INTRODUCCIÓN
Díaz Ordaz, Gustavo (1911-1979), político
mexicano, presidente de la República (1964- 1970).
Nació en la actual Ciudad Serdán y estudió
en la Universidad de
Puebla. Desempeñó varios cargos públicos en
Puebla antes de entrar a formar parte del Congreso Nacional,
primero como diputado (1943-1946) y después como senador
(1946-1952). Díaz Ordaz pasó a ser secretario de
Gobernación en 1958, durante el mandato de¡
presidente Adolfo López Mateos y llegó a ser
considerado uno de los líderes de la facción
conservadora del Partido Revolucionario Institucional (PRI); Como
tal, alcanzó la presidencia de la República en
1964. El gobierno de
Díaz Ordaz fomentó el desarrollo
económico de México,
impulsó un plan agrario
integral, la industrialización rural y las obras de
irrigación. Firmó el Tratado de Tlatelolco para la
Proscripción de las Armas Nucleares
en América
Latina. Durante su mandato, se enfrentó a una serie de
huelgas estudiantiles que culminaron en los sangrientos sucesos
de Tlatelolco, en octubre de 1968, poco antes del inicio de los
Juegos
Olímpicos que iban a tener lugar en la ciudad de México;
fue muy criticado por la dura represión de las
manifestaciones de los estudiantes, en las que murieron cerca de
un centenar. Díaz Ordaz fue el primer embajador de
México
en España,
en 1977, al reanudarse las relaciones diplomáticas entre
ambos países, tras 40 años de interrupción
de las mismas.
Nació el 12 de marzo de 1991 en San Andrés
Chalchícomula, estado de
Puebla Era nieto del general José María Ordaz,
gobernador del estado de
Oaxaca muerto en campaña contra los conservadores de Cabos
y Vicario. Sus padres, personas de clase media se trasladaron a
Oaxaca donde el niño Gustavo hizo estudios primarios con
buen aprovechamiento y muy buena conducta.
Gustavo Díaz Ordaz perteneció a una
familia
tradicional poblana con extensas ramificaciones en Oaxaca y
descendientes que habían figurado en la vida del
país prácticamente desde la colonia. El origen de
ella se atribuye a Diego de Ordaz, el capitán del ejercito
de Hernán Cortés, enemistado con el conquistador de
la nueva España en
la campaña de Tlaxcala, Diego de Ordaz fue obligado por
Cortés a acometer la empresa
suicida de ascender al ignoto volcán Popocatepetl, de la
que salió ileso para asombro de sus compañeros de
armas.
Compuesto el apellido según los Díaz Ordaz
con los Bolaños Cacho, estirpe no menos ilustre. Sin
embarga las veleidades sociales y economices de México-Reforma y del porfiriato
dieron a Gustavo una cuna modesta, sí bien consciente de
antiguas grandezas. Su padre, Don Ram6n Díaz Ordaz, era
empleado municipal de San Andrés Clachicomula, apartada
población de la Sierra de Puebla, hoy
llamada Ciudad Serdán, en recuerdo de Aquiles Serdan,
mártir de la Revolución.
Ahí, en San Andrés, nación Gustavo,
el segundo de una familia de tres
hijos -dos varones y una mujer-. En plena
efervescencia revolucionaria, efectuó sus primeros
estudios para trasladarse en la época obregonista a la
capital del
estado donde a
la sombra de unos parientes paternos continuaría su
preparación.
En 1931, cuando gobernaba al país Pascual Ortiz
Rubio, el joven Gustavo Díaz Ordaz junto con
Bolaños Cacho obtenía su titulo de licenciado en
derecho en la Universidad de
Puebla.
En ese entonces, la figura prominente del estado en la
política
era Manuel Avila Camacho, el general que había luchado en
contra de los cristeros y en la sofocación del estallido
escobarista.
Para los jóvenes de la generación de
Díaz Ordaz la Revolución
era el antecedente inmediato, era ya el gran acontecimiento que
regía ya la vida del país en todas sus
manifestaciones.
Pronto seria el movimiento
social hecho instituciones
a las que ineludiblemente debía integrarse el ciudadano de
prácticamente todas las esferas. La Revolución
aparecía como la idea en la que cabían todas las
corrientes que aceptaran el compromiso.
Gustavo Díaz Ordaz, dedicado estudiante,
trabó amistad con el
que más tarde sería gobernador de su Estado, Juan
C. Bonilla, y a través de él, con el propio Avila
Camacho. En su juventud y a
lo largo de su carrera obtuvo puestos modestos y sin ninguna
importancia trascendental.
En 1932 sirvió como reitotio en una oficina
administrativa del gobierno de
Puebla y después se le nombro escribiente y actuario de un
juzgado municipal hasta que se recibió de abogado en 1937
y fue Juez de Tecamachalco. Funcionario en el Consejo de
Conciliación Arbitraje y
Presidente del supremo Tribunal de Justicia,
profesor y vicerrector de la Universidad de
Puebla, diputado federal y Senador, secretario de
gobernación en el gabinete del Presidente López
Mateos
Frío, puntual y dedicado estudiante, entregado al
trabajo y casado ya con Doña Guadalupe Barja, una dama de
la sociedad poblana,
Díaz Ordaz, veía una carrera ascendente, firme en
la política
de su estado, carrera que combinaba con su actividad docente en
la propia Universidad (de
la que llego a ser Vicerrector.)
Manuel Avila Camacho era su decidido protector, aunque
el joven abogado cultivaba relaciones estrechas en el mundo
oficial de la entidad. A los 32 años cuando se preparaba
la legislatura del gobierno de Avila
Camacho, fue postulado candidato a una de las diputaciones de su
estado, precisamente la que encabezaba su natal ciudad
Serdán.
Testigos presenciales de las tormentas camelares del
avilacamachismo, en las que subsistía el espíritu
bronco de los Revolucionarios, Gustavo Díaz Ordaz
representaba en su curul a la nueva generación de
legisladores, los profesionales, abogalos en su mayoría,
los que se encargaran de dar sustento legal a los impulsos de un
movimiento
social todavía ascendente.
Terminaba el periodo presidencial de Avila Camacho. La
actuación de Díaz Ordaz en la Cámara, su
fidelidad y respaldo del mandatario saliente le valieron al
ascenso inmediato de la candidatura a uno de los caños de
su estado en el Senado.
Eran los últimos amos del México-Romántico, en el que los
políticos se exhibían en teatros y
espectáculos públicos y no tenían recato en
la disipación. Gustavo Díaz Ordaz senador, trababa
amistad con
jóvenes políticos de la época, entre ellos
una entrañable con Adolfo López Mateos y con
Alfredo del Mazo, con quienes se lo vería lo mismo en
fiestas que en celebraciones y en las batallas de la tribuna.
Durante su gestión
viajo a Lima, Buenos Aires y
San Francisco, en representación de México a
diversas reuniones internacionales en las que estaba interesado
el presidente Miguel Alemán.
Así en noviembre de 1963 fue postulado candidato
a la Presidencia de la República por el PRI y el 8 de
septiembre de 1964 el Congreso de la Unión la
declaró Presidente electo para el periodo de
1964-1970.
GOBIERNO DE GUSTAVO D.
ORDAZ.
En poco se diferencian las grandes líneas
políticas de Gustavo Díaz Ordaz de
las de su antecesor. El gasto público se comparte de
manera similar. Se sigue un programa continuo
de obras de infraestructura. La estabilidad del peso es piedra de
toque de la economía. Se prosigue
con el crédito
agrario aunque el lenguaje
oficial sostiene que ya no hay mas tierras por repartir. Este
tono de que hay un camino predeterminado para el país, el
de la Revolución
mexicana, hace que sus informes
presidenciales parezcan los de un tenedor de libros que
solo lista las cifras de lo hecho. El viraje político en
sus planteamientos se da en términos de la política laboral, la
olimpiada de 1968, el movimiento
estudiantil de ese año, los intentos de programación y el freno a la política exterior de
López Mateos.
En cuanto a esto último, baste con decir que no
se continúa el contacto con países de
posición afín como la india o
Yugoslavia. Se hacen las visitas rituales a Estados Unidos y
a la OEA y se busca
un acercamiento con Centroamérica. Es decir, que se
suspende toda iniciativa y solo se deja a la inercia como
guía.
El conflicto con
el movimiento
estudiantil que luego se convierte en popular, demuestra su
autoritarismo y la falta de sensibilidad política;
aparentemente, el gobierno hizo
todo lo posible por no escuchar las demandas, por no negociar, su
única respuesta fue la represión cuyo Spíce
fueron los muertos en Tlatelolco. Falta de negociación que revela, un autoritarismo y
una debilidad presidencial poso usuales en México, hasta
entonces.
Porque hacer de unos juegos
olímpicos la medida para juzgar un gobierno, seria
objeto de sin número de comentarios. No- puede ser el
hecho político central de un sexenio.
Tampoco tiene dimendi6n social la política
laboral. El
conflicto en
el primer año de régimen, con los médicos
del ISSTE a los que se unen los del Seguro Social
apunta al autoritarismo del resto del sexenio y a la debilidad
presidencial. En los dos gobiernos anteriores se habían
enfrentado, conflictos
realmente graves. Pero se fueron enfrentando con varias
Instancias de poder y
ninguno de los dos presidentes anteriores se fue a la
desesperación desde el primer momento, como lo hizo
Díaz Ordaz. Magnifico así el problema y
enseño sus limitaciones. Para cubrir su política
laboral se
promulgo la Ley Federal Del
Trabajo de 1970. El gobierno de Díaz Ordaz fue el fin
de una era y por consiguiente el principio de otra.
Bajo Díaz Ordaz se establece por primera vez un
"programa de
Desarrollo"
Económico y social" de 1966 a 1970. Es cierto para el
régimen de Cárdenas se había formulado un
plan sexenal,
que sirvió para sustentar sus planes de acción
inmediata y usarlo como instrumento de lucha en contra de Calles
y su corriente derechista. También es cierto que un
segundo plan sexenal fue
elaborado para el período de Manuel Ávila Camacho,
pero en la época se sostuvo que había tenido que
abandonarse la segunda guerra
mundial.
Cuando se lanza la candidatura de Miguel Alemán,
el objetivo
teórico de la planeaci6n se adopta por parte del
recién nacido PRI. Quien luego seria secretario de
hacienda, preside llamadas Conferencias de Mesa redonda
de dicho partido, las cuales tienen lugar del 27 de agosto de
1945 al 17 de junio de 1946. Su objetivo era
el de conocer que proyecto de
país habría que edificar.
Sin embargo, dado el pragmateísmo del gobierno
alemanista y su vuelco a la derecha, hacia el neocapitalismo,
toda planeación
queda sepultada bajo la sombra de los gastos
dispendiosos la fachada turística y el espejismo de las
grandes obras supuestamente de beneficio popular, que, como la de
la Cuenca Sistema
Hidrológico del Papaloapan, con su capital
técnica política en Ciudad Miguel Alemán,
nombrada así por el padre, fueron mero espejismo con el
cual ocultar la ineptitud y la corrupción.
Es hasta López Mateos en que resurge la
noción de buscar un camino racional para el crecimiento
del país. En 1957, también en el PRI, surgen los
Consejos de Planeación
Económica y Social. Sin llegar a elaborar un documento en
el cual base su acción gubernamental el nuevo gobierno, se
les considera entonces corno receptores de las demandas
populares.
Durante la campaña de Gustavo Díaz Ordaz
se organizan reuniones económicas y sociales para
distintas zonas de la República cuyas conclusiones se
presentan al entonces candidato. Al final de la campaña,
quien las organizó, es nombrado secretario de Comercio y es
quien encabeza el Comité Intersecretarial que presenta el
programa de
desarrollo
económico de Díaz Ordaz, al que hemos hecho
referencia anteriormente.
Ahora bien, en realidad quien inspira el meollo
financiera de dicho plan es a quien
nombra su secretario de Hacienda, cargo que ostentaba desde el
periodo de López Mateos, desde 1958. Según
él lo que había detrás de la política
económica de los gobiernos a partir de la segunda guerra
mundial es lo que llama "el desarrollo
estabilizador " que se sustentaba en los siguientes principios:
l). Crecer más rápidamente.
2). Detener las presiones inflacionarias.
3). Elevar el ahorro
voluntaria
4). Elevar la inversión.
S). Mejorar la productividad.
6). Aumentar los salarios
reales.
7). Mejorar la participación de los
asalariados.
8). Mantener el tipo de
cambio.
El objetivo de
mayor crecimiento, por lo tanto, se debía a un incremento
acelerado de la inversión que se basara en el incremento
del ahorro y en
que tanto capital como
trabajo rindieran más; esto por el lado de la inversión. Por el lado del consumo, el
control de la
inflación y una ampliación del poder de
compra de las grandes mayorías, debido a un incremento de
salarios reales y
mayor participación de los provechos del crecimiento,
también redundarán en el desarrollo
económico acelerado.
Por supuesto dichos planteamientos estaban sujetos a un
flujo continuado de la inversión extranjera y a los supuestos
beneficios de la continuación de la Alianza para el
Progreso, propuesta por Estados Unidos en
1961, como alternativa ante la Revolución
cubana y que en poco tiempo
desembocaría en un fracaso total y sería suspendida
para siempre.
Otro de los presupuestos
de la Alianza para el Progreso era el de la reforma
agraria, nada novedosa para México y a la cual
Díaz Ordaz ubica como paradigma del
desarrollo
económico. Su jefe del Departamento Agrario, uno de
los primeros ingenieros agrónomos graduados en Chapingo en
la época de Cárdenas, sostiene públicamente,
en discursos y
por escrito,"' la tesis de la
época que era de ya nunca más hablar de reparto
agrario, sino de construir "el segundo piso de la reforma
agraria", es decir, que se debería considerar la
cuestión en términos de desarrollo
económico y de producción, ya no de justicia
social.
Sin embargo, un afán "revolucionario" se apodera
de Díaz Ordaz hacia el final de su período hasta
que se declara que ha dotado de 23 millones de hectáreas a
los campesinos, más que Lázaro Cárdenas. La
realidad es que la dotación fue en el papel pues
sólo se ejecutaron poco más de 14 millones, por
debajo, incluso, de López Mateos y menos de dos millones
más que Luis Echeverría.
Díaz Ordaz introduce el lenguaje
contemporáneo de la programación en el discurso
político de los presidentes mexicanos. De manera bastante
precaria en ideas para la realidad del país y a pesar de
su acción tan limitada como gobernante, dice que "especial
empeño tenemos en la plantación del desarrollo
económico y social del país y en la programación del sector
público".
Nótese la cautela con que divide la
plantación de¡ país de la programación del sector público.
Está siguiendo, por lo demás no podría ser
de otra manera, la llamada planeación
indicativa, cuya máxima expresión en el mundo
capitalista se ha dado en Francia. Lo
que para De Gaulle es programación indicativa, para los
socialistas franceses será el "Proyecto Social",
cuya última manifestación ha sido la del presidente
Francois Mitterrand, ahora en retroceso.
Al referirse a la Comisión Intersecretarial que
ha hecho la planeación
para el quinquenio 1966-1970, Díaz Ordaz se refiere a ella
corno un "proyecto de
lineamientos para desarrollo
económico-social…" que señala las siguientes
directivas y objetivos
nacionales:
Especial empeño tenernos en la planeación
del desarrollo
económico y social del país y en la
programación del sector público. La Comisión
Intersecretarial encargada de elaborar el proyecto de
lineamiento para desarrollo económico-social 1966-1970
señaló las siguientes directivas y objetivos
nacionales: 1. Alcanzar un crecimiento
económico por lo menos de 6% en promedio anual. 2.
Otorgar prioridad al sector agropecuario para acelerar su
desarrollo y fortalecer el mercado interno.
3. Impulsar la industrialización y mejorar la eficiencia
productiva de la industria. 4.
Atenuar y corregir desequilibrios en el desarrollo, tanto
regionales como entre distintas ramas de la actividad. S.
Distribuir con mayor equidad el ingreso nacional. 6. Mejorar la
educación,
vivienda, las condiciones sanitarias asistenciales, la seguridad y, en
general, el bienestar social. 7. Fomentar el ahorro
interno. 8. Mantener la estabilidad de¡ tipo de cambio
y combatir presiones inflacionarias.
Aunque está introduciendo de manera muy tibia la
plantación, la programación como elementos de
justificación de las metas económicas de su
gobierno, de ninguna manera extiende esta supuesta
racionalización gubernamental a otros ámbitos
nacionales. Pese a que se busque promover el desarrollo social
exclusivamente con medidas económicas, de cualquier manera
se ve obligado a justificarse más, a explicar más
este tímido intento que podría tener algún
tinte político que lo alejara de la derecha, cuando
dice:
Nunca nos apartemos de¡ principio de que nuestra
programación no es imperativa ni suprime la posibilidad de
ajustes o reacomodos. El sector público, jerarquiza y
determina. Para el sector privado indica, informa y orienta. Le
concierne establecer pautas y realizar acciones que
coordinen a ambos sectores de la economía nacional. No
hemos erigido la programación como un fin en sí; la
consideramos medio e instrumento.
Ahora bien, la noción de reformar a la administración
pública ha sido una constante de¡ pensamiento de
los presidentes, desde la época de Madero y exaltada
más aún por Carranza, como parte de la
transformación revolucionaria de¡ país. Pero
Díaz Ordaz es el primero que une este viejísimo
concepto al de
la programación pública y a la plantación
de] desarrollo: López Portillo, como encargado por
Díaz Ordaz de la reforma administrativa, no
planteará en su sexenio nada nuevo ni original:
El progreso de la administración
pública no corresponde a los espectaculares avances
logrados en muchos aspectos de¡ desarrollo de¡
país. Nos proponemos iniciar una reforma a fondo de la
administración
pública que sin tocar nuestra estructura
jurídico-política, tal como la consagra la Constitución, logre una inteligente y
equilibrada distribución de facultades entre las
diversas dependencias de¡ Poder
Público, precise sus atribuciones, supere anticuadas
prácticas y procedimientos.
Pero, cuando menos en teoría,
la planeación nacional no puede olvidar las diferencias
regionales, sus necesidades y las de los municipios, es
así que sostiene:
Es innegable la eficacia del
Gobierno Federal como equilibrador de las diferencias
económicas regionales … El Gobierno Federal capta
impuestos en
toda la República, que canaliza también hacia todo
el país, unas veces, a lugares que hacen la inversión fácilmente recuperable y
hasta productiva, y otras, a donde se requiere urgente ayuda, a
sabiendas de que la inversión no va a ser
económicamente recuperable. Conjugando el principio de la
solidaridad
humana … con la necesidad de recuperación y aun de
razonable utilidad, es como
el Gobierno Federal ha hecho de equilibrador de diferencias
regionales.
Como ya se ha dicho, Díaz Ordaz culmina, o cree
culminar su gestión
laboral con la
nueva Ley Federal del
Trabajo promulgada el 1 de mayo de 1970 y cuya mayor
aportación social es el inicio de la reglamentación
para otorgar viviendas a los trabajadores, obligación
constitucional desde 1917, y que se llevará a efecto bajo
el régimen que lo sucedió. En su primer informe,
Díaz Ordaz ha buscado sancionar el régimen laboral en el
marco de la Revolución
mexicana y desde una perspectiva muy poco social y alejada,
ya no digamos de la cardenista sino incluso de la de su paisano
Ávila Camacho con el cual comenzó su carrera
política. Así, sostiene:
En el sistema creado
por la Revolución
mexicana, el sindicato
sujeto de derecho, es libre frente al Estado. Este principio
democrático garantiza la autodeterminación
sindical. Los trabajadores mexicanos gozan de plena libertad para
asociarse. Ellos han decidido, en un régimen de libertad y de
respeto a la
ley, sus
programas y
labores sindicales. Al Estado sólo corresponde cuidar que
se acate la Constitución Política y lo previsto
en la Ley. Federal del
Trabajo (p. 883).
Pero a esta perspectiva ideológica tiene que
adicionar su economicismo cuando sostiene:
Mediante el estudio riguroso de las condiciones
económicas de nuestro país, se ha procurado aplicar
una política que tienda a aumentar la capacidad
productiva, para hacerla superior al crecimiento de la población, fortalecer el mercado interior,
adiestrar obreros, crear nuevas fuentes de
trabajo, proteger los productos
nacionales y defender los precios justos
de nuestras materias primas.
Es interesante señalar cómo aquí
también hace alusión al exterior como una aparente
manera de sancionar aprobatoriamente desde el punto de vista
internacional lo que está planteado, como programa propio.
Sanción internacional que se irá incrementando y se
agudizará conforme se acerque la celebración de las
olimpiadas, meta alucinada de su gobierno.
Su referencia al problema de las demandas sindicales de
los médicos, al que ya hemos hecho referencia, se extiende
a otros grupos
sociales a los que se busca englobar de una manera
genérica cuando dicta que no es posible tolerar el
desorden generalizado y sí es necesario:
Definir si cada grupo, cada
gremio, cada profesión, cada sindicato,
etc., puede, con toda libertad, sin
previo requisito y cada vez que así lo desee, v sin
atender a los intereses de la colectividad en su conjunto, dejar
de prestar el servicio que
la sociedad le tiene
encomendado y dejarnos a todos los mexicanos, impunemente, por
ejemplo, sin agua, sin
luz, sin
teléfonos, sin pan, sin transportes.
En una serie de párrafos, también sin
desperdicio y que se explican por sí mismos, se dirige a
los médicos del país a los que dice:
A quienes instigan este conflicto
desde diciembre de 1964, les expresé claramente la
voluntad del gobierno de atender en justicia y
equidad, las que consideré sus apremiantes necesidades,
principalmente las económicas; que todas las comisiones
que me han entrevistado, fueron tratadas no sólo con la
cortesía que todo mexicano merece al Presidente de la
República, sino con franca cordialidad; que los acuerdos
de 18 de febrero y 8 de julio; aunque no todo lo que piden,
sí conceden a los médicos aumentos sustanciales en
sus sueldos, como nunca en la historia de¡ ejercicio
de la medicina en
México se les había otorgado; los acuerdos se van
cumpliendo, los casos aún pendientes son cada vez en menor
número y se están resolviendo como lo que son:
casos de excepción que no entran en la regla general pero
si en la equidad… En el futuro, este problema será uno
de los muchos que le haya toca- do afrontar al régimen; en
cambio, una
actitud
precipitada de las actuales generaciones, ¿no
podría manchar para siempre el limpio y noble historia] de la clase
médica mexicana?.
Los tres últimos informes de
Díaz Ordaz se hallan todos afectados por el movimiento
estudiantil de 1968. Es el hecho político central, su
inevitable punto de referencia, la especie de tabla rasa conforme
a la cual su gobierno será ponderado. Más que al
juicio de la historia, apela a una
especie de sentencia judicial que apruebe sus argumentos de todo
tipo, argumentos de quien parece no abandonó nunca su
condición juvenil de agente del ministerio
público.
Este parteaguas se inicia precisamente en su cuarto
informe. Su punto
de partida es convencional cuando sostiene que:
A los gobiernos de la Revolución
mexicana les preocupa Primordialmente el hombre y su
desarrollo cabal, en todos los órdenes, por encima de
cualquier otra consideración. El humanismo ha sido
guía y meta de los tres movimientos fundamentales
de¡ país, Independencia,
Reforma y Revolución, y sigue inspirando
permanentemente nuestra acción económica, social y
política.
Fórmula esta que ya vimos provenía de
López Mateos y antes, de Madero. Por lo demás, son
escasos los argumentos ideológicos de su Política
gubernamental. As!, el país demanda una
"reorganización administrativa" que se adecue a una
sociedad y una
economía
más complejas. Pero "sin justicia
social el desarrollo económica sería un frío
proceso
deshumanizado" 'Este desarrollo no puede ser abandonado "a la
acción espontánea de las fuerzas privadas de
producción"'Debe ser "resultado de la
acción consciente, la voluntad del pueblo". De ahí
el papel
de¡ Estado: "su principal impulsor y como única
entidad capaz de armonizar los diferentes intereses de la
comunidad, de
tal manera que se logre evitar injustas concentraciones de
riqueza y el aprovechamiento indebido de nuestros adelantos para
beneficio de grupos
minoritarios" '
Una vez redondeado este cuadro que justifica sus
acciones de
gobierno, que las legitima como el Estado
protector y equilibrador, destaca primordialmente la
programación de la educación
pública, la política agraria y la exterior. A mitad
de su gobierno, en 1968, proclama que ya se alcanzaron "las metas
de¡ programa de
desarrollo económico-social de 1966-1970".
Afirmación que lo legitima, a más de dos
años del final de su régimen, en el terreno
económico. Su tarea, ahí, ha concluido. A la
educación
la califica como "el factor más importante del progreso" '
Posteriormente, en su pensamiento
político, tendrá un papel
particular frente a los sucesos de 1968, cuando dice
"quizá nos hemos preocupado demasiado por instruir y hemos
descuidado el enseñar". Redondeando lo anterior, al
calificar a la Revolución
mexicana de que es "esencial y fundamentalmente
antilatifundista", la hace parte y punto de partida de la
razón de su política agraria y deja atrás
explicaciones sobre el "segundo piso" de la reforma
agraria.
En cuanto a la política exterior su
justificación ideológica es tan pobre y tan manida
como lo fueron sus actos en ella: "La soberanía radica en el pueblo y se ejerce a
través de acciones
mayoritarias." Aquí involucro a la juventud con
la educación,
sin tránsito alguno lógico entre soberanía y esos conceptos, Simplemente
dice que "al reestructurar la educación debemos
tener presente las exigencias de nuestro desarrollo
económico". Luego vincula el contenido de la
educación: "Cuidémonos que no sea simplemente
libresca ni sólo educación utilitaria.
Educación para la producción y educación para la
cultura. Sin
el contenido humanista el desarrollo económico nada
significa en la historia de un
pueblo."
Por lo demás reitera principios
consolidados por López Mateos cuando dice:
México es un país de profunda
tradición revolucionaria. Su historia, cargada de
tragedias, es el resultado de grandes conmociones estructurales
que no siempre fueron del agrado de otras naciones. Sabemos bien,
porque lo hemos sufrido en carne propia, lo que es el aislamiento
en la esfera internacional, la presión externa, la
crítica acerba y despiadada, la incomprensión de
los esfuerzos realizadas por un pueblo para labrarse un futuro
mejor. Precisamente por esta experiencia dolorosa comprendemos y
respetamos los intentos de otros pueblos para resolver, por
vía propia, sus problemas
materiales Y
espirituales, aun cuando no coincidamos con los caminos y los
métodos
elegidos.
De manera más general, dice "que si queremos
sobrevivir y alcanzar la paz, debe producirse una verdadera
revolución
en las conciencias, que nos permita construir, entre todos, un
inundo más justo".
Pero su justificación como jefe de gobierno, como
cabeza del Estado, como mandatario, se centra en los
últimos tres años en la Olimpiada y en el
movimiento estudiantil. Los demás actos políticos,
tales como renovación de poderes en los estados,
están subordinados a ambos. Parecería que toda la
riqueza humana histórica y social de¡ país
pendiera de un hilo. Corno si su futuro estuviera en "juego". Como
si, en fin, el salir airosamente del compromiso de organizar la
Olimpíada nos legitimara corno pueblo y legitimara a su
gobierno frente al mundo. A un hecho deportivo menudo se le
vuelve razón de Estado. Su primer tono es de queja cuando
afirma:
Cuando hace años se solicitó la sede no
hubo manifestaciones de repudio ni tampoco durante los
años siguientes y no fue, sino hasta hace unos meses,
cuando obtuvimos informaciones de que se pretendía
estorbar los Juegos.
Durante los recientes conflictos que
ha habido en la ciudad de México se advirtieron, en medio
de la confusión, varias tendencias principales, la de
quienes deseaban presionar al Gobierno para que se atendieran
determinadas peticiones, la de quienes intentaron aprovecharlo
con fines ideológicos y políticos y la de quienes
se propusieron sembrar el desorden, la confusión y el
encono, de los problemas, con
el fin de desprestigiar a México, aprovechando la enorme
difusión que habrán de tener los encuentros
atléticos y deportivos, e impedir acaso la
celebración de los Juegos
Olímpicos.
Después, cambia el tono de la disculpa por el
posible (y lógico) fracaso de nuestros atletas, pues "no
tienen gran físico", como si esto fuera calidad innata de
los deportistas de los demás países, sin hacer el
menor análisis de las condiciones materiales que
redundan en un cierto tipo de vigor. A esto añade el
machismo al hablar de la "palabra empeñada" como cualidad
de una nación. Y dice:
No pretendemos engañar aparentando lo que no
tenernos. Nos vamos a presentar ante el mundo, sin complejos, tal
corno somos: hombres con defectos y virtudes, que no tienen un
gran vigor físico pero sí espiritual; país
que posee algunas cosas y carece de otras, que ha logrado iniciar
su desarrollo, pero tiene conciencia de que
le falta gran parte del camino por recorrer; y sobre todo, como
una Nación que sabe cumplir la palabra empeñada,
como un pueblo capaz de superar todos los escollos que deben
vencerse para llegar a término una obra.
Equilibra su posición físico-culturista
con una apelación a la apertura democrática.
Aparenta un democratismo a la altura de la época y
sostiene:
Seria indeseable que el país se mantuviera
apartado de corrientes renovadoras. Nada más distante de
nuestro pensamiento
que tratar de imponer la menor cortapisa a la libertad de
discusión y de investigación. Concierne a las
universidades de México, sin intervenciones
extrañas, actualizar las universidades e instalarlas en
las necesidades de la vida contemporánea del país.
Para hacerlo, cuentan con la libertad
académica, que es fruto de la Revolución y con la
autonomía, que también de ella surgió y que
está garantizada por la soberana del Estado.
Pero si los jóvenes no han aprovechado lo
disponible, tampoco son culpables: los manipulan:
¡Qué grave daño hacen los modernos
filósofos de la destrucción que
están en contra de todo y a favor de nada! Tienen
razón los jóvenes cuando no les gusta este
imperfecto. mundo que vamos a dejarles; pero no tenernos otro y
no es sin estudio, sin preparación, sin disciplina,
sin ideales y menos con desórdenes y violencia
corno van a mejorarlo.
No habla de actos concretos de violencia, ni
de quién o quiénes los iniciaron. No se menciona
autoridad
alguna ni siquiera si se está investigando la verdad. Todo
ya está decidido, es cosa juzgada y desde el
púlpito presidencia¡ se está apuntando
cuál será la sentencia. Lo destacable es que, al
apuntar que se ha ofrecido al diálogo, Díaz Ordaz
está reconociendo que no entiende a sus interlocutores
cuando dice:
Desde la provincia, invité a ver con objetividad
los hechos y a afrontarlos con serena ecuanimidad convocando
al diálogo. El diálogo verdadero que significa
la posibilidad de exponer los propios argumentos, a la par que la
disposición de escuchar los ajenos; deseos de convencer,
por supuesto, pero también ánimo de comprender; el
diálogo, que resulta imposible cuando se hablan
lenguajes distintos: cuando una parte se obstina en
permanecer sorda y, más todavía, cuando se encierra
en la sinrazón de aceptarlo sólo para cuando ya no
haya sobre qué dialogar. Exhorté a prescindir
del amor
propio, que tanto estorba para resolver los problemas.
llamé a esforzarnos por re- conquistar la paz, poniendo lo
mucho que nos une, por encima de lo poco que nos separa. Algunos,
que no advirtieron que nada pedía para mí y que
tomaron el gesto amistoso hacia ellos como signo de debilidad,
respondieron con calumnias, no con hechos; con insultos,
no con razones; con mezquindades, no con pasión
generosa.
La verdad es que no hay una sola discusión de las
peticiones concretas del movimiento. Ni de la destitución
de¡ jefe de la policía de la ciudad de México
ni de la democratización del país y la
enseñanza. Demandas que no se escuchaban, ni se les
reconocía su dimensión local o regional. Ni
siquiera se las listaba, diciendo que eran injustas, o no
adecuadas, o sujetas a negociación o algo. Todo se arropaba de un
lenguaje
seudomoralista, generalizador.
Un diálogo, o sea la discusión de los
puntos de vista diversos sobre una serie de cosas, no era lo
propuesto. Hablarle a la otra parte de "prescindir del amor propio"
es hablar de su punto de partida ideológico. Un
diálogo es con ideas no con amores propios. Pero
además el diálogo se cancela en el párrafo
siguiente, porque si "lo debido y lo legítimo puede
obtenerse por los cauces normales", ¿para qué el
diálogo con el presidente? Y si, como sostiene "no estamos
dispuestos a ceder ante la presión en nada que sea
¡legal e inconveniente, cualquiera que lleguen a ser las
consecuencias", ¿cómo calificar lo conveniente?
Simple y llanamente se está diciendo, grandilocuentemente,
que el único capaz de determinar qué hacer y contra
quién actuar en el conflicto es
Díaz Ordaz. No hay referencia a leyes, a
reglamentos, a prácticas políticas,
a la Constitución y sus garantías
sociales. No, la legitimidad la encarna un individuo, que funge
de presidente de la República, pero cuya legitimidad
parece estar por encima de] orden legal al cual se debe por su
investidura.
Al movimiento lo perturban "filósofos de la destrucción", con
las ideas no gratas a Díaz Ordaz; pero además es
manejado desde el exterior. 0 sea, no sólo no tiene
razón, sino que está intoxicado de ideas, lo
manejan agentes extranjeros no identificados y es parte de una
conspiración mundial. Como dice este ex agente del
ministerio público:
Los desórdenes juveniles que ha habido en el
mundo han coincidido con frecuencia con la celebración de
un acto de importancia en la ciudad donde ocurren: en Punta
de¡ Este, Uruguay, ante
el anuncio de la reunión de los presidentes de América, se aprovechó a la juventud
estudiantil para provocar graves conflictos; la
Bienal de Pintura de
Venecia, muy reciente, de la que estaba pendiente el mundo de la
cultura, fue
interrumpida con actos violentos; las pláticas de Paris,
para tratar de lograr la paz en Vietnam, que habían
concentrado las miradas de] mundo entero, fueron oscurecidas por
la llamada "revolución de mayo". De algún tiempo a la
fecha, en nuestros principales centros de estudio, se
empezó a reiterar insistentemente la calca de los lemas
usados en otros países… las mismas pancartas,
idénticas leyendas, unas
veces en simple traducción literal, otras en burda
parodia. El ansia de imitación se apoderaba de centenares
de, jóvenes de manera servil y arrastraba a algunos
adultos.
Eso de arrastrar a "algunos adultos" se entiende que se
refiere a quienes no son maestros. Porque muchos profesores de la
educación superior, hasta ahora no mencionados en la
diatriba, compartían cuando menos ciertas de las
peticiones políticas
estudiantiles. A estos seres anónimos para Díaz
Ordaz, los maestros (¿o ellos serían los "filósofos de la destrucción"?), se
añaden los "adultos", con lo que reconoce que ya hay tres
categorías sociales y no sólo jóvenes,
categoría esta última que al no mencionar su clase
social parecería corno si estuviera reconociendo que el
movimiento, de juvenil, estaba pasando a ser popular.
Es en términos internacionales como comienza a
legitimar las acciones de
fuerza que ha
realizado y que amenaza ejercer con más vigor e
intensidad. Ningún presidente, antes que él, se
había cubierto con la armadura de represiones de otras
partes para justificar sus propios actos. La soberanía nacional aquí no
funcionaba en apariencia. Pero independientemente del
lapsus freudiano en el que habla de "países con
experimentados, verdaderos estadistas", se cubre
internacionalmente así:
Situemos estos hechos dentro de¡ marco de las
informaciones internacionales sobre amargas experiencias
similares de gran número de países en los que desde
un principio o tras haberse intentado varios medios de
solución se tuvo que usar la fuerza y
sólo ante ella cesaron o disminuyeron los disturbios. No
obstante contar algunos de esos países con experimentados,
verdaderos estadistas, no pudieron encontrarse fórmulas
eficaces de persuasión.
Si ésa es su legitimación desde el punto
de vista internacional, al concentrarse en el ámbito
interno de¡ problema, el poder, su
poder, se le
comienza a disolver en las manos. Pasa del orden jurídico
del país, a las facultades del presidente como jefe de las
fuerzas armadas, a su impotencia ante lo que dice que la propaganda y
los medios de
difusión dicen de él, a la ley del
más fuerte y fin del orden jurídico, hasta rematar,
muy a la Octavio Paz,
en que el mexicano puede ser visto como "violento, irascible y
empistolado" Tránsito ideológico justificatorio,
inusitado en presidentes de México antes y después
de él.
Ya habló de respeto a la
autonomía universitaria como garantía para el
futuro de los jóvenes, ahora habla, al alimón, de
la policía:
El orden jurídico general del que la
autonomía universitaria no es más que una parte es
el que propicia el trabajo, la
creación de riqueza para poder sostener universidades,
politécnicos, escuelas normales y de agricultura,
el que ampara las libertades, porque en la anarquía nadie
es libre y nadie produce. la policía, pues, debe
intervenir en todos los casos que se haga absolutamente
necesario; proceder con prudencia sí, pero con la debida
energía. Las autoridades, siempre que sea necesario la
harán intervenir.
De los quebrantamientos de¡ orden jurídico,
se erige en parte y juez:
En ese mismo concepto,
agotados los medios que
aconsejen el buen juicio y la experiencia, ejerceré,'
siempre que sea estrictamente necesario la facultad contenida en
el artículo 89, fracción I de la Constitución General de la
República, que textualmente dice: "Artículo 89. Las
facultades y obligaciones
del Presidente son las siguientes:… VI. Disponer de la
totalidad de la fuerza armada
permanente o sea del ejército terrestre, de la marina de
guerra y de la
fuerza
aérea para la seguridad
interior y defensa exterior de la Federación '" Me apoyo,
además, en el sentido que tiene desde su origen el
artículo 129 de la propia Constitución. Diversas misiones, algunas
especialmente delicadas, para conservar la tranquilidad interna
le han correspondido a nuestro Ejército; en ellas, como en
otras, también se ha distinguido por el espíritu de
disciplina y
por la serena y mesurada firmeza con que las ha cumplido. A
nombre de la Nación, expreso público reconocimiento
a nuestros soldados. Modestos, heroicos "juanes", que sin las
ventajas económicas y sin los privilegios de la
educación que otros disfrutan, cumplen callada,
obscuramente la ingrata tarea de arriesgar su vida para que todos
los demás podamos vivir tranquilos.
Este recurrir a la Constitución, en cuanto a jefe
de las fuerzas armadas, no tiene paralelo. Ningún
presidente había citado el artículo 89,
fracción vi. Ni siquiera Ávila Camacho en la
época de la ' segunda guerra
mundial. Nadie ha puesto en duda su posición al
respecto, su legitimidad como depositario último de la
fuerza del
Estado. A la inversa: como se siente endeble como cabeza del
régimen, como siente a su legitimidad en jaque por
el movimiento estudiantil popular, tiene que escudarse en la
Constitución y en las fuerzas armadas. Se legitima gracias
a ellas y ellas lo legitiman porque ése es el mandato
constitucional. Más que un gobierno fuerte, se está
expresando un débil gobernante que con la amenaza de las
armas quiere
legitimarse. De ahí la alusión al ejército
como "modestos, heroicos 'juanes'", sin "las ventajas
económicas y sin los privilegios de la educación
que otros disfrutan" 'Llamamiento a una peculiar especie de lucha
de clases entre ineducados y educados, entre armados y
desarmados.
De ahí a hacer a un lado el orden
jurídico, no hay más que un paso: priva ahora la
ley del
más fuerte.
Parece, además, como si una controversia
política, que está a la vista de todos,
reseñada incluso por la prensa
internacional, fuera algo personal entre
Gustavo Díaz Ordaz y los opositores sin cara a los que se
dirige. Por eso toma ímpetu individualista y
exclama:
Ahora bien, en la alternativa de escoger entre el
respeto a los principios
esenciales en que se sustenta toda nuestra organización política,
económica y social, es decir, la estructura
permanente, la vida misma de México, por un lado y, por el
otro, las conveniencias transitorias de aparecer personalmente
accesible y generoso, la decisión no admite duda alguna y
está toma- da: defenderé los principios y
arrastro las consecuencias. Para cuidar los bienes
supremos que me han sido confiados sé que tendré
que enfrentarme a quienes tienen una gran capacidad de propaganda,
de difusión, de falsía, de injuria, de
perversidad. Sé que, en cambio,
millones de compatriotas están decididamente en favor del
orden y en contra de la anarquía. A los mexicanos
conscientes de la hora en que vivimos, pido que no se arredren
por pretendidos "poderes" de dentro o de fuera; en México
no hay ni debe haber más poder que el del pueblo.
Defendamos como hombres todo lo que debemos defender,
nuestras pertenencias, nuestros hogares, la integridad, la vida,
la libertad la horra de los nuestros y la propia. El otro
capilla está abierto. No quisiéramos vernos en
el caso de tomar medidas que no deseamos, pero que tomaremos si
es necesario: lo que sea nuestro deber hacer, lo haremos; hasta
donde estemos obligados a llegar, llegaremos. Quienes sufrieron
en forma directa el atraco y quienes están indignados con
el, pueden tener la seguridad de que
es6taremos estrechamente a su lado, que en su defensa sabremos
emplear todos los elementos que el pueblo puso en nuestras manos
y, además, pondremos en ella nuestra vocación por
la justicia,
nuestra adhesión permanente a las normas del
derecho y nuestro amor a la
libertad.
Sobran los comentarios. Baste decir que el jefe de un
Estado, el primer encargado de la defensa social de los
ciudadanos, no puede convocar a que los ciudadanos "defiendan"
como hombres lo que "sea necesario", a su juicio. Eso es dudar
del Estado, de su condición de gobernante y caer en la
fuerza bruta, "corno hombres", corno razón última
de su legitimidad. Y del 1968: "Por mi parte, asumo
íntegramente la responsabilidad personal,
ética,
social, jurídica, política e histórica por
decisiones del Gobierno en relación con los sucesos del
año pasado."
Para terminar, en su mensaje político
último de 1970 sólo recoge a la Revolución,
a las tres revoluciones de México, como la razón
última de su legitimidad. Y se disculpa: "Nunca he tenido
fruición de poder… Entendí siempre el poder como
oportunidad de servir. Cultivé la ecuanimidad para recibir
con humildad los éxitos y estar preparado para afrontar
con valor de
hombre las
horas de dolor. Ha sido para mí la más amarga y la
más Luminosa de las experiencias." En ese
orden.
Trabajo realizado por
Alejandro Trujillo Soberanes