Las cruzadas
La Cruzada es esencialmente obra del papado. Lo es por su carácter universal y por su carácter religioso. No son los Estados, ni incluso los pueblos, quienes la emprenden, sino el papado. Su motivo es absolutamente espiritual, desgajado de toda preocupación humana: la conquista de los Santos Lugares. Únicamente los que acometen la empresa sin espíritu de lucro tienen derecho a las indulgencias. Será preciso esperar a las primeras guerras de la Revolución Francesa para encontrar combatientes tan desligados de toda consideración salvo el sacrificio de una idea. Aunque el entusiasmo religioso y la autoridad del Papa no hubieran bastado, sin embargo, para suscitar una empresa tan gigantesca, si la condición social de Europa no la hubiera hecho posible. Fue preciso que coincidieran, a fines del siglo XI, este fervor religioso, esta preponderancia del papado y estas circunstancias sociales. Un siglo antes hubiese sido imposible, y también un siglo después. La idea realizada en el siglo XI se prolongo después como una idea matriz en condiciones muy diferentes y, por otra parte, debilitándose de día en día. Pero sobrevivió incluso al Renacimiento, puesto que los Papas piensan todavía en ella, en el siglo XVI, para combatir a los turcos. Pero la autentica Cruzada, la madre de todas las demás, es la primera y es verdaderamente hija de su tiempo. En un principio, no hay todavía Estados. Las naciones no tienen gobiernos que hayan hecho presa en ellas. La política no