Enfermedades (organelos y microfilamentos)
Su trabajo empeoraba al final de cada estrofa porque Wilkilén, ensimismada en el zumbido, se distraía por completo. El resultado de sus estribillos era un desperdicio de alimentos. Wilkilén contaba ya doce temporadas de lluvias. Muy pronto, al decir de Vieja Kush, la luna entraría en su cuerpo. Entonces la niña perdería su extrema delgadez y tomaría formas redondeadas. Sin embargo su alma parecía empecinada en no crecer. Wilkilén reía y lloraba por pequeñeces. Siempre alborotadora, siempre hechizada por todo tal como en los lejanos tiempos de la guerra. -Si continúas así no podremos encontrarte esposo -le dijo su hermana-. Ningún hombre querrá mujer tan delgada y que no sepa moler harina. Tener un esposo no era algo que inquietara a Wilkilén, de modo que comenzó a reír como si nada de lo que Kuy-Kuyen decía se refiriese a ella. -¿Y ahora de qué te ríes? -Del pobre hombre esposo -Wilkilén hablaba y mostraba la risa-. Del pobre hombre esposo que tiene una mujer tan delgada que no puede moler harina. Kuy-Kuyen se cansó de aparentar paciencia, y le habló con todo el enojo que sentía. -¡No escuchas lo que te digo! Juegas a la par de Shampalwe como si tuvieses cinco temporadas de lluvias. No pones empeño en los trabajos, no ayudas... Vieja Kush venía hacia ellas. Kuy-Kuyen bajó la cabeza y se calló. -¿Qué te ha enojado tanto, hija mía? -preguntó la anciana. -¡Mira este estropicio,