INTRODUCCIÓN

El ejercicio de la abogacía cumple una función social, ello se deduce de su etimología, origen histórico, de la evolución jurisprudencial y la evolución legislativa, y se puede decir básicamente que la función social es que el abogado ejerza su profesión con un comportamiento ético adecuado, ya que este tiene el deber de colaborar con las autoridades en la conservación y perfeccionamiento del orden jurídico del país, y en la realización de una recta y cumplida administración justicia, defendiendo los derechos de la sociedad y los particulares, también es misión suya asesorar, patrocinar y asistir a las personas en la ordenación y desenvolvimiento de sus relaciones jurídicas (art 1 y 2 del decreto 196 de 1971).

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Por consiguiente, el abogado es a quien se le pide ayuda, propiamente la amistad. Lo que atormenta al cliente y lo impulsa a pedir ayuda es la enemistad, y la forma más elemental de ayuda es la alianza, por eso está es la raíz de la abogacía.

La esencia, la dificultad, la nobleza de la abogacía es el situarse en el último peldaño de la escala junto al imputado. El abogado colabora con la administración de justicia pero comparte con el imputado la necesidad de pedir y ser juzgado, está sujeto al juez como lo está el imputado. Dice Carnelutti, que la grandeza y la elocuencia de la abogacía, está precisamente en insertar su humanismo y espiritualidad representando al Estado y a la sociedad en el otro (preso), con la enseñanza del buen samaritano.

El abogado es una persona que se asesora, dirige y protege un tema, su profesión exige buen conocimiento de la ley, la jurisprudencia y la práctica de los tribunales, el debe utilizar todo su conocimiento para defender a su cliente, en consecuencia el abogado se debe al cliente, pero solo en cuanto colabora con la administración de justicia, por ello no se puede actuar injustamente, no puede hacer uso de medios ilícitos. En toda profesión se debe ejercer la misión buscando el beneficio de su prójimo.

Hay que tener en cuenta además, que es una exigencia ética, abstenerse de aceptar