Augusto Moroni Zárate Collantes

Dedicado a Américo, hermano, amigo mío. Vivo para decirte gracias y contar de héroes anónimos como tú.
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“Solo cuando estamos en el momento más crítico de nuestra existencia nos damos cuenta: la vida es simple…tener salud”.

Aprendí. Mi principal problema ha sido siempre la primera palabra para escribir. Pero esta vez puedo decir con total convicción al empezar este libro: Aprendí. Aprendí que tengo un propósito en la vida, y ese propósito es hacerte entender con mi vida, o con lo que queda de mi precaria salud que la vida es un hermoso regalo. Pocos lo sabemos …ver más…

Que me vuelvan a torturar con los tratamientos. No se olviden, dos jeringas de agua en la boca. Ese es el trato. –¡Ya se mueve! ¡Miren, lo hemos logrado! –escucho una voz emocionada. Es una enfermera tan cálida que luego conocería a medida que iba a recuperar la conciencia. Todos se acercan emocionados a observarme. –Puedes moverte. Ah, estás bien –me dice emocionada la enfermera tan cálida. Aparece Américo. Me mira. Se alegra. Me habla y antes de marcharse me ordena: “sobrevive”. Y se va, seguro, a contarle a Lénin, otro amigo. Los dos celebrarían mi regreso. Le obedezco. Sobrevivo. “¡Agua, quiero agua!” Nadie me escucha. Más días de silencio. Voy regresando. “Chinco Choles”, mi amigo ha venido a verme. Está vestido de payasito. Es así como se sube a las combis para golpearles con la ruda de la buena suerte a los pasajeros. Me ve conectado a tubos y máquinas. Y rompe en llantos. Quiere llevarme a su casa y cuidarme. Se lo impiden. Mi madre contaría después: –Se puso a llorar en mi brazo. La pintura de sonrisa en su rostro contrastaba con su llanto que lo despintaba. Otro payasito se aparece. Me ve y también se pone a llorar en el corredor: –Señora esto le va a servir siquiera para su pasaje –coloca unos soles en la mano de mi madre. – ¿Su hijo era payasito? –le preguntan las enfermeras a mi madre. –No –responde ella mientras calma al payasito. “Esos payasitos venían a llorar. Yo me sentía mal. Había que