decir,
    como inscripción de una verdad que da sentido o significa
    una realidad expresada racionalmente. Con el marxismo (momento
    que supera a la Ilustración) queda claro que lo
    político es una forma de conciencia
    (representación) irreductible a lo universal-abstracto, y
    es la propia dinámica de lo social quien llena de
    contenido real al gran relato
    político-emancipativo. Desde entonces la crítica
    filosófica y el programa político cobran fuerza en el
    nivel mismo de pensamiento teórico de cara a la
    acción práctica del sujeto.

    Cierto es que las formas teóricas legadas de la
    política clásica (incluida la marxista) desde
    entonces tienen efectos contraproducentes en la
    comprensión del mundo global contemporáneo. No
    dejan de ser atendibles los asuntos cognitivos en la
    inadecuación entre realidad empírica e ideal
    regulativo, pero hoy más que nunca se necesita producir
    conceptualizaciones y modos teóricos políticos para
    reflexionar las cuestiones fundamentales de la forma
    (política) del mundo. Comprender la complejidad de
    la
    metamorfosis social y las des-regulaciones que la
    "hiperpolítica" monopólica produce sobre lo deforme
    social es pronunciarse el pensamiento por un sistémico
    decir político.

    El mundo y la filosofía han perdido la forma
    política. No tienen ni forma ni identidad.
    ¿Está la filosofía a la altura de los retos
    globales? ¿Puede ella después de la "muerte de
    Dios" decir algo políticamente situado en la era
    del super-capitalismo mundial? La capitalización del mundo
    ha tenido un éxito
    político: despolitizar la hechura de la modernidad. Su
    discurso incluso de la democracia y los derechos humanos
    es una abierta manipulación que destruye el contenido
    originario de este concepto: poder del pueblo. Hay que
    situar el pensar justamente allí en la forma
    sistémica en donde la dinámica real y sincrónica de lo
    social (pluralismo, diferenciación, relativización)
    lo desarticula y lo disuelve, pero también lo integra en
    su movimiento a la totalidad. Estamos situados en un
    "sistema-mundo" nihilizado y alienante, tanto por su
    conformación originaria como por su proyección
    (material e ideal) histórica.

    Jean Francois Lyotard consideraba que "espantarse ante
    la alienación es un error". Esta despolitización
    por desvalorización de la conciencia en buena medida es
    fruto del poder hipnótico de las nuevas
    tecnologías comunicacionales del Sistema . Haciendo
    gala de un (des)politizado criterio respecto al efecto
    dañino de "la penetración del capitalismo en
    el lenguaje"
    Lyotard decía:

    "No estamos alienados ni por el teléfono ni por la
    televisión, en tanto que medios
    (media) […] El hecho de que el hombre
    dé lugar a un conjunto complejo y aleatorio de operadores
    no es alienación. Los mensajes no son más que
    estados de información, resultados de
    metástasis, sujetos a catástrofes […] El lenguaje no
    es ningún 'instrumento de comunicación'. Es un complejo
    archipiélago compuesto de dominios de frases de
    regímenes tan diferentes que no es posible traducir una
    frase de un régimen (descriptivo, por ejemplo) a otro
    (valorativo, prescriptivo)".

    ¿Puede así criticarse al super-capitalismo
    contemporáneo (su expansión de mercado, su
    estrategia tecnológica, su especulación financiera,
    su violencia
    comunicacional, su voluntad de poder tele-informático, sus
    viciosas habladurías sobre el "Estado de
    derecho", su destrucción-renovación
    técnica)? Hemos de renegar de todo tipo de conciencia
    fragmentaria y aleatoria que (consciente o inconscientemente)
    articule con el paradigma
    ideológico-cultural en esta era del neocapitalismo en
    curso. Si incluso aceptamos y nos regimos por el tan esgrimido
    principio de las diferencias no habría otra forma de
    pensar el espacio (público) y el tiempo (histórico)
    del super-capitalismo contemporáneo que desde una seria
    perspectiva política de pensamiento.

    No caven ni se admiten ambivalencias en esta nada ligera
    decisión de pensamiento. El pensar ha de
    inscribirse en un hacer-decir de sentido político.
    La filosofía, por su parte, ha de volver a jugar funciones de
    ilustración: fundamentación
    racional, comunicación entre las esferas de valor,
    crítica pública, conciencia moral. Si ella ha de
    articular su decir político en torno a una
    verdad única y absoluta esta ha de ser la de pensar
    políticamente el evidente desastre (técnico)
    y la incesante desfiguración (ya por medios
    bio-químico-militar-tecnológicos) que produce el
    capitalismo en su proceso de deshumanización y
    desvalorización del género humano.

    La filosofía no tiene hoy excusas para no pensar
    la esencia de las formas y los modos de lo capitalista-mente en
    cuanto universal existente. La filosofía ha de "fijar la
    vista" en ese contradictorio exterior o "ser ante los ojos" que
    el capital diseña funcional y espacialmente en toda la
    sociedad. La
    capitalización de la vida es el perverso proceso que
    provoca eso que Heidegger llamó el "estado de
    yecto" o de arrojo abierto al mundo del "ahí" del
    "ser". Pero también el controvertido filósofo
    alemán (que en cuestiones de crítica a la
    modernidad tecnificada tuvo sus aciertos) dice que "la
    expresión estado de yecto busca sugerir [a la
    fundamentación filosófica] la facticidad de la
    entrega a la responsabilidad".

    Aunque la teorización heideggeriana sobre el
    ordenamiento del ser es sibilina ella no deja de apuntar a una
    urgencia de la filosofía. Esta última no ha de huir
    sino "encontrar" el anhelado "estado de ánimo" en tanto
    necesario momento de un dirigirse a comprender ese estado de
    "caída" que produce lo universalmente existente. En
    definitiva son las secuelas de lo universalmente como esencia
    existente lo que provoca el "estado de ánimo" o el "fijar
    la vista" de la filosofía en ese "ser ante los ojos" y la
    entrega a ella de la responsabilidad (decisión) de
    pensamiento.

    Pero la filosofía hoy no ha de contentarse con
    una ética de
    la temporalidad en la que se camufla el sentido del debe del
    filósofo y a la palabra se le hace salir del hablar y del
    escribir en su horizonte anticipativo de decir político.
    Las cuestiones de actitud y de
    compromiso ético no son triviales o carentes de sentido.
    Aquí está la falla, injustificada en cualquier
    caso, de todas las variantes de filosofías que desde el
    siglo XIX pretendieron desautorizar el papel regulador del
    criterio de legitimación racional-moral del enunciado
    práctico-político sobre el mundo. Sobre todas esas
    críticas, más allá de la fertilidad de sus
    reformulaciones epistemológicas, gravita una culpa y una
    responsabilidad moral.

    La filosofía actúa hoy en una impronta
    mundializada del capital sobrecargada de significados y plagada
    de consecuencias históricas. La desajustada forma-mundo de
    la neocapitalización contiene la des-valorización,
    la des-unión y la no-identidad. Pensar el aquí y
    ahora global y fragmentado implica poner en movimiento un gesto
    ético de pensamiento contrario a aquel retorcido de
    "desembarazarse definitivamente del humanismo" (M.
    Foucault) o el de
    desplazarse "desde la definición histórica a la
    problemática de la lectura"
    (P. de Man).

    Hay que (re)inscribir lo político moralmente
    asumido en el pensar. Si el capitalismo contemporáneo en
    su forma más grosera y desastrosa está haciendo a
    su antojo una historia económica y política global,
    ¿por qué no elaborar una filosofía de esa
    historia que hable sobre las verdades totales de razón y
    eleve los fines y necesidades humanas a incondicionales metas
    axiológicas? A pesar de haberse perdido referentes
    (ideales) trascendentales, la fundamentación moral ha de
    entrar nuevamente en las cuestiones de filosofía, y
    ésta ha de responder al llamado del "principio de
    razón". ¿Desde dónde si no desde el
    fundamento moral (dar razones a favor de actitudes
    morales consecuentes) comprender la caotizada y des-valorizada
    objetividad de las situaciones (materiales y
    espirituales) de existencia, de las formas sociales de vida, de
    los espacios públicos, de las relaciones de
    subordinación entre los hombres y pueblos asociadas a la
    modernización neocapitalista?

    No se puede dejar de reconocer el nivel de
    caotización (in)moral de nuestra época. En unas
    sospechosas "moralidades posmodernas" de "última hora"
    Lyotard expresaba: "El nihilismo no puede seguir siendo un objeto
    para el pensamiento o un tema, afecta al modo dialéctico
    que era el nervio del discurso filosófico". Hay conciencia
    y coincidencia en que -dice Lyotard- "el gran problema de la
    sociedad actual es el del capital", y que la penetración
    de este en el ámbito de la subjetividad (el deseo, la
    voluntad, el querer) desestabiliza "las obras vivas de lo
    social". El capitalismo no puede controlar -ni toma conciencia
    de- su carácter destructivo y disipador. Todo lo humano es
    llevado a su límite, no para re-hacerlo (moralmente) sino
    para des-hacerlo (mercantilmente) hasta su infinitud.

    La forma de ese incesante des-hacer es el vicioso y
    eterno círculo: el capital todo lo (re)convierte en
    fragmentos. La voluntad de disipación y licuación
    es su infinito. La des-unión es la forma del actual
    sistema-mundo, y el des-ánimo es el estado
    afectivo de la psiquis humana. No hay intercambio de afectos ni
    reciprocidades solidarias porque, como dice Lyotard reafirmando
    la traición moderna, todo en la capitalización de
    las cosas es "infinito de la voluntad" desfallecida. Digamos
    mejor, infinito de un querer ilimitado e irracional del sujeto,
    el cual -acierta Lyotard- aparece disfrazado en la forma "de
    deseo dinero, de
    deseo de poder, deseo de novedad".

    Hay, sin embargo, un descontento global que aún
    -y esto ha de ser preocupante- no ha tomado forma. Peter
    Sloterdijk con razón habla de un "stress
    megalopático" asociado a la "hiperpolítica" actual:
    "En el stress de la
    planetarización se comercia con nuevas formas de alma,
    consistentes en un término medio entre eufóricos
    momentos de manía y momentos de depresión.
    Las costosas sincronizaciones entre la forma de alma y la forma
    del mundo legadas por la política clásica ya no
    sirven para la existencia en el mundo global. Las
    megalomanías de entonces trajeron estas holomanías
    de hoy […] El viejo y buen cosmopoliticismo se transmuta en un
    patológico nomadismo cósmico –la Tierra se
    convierte en un estadio para los miembros de la
    hipercivilización, en el que el alma debe entrenarse para
    el nuevo mundo sincronizado"

    La "condición posmoderna" (el auge de técnicas y
    tecnología
    de nueva generación y la deslegitimación del gran
    relato moderno) es cierto que "designa el estado de
    la cultura
    después de las transformaciones que han afectado a las
    reglas del juego de la
    ciencia, de la
    literatura y de
    las artes a partir del siglo XIX", pero también es cierto
    que también genera un necesario "fijar la vista" ante ese
    megalopático "ser ante los ojos". Sitúa al
    pensamiento en la decisión ética y el criterio
    político de responsabilidad. La conceptualización o
    teorización que no tome en cuenta ese criterio
    ideológico-comunicable, y a favor de un mínimo de
    consenso de verdad, no contraerá con nuestra época
    verdaderos compromisos y sentimientos de vergüenza.
    Esta actitud de dignidad, como han expresado Deleuze y Guattari
    en su obra ¿Qué es la filosofía? (1993), "es
    uno de los temas más poderosos [hoy] de la
    filosofía".

    Sloterdijk en El mismo barco (en el que sin duda estamos
    todos, aunque de manera asimétrica) hace un preciso
    llamado y llena de contenido el significado de sus propuestas:
    "Ahora se exigen conciencias sólidamente establecidas
    sobre el abismo de la paradoja del género humano.
    Profesión: político. Domicilio principal: la
    complejidad. Programa: convivir con aquellos con los que convivir
    resulta difícil. Pasión: tener una relación
    con lo irrelacionable. Historial: autorreclutamiento por
    convicción, que se transforma en iniciativa"

    Pensemos el pensar y el hacer comprometido de la
    filosofía, es decir, su praxis inmediata, desde ese lugar
    de escritura responsable y de compromiso intelectual. Eso es
    posible.

    IV

    Insistamos en la cuestión: ¿es hora de
    filosofar? La condición actual de la filosofía es
    la perplejidad, el desconcierto ante el vértigo y el
    espasmo de su caída. La realidad social del hombre se
    duele de su costado espiritual, y después del exceso de
    criticismo escéptico y negativista una especie de
    nostalgia y de lamento suple lo incisivo de ese dolor. Al menos
    aún queda la conciencia de ese dolor y puede ser ello un
    síntoma positivo en medio de la generalizada desesperanza.
    Pero es larga la convalecencia de la filosofía y
    aún demora su restauración como "suprema flor de
    una cultura". Hay
    que exigir -decía el joven Marx- "que la rosa tenga el
    perfume de la violeta", pues "la esencia del espíritu es
    siempre la realidad misma", y "sólo el espíritu
    – expresaba Husserl- es inmortal". La "figura espiritual de
    Europa", como le
    llamara Husserl a la filosofía, ha quedado marchita en una
    suerte de leve recuerdo de un grandioso sueño y de un
    manifiesto delirio universalista de comprensión del
    mundo.

    El universalismo es la cruz que siempre ha de llevar la
    filosofía occidental. Las "filosofías de la
    historia" que inspiraron a los siglo XIX y XX, de donde salieron
    sugerentes propuestas epistemológicas y éticas
    (Marx, Husserl, Sartre) intentaron afincarse en él.
    Confiaron que las "tareas prácticas" de la
    filosofía, aún en la desafección y en la
    desconfianza, podían asegurarse a través de esa
    sistemática de pensamiento. Pero el universalismo
    racionalista sucumbió ante la heterogeneidad, el
    fragmento, el evento, la dispersión y la diáspora
    que caracterizan (¿sin re-composición?) a "estos
    tiempos espiritualmente agitados y apasionadamente
    desintegrados". Toda esta negatividad entró en la
    filosofía y dejaron de conciliarse el sujeto y el objeto
    en la encantada subjetividad. No es que se pretenda retornar a
    esa sistemática embelesada de pensamiento, es que la
    filosofía (lo que queda de ella) apremiantemente conecte
    con las "tareas prácticas" (éticas) que se le
    exigen hoy al pensamiento.

    ¿Es realmente aceptable la desafiante tesis de que
    la filosofía no exista más como criterio de
    legitimación? Con los límites
    históricos de la Modernidad, llegó la tarea de
    atestiguar el límite de la filosofía. En el
    calvario del universalismo la teleología histórica
    de fines racionales infinitos no ha encontrado redención
    posible. Las categorías que más están en
    juego en esta
    contemporánea demonización de la filosofía
    son las de "representación" y "totalidad". Ni el objeto
    está disponible para pensarlo, pues no hay
    conmensurabilidad posible entre él y la idea: el
    metarrelato al que la Idea pertenece -dice Lyotard- se ha hecho
    "irrepresentable" o es de "contenido ausente", "tiene poco de
    realidad". Ni tampoco el pensamiento puede totalizar, pues su
    intento de representación resulta fallido.

    La filosofía trabaja, entonces, con imágenes
    (ideas) representadas pero defectuosas, y su objeto de
    conocimiento (la realidad) resulta no ya desarticulada o
    fragmentada, sino inaprensible e imprecisable. La
    filosofía ha de desentenderse de su anterior e ilusorio
    montaje figurativo y axiológico. La infamia de este
    "sublime posmodernista" Jean Francois Lyotard no la
    escondió en ningún momento:

    "Ya hemos pagado suficientemente la nostalgia del todo y
    de lo uno, de la reconciliación del concepto y de lo
    sensible, de la experiencia transparente y comunicable. Bajo la
    demanda general de relajamiento y apaciguamiento, nos proponemos
    mascullar el deseo de recomenzar el terror, cumplir la
    fantasía de apresar la realidad. La respuesta es: guerra al
    todo, demos testimonio de lo impresentable, activemos los
    diferendos, salvemos el honor del nombre"

    Así las cosas, en la medida en que la densa y
    plural red global del
    capitalismo contemporáneo se autoafirma como historicidad
    del desastre, de ella se dice que no es ya pensable por la
    filosofía, pues ésta ya no funciona ni con
    capacidad de argumentación de cognición ni con
    criterio regulativo de prescripción ética. Hay
    facticidad pero no criterios universales de validéz de
    tipo cognitivo-moral. No hay argumento racional de
    interpretación ideológica del tecnificado y
    desarmante super-capitalismo mundial. No hay perspectiva de
    argumentación racional para interpretar -como decía
    Benjamin- el "gesto brusco" que asesta el golpe de técnica
    del capital.

    Curiosa la paradoja entonces: tal decline del filosofar
    en una realidad que por su maquinismo (reproductivo y
    massmediático) y por su criterio de rentabilidad
    económica -como afirmaba Marx- es, en esencia,
    "técnicamente tangible". Las perspectivas para evaluar
    esta "condición posmoderna" del capital parecen ser de
    otro tipo: no lógicas, dice Lyotard, sino
    tecnológicas, no de totalización ideológica
    sino de des-universalización a-política. Y ello
    porque a la filosofía y su presuposición
    última -dice también malsanamente Lyotard- "el
    cálculo
    económico le parece fatal". Filosofar ateniendo el juicio
    al valor parece
    incompatible con el mercado mundial que impone el
    capitalismo.

    Las categorías "representación" y
    "totalidad" están desacreditadas después de su
    tiempo de buena salud, más no creo
    que -como decía Marx defendiendo a Hegel- hiedan a
    "perro muerto". Los filósofos del descentramiento
    epistemológico consideran cometido suyo –graciosa la
    expresión de Benjamin- "pasarle el cepillo a contrapelo",
    por ser esas categorías "bienes de
    cultura espiritual" no libres de cierta "barbarie" cognitiva. Sin
    embargo, aunque sea cierto que el modo de habérselas
    planteado los modernos ya no se sostiene, ellas continúan
    siendo categorías posibles para figurar la obligada
    comprensión de la dañada esencia de lo
    capitalista-mente existente hoy. Hay aquí, sin duda, un
    enorme reto en materia de
    cognición filosófica, y no parece encontrarse un
    adecuado criterio que combine la facticidad con la validéz
    sin las pifias y los excesos precedentes.

    Pero, ¿realmente hemos perdido, ya no nos queda
    la capacidad del juicio para atener éste a la
    "razón total humana", y que en su interés o
    deseo de emancipación, nos permita interpretar el
    aquí y ahora "conforme a un fin último"?
    ¿Queda absolutamente demostrado que el super-capitalismo
    de hoy a nivel filosófico no se deja ya pensar desde una
    "teoría
    (crítica) racional" de fundamentos normativos?
    ¿Qué es lo que se le sigue apareciendo y mostrando,
    en forma de objeto (y de relaciones de objeto) alienante y
    desastroso, a la conciencia filosófica (y no
    filosófica) si no una totalidad absoluta llamada
    super-capitalización neomercantil de la vida?

    Una de las dimensiones de la crisis actual
    de las ciencias
    sociales es que ellas adolecen de un sólido paradigma
    epistemológico-político de comprensión, y
    ello porque falta una concepción normativa que articule
    representación y totalidad. Falta una filosofía
    política en tanto teoría crítica y
    análisis de las condiciones de la esencia de lo
    universalmente existente como realidad capitalista. La
    filosofía ha de sobrevivir justamente en aquella forma
    rectificada que dignificó a la conciencia ilustrada: en la
    forma política de la fusión de
    lo cognitivo con lo ético. La filosofía ha de
    sobrevivir en forma de un pensamiento político y por este
    ha de entenderse una actividad política de
    interpretación axiológico-normativa de la realidad.
    Solo así ella podrá decir cosas éticamente
    consistentes de esta triunfante, imparable y corrupta era del
    super-capitalismo mundial.

    La nueva historicidad de la super-capitalización
    mundial exige pensar en serio su (des)orden
    económico-político y cultural (des)totalizado. Para
    ello la filosofía tiene que elaborar gestualidades
    políticas de interpretación teórica y ellas
    han de encontrarse en la actitud política de
    comprensión de la realidad. Contrario a la
    condición de perplejidad de la filosofía y a la
    retórica del "último adiós", sigue siendo
    hora de filosofar, haciendo uso político de la
    crítica.

     

     

     

     

    Paul L. Ravelo Cabrera

     

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