EL HABITAR DESDE HEIDEGGER, BOLLNOW Y BACHELARD

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EL HABITAR DESDE HEIDEGGER, BOLLNOW Y BACHELARD

Martin Heidegger no duda en aseverar que no todas las construcciones son moradas, ni todo morar es habitar. En últimas ésta es el objetivo del construir, pero sólo se alcanza al decir del filósofo cuando se piensa y se construye para tal fin; por ello se impone la necesidad de considerar otras connotaciones que escapan a la reducción del “habitar” a un simple fenómeno de residir o de “estar”.
Una cosa es hablar de nuestra casa y otra de nuestra “vivienda”; la “casa” puede referirse a aquel “lugar” que convertimos en nuestro “espacio” (un lugar no es efectivamente un espacio, pero lo facilita en cuanto desencadena otros aconteceres). Los largos tramos de la vía se transforman para el
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Hoy podemos imaginarnos una vivienda con afiches deportivos, con obras de arte o retratos de seres queridos colgados en las paredes, convertida de alguna manera como se dijo antes en una verdadera “extensión” nuestra, y en razón de esa naturaleza de extensión surge entonces el imperativo de cuidarla y respetarla como a nosotros mismos, tal y como cuidamos nuestra piel, nuestro cráneo, nuestra mente o nuestras extremidades.
Por eso la miseria que produce el no poseer una casa propia, no se debe en esencia, a la carencia material de ésta, sino al hecho de que el hombre aún no entiende y asume la naturaleza misma del “habitar”. Las costumbres, los imaginarios, las tradiciones convergen en el carácter formal de las construcciones de muchas personas económicamente marginadas, y en no pocas oportunidades se compensa la escasez de lugar, invadiendo y tomando para sí el espacio exterior de la vivienda como los andenes, los antejardines, los terrenos baldíos, etc. pero esta “extensión” de la casa rara vez permite “habitarla”, pues casi siempre se convierte en factor de perturbación entre los residentes y sus vecinos, y por su puesto involucra negativamente al entorno.
Quizás una gran aportación al pensamiento de Heidegger respecto del “habitar”, la encontró el filósofo en su propia cabaña ubicada en la Selva negra alemana en Todnauberg cerca de Friburgo (construida por su propia familia en

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