Manejo del potenciometro

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Arriba del ropero del dormitorio de sus padres. En el mismo sitio adonde había ido a parar una variedad de objetos en desuso. Debajo de la sábana de polvo y pelusas que los cubría. Ahí encontró Hilario Cuevas aquel cuadro, cuidadosamente empaquetado y lo único rescatable del montón de cosas que su madre había ido colocando sobre el ropero a lo largo de su matrimonio. (¿Quién —que tenga o haya tenido un ropero— no lo usa o lo usó como una suerte de depósito de objetos que no se decide a tirar, aunque intuye que jamás volverá a necesitarlos?)
Aquel cuadro era un óleo de mediana proporción, enmarcado. Sobre el ángulo inferior derecho de la tela, la querida letra y la firma que el joven conocía bien: Irenita. Junto a la firma, una fecha que
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¡Para qué! Ahora eran dos las cortinas descorridas. Tres de las ventanas del primer piso de la casa pintada lo estaban y — detrás de ellas, la niña y la mujer en una, un niño en la otra y un hombre en la restante—. Todos pedían auxilio y le hacían señas desesperadas. En sus caras, el espanto. En la de Hilario, también.
Temblando, descolgó —entonces— el cuadro y lo colocó —bruscamente— sobre su cama, de pintura contra el acolchado, para no ver esas imágenes que tanto lo estaban perturbando. ¿Cómo era posible? En un impulso, se abrigó para salir a la calle:—Debo averiguar si esa casa que pintó mamá existe o existió y a quién pertenece —pensaba—, y la primera idea que tuvo al recorrer la cuadra de su domicilio fue la de encaminarse hacia el barrio donde ella había pasado su infancia y su adolescencia y del que había partido para casarse con su padre.—Seguramente, esa pintura —como las otras que hizo— fue inspirada en algún paisaje vecino...Hilario estaba tan nervioso que las aproximadamente ochenta cuadras que lo separaban de aquella zona las atravesó casi sin darse cuenta. El sol del domingo ya acariciaba los árboles cuando llegó al barrio donde su mamá había sido "Irenita".
Recién después de haberlo recorrido sin parar, Hilario se halló —de pronto— frente a la casa que la madre había pintado en el cuadro. Dos veces había pasado a lo largo de ella y sin reconocerla. Claro, cincuenta años no habían transcurrido en vano: era la misma casa, pero lógicamente

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