El discurso del rey
Ganar en confianza personal es sólo un primer paso, que se combina con otras estrategias: ejercicios vocálicos, musicalizar el discurso… dejar que las palabras broten y no temer que se escapen. Hablamos como somos, y si queremos hablar mejor tenemos que confiar más en nosotros mismos: las palabras y la mente humana parecen tener una profunda conexión en la que apenas reparamos en el uso habitual y común del lenguaje.
Junto a la reflexión sobre el progreso del príncipe, se le une otra de carácter político: la importancia de la forma dentro de cualquier monarquía. El poder político, nos viene a decir la película, cuenta con su propio ritual. No basta con ser un buen estratega, con tomar las decisiones adecuadas, con tener en cuenta el bien común por encima del individual. El buen gobernante tiene que cumplir escrupulosamente con la liturgia del poder: los gestos, los símbolos y las palabras no son, ni mucho menos, gratuitos. Están ahí por algo, y es obligación del rey el “encarnar” bien las fórmulas, dotarles de credibilidad. Ser rey consiste, entre otras muchas cosas, en aparentar, en transmitir la solemnidad, la gravedad y otros tantos sustantivos que pueden verse de una manera directa o indirecta en la película. Tanto o más importante que el propio carácter, las monarquías parlamentarias modernas no esperan de su rey que sea enérgico, pero sí que lo parezca. No pretenden que sea