La bruja de la nariz de hierro

1160 palabras 5 páginas
Había una vez un leñador viudo que tenía muchísimos hijos, como los agujeros de una criba. Era tan pobre, tan pobre, que no tenía con qué alimentarles. Sentía una gran congoja cuando pensaba que sus queridos hijos morirían de hambre si no encontraba rápidamente una solución a su miseria. Pasaba las noches en vela meditando en la forma de poner fin al hambre que les acuciaba.

Una mañana se levantó muy temprano, cogió el hacha y se fue al bosque. Estaba absolutamente decidido a no volver a casa hasta haber encontrado alimento suficiente para todos.
Pronto la desesperación se apoderó de él. Los árboles, inmóviles y silenciosos, no podían escuchar su lamento y tendría que volver, una vez más, con las manos vacías.

Vagó mucho tiempo por
…ver más…

Entonces cogió el hacha y le cortó la nariz. Y como toda la fuerza de la vieja estaba en su nariz, se quedó allí tendida, sin poderse mover.

¿Qué iba a pasar ahora? La bruja se había quedado sin su larguísima nariz de hierro y, al parecer, ya no había peligro, pero antes de expirar, lanzó un último grito que retumbó en todo el bosque.
Los pájaros, asustados, emprendieron el vuelo, y los animales la huida. Luego se hizo el silencio.

Entonces el pobre hombre cogió los dos sacos y echó a correr lo más deprisa que sus piernas le permitieron. Corrió y corrió sin detenerse, en dirección a su casa.
Pero el rey de los diablos había oído el grito de su madre y acudió en su auxilio. Cuando llegó junto a ella y la vio muerta, enloqueció de furia y se puso a perseguir al leñador. Avanzaba muy deprisa y en seguida le divisó a lo lejos. Furibundo, le gritó:

-¡Leñador! ¡Leñador! ¡Mira detrás de ti!
El pobre hombre oyó aquella voz que parecía venir de ultratumba y que sonaba como el trueno en el silencio del bosque, pero no se detuvo, ni miró hacia atrás y siguió corriendo a toda velocidad. Todavía le faltaba un buen trecho para llegar a su casa y cada vez oía más cerca el jadeo del diablo, pero no desfalleció.

Pronto divisó entre los árboles el tejado de su casa. Pensó detenerse a tomar aliento, pero sabía que el peligro aún no había pasado. Las zancadas del diablo eran enormes.

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