Sobriedad

2712 palabras 11 páginas
SOBRIEDAD (1)

Recordemos:

Dentro de los valores éticos de Autodominio o Sofrosine, hemos considerado la Templanza y la Sobriedad

Por Templanza entendemos el control de los tres instintos: agresión, reproducción y conservación, y de sus respectivas pasiones: ira, líbido y miedo. Tales instintos están en relación con tres claros valores de autodominio: mansedumbre, castidad y valentía.

Psique propiamente humana

Ahora, vamos a considerar un solo instinto: el instinto de posesión, originado en la psique o sensibilidad exclusiva del ser humano. Este instinto se dirige hacia tres objetos distintos, dando lugar a tres pasiones: avaricia, ambición y curiosidad. El valor de Sobriedad tiene que ver con esta psique exclusivamente
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No domina su miedo y no afronta el dolor que consiste en gastar lo necesario para vivir dignamente. El avaro, al no controlar sus miedos y al no afrontar los inconvenientes, penas o dolores que vengan por cumplir con el deber, lo hace un cobarde. La Austeridad del avaro es pura apariencia.

Los instintos y pasiones relativos a la Templanza están en la órbita del ser - afectan a cuestiones referentes a nuestro cuerpo. En cambio el instinto de posesión y las pasiones a que da lugar, están en la órbita del tener. Son más externas a la persona.

Sabemos que los medios que son de suyo indiferentes, se hacen valiosos en la medida en que los utilizamos para vivir valores.

“El uso de las cosas por el hombre está condicionado. No puede ser absoluto, pues sólo el Creador tiene absoluto derecho sobre lo creado. ¿Qué norma para dicho uso? Evidente: el fin del hombre. Las cosas pueden ayudar al hombre a conseguir su fin. Úsense entonces y precisamente para la consecución del fin. ¿Pueden estorbar a esa consecución? Entonces no se usen; es más, apártese de ellas el hombre. Pero sucede que el uso de las cosas (su espectáculo, su manejo, su posesión, etc.) puede despertar en nosotros afecto, apego, pasión por el placer que nos proporcionan; o despego, aversión, desafecto por el dolor que nos causan. Pues bien este placer y este dolor son accidentes secundarios y de ninguna manera pueden considerarse como fines. Así, cuando usamos, poseemos o contemplamos algo

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