Reporte de lectura del principito
Somos hijos, somos descendientes de los que han derramado su sangre por adquirir estos nuevos dominios de la Corona de España, que han extendido sus límites y le han dado en la balanza política de la Europa una representación que por sí sola no podía tener. Los naturales (los indios, conquistados y sujetos hoy al dominio español, son muy pocos o son nada, en comparación de los hijos de europeos que hoy pueblan estas ricas posesiones... Así, no hay que engañarnos en esta parte; tan españoles somos como los descendientes de don Pelayo, y tan acreedores por esta razón a las distinciones, privilegios y prerrogativas del resto de la nación española, como los que, salidos de las montañas, expelieron a los moros y poblaron sucesivamente la Península. Con esta diferencia, si hay alguna: que nuestros padres, como se ha dicho, por medio de indecibles trabajos y fatigas descubrieron, conquistaron y poblaron para España este Nuevo Mundo. Seguramente que no dejarían ellos por herencia a sus hijos una odiosa distinción entre españoles y americanos, sino que, antes bien, creerían que con su sangre habían adquirido un derecho eterno al reconocimiento, o por lo menos, a la perpetua igualdad con sus compatriotas... ¿Diez o doce millones de almas que hoy existen en estas Américas recibirán la ley de otros diez o doce millones que hay en España, sin contar para nada con su voluntad? ¿Les impondrán un yugo que tal