En 1972 los historiadores Heraclio Bonilla y Karen
Spalding, al publicar trabajo tan original ("La Independencia en
el Perú: las palabras y los hechos") en la obra colectiva
publicada por el Instituto de Estudios Peruanos "La independencia
en el Perú" (Lima: I.E.P ediciones, 1972), que presenta
trabajos tanto o más novedosos y trascendentes como los de
Pierre Chaunu, Tulio Halperin Donghi, E.J. Hobsbawm y Pierre
Vilar), causaron una gran conmoción en el ámbito
intelectual vinculado al campo histórico al sostener como
idea fundamental, herética para aquellos tiempos, que el
proceso de la
independencia peruana estuvo determinado íntegramente por
intereses extrarregionales, básicamente por los intereses
comerciales y financieros de Inglaterra, de
tal manera que la independencia no podía ser analizada ni
interpretada como un proceso interno, como producto de un
largo proceso de lucha por ella, sino que le fue impuesta a los
peruanos, quienes realmente no la deseaban, por no convenirles la
separación con relación a España.
Según esta interpretación los peruanos
consideraban que permaneciendo fieles a España
tenían mucho más que ganar, o por lo menos mucho
menos que perder. Esta posición historiográfica
analiza críticamente la participación de las elites
criollas en el proceso de la independencia y de los inicios de la
etapa republicana. En lo medular planteaba que la independencia
fue concedida a los peruanos por el ejército de San
Martín, es decir que tuvo que llegar desde fuera debido a
que la sociedad peruana
virreinal carecía de una clase dirigente consciente de sus
intereses y por lo mismo incapaz de formular un proyecto
político alternativo al colonial. Otra es la
opinión, por ejemplo, de Jorge Bracamonte quien en su
ponencia "La formación del proyecto aristocrático:
Hipólito Unanue y el Perú en el ocaso colonial"
(Lima, 1996), señala que la mencionada incapacidad de las
elites criollas para conducir los destinos del Perú no es
del todo cierta. Ocurre, nos dice J. Bracamonte, que la toma de
conciencia y
formulación de proyectos de
estos grupos no pasaba
en lo fundamental por una ruptura abierta con la
metrópoli. Por el contrario, fueron los sucesos
acontecidos durante la coyuntura de la independencia, los que
terminaron por frustrar el paciente proyecto que los criollos
venían gestando desde por lo menos las dos últimas
décadas del siglo XVIII". Ya tendremos oportunidad para
analizar la concepción de Bracamonte.
Tratemos, por ahora, de comprender en lo sustancial los
argumentos de la posición de Bonilla, Spalding y otros.
Heraclio Bonilla en el tomo VI de la Historia del Perú
publicada por Mejía Baca, al igual que Virgilio Roel,
reafirma sus puntos de vista de 1972, aunque como veremos
presenta ya algunos matices.
Es básico saber que en aquellos tiempos (siglo XVIII y
comienzos del XIX) el imperialismo
inglés
buscaba expandirse cada vez más, abrir nuevos mercados para su
pujante industria, tan
necesitada de ellos. Hobsbawm nos dirá que "Inglaterra
tenía buenos motivos para favorecer la independencia de
Latinoamérica y para «abrir»
China".
España era poseedora de un vasto imperio y por supuesto
los intereses económicos ingleses tenían que
ambicionar esos potenciales mercados para su producción manufacturera, cerrados en
virtud del monopolio
comercial, el cual, como es lógico suponer tenía
que beneficiar no sólo a ciertos sectores sociales de
España sino también de Hispanoamérica,
especialmente de Lima, pero, como señala muy bien Nelson
Manrique, "perjudicaba fuertemente a las burguesías de los
dominios del interior y de la vertiente oriental del virreinato".
Esto explica porqué era tan bien recibido el contrabando
inglés por la costa atlántica.
Si, como se ha afirmado, cierto sector de nuestro
grupo
comercial se beneficiaba con el monopolio, en cambio "las
pujantes burguesías comerciales del litoral
Atlántico tenían mucho que perder con el mantenimiento
del orden colonial y en cambio tenían todo por ganar con
su cancelación. Por decirlo de una vez: la clase dominante
limeña vivía en una condición de abierta
dependencia estructural de los privilegios coloniales; de
allí su fidelismo a ultranza, que la llevaría a
jugar todas las cartas para
mediatizar el proceso emancipador y terminaría finalmente
con su liquidación como clase, como consecuencia de la
crisis
originada por la independencia".
Es innegable que las reformas político administrativas y
económicas llevadas a cabo por la dinastía
borbónica, sobre todo las de 1776 – 1778
(cancelación definitiva del monopolio comercial)
significaron un golpe mortal para la clase económica
dominante peruana y muy especialmente limeña, porque al
entregar el Potosí a la jurisdicción del virreinato
del Río de la Plata (que había sido creado en 1776)
destruyó el circuito comercial que, atravesando la sierra
central y sur peruana, unía Lima, Potosí y Buenos
Aires.
Es incuestionable, como bien lo han precisado no sólo
Bonilla y Spalding sino también Virgilio Roel, que la
aristocracia criolla peruana se adhirió al fidelismo.
Abascal, innegablemente el "prior del convento colonial
americano" pudo actuar eficazmente contra los movimientos
separatista hispanoamericanos no sólo gracias a su
innegable gran habilidad, sino porque teniendo el poder
político éste era realmente un poder
político efectivo porque contaba con el poder militar y
financiero, toda vez que dichos poderes se encontraban en manos
de los criollos ricos, los cuales integraban los cuadros de mando
del ejército colonial realista. Como nos lo recuerda
Virgilio Roel las tropas del Alto Perú estaban comandadas
por dos criollos: Goyeneche y Tristán. Algo más, el
"Regimiento de Voluntarios Distinguidos de la Concordia
Española del Perú" organizado por Abascal en 1811
fue financiado por los grandes comerciantes de Lima y su cuadro
de oficiales estuvo integrada por los más destacados
miembros de la aristocracia capitalina. Tal es la importancia de
este Regimiento en su lucha contra el proceso separatista
Hispanoamericano, que a Fernando de Abascal se le otorgó
el título nada menos que de Marqués de la
Concordia. Pero no fue el único regimiento financiado e
integrado por los criollos, es también el caso de los
Dragones de Carabayllo. Todo esto permite concluir a Roel que "si
bien el virrey tenía el poder político, el poder
militar efectivo estuvo en manos de la aristocracia criolla,
principalmente de Lima, Arequipa y Trujillo".
Por otra parte, como es fácil concluir, los criollos
poseían el poder económico, que en gran medida se
hallaba supeditado del Tribunal del Consulado, llamado por
entonces la "universidad de
los mercaderes" y que representaba la política y conducta
monopolista del capitalismo
mercantil español.
En la época de oro del monopolismo hispánico, en el
Consulado se encontraban los poderosos señores que
controlaban todo el comercio
sudamericano, desde Panamá
hasta el Cabo de Hornos, los cuales se valían de los
corregidores para colocar sus mercaderías entre los
indígenas. Como su riqueza provenía del comercio
monopolista, los miembros del consulado se opusieron
decididamente al libre comercio,
combatieron el contrabando y entraron, por intereses
contrapuestos, en pugna con la burguesía comerciante del
sur y del norte y es por ello que no vieron con buenos ojos la
creación de los virreinatos de Nueva Granada y del
Río de la Plata. Esto así mismo explica el
porqué cuando la burguesía comerciante
norteña y sureña luchaba por la independencia en el
virreinato, porque así le convenía a sus intereses
económicos, los miembros del tribunal del consulado
limeño, también porque así convenía a
sus intereses, abrazó la causa realista. ¿Se
equivocaron de causa? Por supuesto. Pero esto lo podemos evaluar
hoy, que analizamos el pasado conociendo el curso de su evolución y, por otra parte, algunas veces
con conceptos que no fueron de la época, lo cual afecta,
necesariamente, la objetividad del análisis.
A pesar de todo lo expuesto, resulta carente de
objetividad el no reconocer o querer minimizar la existencia de
intelectuales que atisbaron los errores del sistema imperante
y que por lo mismo hicieron análisis críticos muy
valioso, llegando algunos de ellos a transitar del simple
fidelismo reformista al liberalismo
separatista. Tendremos oportunidad de analizar, aunque
sucintamente la tesis de Jorge
Bracamonte acerca de la existencia, realmente, de un proyecto
criollo de tipo aristocrático, de tal manera, como
sostiene Bracamonte que "Es injusto entonces pretender que la
elite criolla fue incapaz de formular propuestas de carácter
político…" Como se ve esta es ya una crítica
a las posiciones de Bonilla, Spalding, etc. y que matiza el
análisis de la problemática de la independencia
peruana, que algunos pretenden desconocer, presentando como
verdades indubitables, las que realmente no lo son.
Viscardo, por ejemplo, un criollo que innegablemente no
pertenecía al sector poderoso económicamente,
invocaba como una de las causas para la separación los
intereses contrapuestos: lo que era bueno para España no
lo era para sus colonias. En su célebre Carta, leemos:
"…Necesitamos (los criollos, según el contenido de
la carta)
esencialmente un gobierno que
resida entre nosotros para distribuirnos los beneficios, que son
el objetivo de la
unión social; depender de un gobierno alejado a tres o
cuatro mil millas de nosotros es lo mismo que renunciar a dichos
beneficios; y tal es el interés de
la corte de España que sólo aspira a dominar
nuestras leyes, nuestro
comercio, nuestra industria, nuestros bienes y
nuestras personas, para sacrificarlo todo a su ambición, a
su orgullo y a su codicia".
Debemos señalar que gracias al profesor Merle Simmons hoy
poseemos una visión mucho más certera del pensamiento de
Viscardo a través de su relativa copiosa obra. Algunos de
estos trabajos nos revelan un Viscardo conocedor de las doctrinas
económicas de su tiempo,
además de un amplio conocedor de los sucesos que le
tocó vivir, como podemos apreciar, por ejemplo, en su
"Ensayo sobre
el comercio hispanoamericano" o en la "Situación de la
América
Española y la estrategia para
lograr su independencia".
Similar es el caso de otro criollo, éste sí de una
posición económica alta. Nos estamos refiriendo a
José de la Riva Agüero quien en su
"Manifestación histórica y política de la
revolución
de la América y más especialmente de la parte que
corresponde al Perú y Río de la Plata"
señala también como una de las causas para
separarse de España los intereses contrapuestos. Riva
Agüero escribe: "Que los intereses de la Península
están diametralmente opuestos con los de la
América; que para que aquella prospere es preciso que esta
permanezca en cadenas"(causa 1). Y en la causa 3 señala:
"Que el monopolio de la Península les impide a todos (se
refiere a los criollos) el comercio libre y les pone mayores
trabas al expendio de sus preciosos frutos".
Mariano Alejo Álvarez en su "Discurso sobre
la preferencia que deben tener los americanos en los puestos de
América", discurso que debió ser leído en el
Colegio de Abogados de Lima en 1811, señalaba que
América era algo totalmente diferente de España,
que era ya una singularidad y por ello lo que corresponde a ella
debería ser exclusividad de sus propios habitantes. M.A.
Álvarez escribe: "El español en los reinos de
España debe ser considerado en primer lugar; y por
consiguiente el americano en América".
Estas pocas y breves citas la hemos hecho, porque
resulta realmente inaceptable no reconocer que, incluso en el
sector criollo en el cual se incubó y llegó a tomar
realmente forma un reformismo fiel a la metrópoli, sus
críticas al sistema colonial e incluso sus proyectos de
reformas, contribuyeron sin saberlo y de seguro aún
sin quererlo, al proceso separatista. Es inconcebible que
análisis que pretenden ser serios y supuestamente
novedosos no tengan en cuenta las nuevas investigaciones,
las novedosas interpretaciones, como por ejemplo la de Jorge
Bracamonte con relación al proyecto aristocrático
de los criollos. Así como tampoco estudios tan acuciosos y
perspicaces como los de Scarlett O'Phelan G. o los de
Núria Sala i Vila, sobre todo con relación a la
gran convulsión del virreinato peruano, sobre todo, aunque
no exclusivamente, en la parte sur, así como en el Alto
Perú.
Siguiendo con un análisis sucinto del pensamiento criollo,
encontramos que en el "Estado
Político del Perú" de Victorino Montero, poderoso
criollo que había logrado una enorme fortuna como
corregidor en Piura, existe especial énfasis
crítico con relación a la corrupción
administrativa y en el descuido e indiferencia de España
por la nobleza peruana (como certeramente señala Pablo
Macera, Montero es el representante del resentimiento
aristocrático frente a las reformas administrativas y
económicas de los borbones).
También perteneciente a la nobleza criolla, Macera ha
estudiado el caso del reformismo de José Bravo de Lagunas,
el cual a
diferencia de Montero no adoptó una actitud de
cerrada defensa de la aristocracia, sino que puso énfasis
en la crítica del aspecto económico del virreinato
peruano. Señaló los peligros, para la economía virreinal
peruana, de su dependencia con relación a Chile, en lo
que se refería a la importación de trigo para el consumo
básicamente limeño, que pudo haberse originado en
un primer momento por cuestiones climáticas de fines del
siglo XVIII y comienzos del XIX, pero que se mantuvo por
intereses estrictamente económicos en la medida que tanto
peninsulares como criollos, entre los que se encontraban grandes
comerciantes, propietarios de navíos y dueños de
plantaciones de caña azucarera, amasaron enormes fortunas
exportando azúcar
peruana a Chile e importando trigo chileno. Como señala
Macera, el transporte del
azúcar resultaba más barato puesto que los buques
traían de regreso el trigo como cargamento.
Bravo de Lagunas, familiarmente vinculado con muchos de los que
prosperaban con dicho negocio, a pesar de ello
señaló sus peligros para la economía
virreinal peruana, la cual, según él, tenía
que ser reorientada protegiendo y fomentando la agricultura
como base de todos los sectores y, por otra parte, preferir el
producto peruano al extranjero, es decir fisiocratismo y
proteccionismo.
El caso de Miguel Feijóo de Sosa, que llegó a ser
asesor del virrey Amat, representa dentro del fidelismo una
posición más radical (lo cual nos señala
matices incluso dentro del fidelismo) porque, en primer lugar, en
forma expresa manifiesta su identificación emocional con
el Perú, en tanto que patria nativa, y, por otra parte, se
centra en la búsqueda del mejor desarrollo de
las potencialidades de la realidad peruana. Fue un crítico
de los repartos mercantiles, a pesar de que él
había sido corregidor y por lo tanto se había
beneficiado con dichos repartos.
Podemos ya analizar críticamente la posición
historiográfica que presenta la independencia peruana como
un regalo que le hicieron al Perú y a los peruanos fuerzas
e intereses foráneos. Sin negar el trascendental papel que
ellos jugaron, no se puede aceptar como verdad definitiva y por
lo tanto indiscutible la mencionada interpretación, no por
un malentendido nacionalismo,
patrioterismo o chauvinismo, sino porque un análisis
más profundo de la problemática y teniendo en
cuenta los aportes de diversos estudiosos de este aspecto de
nuestra historia, se llega a conclusiones menos monocausales y
sí mucho más matizadas.
En primer lugar se tiene que comprender, y esto es algo obvio
pero que tiende a olvidarse o minimizarse, que el Perú de
fines del siglo XVIII y comienzos del XIX no lo podemos reducir
al consulado limeño ni tampoco al sector
socioeconómico dominante. No se puede reducir el
virreinato peruano a solo el grupo criollo, por más
poderoso que fuera cierto sector de sus miembros de Lima,
Trujillo y Arequipa. Por otra parte, como bien lo señala
Fernando Silva Santisteban, "Los criollos no constituyen un grupo
homogéneo, especialmente en lo que se refería a sus
intereses económicos. Se hallaban dedicados a diferentes
actividades y ocupaban distintas posiciones en la escala social.
Los criollos estaban dedicados al comercio, a la minería o
eran terratenientes… Los comerciantes limeños del
Tribunal del Consulado ejercían el monopolio comercial,
tenía el control del
tráfico mercantil, financiaba la explotación de las
minas, habilitaban a los corregidores, etc. Naturalmente, este
sector de la élite criolla peruana fue fiel a la corona y
trató por todos los medios de
mantener su situación privilegiada, contribuyendo con
préstamos y donaciones a sufragar los gastos que
demandaba la represión de los movimientos
separatistas.
Pero existía otro sector de criollos, tanto en Lima como
en provincias, que no gozaba de los privilegios, ni de las
ventajas económicas de la élite criolla
limeña, ni había accedido a los altos puestos de la
burocracia
estatal. Estaba conformado por comerciantes de menores recursos,
funcionarios de segundo orden, artesanos prósperos y,
sobre todo, profesionales liberales, maestros, curas e
intelectuales. Fue este grupo de criollos que vio primero en el
régimen de libertades y después en la
colaboración y en el separatismo, la satisfacción
de sus aspiraciones o la realización de sus ideales. Fue
este segundo grupo de criollos el que justifica la independencia
y le da forma y coherencia al proceso emancipador".(1)
Pablo Macera en su trabajo "Tres etapas en el desarrollo de la
conciencia nacional" señala que las dos primeras etapas de
este proceso se dieron en el siglo XVIII y es cuando se gestan
las doctrinas de la revolución. Y aquí hay algo que
es muy importante enfatizar. Macera expresa que si no se hubiese
dado dicho proceso, entonces se podría considerar la
independencia peruana como una tarea de los extranjeros.
José De La Puente Candamo ha hablado de la tendencia a la
reforma, del afán crítico a todo el sistema, que se
agudiza a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX. La tendencia
de la dinastía borbónica a considerar
América como posesiones y colonias (a diferencia de los
Austrias que, por lo menos en teoría,
consideraban al virreinato peruano como provincia predilecta)
hace comprender a los criollos que sus intereses ya no son los
mismos que España. Por otra parte, como ya se ha
señalado reiteradamente, dichas reformas borbónicas
favorecían a Buenos Aires y perjudicaban al Perú,
muy especialmente a Lima.
Como podrá apreciarse no es tan simplista el problema
sobre las características que tuvo el proceso
separatista peruano. Que hubo un sector social (grupo de personas
de innegable poder económico) que no deseaba la
independencia porque consideraban que no convenían a sus
intereses personales y de grupo, nadie lo ha negado, mucho menos
después de análisis tan lúcidos como los de
Bonilla, Spalding, Roel, entre otros. Pero el problema es
más complejo de lo que algunos pretenden presentarlo,
desconociendo todos los aportes que se han hecho justamente
después de presentada y fundamentada la tesis de Bonilla.
Sobre todo teniendo en cuenta que el propio Heraclio Bonilla
escribiera lo siguiente: "Que fuera necesario el apoyo argentino
y colombiano para lograr la separación del Perú de
España no significa la inexistencia de esfuerzos locales
por la independencia antes y durante el contexto de la
emancipación. (el remarcado es nuestro) Esto es un
problema que constituye todavía el territorio privilegiado
de la historiografía nacional, cuyos exponentes en su
gruesa mayoría han subrayado la activa
"participación peruana" en las luchas por la
Emancipación. Desgraciadamente, los términos en que
ha sido planteado este problema encierran un conjunto de
confusiones que es indispensable esclarecer".
La sociedad colonial americana, nos señala Bonilla, fue el
resultado de la violencia, del
expansionismo europeo a partir de fines del siglo XV y comienzos
del XVI. Era lógico que la nueva organización se tradujera en la
oposición entre el vencido y el vencedor; estado de
intereses contradictorios que se fue cuestionando a lo largo de
los siglos de dominación colonial, hasta que en el siglo
XVIII la dinastía borbónica, fundamentalmente con
Carlos III, elabora reformas al interior de la economía
española y de sus colonias americanas con el
propósito de elevar el crecimiento de la primera. Como
dice Bonilla, a quien venimos citando casi
textualmente:
"En sentido estricto se trataba de una segunda conquista
de América en beneficio de la
administración imperial, puesto que el fortalecimiento
interior de los colonos americanos se había gestado a
costa de los intereses de la Metrópoli. Las medidas que
tomaron los borbones, afectaron por consiguiente, aunque de
manera desigual, al conjunto de los estamentos coloniales. A los
criollos, porque les retiraba un conjunto de privilegios que
habían venido apropiándose; a los indios y a los
mestizos, porque agravaba aún más su ya deteriorada
condición económica". (2) Luis Miguel Glave ha
señalado que la constante de la huella del hecho
bélico desde el nacimiento del sistema colonial,
marcó las relaciones culturales y de poder entre los
distintos estamentos de la sociedad colonial. La aparente
tranquilidad de los siglos XVI y XVII, después de toda la
violencia que significó la conquista, violencia que tuvo
fases y matices muy especiales, se debió, según
Glave, "a un acuerdo o adaptación dentro de determinados
márgenes de negociación colectiva. Cuando ellos se
rompieron, ya entrado el siglo XVIII, la guerra
volvió a presentarse, (es mejor decir que
recrudeció, se exacerbó), tanto en los campos de
batalla como en los imaginarios colectivos. Una nueva guerra
larga, entre 1742 en que empezó y 1780 – 1782 cuando el
reino todo entró en convulsión. Fue una guerra
inconclusa, las causas de su estallido no se erradicaron,
sólo se postergaron,…"
Para Bonilla, la derrota del movimiento de
Túpac Amaru II significó no solo el fin del
movimiento nacional indígena en su lucha por la
independencia, sino que permitió a la elite criolla y a la
administración colonial, tomar conciencia
sobre la peligrosidad de la insurgencia indígena. Para
Bonilla este hecho marca una
ruptura, pues en adelante la lucha por la independencia se
desplazará hacia el sur (Argentina) y
hacia el norte (Venezuela).
Esta afirmación no es totalmente exacta, porque sin
mayores explicaciones podría creerse que después de
1780 – 1781 desaparece el clima de
insurgencia en el virreinato peruano y ello no es cierto como
tendremos oportunidad de ver más adelante, cuando veamos
como siguió existiendo un ambiente de
insurgencia que se manifestó en intentos fallidos y en
verdaderos movimiento que aunque no tuvieron la resonancia de los
movimientos del norte y del sur, no significa que debemos
desconocerlo totalmente o minimizarlos, sino que tenemos que
tratar de comprender del porqué de la singularidad de la
lucha por la independencia en el Perú.
Volvamos nuevamente al papel de los criollos ricos, especialmente
limeños. Que los criollos creyeran que sus intereses se
verían afectados con la independencia, en el
hipotético caso de un triunfo indígena peruano o
criollo foráneo, no significa, volvemos a repetir, que
todo el Perú estuviese de acuerdo con ello. Son innegables
los criterios contrapuestos que tuvieron los criollos de Buenos
Aires, Nueva Granada, Chile, Caracas, Quito y Charcas, con
relación a los de Perú y fundamentalmente con los
de Lima, Trujillo y Arequipa. Si esto es innegable, lo es
también que los criollos no ricos y provincianos del
virreinato peruano sí fueron partidarios de la
independencia. La prueba de esto lo tenemos, como bien
señala Virgilio Roel, en las publicaciones de Lima, la
junta del Cuzco de 1814, la insurgencia de Tacna y las
conspiraciones que no llegaron a cuajar (Aguilar y Ubalde, Zela,
etc.). Roel nos dice: "… asimismo, el pueblo peruano
siempre fue partidario de la independencia y su lucha por ella es
la más prolongada y sacrificada que muestra
América. (3) Y un poco más adelante se ratifica en
lo dicho: " Los criollos ricos de Lima y Arequipa y sus
correspondientes cabildos, adoptaron una posición
colonialista apoyando el papel de policía colonial llevado
a cabo por el virreinato de Lima. El pueblo peruano, en cambio,
fue siempre partidario de la independencia". (4)
Consideramos que es exagerado afirmar que el pueblo peruano fue
siempre partidario de la independencia. ¿A quiénes
nos referimos como pueblo o pueblo llano? Obviamente a todos
aquellos que no pertenecían al sector criollo o peninsular
rico. Pero es inexacto afirmar que todos ellos estuvieron por la
independencia, aunque sus intereses se vieran favorecidos por
ella. Porque aquí entra el problema de conciencia de clase
y de la distorsión de aquello que realmente conviene en
función
a la ideología predominante en una sociedad en
un momento dado. Es por ello que no podemos sostener que en todo
el pueblo se formó una conciencia anticolonialista, porque
si no cómo explicar, por ejemplo, la lucha de indios
contra indios incluso en los movimientos indígenas. Acaso
no sabemos de tantos caciques que estuvieron al lado realista en
la lucha contra el movimiento de Túpac Amaru II. Y de
estos caciques no se puede decir que fueron arrastrados a dicha
lucha, contra su voluntad, por las fuerzas represivas coloniales.
Estos caciques iban con su propia gente, es decir con indios.
Esta participación de indios y mestizos en ambos bandos es
por todos conocida. Por ello se sostiene que no sólo la
conquista fue una guerra de indios contra indios, sino
también la guerra separatista. Sin embargo esto no nos
debe llevar a conclusiones apresuradas y erróneas. Es
normal en todas las sociedades de
todos los tiempos esta falta de conciencia en la mayor parte de
los grupos dominados, debido a la influencia de la
ideología del grupo que detenta el poder económico,
político y cultural.
El proceso separatista peruano o guerra por la soberanía nacional, como prefiere
denominarlo el historiador Edmundo Guillén Guillén,
cubre un periodo bastante amplio. Si consideramos en su exacta
dimensión lo que fue básicamente la conquista, una
invasión, el proceso separatista tomó, por lo menos
en su vertiente primigenia, es decir indígena, un
carácter de reconquista, que comienza inmediatamente
después de la invasión hispana, aunque fue un
proceso frustrado que alcanzó su punto climático
con el movimiento de Túpac Amaru II, el cual a su vez
marca una cierta relativa ruptura en dicho proceso, porque con
posterioridad a dicho movimiento los que le seguirán
cronológicamente serán ya en el siglo XIX y el
mando ya no estará en manos del grupo dirigente
indígena (caciques) sino de criollos. Por eso Glave afirma
que fue una guerra inconclusa cuyas causas no se erradicaron,
sólo se postergaron para aparecer intermitentemente en
otros momentos de la historia de los países andinos.
Tiene razón Edmundo Guillén Guillén, como
señala en su ponencia presentada en el "I Seminario sobre
nueva historia de Cajamarca"(Agosto de 1992) y en el "Congreso
Nacional de Etnohistoria: V Centenario"(Octubre, 1992), que los
testimonios arqueológicos y etnohistóricos
demuestran que la historia del Perú de raíz andina
es una continuidad en el espacio y en el tiempo. Como nos lo
recuerda Jorge Bracamonte, ya en 1982 y 1983 Bernard
Lavallé destacó la importancia del espacio dentro
de la reivindicación criolla. Volveremos al respecto
más adelante.
Sigamos con el planteamiento de Guillén
Guillén para quien el 16 de noviembre de 1532, fecha de la
captura de Atahualpa por los españoles, sólo
significó el fin de la rebelión quiteña y de
la lucha entre dos sectores de la aristocracia inca por el poder,
pero de ninguna manera significó el final del
Tahuantinsuyo. Juan José Vega en su libro "Los
incas frente a
España. Las guerras de la
Resistencia: 1532
-1544" (Lima,1992), analiza con mucha meticulosidad el periodo de
la resistencia comprendida entre 1532 y 1535, correspondiente
básicamente a la resistencia quiteña o del grupo
atahualpista, en tanto que tan sólo un capítulo (el
IX) le dedica a la resistencia cusqueña dirigida por Manco
Inca, tal vez porque en otros libros
dedicados a este personaje analiza su movimiento y que ha vuelto
analizar en una nueva edición de su Manco Inca (Lima,
1995). Debemos señalar que el período de la
resistencia 1545 – 1572 es muy interesante y requiere de un
análisis minucioso. Por supuesto que contamos con el libro
de Edmundo Guillén "La guerra de la reconquista inca.
Vilcabamba. Epílogo trágico del Tawantinsuyo"
(Lima,1994). Y últimamente Liliana Regalado de Hurtado ha
dedicado un estudio muy importante a Titu Cusi Yupanqui.
(5)
De lo anteriormente citado se puede deducir que para
historiadores como Edmundo Guillén el proceso de la
independencia no comienza en 1820 como algunos sostienen, sino
siglos atrás. Incluso Edmundo Guillén señala
como fecha del inicio de dicho proceso el 6 de mayo de 1536,
cuando se produjo el ataque inca a la ciudad del Cusco, tal como
lo había intuido Jorge Basadre en sus trabajos sobre la
independencia peruana. En realidad dentro de esta perspectiva se
tendría que retroceder la fecha hasta 1532, porque no
podemos ignorar el intento del grupo atahualpista de querer
expulsar a los españoles. Este proceso de reconquista inca
fue realmente sin tregua y ello en palabras de Edmundo
Guillén "refuta la infortunada y errada afirmación:
que nuestra «independencia» no fue obra de peruanos
sino «concedida» por aliados extranjeros. Desatino
sin asidero histórico, refutado con sobria
erudición por Jorge Basadre y definitivamente por los
nuevos y fehacientes documentos que
prueban la participación popular en esta lucha en el siglo
XVII, XVIII y XIX, con la gesta heroica de los Thupa Amaru, los
hermanos Angulo, Pumakawa, los guerrilleros y tropas de
línea en las acciones
bélicas de 1820 a 1824".
Guillén Guillén señala cuatro
grandes intentos bélicos en este largo proceso de
reconquista inca. El primer intento tiene dos etapas: la primera,
el movimiento de Manco Inca hasta su asesinato en manos de los
españoles, y la segunda, la guerra dirigida por sus hijos
Sayri Túpac, Titu Cusi Yupanqui y Túpac Amaru I,
que terminó con la muerte de
éste último personaje el 23 de setiembre de 1572.
El segundo intento es el movimiento de Juan Santos Atahualpa
(1742 – 1756); El tercero la insurgencia de Túpac Amaru II
y Diego Cristóbal (1780 – 1781), que ha sido estudiada en
forma magistral, por Juan José Vega en su "Túpac
Amaru y sus compañeros". Es importante señalar que
estos movimientos señalados sólo constituyen la
parte visible del iceberg del movimiento nacional inca, que ya en
1954 mereciera un inteligente análisis por parte de John
Rowe y que en 1946 había estudiado Carlos Daniel
Valcárcel en su libro "Rebeliones indígenas
peruanas". Es en realidad una cantidad muy considerable de
movimientos los que estallaron desde las latitudes ecuatoriales
hasta los confines de la región del Collao y que numerosos
especialistas vienen estudiándolos, destacando por su
perspicacia en los enfoques los estudios de las historiadoras
Scarlett O’Phelan y Núria Sala i Vila. El cuarto
intento es el de 1814 – 1815 del Cusco de los hermanos Angulo y
Pumacahua. Como señala Edmundo Guillén, en agosto
de 1814 se proclamó por vez primera la independencia
oficial del Perú en el Cuzco, convirtiéndose esta
ciudad en la capital del
nuevo imperio americano designado con el nombre de "Imperio de
los Dos Mares" o "De los Dos Soles", sobre la base de todos los
dominios hispanos de América. (6)
De la secuencia diacrónica de los intentos peruanos
señalados, se desprende que los sucesos de 1820 a 1824
fueron tan sólo la culminación histórica de
la tricentenaria lucha del Perú por reconquistar su
antigua soberanía política y acabar con el
colonialismo español. Las ponencias de E. Guillén a
las cuales hemos hecho referencia terminan con las siguientes
palabras: "Lo expuesto sucintamente, vindica la gesta
épica del Perú de mayo de 1536 al 9 de diciembre de
1824, acaba con el mito que el
Perú nada hizo por su libertad y
prueba también que en la historia continental, el
Perú fue el primer y el más tenaz protagonista de
la libertad americana…"
Los estudiosos de esta problemática saben que la
posición de Edmundo Guillén no es aislada. Un
historiador tan prestigioso como Fernando Silva Santisteban opina
casi exactamente lo mismo.
Él nos dice: "… el deseo y los esfuerzos
por liberarse de la dominación hispánica estuvieron
presentes desde el momento mismo de la conquista y se manifiesta
a lo largo de todo el coloniaje en innumerables formas de
reacción. Desde las más poderosas tentativas de
"reconquista, como se ha llamado a la heroica resistencia de los
incas de Vilcabamba, se sucedieron numerosos intentos de
liberación que han sido minimizados o desconocidos por la
historia tradicional, tales como la rebelión de los indios
y negros de Vilcabamba (1602) que acaudilló Francisco
Chichime; la de los indios ochozumas de Chucuito (1632); la de
los indígenas de Cajatambo (1663); el de Chucuito (1632);
la de los indígenas de Cajatambo (1663); el conato de
Lima, descubierto en 1667 encabezado por Gabriel Manco
Cápac; la rebelión de los indios de Uros y Urquitos
en los totorales del Desaguadero; el conato de 1765 de los
artesanos indígenas, barberos y silleros de Lima; las
revueltas antifiscales del norte del Perú, más de
doce, entre las que se cuentan las de San Marcos (1730) y Uco
(1735), en Cajamarca, Pueblo Nuevo de Saña (1764), de
Santiago de Chuco (1773), los movimientos de Quiquijana,
Chumbivilcas, Maras y Urubamba entre 1775 y 1778; y
muchísimos otros, sin contar las frecuentes sublevaciones
aisladas contra los abusos de españoles, criollos y
mestizos en los obrajes, algunas de las cuales alcanzaron
significativas proporciones, como fueron la de 1565 del obraje de
la Mejorada (Jauja), las de 1756, 1784 y 1794 en los obrajes de
Uzquil, Carabamba y Julcán, en Huamachuco, o la de 1768 en
el obraje de Pichuichuru, en la provincia de Abancay,etc,etc.
También se produjeron movimientos mesiánicos como
el Taqui Oncoy de 1565.
Otros movimientos fueron francamente separatistas: la
rebelión del mulato Alejos Calatayud en Cochabamba, en
1730; la de Juan Vélez de Córdova, en Oruro en
1739, la de Juan Santos Atahualpa (1742-1756) en Huánuco y
Junín; la de Huarochirí en 1750; la de
Farfán de los Godos en el Cuzco y por sobre todo la de
Túpac Amaru II (1780-1781)
En el siglo XIX también se dieron importantes movimientos,
incluso con influencia innegable del movimiento de Túpac
Amaru II, lo que descarta la interpretación de que el
movimiento de Túpac Amaru II no tuvo vinculación
directa con la independencia, como algunos estudiosos pretenden,
llegando incluso a sostener, hecho que es válido
sólo en parte, innegablemente, de que este movimiento
sirvió mas bien para coligar a españoles, criollos
y mestizos ante lo peligrosos que podía significar el
triunfo de un movimiento netamente indígena. Sin embargo
no se puede negar que en el intento, fallido por supuesto debido
a la delación de un tal Mariano Lechuga, del Cusco de 1805
liderado por Aguilar y Ubalde y en el cual participara el cacique
Cusihuamán, los líderes se proclamaron
descendientes de los incas
Los valiosos y muy originales estudios de la historiadora Scarlet
O'Phelan demuestran que realmente existe una conexión
histórica entre los levantamientos indígenas del
siglo XVIII (que ella los estudia más allá de las
fronteras políticas
de Perú y Bolivia
actuales) y la independencia. Por otro lado, la citada estudiosa
sostiene que a partir de las reformas borbónicas, los
sectores criollos y mestizos comenzaron a buscar insistentemente
una salida alternativa al gobierno de la metrópoli,
tratando de sacar provecho de las coyunturas
«propicias» para materializar su intento.
Como bien señala Nelson Manrique, no existe consenso sobre
el tema. Va emergiendo, sin embargo, una visión más
matizada que aquella imagen disyuntiva
donde, por una parte, la independencia era gesta heroica de los
peruanos y aquella otra en la cual los peruanos eran los agentes
pasivos que recibían la independencia a pesar de no
quererla, luchando incluso contra ella.
Dentro del proceso separatista se pueden diferenciar tres grandes
etapas:
– Reacción e intento de reconquista Inca: siglos XVI y
XVII
– Fase de "incubación" de la independencia: siglo
XVIII
– Fase explosiva de la independencia: 1780 -1824/1826
El siglo XVIII constituye realmente la etapa en la cual se incuba
la independencia tanto peruana como en general
Hispanoamericana.
El enfoque en el estudio del siglo XVIII ha venido ganando, desde
hace ya varias décadas atrás, mayor objetividad, en
la medida que es estudiado por el valor que
encierra en sí y no tan sólo como un simple
antecedente de la revolución hispanoamericana y peruana.
Importante es, por ejemplo, el estudio de Arthur P. Whitaker
titulado "La historia intelectual de Hispanoamérica en el
siglo XVIII", así como también el de Aurelio
Miró Quesada S. "Anverso y reverso del siglo XVIII". Otro
trabajo muy importante y centrado en Lima es el de María
Pilar Pérez Cantó titulado "Lima en el siglo XVIII:
Estudio socioeconómico" publicado en 1985 por la
Universidad Autónoma de Madrid.
Sin embargo es innegable que la trama histórica lleva a
Hispanoamérica del siglo XVIII a una etapa de
diferenciación, en la cual se va tomando conciencia de ser
algo muy diferente a la metrópoli e incluso como algo
cuyos intereses sobre todo económicos son contrapuestos.
Ya hemos señalado como Bernard Lavallé
analizó el papel jugado por el espacio en la
reivindicación criolla. Ver del citado autor "El espacio
en la reivindicación criolla del Perú colonial"
publicado en 1983 y el publicado un año antes con el
título de "Concepción, representación y
papel del espacio en la reivindicación criolla en el
Perú colonial"). Para Lavallé el redescubrimiento
del espacio americano -a mediados y fines del siglo XVIII-
permitió no sólo la realización de un
inventario de
las riquezas del país, sino que permitió
desarrollar una nueva concepción del Perú. Como nos
dice Jorge Bracamonte, "Esta novedosa actitud iría
definiendo, a partir del reconocimiento de la existencia de un
espacio y de una historia singulares, la identidad de
«lo peruano»". (7)
Viscardo, en su célebre Carta, escribe: "El nuevo mundo es
nuestra patria, su historia es la nuestra…" "Los intereses
de nuestro país, no siendo sino los nuestros, su buena o
mala administración recae necesariamente sobre nosotros, y
es evidente que a nosotros solo pertenece el derecho de
ejercerla, y que solos podemos llenar sus funciones, con
ventaja recíproca de la patria y de nosotros mismos". "En
fin, bajo cualquier aspecto que sea mirada nuestra dependencia de
la España, se verá que todos nuestros deberes nos
obligan a terminarla".
Últimamente Jorge Bracamonte haciendo un análisis
novedoso y muy inteligente de Hipólito Unanue, retoma el
concepto del
espacio en la formación de la conciencia nacional y
señala como se transita hacia los planteamientos
económicos. Bracamonte afirma: "Esta relación de
continuidad es evidente en el caso de Unanue. Éste,
primero se preocupa por el estudio de las potencialidades
naturales del espacio peruano con el objeto de comprender las
posibilidades que sustenten el desarrollo futuro del país,
y segundo, intenta – sobre la base de lo anterior – definir de
manera pragmática los «modelos»
sobre los cuales se tendría que organizar la
economía del país. Unanue critica -veladamente- el
monopolio mercantil que privilegió a la metrópoli
en el intercambio con sus colonias americanas,
calificándolo de injusto. Pero al mismo tiempo,
cuestionó el reciente libre comercio que beneficiaba
principalmente a los europeos. Bracamonte, a quien venimos
siguiendo en su argumentación, cita a Unanue: "Las
disputas de una libertad desatinada y un monopolio injusto,
aún no hemos hallado el medio de que nuestros fieles
aliados no se lleven el dinero del
Perú por Panamá dejándonos estancados los
frutos. Ellos nos dejarán en paz con sus pretensiones
mercantiles, mientras que le dejemos nosotros llevarse
tranquilamente el dinero". En el
particular caso de Unanue, es incorrecto ver exclusivamente la
posición que favorece los intereses del grupo mercantil
limeño, detrás de estos planteamientos subyacen los
antecedentes del proteccionismo económico que sería
hegemónico en la décadas siguientes, con la
consolidación de la república".
Vinculado con el espacio está relacionado la
evolución del concepto de patria, de Perú y
peruano. La palabra peruano comienza a proliferar a fines del
siglo XVIII y comienzos del XIX, sobre todo en los
periódicos: Mercurio Peruano, Minerva Peruana, El
Telégrafo Peruano, El Peruano, El Verdadero Peruano, El
Satélite del Peruano, El Peruano Liberal, etc. En esta
primera etapa el término patria tiene un sentido
totalmente inofensivo, pues sólo sirve para identificar al
terruño donde se ha nacido. Pero lentamente el vocablo va
tornándose en sinónimo de partido revolucionario y
va a identificar al grupo separatista, en contraposición
con los realistas, los fieles a la metrópoli. El
Satélite del Peruano, periódico
cuyo redactor era Fernando López de Aldana marca un hito
fundamental en el concepto de patria, pues considera que engloba
al continente americano dominado por España y que lucha
por romper dicha dominación. Es pues ya un concepto
combativo, dinámico y revolucionario y es el que se va a
imponer definitivamente
En el Perú del siglo XVIII se produce un movimiento
nacional de liberación indígena, como lo venimos
señalando, capitaneado o liderado por los caciques y que
oscila entre el reformismo, en los moderados, y el separatismo,
entre los más radicales, y que en gran medida concluye, y
de forma traumáticamente catastrófica, con el
movimiento de Túpac Amaru II. El peruanista John Rowe ha
estudiado con gran profundidad diversos aspectos de este
movimiento nacionalista inca, en tanto que C. D. Valcárcel
estudió con relativa minuciosidad estos movimientos desde
el siglo XVI hasta el XVIII, en su muy importante obra
"Rebeliones indígenas" Pero innegablemente el movimiento
de mayor trascendencia fue el de Túpac Amaru que ha
merecido análisis muy profundos por estudiosos de diversas
nacionalidades, como por ejemplo los muy importantes estudios del
argentino Boleslao Lewin: "La rebelión de Túpac
Amaru y los orígenes de la emancipación
americana","la insurrección de Túpac Amaru"
"Túpac Amaru, el Rebelde" y "Túpac Amaru: su
época, su lucha, su hado". Es el caso también del
uruguayo Julio César Chávez, con su "Túpac
Amaru". En el Perú son varios los historiadores que se han
dedicado al estudio de Túpac Amaru y su movimiento. En
1981 José Antonio del Busto Duthurburu publicó una
obra muy importante, en la cual estudia al personaje antes de su
movimiento. Nos estamos refiriendo a la obra titulada
"José Gabriel Túpac Amaru antes de su
rebelión". En 1995 Juan José Vega, estudioso
perseverante de Túpac Amaru y su gran rebelión, le
ha dedicado una valiosísima obra en dos
volúmenes,
titulada "Túpac Amaru y sus compañeros" la cual
tiene puntos de vistas muy originales.
El movimiento insurgente peruano e hispanoamericano en general
del siglo XVIII y comienzos del XIX está inmerso dentro de
lo que hoy se suele analizar como una gran revolución que
agitó a todo el mundo occidental y que incluso
rebasó hacia el oriental, y que significó el inicio
del punto climático de la burguesía. Es necesario
no perder este marco para no caer en una visión demasiado
provincial, en la que se deja de ver sus relaciones con el resto
del mundo.
Si el siglo XVIII en cuanto a insurgencia es fundamentalmente
indígena, el siglo XIX lo es criollo. Baste con mencionar
algunos pocos intentos o reales movimientos de esta centuria: La
conspiración de Gabriel Aguilar y Manuel Ubalde, en el
Cuzco, en 1805; el intento de los hermanos Silva, en Lima (1808);
la conjuración de Anchoriz (1810); el movimiento de Zela,
en Tacna (1811); la sublevación de Enrique Paillardelli,
en Tacna (1813); el gran movimiento del Cuzco de 1814; la
conjuración de José Casimiro Espejo, José
Gómez y Nicolás Alcázar, en Lima
(1818).
Todo esto nos habla de que la generalización de la
existencia de un grupo criollo homogéneo, totalmente
cerrado en defensa de sus intereses de clase y por lo tanto
opuesto a la separación, no es del todo cierto y presenta
matices que las últimas investigaciones han puesto de
realce. Jorge Bracamonte ha puesto énfasis en la
existencia de un proyecto aristocrático de la elite
criolla, que según el citado estudioso, no fue en realidad
un programa que
pudiera vislumbrarse a través de ciertos principios
doctrinarios, sino fundamentalmente una actitud pragmática
de ejercicio del poder, muy propia de quienes nunca fueron
totalmente ajenos a él. Esta cercanía al poder -de
los representantes criollos más notables- es lo que
permitió definir los rasgos autoritarios y centralista del
proyecto (J. Bracamonte) Lo cierto es que este proyecto
aristocrático no apostó por la separación y
no convencida de los beneficios que podían obtener con la
ruptura, apostarían todas sus esperanzas en la vigencia
plena de la Constitución de Cádiz, a diferencia
de otras elites criollas Hispanoamericanas que sí
apostaron por la separación.
Otro aspecto importante del proyecto aristócrata es no
sólo el nuevo descubrimiento del espacio geográfico
y de sus potencialidades para el desarrollo
económico, sino que estimuló una nueva
aproximación al poblador andino con la finalidad de
integrarlo y subordinarlo a un proyecto común. Aunque
Cecilia Méndez en su obra "Incas sí, indios no",
señaló que el planteamiento criollo realmente
excluía a la población indígena aunque rescataba
y arqueologizaba el pasado histórico inca. Pablo Macera en
su estudio del proceso de la formación de la conciencia
nacional, señaló la recuperación del indio
en el
discurso fundamentalmente criollo a fines del siglo XVIII,
enfatizando que el segregacionismo puede apreciarse en el grupo
del Mercurio Peruano. Por eso Macera habla de un nacionalismo
criollo y no de un nacionalismo peruano.
Nuevos análisis matizan estas concepciones,
señalándose que los criollos se enfrentaban
doctrinariamente frente al problema de que los europeos
creían en su superioridad frente a los americanos
(criollos). Esto lleva a Unanue a plantear el tema de "lo
peruano". En 1796 Unanue señalaba que el reino del
Perú se componía de tres naciones primarias:
españoles, indios y negros En Unanue vemos, nos dice
Bracamonte, como fue la historia el recurso que permitió
recuperar un pasado utópico para el indígena, al
mismo tiempo que permitió para los criollos la
apropiación de una matriz
histórica de la cual carecía. De esa manera la
historia devino en un mecanismo integrador de blancos e indios,
que a partir de ese momento podían encontrar en el pasado
histórico inca un lugar común de referencias, al
mismo tiempo que les permitiría – hacia delante –
reconocerse parte de proyectos comunes". (Jorge Bracamonte). Ello
explica porqué el proceso de la independencia peruana es
continuidad y es ruptura.
Pero que tuvieron que venir las dos expediciones libertadoras
para que se produjera la independencia del Perú, es un
hecho que tampoco puede minimizarse. Lo que tiene que hacerse es
explicar por qué se hizo necesaria dicha ayuda.
¿Por qué el Perú no pudo conseguir, sin
auxilio, como otras regiones de Hispanoamérica, su
libertad? La respuesta a esta interrogante ya ha sido dada por
diversos historiadores, los cuales han señalado varios
factores que imposibilitaron que los peruanos pudieran culminar
su proceso separatista sin ayuda alguna. En primer lugar no
está de más señalar la presencia del
denominado "Prior del convento colonial americano" el virrey
Fernando de Abascal, quien contó con un poder
político real, porque los criollos y peninsulares peruanos
tenían en sus manos el poder económico y con ellos
contó Abascal. El virreinato peruano con las reformas
borbónicas había cedido campo en lo
económico, pero seguía siendo en lo político
el centro del poder español, debido a que poseía
una concentración de fuerzas militares que se
desconocía en las otras regiones Hispanoamericanas y ello
le permitió, algunos dicen darse el lujo, de no
sólo actuar dentro de su jurisdicción, sino de
traspasar fronteras y combatir la insurgencia en Chuquisaca, La
Paz, Quito y Chile, además de impedir el avance de las
fuerzas bonaerenses por el Alto Perú. Y de ello se dio
cuenta San Martín, quien consideró que para
asegurar la independencia hispanoamericana era necesario pasar
primero a Chile (es decir no insistir por el Alto Perú) y
colaborar con los chilenos para alcanzar su independencia (Pierre
Chaunu escribe: "El movimiento separatista finalmente vence en
Chile, pero con ayuda extranjera: las tropas rioplatenses de San
Martín"), y luego pasar al Perú y colaborar con los
peruanos para conseguir su independencia. Ya en el Perú
incluso buscará la ayuda de Bolívar, tratando de
unir fuerzas para terminar con los realistas peruanos, lo cual
demuestra que las fuerzas realistas peruanas eran numerosas y muy
bien preparadas. Auxiliar al Perú no sólo eran un
gesto de altruismo, de fraternidad, sino una necesidad, porque
mientras el Perú no estuviese independizado la
independencia de cualquier región hispanoamericana
peligraba.
Existe otro factor que no por poco señalado debe ser
desdeñado. Es el referente al altísimo porcentaje
de peninsulares que residían en Lima, es decir en el
corazón
del virreinato; grupo éste, como es obvio comprender,
eminentemente hostil al movimiento separatista. En ningún
otro lugar fuera de España residían más
españoles que en Lima. Esto significó que los
criollos separatistas tuvieron que hacer frente a un poderoso
grupo peninsular adicto y fiel a la corona, que había
formado una cerrada aristocracia que casi monopolizaba la
dirección del gobierno. Sobre esto ha
insistido mucho Carlos Neuhaus Rizo Patrón en su
"Reflexiones sobre la emancipación peruana" y en "hacia
una nueva clasificación de los movimientos revolucionarios
peruanos previos a la independencia". Su libro tan interesante
"Reflexiones sobre la independencia" merece un análisis
cuidadoso y resulta extraño que a veces ni siquiera es
citado por estudiosos de esta problemática.
El mencionado historiador señala que frente a la
población criolla y mestiza los españoles
representaban en México el
2,2% mientras que en el Alto Perú el 1%, en Chile el 16% y
en el Perú el 55%. Como dice Neuhaus Rizo Patrón,
al respecto de este aspecto demográfico: "…el
Perú se desata al último del dominio
español porque en síntesis
Lima es España y Lima domina al Perú, como la mujer de
Pericles gobierna a Grecia".
Semejante concepto vuelve a utilizarlo en una obra reciente
("Navegando entre Perú y Ancón" Lima, 1998; p. 38):
"…San Martín, a través de sus muchos
contertulios y de inmensurables evidencias ha comprobado que,
simple y complejamente, Lima es España." Y
comprensivamente con relación a actitudes
propias del pasado condicionadas por circunstancias
fáciles de comprender, añade: "El sentimiento de
lealtad hacia la Corona, que puede se errado no es vergonzante,
sedimenta un peso muy intenso sobre los espíritu peruanos
hacia 1821…." Si a estos factores demográficos y
socioeconómicos añadimos la campaña en
contra del ejército libertador y de los posibles agravios
que podía ocasionar dentro de la población
limeña, comprenderemos actitudes como la de buscar
refugios en los conventos ante la inminencia del ingreso del
ejército patriota en la ciudad capital, así como
también la reacción de los habitantes del puerto
del Callao por la captura de la fragata realista La Esmeralda,
por obra de la escuadra al mando de Cochrane, los cuales el
día 6 de noviembre de 1820 mataron a 14 o 16 extranjeros
por considerar que la fragata inglesa Hyperion y la
angloamericana Macedonia, ambas de guerra, así como todos
los navíos surtos en el puerto había auxiliado a
Cochrane. Esto hace que Pezuela afirme que la expedición
libertadora era más temida que amada.
Es innegable que los criollos de las regiones agrícolas
(Argentina, Chile, Venezuela) no tuvieron que luchar con las
poderosas aristocracias que se formaron en las regiones mineras
(Perú y México).
Si el siglo XVI fue básicamente el siglo de la conquista,
es decir de la violencia por excelencia, metafóricamente
sería el periodo de la fecundación de las dos culturas que han
chocado. Con Max Hernández diríamos que el
nacimiento de la nueva cultura fue
fruto de una violencia con característica de
violación, castración y nacimiento bastardo. El
siglo XVII podemos considerarlo como la época de la
fusión
y por lo tanto de la incubación. El siglo XVIII es la
etapa del nacimiento, nacimiento de una nueva nación:
la nación peruana. Ella surge como consecuencia lógica
del inevitable proceso interno de diferenciación, de
singularización, que es lo que en última instancia
explica el tránsito hacia la separación.
César Pacheco Vélez sostiene la tesis de que la
revolución separatista peruana fue consecuencia
lógica del proceso interno de diferenciación. Don
José De La Puente Candamo señala que "La
República es el fruto de la guerra; la nacionalidad es la
causa de la ruptura". Son conceptos muy importantes que muchas
veces no son considerados en toda su profundidad. Por supuesto
que este proceso de diferenciación, del cual nos han
hablado tanto De La Puente Candamo como César Pacheco
Vélez, tiene una larga prehistoria que
echa sus raíces casi en los inicios del proceso mismo de
la invasión. El conquistador Sebastián de
Benalcázar, uno de los de Cajamarca, "sintiendo el apego
de un natural por su nuevo país (James Lockart)
sugirió a la corona que cada reino debía tener
gobernadores nativos: "Aquí, hombres de la Indias, como en
España españoles" (8) Es obvio que para
Benalcázar "hombres de las Indias" eran sólo los
conquistadores españoles, prescindiendo de los verdaderos
dueños de estas tierras: los indígenas. Este mismo
sentimiento de singularización temprana la encontramos en
el movimiento de los encomenderos dirigidos por Gonzalo
Pizarro.
Sabemos que personajes como Francisco de Carvajal le
aconsejaban para que se proclamase rey del Perú, por lo
que Waldemar Espinoza Soriano señala que esta
rebelión constituye el más lejano atisbo
emancipador que haya gestado en el Perú, no por
indígenas, sino por los propios conquistadores. Por lo que
hay historiadores que le consideran (a Gonzalo Pizarro) hasta
como un precursor de la independencia". (9) Incluso se
señalan aspectos que hubieran favorecido esta
decisión, de haberla tomado Gonzalo: ser hermano de
Francisco el conquistador del imperio de los incas y el haber
podido casarse con su sobrina Francisca Pizarro Yupanqui, la cual
posteriormente, y ya en España se casaría con su
tío Hernando. ¿Resulta descabellada esta
posibilidad? De ninguna manera, porque habría sucedido
algo parecido a lo que ocurrió con los árabes que
invadieron la Península Ibérica, los cuales se
independizaron cincuenta años después de su arribo
al constituir el califato de Córdoba, separado y libre de
los Omeyas de Bagdad, como nos lo recuerda el propio Waldemar
Espinoza. Claro que la independencia hubiera sido para los
conquistadores y no para los indios, mestizos, negros y castas.
Como dice W. Espinoza sólo se habría adelantado en
280 años la "independencia criolla" alcanzada en
Junín y Ayacucho. ¿Pero hubiera habido una real
"reconquista indígena" que hubiese terminado en 1780/1781
expulsando a los invasores como ocurrió en 1492
allá en la Península Ibérica? . Recordemos
que los árabes se quedaron en la Península
Ibérica ocho siglos. Sólo en 1492 terminó la
reconquista española o aquello que se solía
considerar como "reconquista", considerad en la actualidad
más como "una guerra civil disfrazada de conflicto
religioso".
No está de más recordar que el estudioso
francés Marcel Bataillon dedicó especial atención al análisis del movimiento
pizarrista, en un curso que dictó en el College de France,
en 1962 y cuyo resumen de dicho curso ha sido publicado,
conjuntamente con otros trabajos del citado historiador, por la
Universidad San Marcos con el título de La Colonia.
Ensayos
peruanistas (Lima, 1993)
Otro aspecto que tiene que tenerse en cuenta y que mencionamos al
comienzo de este trabajo es que no podemos desligar la
independencia peruana e hispanoamericana de los hechos mundiales,
especialmente de las consecuencias que produjo la invasión
napoleónica a la Península Ibérica y en
especial a España, que entre otras cosa significó
el establecimiento de un rey foráneo no reconocido por el
pueblo español, José I, hermano de Napoleón, que obligó al pueblo
español al autogobierno a través de juntas de
gobierno, que evolucionaron a una Junta Central y luego a un
Consejo de Regencia y marca una etapa de liberalismo en
España y que tiene su punto climático con las
Cortes de Cádiz y con la Constitución de 1812.
Estos hechos repercutieron en Hispanoamérica donde
también se formaron juntas de gobierno algunas de ellas
francamente separatistas y a partir de las cuales se inicia
realmente la fase explosiva de la independencia hispanoamericana.
Como señala Guillermo Céspedes en su libro "La
independencia de Iberoamérica"(Madrid, 1988) frente a la
crisis de la monarquía española sin rey
legítimo, en Hispanoamérica se produjo una
verdadera guerra civil que enfrentó a aquellos que
él denomina "criollistas", que estimaban que los cabildos
podían servir como marco para convocar asambleas
suficientemente representativas (aunque por supuesto nunca
democráticas) que designasen juntas de gobierno, que a
ejemplo de las surgidas en España ejercerían el
gobierno. A esta posición se contraponía la
tendencia que Céspedes denomina "peninsularista",
partidaria de mantener la estabilidad y el orden y para ellos las
autoridades que ejercían los cargos diversos debían
seguir gobernando. En caso de vacantes los nombramientos los
haría el Consejo de Regencia. Virgilio Roel ha
señalado que mientras los cabildos de ciudades como Lima,
Trujillo y Arequipa decidieron apoyar a los absolutistas
españoles, en cambio en el resto del país hubo
esfuerzos por formar juntas de gobierno que apoyasen a los
liberales españoles. Estos criollos liberales deseaban que
el artículo 312, capítulo 1°, título 6
de la Constitución de Cádiz se cumpliese, porque
dicha norma mandaba que todos los cargos del cabildo
debían ser electivos, quedando de esta manera suprimidos
los cargos a perpetuidad. Que no se cumpliese este mandato no
significa, como nos los dice Virgilio Roel, que no hubiesen
"gente y cabildos que sí eran representativos y que
exigieron el cumplimiento de los dispositivos constitucionales, y
que cuando se les cerró el paso legal a sus aspiraciones
se insurreccionaron; es este el caso de los insurgentes
cusqueños de 1814, que capitaneados por los hermanos
Angulo llegaron a contar en su campaña con la
adhesión de los cabildos de Abancay, Andahuaylas,
Huamanga, Huancavelica, Huancayo, Puno y La Paz". (Virgilio
Roel,"Conatos, levantamientos, campaña e ideología
de la independencia" )
Como señala G. Céspedes el liberalismo
español en cierta forma exacerbó el liberalismo
hispanoamericano. Así por ejemplo, Manuel José
Quintana, secretario de la Junta Suprema decía: "No sois
ya (se refería a los criollos) los mismos que antes,
encorvados bajo el yugo, mirados con indiferencia, vejados por la
codicia, destruidos por la ignorancia…; vuestros destinos
ya no dependen ni de los ministros, ni de los virreyes, ni de los
gobernadores: están en vuestras manos".
Pero el sector criollo, especialmente el poderoso
económicamente, y por supuesto los peninsulares, tanto de
Perú como de México se mostrarían contrarios
a ese separatismo y convirtieron a estos territorios en
defensores del fidelismo y en el caso peruano se utilizó
el poderío militar para combatir los movimientos
autonomistas de las juntas que se formaron en 1809 y
1810.
Por ello resultó más difícil en el
territorio del virreinato peruano luchar por la
separación. Ya hemos dicho que todo lo anteriormente
expuesto no significa que no hubo lucha por la separación,
sino que los movimientos a los cuales ya hemos referencia
encontraron una tenaz oposición y por ello fracasaron,
pero eso mismo tiene que ser valorizado porque eran movimientos
que se dieron aún en las condiciones más adversas,
con un estado superpoderoso política y militarmente.
Muy ilustrativos sobre la situación del virreinato peruano
a comienzos del siglo XIX y sobre las diversas actitudes de los
grupos
sociales con relación a la dominación
española son los datos que se
aprecian en la
comunicación de virrey Pezuela de fecha 5 de noviembre
de 1818 y que transcribe Virgilio Roel. En esa comunicación leemos: "Las ocho provincias
que desde el Desaguadero a Guayaquil forman este virreinato
están quietas y conformes al parecer en su presente
sumisión al Rey y a las legítimas autoridades; pero
no tanto, que pueda tenerse, ni se tenga una completa confianza,
de que no son susceptibles de novedad. No son pocos en cada uno
de ellas los hombres conocidos por infidentes, a cuyo
extrañamiento no puedo proceder, sea porque tal vez no
pueda justificarles sus delitos,
quedarían estos muy disminuidos de sus habitantes; pero la
permanencia de tales hombres debe ocupar la vigilancia de los
Gobernadores, porque no perderían la ocasión de
perturbar la paz, si se les
presentase". (10) Eduardo García del Real, en su biografía de San
Martín (Barcelona, 1984) señala que el 25 de
octubre de 1820 el virrey Pezuela explicaba al Gobierno
español las circunstancias que le habían conducido
al armisticio de Pisco y a la conferencia de
Miraflores. Si bien es cierto que en este informe aseguraba
la lealtad de la tropa, sin embargo, y en la misma fecha, en
misiva enviada a su hermano residente en Madrid, le hace llegar
"sus temores de ver perdido el Perú, a causa del
espíritu de insurrección que se hacía sentir
en todo el Virreinato". (el remarcado es nuestro)
¿Se puede con tantos testimonios de la inquietud
revolucionaria peruana sostener que poco o nada hicieron los
peruanos por su independencia?
No debemos tampoco pasar por alto que en los otros lugares de
Hispanoamérica donde nacen las corrientes libertadoras del
sur (San Martín) y del norte (Bolívar), hubo un
factor importante cual es que restablecido el absolutismo de
Fernando VII (1814-1819) tanto los patriotas hispanoamericanos
como los liberales españoles fueron y se sintieron por
iguales víctimas de ese nuevo estado absolutista y es por
ello que se establecen relaciones de colaboración entre
ambos grupos a través de las llamadas logias, cuyo papel a
veces no suele valorarse en su exacta dimensión, un tanto
porque no se conocen tanto de ellas por el carácter
secreto que tuvieron. Pero es innegable el papel que ellas
jugaron. Las logias tuvieron un papel importante ya desde la
época de Miranda y adquirirían un rol mucho mayor a
partir de la segunda década del siglo XIX, especialmente
en aquellas regiones como Argentina, Chile (prácticamente
gobernada por la logia Lautariana entre 1817 y 1820), Venezuela y
Nueva Granada. Como señala Guillermo Céspedes estas
logias "fueron el verdadero partido político de la causa
emancipadora, impulsaron y dirigieron eficazmente el desarrollo
de ésta y contribuyeron poderosamente a su triunfo." (11)
Como se podrá apreciar del problema de la independencia
peruana e Hispanoamericana es bastante complejo, y es por ello
que no se debe hacer afirmaciones simplistas y mucho menos
inculcar a los jóvenes ideas que no sean de gran
objetividad, que propicien el intercambio de ideas, el
afán de investigar, la curiosidad por nuevos enfoques,
presentando los problemas con
todos los matices que ellos poseen, porque de no ser así
estamos, probablemente sin quererlo, inmersos en un simplismo
anticientífico. Por querer hacer una supuesta "nueva
historia" estamos haciendo una nueva historia tradicional, mucho
más peligrosa porque pretenden ser verdaderamente
renovadora. No debemos olvidar los docentes, de todos los niveles
educativos, que tenemos una grave responsabilidad cuando enseñamos, por que
lo que los niños,
los jóvenes e incluso los adultos saben de la historia es
lo que de ella se les enseña en los centros educativos, en
los diversos niveles. No olvidemos que el prestigioso historiador
francés Marc Ferro ha escrito un libro
importantísimo que todo profesor de historia
debería leer. Me estoy refiriendo a "Cómo se cuenta
la historia a los niños del mundo entero" donde apreciamos
como ella es distorsionada. Marc Ferro en este libro escribe:
"Independientemente de su vocación científica, la
historia ejerce en efecto una doble función,
terapéutica y militante. A través del tiempo, el
"signo" de esta misión ha
cambiado, pero no el sentido…; el cientificismo y la
metodología sirven a lo sumo de "taparrabo"
a la ideología".(12) Actualmente los estudiosos de la
historia verdaderamente serios tienen que estar abiertos a todas
las fuentes, a
todas las interpretaciones y tratar en lo posible de ser objetivos. Es
cierto que esto es algo muy difícil en esta ciencia, de
allí que los llamados historiadores cientificistas o
partidarios de la cliometría tiendan a recurrir a
análisis matemáticos dentro del campo
histórico para ganar objetividad; pero por supuesto que no
todo el estudio de la historia es susceptible de ese tipo de
análisis.
1 Silva Santisteban "Historia del Perú.
Perú Republicano"(Lima: Ediciones BUHO S.A. tercera
edición, 1983) páginas 14 – 15,
2 Bonilla, Heraclio "El Perú entre la
independencia y la guerra con Chile" En: Historia del
Perú. Perú Republicano, tomo VI de la
colección de Juan Mejía Baca , 1981; página
397
3 Roel Pineda, Virgilio "Conatos, levantamientos,
campañas e ideología de la independencia". En:
Historia del Perú. Perú Republicano, volumen VI de la
colección de Juan Mejía Baca, 1981; página
139
4 Roel Pineda, Virgilio Obra citada; páginas
139 – 140
5 Regalado de Hurtado, Liliana "El Inca Titu Cusi
Yupanqui y su tiempo. Los Incas de Vilcabamba y los primeros
cuarenta años del dominio español" (Lima:
Pontificia Universidad Católica del Perú. Fondo
Editorial, 1997)
6 Scarlet O’Phelan Godoy refutó los
planteamientos de Bonilla y Spalding en un trabajo titulado "El
mito de la «independencia concedida»: los programas
políticos del siglo XVIII y del temprano XIX en el
Perú y Alto Perú (1730 – 1784)". Se ha
dedicado, con gran profundidad y enfoques novedosos, a estudiar
los movimientos del sur del Perú, incluyendo el Alto
Perú. Núria Sala i Vila ha dedicado ya varios
trabajos a los movimientos indígenas, tales como sus tesis
para licenciatura y doctorado (1985 y 1989, respectivamente)
así como una obra reciente "Y se armó el tole
tole"[1996]"
7 Bracamonte, Jorge "La formación del proyecto
aristocrático: Hipólito Unanue y el Perú en
el ocaso colonial" En: "Crisis colonial, revoluciones
indígenas e independencia" de Luis Glave y Jorge
Bracamonte. (Lima, 1996; página 31.
8 Lockart, James "Los de Cajamarca"(Lima, 1986; tomo
I, página 137)
9 Espinoza Soriano, Waldemar "Virreinato
Peruano"(Lima, 1997; página105
10 Roel Pinedo, Virgilio "Conatos, levantamientos,
campañas e ideología de la independencia". En
"Historia del Perú, Perú Republicano, tomo VI,
publicada por Juan Mejía Baca,1981; página 160
11 Céspedes, Guillermo "la independencia de
Iberoamérica. La lucha por la libertad de los pueblos
(Madrid: Ediciones Anaya, 1988 página 109)
12 Ferro, Marc "Cómo se cuenta la historia a
los niños en el mundo entero"(México: F.C.E. 1995
Primera edición, primera reimpresión; página
11)
Autor:
Jorge G. Paredes M.
Profesor de Historia y Geografía.
Lima – Perú