Antropología, social, cultural y biológica
Indice
1.
Introducción
2. Historia
3. Antropología
Física
4. Antropología social y
cultural
5. Métodos Y
Aplicaciones
6. Tendencias
Actuales
7.
Conclusión
8.
Bibliografía
Antropología, estudio de los seres humanos desde
una perspectiva biológica, social y humanista. La antropología se divide en dos grandes
campos: la antropología física, que trata de
la evolución biológica y la
adaptación fisiológica de los seres humanos, y la
antropología social o cultural, que se ocupa de las formas
en que las personas viven en sociedad, es
decir, las formas de evolución de su lengua,
cultura y
costumbres.
La antropología es fundamentalmente
multicultural. Los primeros estudios antropológicos
analizaban pueblos y culturas no occidentales, pero su labor
actual se centra, en gran medida, en las modernas culturas
occidentales (las aglomeraciones urbanas y la sociedad
industrial). Los antropólogos consideran primordial
realizar trabajos de campo y dan especial importancia a las
experiencias de primera mano, participando en las actividades,
costumbres y tradiciones de la sociedad a estudiar.
2. Historia
Desde
tiempos remotos, viajeros, historiadores y eruditos han estudiado
y escrito sobre culturas de pueblos lejanos. El historiador
griego Herodoto describió las culturas de varios pueblos
del espacio geográfico conocido en su tiempo;
interrogó a los informantes clave, observó y
analizó sus formas de vida —al igual que los
antropólogos modernos—, e informó sobre las
diferencias existentes entre ellas, en aspectos tan importantes
como la
organización familiar y las prácticas
religiosas. Mucho más tarde, el historiador romano
Tácito, en su libro Germania
(hacia el 98 d.C.), reseñó el carácter,
las costumbres y la distribución geográfica de los
pueblos germánicos.
En el siglo XIII, el aventurero italiano Marco Polo
viajó a través de China y otras
zonas de Asia, aportando
con sus escritos una información muy amplia sobre los pueblos y
costumbres del Lejano Oriente.
Durante el siglo XV se exploraron nuevos campos de conocimiento
debido al descubrimiento por los exploradores europeos de los
diferentes pueblos y culturas del Nuevo Mundo, África, el
sur de Asia y los Mares
del Sur, que dio como resultado la introducción de ideas revolucionarias
acerca de la historia cultural y
biológica de la humanidad.
A lo largo del siglo XVIII, los estudiosos de la
Ilustración francesa, como Anne Robert Jacques Turgot
y Jean Antoine Condorcet, comenzaron a elaborar teorías
sobre la evolución y el desarrollo de
la civilización humana desde sus albores. Estos
planteamientos antropológicos y filosóficos
chocaban con el relato bíblico de la creación y con
los dogmas teológicos que afirmaban que determinadas
culturas y pueblos no occidentales habían caído en
desgracia divina y, por ello, habían degenerado hacia una
situación denominada peyorativamente
‘primitiva’.
El hallazgo de un fósil en Neandertal (Alemania) en
1856 y los restos del hombre de
Java (Homo
erectus) en la década de 1890, proporcionaron pruebas
irrefutables del larguísimo proceso de
evolución
del hombre. En la abadía Boucher de Perthes
(véase Jacques Boucher), en las proximidades de
París, se descubrieron también diversos utensilios
de piedra que corroboraron que el proceso
evolutivo de la prehistoria
humana tal vez se remontara a cientos de miles de años
atrás. Desde un principio, la arqueología se
convirtió en una compañera inseparable de la
emergente disciplina
antropológica.
La antropología surgió como campo
diferenciado de estudio a mediados del siglo pasado. En Estados Unidos,
el fundador de dicha disciplina fue
Lewis Henry Morgan, quien investigó en profundidad la
organización social de la
confederación iroquesa (véase Confederación
iroquesa). Morgan elaboró en su estudio La sociedad
primitiva (1877) una teoría
general de la evolución cultural como progresión
gradual desde el estado
salvaje hasta la barbarie (caracterizada por la simple
domesticación de animales y
plantas) y la
civilización (iniciada con la invención del
abecedario). En Europa, su
fundador fue el erudito británico Edward Burnett Tylor,
quien construyó una teoría
sobre la evolución
del hombre que prestaba especial atención a los orígenes de la
religión.
Tylor, Morgan y sus contemporáneos resaltaron la
racionalidad de las culturas humanas y argumentaron que en todas
las civilizaciones la cultura humana
evoluciona hacia formas más complejas y
desarrolladas.
A mediados del siglo XIX se crearon, además,
importantes fundaciones de arqueología científica,
sobre todo a cargo de arqueólogos daneses del Museo
Nacional de Antigüedades, Septentrionales en Copenhague. A
partir de unas excavaciones sistemáticas llegaron a
descubrir la evolución de los utensilios y herramientas
durante la edad de piedra, la edad del bronce y la edad del
hierro. El
fundador de la escuela
funcionalista de antropología, Bronislaw Malinowski,
afirmaba que las organizaciones
humanas debían ser examinadas en el contexto de su cultura
y fue uno de los primeros antropólogos en convivir con los
pueblos objeto de su estudio, los habitantes de las islas
Trobriand, cuya lengua y
costumbres aprendió para comprender la totalidad de su
cultura.
La antropología aplicada nació en el siglo
XIX con organizaciones
como la Sociedad Protectora de los Aborígenes (1837) y la
Sociedad Etnológica de París (1838). Estas instituciones
se preocuparon por despertar en Europa una
conciencia
contraria al tráfico de esclavos y a la matanza de pueblos
indígenas americanos y australianos.
3. Antropología
Física
La antropología física se ocupa
principalmente de la evolución del hombre, la
biología
humana y el estudio de otros primates, aplicando métodos de
trabajo utilizados en las ciencias
naturales.
Evolución del hombre
Una de las ramas de la antropología física tiene
como objetivo
reconstruir la línea evolutiva del hombre. En la
década de 1960 los paleoantropólogos Louis Seymour
Bazett Leakey, su esposa Mary Douglas Leakey y su hijo Richard
Erskine Leakey encontraron una serie de fósiles en la
garganta de Olduvai, África oriental, que
desencadenó una revisión profunda de la
evolución biológica de los seres humanos. Los
restos fósiles desenterrados a finales de 1970 y 1980
proporcionaron después pruebas
adicionales, en el sentido de que el género
Homo coexistió en África oriental con otras formas
evolucionadas de hombre-simio conocidas como australopitecinos
hace más de 4 millones de años. Estos dos
homínidos son al parecer descendientes de un fósil
etíope, el Australopithecus afarensis, que tiene una
antigüedad datada entre 3 y 3,7 millones de años
—la famosa Lucy, descubierta en 1974, es uno de los
fósiles encontrados. Estos antiguos antecesores del hombre
tenían las piernas y el cuerpo adaptados para caminar
erguidos (véase Bipedación), lo cual dejaba sus
manos libres para manipular diversos utensilios. Más
tarde, investigadores de la Universidad de
California descubrieron numerosos fósiles en la garganta
de Olduvai, lo que reforzó aún más la
tesis de la
irregularidad del proceso de evolución
humana. Este nuevo fósil tenía aproximadamente
1,8 millones de años de antigüedad, presentaba
huesos de los
brazos y las piernas que confirmaban una locomoción
vertical relativamente evolucionada, pero su capacidad craneana
reducida y marcadas diferencias de estatura entre hombres y
mujeres no diferían demasiado de Lucy.
Algunos utensilios de piedra sin tallar, hallados con
ciertos fósiles de Homo en yacimientos del este de
África, demuestran que hace casi 3 millones de años
ya eran capaces de fabricar herramientas.
Esta habilidad técnica contribuyó al aparente
éxito
evolutivo del Homo habilis. En comparación con los
australopitecinos vegetarianos, los antecesores modernos de los
seres humanos, tipo Homo habilis, parecen haber evolucionado al
incorporar la carne como parte esencial de su dieta alimenticia,
a juzgar por la disposición de los dientes y la
utilización de ciertas herramientas.
A medida que han ido aumentando los descubrimientos de
fósiles homínidos, al parecer fue en África,
y no en Asia, donde se produjo la primera hominización.
Los fósiles de Homo habilis apuntan hacia una criatura de
unos 91 cm de estatura, con una capacidad craneana de unos 600
cm3. Sin embargo, se han hallado en África oriental restos
de una especie mayor de Homo con capacidad craneana superior a
los 800 cm3, de unos 1,5 millones de años de
antigüedad. Este protohumano mayor, denominado generalmente
Homo erectus, se extendió desde África hacia Europa
y Asia hace aproximadamente un millón de años, y
desarrolló una gama más completa de
herramientas.
Los restos más conocidos del Homo erectus son el
célebre hombre de Java, que antes
se conocía técnicamente como Pithecanthropus,
así como el igualmente famoso hombre de Pekín, una
colección de componentes de esqueletos hallados en
Zhoukoudian, cerca de Pekín (China), y que
en principio recibió el nombre de Sinanthropus pekinensis.
Ambos son mucho más recientes que los yacimientos que
conforman el Homo habilis de África oriental, y se
remontan a 750.000 y 300.000 años. Los fósiles del
hombre de Pekín son especialmente interesantes, ya que el
tamaño del cerebro es
incluso mayor que el de Java, con un promedio superior a los
1.050 cm3, y cuyo cráneo y otros elementos óseos
son ligeramente más modernos. También se han
hallado fósiles de Homo erectus en Europa y en
África junto a numerosos utensilios de piedra y otras
herramientas, que prueban la existencia de una sociedad de
cazadores-recolectores muy básica. En Zhoukoudian, los
arqueólogos se encontraron con el testimonio más
antiguo del uso del fuego por el hombre,
así como algunos indicios de canibalismo.
Hay antropólogos que consideran como antepasados
directos del hombre a los ejemplares de Neandertal y a las
docenas de fósiles emparentados; otros opinan que
sólo son una ramificación del Homo sapiens que se
extinguió hace decenas de miles de años. Se calcula
que hace entre 100.000 y 35.000 años, los hombres de
Neandertal ya eran una población de cazadores-recolectores
extendida por gran parte de Europa y de Oriente Próximo;
de constitución robusta y cejas espesas, con
capacidad craneana de unos 1.500 cm3, mayor que la de gran parte
de los Homo sapiens sapiens, especie a la que pertenecemos los
seres humanos modernos. Se han encontrado fósiles que
algunos consideran intermedios entre los de Neandertal y el Homo
sapiens sapiens. Estos restos podrían ser la prueba del
cruce de los Neandertal con los antepasados directos del hombre,
o simplemente reflejan una multitud de variantes dentro de la
misma población de Homo sapiens (las tesis
más modernas se inclinan hacia el primer supuesto). Desde
las últimas fases de los periodos glaciales, en Europa,
África y otros muchos lugares se han sucedido los
hallazgos de un sinfín de restos fósiles que se
asemejan al hombre moderno.
En el continente americano, sin embargo, ningún rastro
humano tiene más de 15.000 años, y los
únicos ejemplares óseos que cuentan algunos miles
de años pertenecen todos al Homo sapiens
sapiens.
Biología humana
Otra de las ramas importantes de la antropología
física la constituye el estudio de los pueblos
contemporáneos y de sus diferentes rasgos
biológicos. Gran parte de los estudios y discusiones de
antaño se centraron en la identificación,
número y características de las razas principales. A
medida que se fueron desarrollando técnicas
más perfectas para medir el color de la
piel y los
ojos, la textura del cabello, el tipo sanguíneo, la
capacidad craneana y demás variables, la
clasificación de las razas se hizo más compleja.
Los teóricos modernos mantienen que cualquier idea sobre
las denominadas ‘razas puras’ o arquetipos
ancestrales es engañosa y errónea. Todos los seres
humanos actuales son Homo sapiens sapiens y descienden de los
mismos orígenes universales y complejos. Los rasgos
genéticos siempre han variado con la geografía
según la respuesta biológica de su
adaptación al entorno, pero en cada región la
herencia
genética
produce una gama de variedades tipo y combinaciones intermedias.
Por tanto, la asimilación de las personas a
categorías según posibles razas es más un
planteamiento social y político que biológico. Los
calificativos ‘asiático’, ‘negro’,
‘hispano’ o ‘blanco’ obedecen a
definiciones sociales que conllevan una gran mezcla de características genéticas y
culturales.
Después de que los antropólogos
biológicos centraran su atención en los complejos patrones de la
genética
humana, estudiaron la interacción de las adaptaciones
genéticas y las adaptaciones (no genéticas)
fisiológicas y culturales, en relación con la
enfermedad, la desnutrición y la presión
del entorno, así como las grandes altitudes y los climas
calurosos. Los médicos y antropólogos especialistas
en nutrición
combinan los enfoques biológicos y genéticos con
datos
culturales y sociales, ya sea para estudiar enfermedades como la
hipertensión y la diabetes o para
investigar el crecimiento y el desarrollo en
diferentes condiciones de alimentación y
salud.
El médico estadounidense, galardonado con el
Premio Nobel, Daniel Carleton Gajdusek, adquirió especial
renombre por su descubrimiento de que el kuru
(‘temblores’), enfermedad debilitante que sólo
existe entre pueblos aislados de las montañas de Nueva
Guinea, estaba causada por un agente infeccioso lento denominado
prión (que consiguió aislar e identificar)
transmitido a través de la antropofagia (véase
Canibalismo). Algunos antropólogos biológicos han
detectado los esquemas genéticos de otras enfermedades, como la anemia
de células
falciformes, talasemia y diabetes.
Estudio de los primates
Debido a que los seres humanos son primates emparentados
genéticamente con otros simios y monos el estudio de la
conducta, la
dinámica de la población, los
hábitos alimenticios y otras cualidades de los mandriles,
chimpancés, gorilas y primates análogos, constituye
una dimensión comparativa esencial de la
antropología. La etóloga británica Jane
Goodall y sus colegas dedicaron años a la observación de los chimpancés en una
reserva del lago Tanganica (Tanzania) y descubrieron que estos
animales son
capaces de usar útiles simples —sobre todo,
pequeños palos para conseguir termitas y hormigas— y
lanzar de forma eficaz piedras; en uno de los experimentos se
observó a los chimpancés usando palos gruesos para
apalear a un leopardo disecado. Además se comunican entre
sí tanto vocal como físicamente. Estudios
realizados acerca de los esquemas de comunicación y de la vida en grupo de los
simios y los monos, facilitan la comprensión del pasado
remoto del hombre.
4. Antropología
social y cultural
Gran parte de la investigación antropológica se basa
en trabajos de campo llevados a cabo con diferentes culturas.
Entre 1900 y 1950, aproximadamente, estos estudios estaban
orientados a registrar cada uno de los diferentes estilos de vida
antes de que determinadas culturas no occidentales experimentaran
la influencia de los procesos de
modernización y occidentalización. Los trabajos de
campo que describen la producción de alimentos,
la
organización social, la religión, la
vestimenta, la cultura material, el lenguaje y
demás aspectos de las diversas culturas, engloban lo que
hoy se conoce por etnografía. El análisis comparativo de estas descripciones
etnográficas, que persigue generalizaciones más
amplias de los esquemas culturales, las dinámicas y los
principios
universales, es el objeto de estudio de la
etnología.
Durante la segunda mitad del siglo XX, la
etnología (que hoy se suele conocer como
antropología cultural) comenzó a relacionar su
campo de estudio con el de la antropología social,
desarrollada por los científicos británicos y
franceses. En un breve periodo se debatió intensamente si
la antropología debía ocuparse del estudio de los
sistemas sociales
o del análisis comparativo de las culturas. Sin
embargo, pronto se llegó a la conclusión de que la
investigación de las formas de vida y de
las culturas casi siempre están relacionadas, de donde
procede el nombre actual de antropología
sociocultural.
Parentesco y organización social Uno de los
descubrimientos importantes de la antropología del siglo
XIX ha sido que las relaciones de parentesco constituyen el
núcleo principal de la organización social en todas
las sociedades. En
muchas de ellas, los grupos
sociales más importantes comprenden clanes y linajes.
Cuando la pertenencia a dichas corporaciones de parentesco se
asigna a las personas sólo por la línea masculina,
el sistema se
denomina de descendencia patrilineal (véase Patrilinaje).
Antes del desarrollo del comercio y de
la urbanización a gran escala, muchos
pueblos europeos estaban organizados desde el punto de vista
económico y político como grupos de
filiación patrilineal.
Las sociedades
matrilineales, en las que el parentesco se transmite por
línea femenina (véase Matrilinaje), son menos
comunes hoy día. Herodoto fue el primer erudito en
describir este tipo de sistema social,
que detectó entre los habitantes de Licia, en Asia
Menor.
La organización de parentesco bilateral, en la
que se tiene en cuenta la parte materna y la paterna, es la que
predomina en las sociedades más sencillas de
cazadores-recolectores (tales como los pueblos san en el sur de
África o los inuit de las regiones ártica y
subártica). El antropólogo británico Robert
Stephen Briffault defendió un concepto
relacionado, el matriarcado, y afirmó que este tipo de
organización social se encontraba latente en gran parte de
las sociedades más primarias.
En las sociedades basadas en el parentesco, los miembros
de un linaje, clan o demás grupos afines
suelen ser descendientes de un antepasado común. Este
concepto es un
factor unificador, pues dota a grandes masas de individuos de
cierta cohesión para afrontar actividades guerreras o
rituales, lo que les hace sentirse diferentes de sus vecinos y
enemigos. Por ejemplo, entre las hordas centroasiáticas
que durante siglos atacaron a las sociedades europeas, o entre
los aztecas o mexicas
del continente americano, la compleja organización militar
se sustentaba en el parentesco patrilineal.
La evolución de los sistemas
político-sociales Las sociedades humanas que, en
principio, se consideraron más simples son los grupos de
cazadores-recolectores, como los inuit, san, pigmeos y
aborígenes australianos. En estos pueblos se agrupa un
pequeño número de familias para formar bandas o
grupos nómadas de 30 a 100 individuos, relacionados por
parentesco y asociados a un territorio concreto.
Los grupos supervivientes de cazadores-recolectores (en zonas de
África, India y
Filipinas) nos permiten conocer el estado de la
organización social y cultural de casi toda la experiencia
histórica de la humanidad. Sus relaciones de parentesco,
ideas religiosas, métodos
sanitarios y características culturales no sólo
ilustran las raíces culturales de la humanidad moderna,
sino que se nos presentan a escala reducida y
resultan más fáciles de analizar. Las culturas de
cazadores-recolectores que aún perduran ponen de
manifiesto las adaptaciones que son necesarias para sobrevivir en
entornos hostiles e inhóspitos.
Los sistemas sociales y económicos de mayor
complejidad no surgieron hasta que no se presentaron las
condiciones favorables que permitieron a las primeras sociedades
asentarse en comunidades estables y permanentes durante todo el
año. Se produjo entonces el avance crucial hacia la
agricultura y
la cría de animales.
La transición neolítica —es decir,
los inicios de la aclimatación de los recursos
alimenticios— se produjo de forma independiente en el
Oriente Próximo y en Asia oriental hace unos 12.000
años, según las pruebas arqueológicas
más recientes. Con las grandes concentraciones de
población y los asentamientos permanentes, surgieron las
organizaciones sociopolíticas que entrelazaban a
diferentes grupos locales. Los nuevos sistemas locales, que a
menudo comprendían grupos de individuos procedentes de
comunidades aisladas, estaban unidos en la celebración de
ceremonias religiosas, en el intercambio de alimentos y en
los rasgos culturales.
Aunque los grupos más pequeños
carecían, en muchos casos, de un gobierno central,
el aumento de la población y de las fuentes de
alimentos crearon la necesidad, y la viabilidad, de la centralización política. Las
jefaturas representan los sistemas sociales a pequeña
escala, en los que los alimentos y el acatamiento político
confluyen en un dirigente central, o jefe, que a su vez
redistribuye los alimentos y es respetado por los miembros de la
comunidad.
El auge de las naciones-estado
Los orígenes de las naciones-estado han sido objeto de
grandes controversias. En el antiguo Oriente Próximo, por
ejemplo, las primeras ciudades-estado aparecieron cuando el
aumento de la población provocó una mayor demanda de
alimentos, facilitada por el desarrollo de cultivos de
regadío para atenderla. Esto motivó la
expansión de sistemas militares que protegieran dichos
recursos. En
otros casos, la ubicación en rutas comerciales
estratégicas —por ejemplo, Tombuctú en la
ruta sahariana del comercio de la
sal— favoreció la centralización militar y
administrativa.
Los estudios etnológicos y arqueológicos
apoyan la tesis de que los estados o reinos nacieron de forma
ligeramente distinta en situaciones históricas y
ecológicas diferentes; sin embargo, presentan en casi
todas partes los mismos esquemas de desarrollo. En sus primeros
momentos de existencia, los estados manifiestan una tendencia
universal a anexionar las regiones vecinas, para explotarlas
económicamente y someter a sus enemigos potenciales. En
las primeras civilizaciones urbanas —en el Oriente
Próximo, Egipto, el
norte de India, el
sureste de Asia, China, México y
Perú— aparecieron pronto las fortificaciones
militares, por lo general acompañadas de templos y
rituales religiosos que manifestaban el auge y mayor poder del
sacerdocio. Sin embargo, la estratificación social, con
una reducida minoría militar-religiosa y una gran
población subordinada de campesinos, fue consecuencia
inevitable.
Desarrollo de los sistemas religiosos
Los sistemas religiosos de las sociedades cazadoras-recolectoras
pueden ser muy complejos en relación con el mundo
sobrenatural, las fuerzas de la naturaleza y el
comportamiento
de los espíritus y los dioses. Estas sociedades
pequeñas, relativamente igualitarias, suelen carecer de
los recursos necesarios para mantener una clase sacerdotal. Sin
embargo, todos los grupos humanos, ya sean grandes o
pequeños, poseen en un momento determinado de su
evolución algún tipo de especialización
similar a los chamanes o curanderos, hombres o mujeres de quienes
se cree mantienen contacto directo con los seres y fuerzas
sobrenaturales, y que reciben poderes especiales para solucionar
problemas como
las enfermedades. El chamán es muchas veces la
única persona con un
papel
religioso especializado en este tipo de sociedades.
Por ejemplo, en las sociedades pequeñas que
practican la agricultura,
los sistemas religiosos comunales implican al pueblo en
prácticas rituales complejas, y con frecuencia se produce
una rotación de las responsabilidades sacerdotales. Cuando
los grupos de parentesco constituyen los elementos principales de
la solidaridad
social, las ceremonias religiosas tienen como centro la familia y
el parentesco.
El auge de los sistemas sociales centralizados, con un
sistema de clases estratificado, casi siempre ha ido
acompañado del desarrollo de los sistemas religiosos que
implicaban la existencia de sacerdotes dedicados
únicamente a las funciones
religiosas, rituales para toda la población y una mayor
tendencia a legislar tanto en el plano moral como
político. Estos sistemas religiosos casi nunca eliminaban
las prácticas del chamanismo individualizado (sobre todo
para curar las enfermedades).
Las pruebas arqueológicas de las primeras ciudades-estado
corroboran los estrechos vínculos que existían
entre los dirigentes religiosos y los dirigentes comerciales y
políticos, poniendo de relieve el
aspecto conservador de la religión. Por otro lado, los
movimientos de reforma social radical han sido religiosos y en
las sociedades con niveles cambiantes de desarrollo
tecnológico aparecen con regularidad nuevas formas
religiosas. Por tanto, la religión unas veces está
al servicio de la
situación establecida y otras actúa como fuerza de un
cambio
radical.
Evolución de la cultura
Los esquemas más bien simples de evolucionismo cultural
propuestos durante el siglo XIX han sido objeto de discusiones
elaboradas y modificadas a la luz de los nuevos
datos
arqueológicos y etnológicos. Destacados
antropólogos de principios del
siglo XX, como el germano-estadounidense Franz Boas y el
estadounidense Alfred Louis Kroeber, adoptaron puntos de vista
bastante antievolucionistas, ya que mantenían que los
procesos
culturales y sociales han sido tan dispares en todo el mundo que
es difícil discernir algún proceso o tendencia
general.
Existen dos posturas radicalmente diferentes para
explicar la evolución cultural. Los evolucionistas del
siglo pasado defendían que en las distintas sociedades se
producen procesos muy similares de desarrollo cultural debido a
la unidad psíquica fundamental de toda la humanidad.
Así, los procesos paralelos hacia la
estratificación social y las minorías gobernantes
se explican como efectos de las cualidades psíquicas y
mentales de los individuos. Claude Lévi-Strauss fue un
defensor tardío de este enfoque, sin hacer hincapié
en el carácter
evolucionista.
La postura contraria encuentra la clave en las
condiciones materiales de
vida: en las fuentes de
energía, las tecnologías y los sistemas de
producción de los grupos humanos; además,
resalta las influencias ambientales en el desarrollo de los
complejos sistemas culturales, ya que se han visto favorecidos
por determinadas características geográficas y
climáticas. Por ejemplo, el Oriente Próximo
prehistórico era rico en animales de caza y plantas
silvestres que resultaron especialmente aptos para su
domesticación y aclimatación.
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