cerco de penumbras
La calle estaba oscura y fría. Un aire viejo, difícil de respirar y como endurecido ensu quietud, lo golpeó en la cara. Sus pasos resonaron en la noche estancada del pasaje.Vicente se levantó el cuello del abrigo, tiritó involuntariamente. Parecía que todo el fríode la ciudad se hubiese concentrado en esa cortada angosta, de piso desigual, un frío detumba, compacto."Claro —se dijo y sus dientes castañeteaban—, vengo de otros climas. Esto ya no es para mí."Se detuvo ante una puerta. Sí, ésa era la casa. Miró la ventana, antes de llamar, laúnica ventana por la que se filtraban débiles hilos de luz. Lo demás era un bloqueinforme de sombra.En el pequeño espacio de tiempo que medió entre el ademán de alzar la mano ytocar la puerta, …ver más…
Pero, en fin, no lehabía hecho una escena. Él esperaba una crisis, recriminaciones, lágrimas. Nada de esohubo. Sin embargo, no estaba tranquilo: la tormenta podía estar incubándose. Debajo deesa máscara podía hallarse, acechante, el furor, más aciago y enconado por el largoabandono. Tardaba, empero, en estallar. De la figura sentada a su lado sólo le llegaba ungran silencio apacible, una serena transigencia.Comenzó a removerse, inquieto, y de pronto se encontró haciendo lo que menoshabía querido, lo que se había prometido no hacer: ensarzado en una explicaciónminuciosa de su conducta, de las razones de su marcha subrepticia, disculpándose comoun niño. A medida que hablaba, comprendía la inutilidad de ese mea culpa y elhumillante renuncio. Mas no interrumpía su discurso, y sólo cuando advirtió que sus palabras sonaban a hueco, calló en medio de una frase, y su voz se ahogó en untartamudeo.Con la cabeza baja, sentía pasar el tiempo como una agua turbia. —De modo —dijo ella, al cabo— que estuviste de viaje.La miró Vicente, absorto, no sabiendo si se burlaba de él. ¡Cómo! ¿Iba a decirleahora que lo ignoraba, que en dos años no se había enterado siquiera del curso de suexistencia? ¿Qué juego era ése? Buscaba herirlo, probablemente, simulando undesinterés absoluto en lo que a él concernía, aun a costa de desmentirse. ¿No acababa deafirmar que ella lo sabía todo? ¡Bah! Se cuidó, no obstante, de decírselo; no quería dar pretexto para que se desatara la