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Análisis de libro "El alma de la toga"




Enviado por gustavo2046




    Análisis de
    libro "El
    alma de la
    toga"

    1. Introducción
    2. Quien es
      abogado
    3. La fuerza
      interior
    4. La
      sensación de la justicia
    5. La moral
      del abogado
    6. La
      sensibilidad
    7. El
      desdoblamiento psíquico
    8. La
      independencia
    9. El
      trabajo
    10. La
      palabra
    11. Elogio de la
      cordialidad
    12. Conceptos
      arcaicos
    13. El arte y la
      abogacía
    14. La
      clase
    15. Cómo se hace un despacho
    16. Especialistas
    17. La
      hipérbole
    18. Libertad
      de defensa
    19. El
      amianto
    20. Los
      pasantes
    21. La defensa
      de los pobres
    22. La
      toga
    23. La mujer en
      el bufete
    24. Hacia una
      justicia patriarcal
    25. Decálogo del abogado
    26. Conclusiones

    INTRODUCCIÓN

    Ángel
    Ossorio al hacer éste libro nos quiso hablar un poco de lo
    que esta pasando con todos los abogados, de la inconciencia que
    existe, del amor que le
    han perdido a la abogacía, un tanto para que hagamos
    conciencia y
    corrijamos todos esos errores que manchan la reputación
    del abogado y de la carrera de Derecho.

    Que nos dediquemos
    a ser realmente abogados y no caigamos en lo que algunos abogados
    han caído, en la corrupción
    en la falta de ética
    profesional y más.

    QUIEN ES ABOGADO

    Ossorio considera
    que la abogacía no es una consagración
    académica, sino una concreción profesional. Y dice
    que nuestro titulo universitario no es de "abogado", sino de
    "licenciado en derecho". Y que para poder ejercer
    la profesión de "abogado". Debe dedicar su vida a dar
    consejos jurídicos y pedir justicia en
    los tribunales. Y quien no haga esto será todo lo
    licenciado que quiera pero abogado no.

    En su
    conclusión, el abogado es, el que ejerce permanentemente
    la Abogacía. Los demás serán solamente
    licenciados en derecho, pero nada más.

    LA FUERZA
    INTERIOR

    Su
    afirmación es que: en el hombre
    cualquiera que sea su oficio, debe creer principalmente en
    sí. La fuerza que en sí mismo no halle no la
    encontrará en ninguna otra parte.

    Da una
    recomendación para las agresiones y criticas de la gente:
    fiar en sí. Vivir la propia vida. Seguir los dictados que
    uno mismo se imponga y desatender lo demás.

    En nuestro Ser,
    hallase la fuerza de las convenciones, la definición de la
    justicia, el aliento para sostenerla, el noble estimulo para
    anteponerla al interés
    propio.

    Además
    menciona que el abogado tiene que comprobar a cada minuto si se
    encuentra asistido de aquella fuerza interior que ha de hacerle
    superior al medio
    ambiente; y en cuanto le asalten dudas en éste punto
    debe cambiar de oficio.

    LA SENSACION DE LA JUSTICIA

    Ser abogado no es
    saber el Derecho, sino conocer la vida. El derecho positivo
    está en los libros, pero
    lo que la vida reclama no está escrito en ninguna parte.
    Quien tenga previsión, serenidad, amplitud de miras y de
    sentimientos para advertirlo, será Abogado; quien no tenga
    más inspiración ni más guía que las
    leyes,
    será un desventurado mandadero.

    La justicia no es
    fruto del estudio, sino de una sensación.

    Ángel cita
    al ilustre novelista Henry Bordeaux. Henry refiere que cuando
    visito al escritor Daudet y le manifestó que era
    estudiante de Derecho, éste le dijo: "las leyes, los
    códigos no deben ofrecer ningún interés. Se
    aprende a leer con imágenes y
    se aprende la vida con hechos. Procure ver y observar. Estudie la
    importancia de los intereses en la vida humana.

    En resumen lo que
    quiere decir con las palabras "la sensación de la
    justicia" es que procuremos no actuar tan apegados a las leyes,
    que usemos lo que nosotros tenemos conceptualizado como bueno,
    equitativo, prudente, cordial y sobre todo justo.

    LA MORAL DEL
    ABOGADO

    En la moral del
    abogado de lo que Ossorio nos habla es del criterio que debe
    tener un abogado. Y comienza: La abogacía no se cimienta
    en la lucidez del ingenio, sino en la rectitud de la conciencia.
    Malo será que erremos y defendamos como moral lo que no
    es; pero si nos hemos equivocado de buena fe, podemos estar
    tranquilos. Cita las palabras del novelista Collete Iver.
    "Nuestro oficio ¿es hacer triunfar a la justicia o a
    nuestro cliente?
    ¿Iluminamos al Tribunal o procuramos cegarle?

    Cuando un abogado
    acepta una defensa, es porque estima – aunque sea
    equivocadamente- que la pretensión de su tutelado es
    justa, y en tal caso al triunfar el cliente triunfa la justicia,
    y nuestra obra no va encaminada a cegar sino a
    iluminar.

    También da
    unos consejos a los abogados. Hay que ser refractario al
    alboroto. Soportar la amargura de una censura caprichosa e
    injusta, es carga añeja a los honores profesionales.
    Debajo de la toga hay que llevar la coraza.

    Abogado que
    sucumba al que dirán debe tener su hoja de servicios
    manchada con la nota de cobardía. No digo que el juicio
    público no sea digno de atención. Lo que quiero decir es que
    después de adoptada una resolución, vacilar ni
    retroceder por miedo a la critica, que es un monstruo de cien
    cabezas irresponsables y faltas de
    sindéresis.

    Cuando se ha
    marcado la línea del deber hay que cumplirla a todo
    trance. El transeute que se detenga a escuchar los ladridos de
    los perros,
    difícilmente llegará al término de su
    jornada.

    LA SENSIBILIDAD

    El abogado no
    puede ser ni frío de alma ni emocionable.

    El abogado
    actúa sobre las pasiones, las ansias, los apetitos en que
    se consume la humanidad. Si su corazón es
    ajeno a todo ello ¿cómo lo entenderá su
    cerebro? Quien no
    sepa del dolor, ni comprenda el entusiasmo, ni ambicione la
    felicidad, ¿cómo acompañará a los
    combatientes?

    Y sin embargo,
    ¿es lícito siquiera que tomemos los bienes y males
    ajenos como si fueran propios, y obremos como comanditarios del
    interés que defendemos? De ningún modo. La
    sabiduría popular ha dicho acertadamente que
    "pasión quita conocimiento"
    y "que nadie es juez en causa propia".

    De la conveniencia
    nos dice: El letrado que ha de obtener la misma
    remuneración legitima, cualquiera que sea el resultado del
    negocio, aconseja con templanza, procede con mesura, hace lo que
    la moral y la ley consienten.
    El que sabe que ganará más o menos según la
    solución que obtenga, tiene ya nublada la vista por la
    codicia, pierde su serena austeridad, participa de la
    ofuscación de su defendido, lejos de ser un canal es un
    torrente.

    EL DESDOBLAMIENTO
    PSIQUICO

    El profesor
    Ángel Majorana denomina desdoblamiento psíquico al
    fenómeno con el cual "el abogado se compenetra con el
    cliente de tal manera, que pierde toda su postura personal".
    Ossorio piensa que el desdoblamiento psíquico no ha de
    interpretarse en el sentido que lo hace Majorana, diciendo: "el
    abogado no soy yo, sino mi cliente", sino en el de la duplicidad
    de personalidades, "hasta tal punto soy mi cliente, practicando
    un doble renunciamiento, y desde tal punto soy yo mismo. Usando
    facultades irrenunciables".

    Ossorio encuentra
    plausible y santo renunciar a los intereses, al bienestar, al
    goce, para entregarse al bien del otro; matar el sensualismo en
    servicio del
    deber o el ideal. Eso es sustancial en la abogacía.
    Defender sin cobrar, defender a quien nos ofendió,
    defender a costa de perder amigos y protectores, defender
    afrontando la injuria y la impopularidad.

    En esta
    disposición del ánimo está la esencia misma
    de la abogacía, que sin tales prendas perdería su
    razón de existir.

    LA INDEPENDENCIA

    Hablando de
    independencia
    en el sentido de libertad creo
    que se define claramente el concepto de este
    subtema con las palabras de Mr. Raymond Poincaré: "en
    ninguna parte es más completa la libertad que en el
    foro. La disciplina
    profesional es leve para los ciudadanos de su dignidad y
    apenas añade nada a los deberes que una conciencia poco
    delicada se traza a sí misma. Desde que se crea por su
    trabajo una
    situación regular, el Abogado no depende más que de
    sí mismo. Es el hombre libre,
    en toda la extensión de la palabra. Solo pesan sobre
    él servidumbres voluntarias; ninguna autoridad
    exterior detiene su actividad individual, a nadie da cuenta de
    sus opiniones, de sus palabras ni de sus actos. De ahí en
    el Abogado un orgullo natural, a veces quisquilloso, y un
    desdén hacia todo lo que es oficial y
    jerarquizado".

    EL TRABAJO

    En cuanto a la
    manera de trabajar sería osado querer dar consejos, pues
    sobre tal materia es tan
    aventurado escribir como la del gusto. Sin embargo doy una
    opinión personal. Parece lógico que antes de coger
    la pluma se haya agotado el estudio en los papeles y en los
    libros. Seriamente, así debe hacerse y no es recomendable
    ningún otro sistema.

    A mi entender,
    todas las horas son buenas para trabajar pero más
    especialmente las primeras de la mañana. Desde las 6 hasta
    las 10 y ahí va la razón. A partir de las 10 de la
    mañana nadie dispone de sí mismo. La consulta, las
    conferencias con otros colegas, las diligencias y vistas, las
    atenciones familiares la vida de relación y las necesarias
    expansiones del espíritu consumen todo nuestro tiempo.

    Muchos advierten
    que da lo mismo trasnochar, recabando el tiempo cuando los
    demás se acuestan. No lo estimo así, porque antes
    de las 10 de la mañana podemos dar al trabajo nuestras
    primicias y después de las 10 a.m. no les concedemos sino
    nuestros residuos. Con la cabeza despejada ordenan las ideas, se
    distribuyen las atenciones, se aprovecha el estudio.

    En fin, todas las
    reglas del trabajo pueden reducirse a ésta: hay que
    trabajar con gusto. Logrando acertar con la vocación y
    viendo en el trabajo no
    sólo un modo de ganarse la vida, sino la válvula
    para la expansión de los anhelos espirituales, el trabajo
    es liberación, exaltación, engrandecimiento. De
    otro modo es insoportable esclavitud.

    LA PALABRA

    Por la palabra se
    enardecen o calman ejércitos y turbas; por la palabra se
    difunden las religiones, se propagan
    teorías
    y negocios, se
    alienta al abatido, se doma y avergüenza al soberbio, se
    tonifica al vacilante, se viriliza al desmedrado. Unas palabras,
    las de Cristo, bastaron para derrumbar una civilización y
    crear un mundo nuevo. Los hechos tienen, sí, más
    fuerza que las palabras; pero sin las palabras previas los hechos
    no se producirían.

    Abominen de la
    palabra los tiranos porque les condena, los malvados porque les
    descubre y los necios porque no la entienden. Pero nosotros, que
    buscamos la convicción con las armas del
    razonamiento, ¿cómo hemos de desconfiar de su
    eficacia?

    ELOGIO DE LA CORDIALIDAD

    A este tema no le
    encontré mucha relación con el titulo de "elogio de
    la cordialidad" pero voy a resumir lo que quiso decir Ossorio al
    lector.

    Al comienzo habla
    de los abogados y los jueces. De como se tiene ya la mala y
    errónea idea de que el juez hace favoritismos y el abogado
    miente. Permítanme explicarlo de una manera mas clara. El
    juez piensa del abogado: "¿En qué proporción
    me estará engañando? y el abogado piensa del juez:
    ¿A qué influencia estará sometido para
    frustrarme la justicia?"

    Nos hallamos tan
    habituados a pensar mal y a mal decir, que hemos dado por secas
    las fuentes puras
    de los actos humanos. Gran torpeza es esta. Las acciones todas
    y más especialmente las que implican un hábito y un
    sistema, como las profesionales- han de cimentarse en la fe, en
    la estimación de nuestros semejantes, en la
    estimación de nuestros semejantes, en la ilusión de
    la virtud, en los móviles levantados y generosos. Quien
    juzgue irremediablemente perversos a los demás,
    ¿cómo ha de fiar en sí mismo, ni en su
    labor, ni en su éxito?
    Hay que poner el corazón en todas las empresas de la
    vida.

    CONCEPTOS ARCAICOS

    Para los jueces
    cumplir la regla al pie de la letra es, en muchas ocasiones,
    criminal; y si los jueces no han de hacerse cómplices de
    corrupciones o abandonos, deben usar su criterio para obtener
    resultados satisfactorios en un juicio, ya que en muchas
    ocasiones los reglamentos son oscuros y faltos de verdad y
    humanismo.
    Así que el juez debe resolver los casos como lo juzgue
    mejor y no tal y como lo dicen Códigos y autos.

    EL ARTE Y LA
    ABOGACIA

    No es abogado
    quien no tiene una delicada percepción
    artística.

    Algunos tienen
    como elementos de expresión la aritmética, la
    química o
    el dibujo lineal,
    nosotros usamos la palabra escrita y hablada, es decir, la
    más noble, la más elevada y artística
    manifestación del pensamiento.
    No existe antagonismo entre el Arte y la
    Abogacía.

    El abogado debe
    tener inexcusablemente:

    • una revista
      jurídica de su país y otra
      extranjera.
    • Una mitad – según las
      aficiones – de todos cuantos libros jurídicos se
      publiquen en su país.
    • Unos cuantos libros de novela, versos,
      historia,
      crónica, crítica, sociología y política.

    Las novelas y los
    versos los recomendé porque son la gimnástica del
    sentimiento y del lenguaje. Son
    para que el abogado amplíe el horizonte ideal y mantenga
    viva la renovada flexibilidad del lenguaje.

    Un abogado debe
    ubicar los libros como articulo de primera necesidad y dedicar a
    su adquisición un cinco, un cuatro o un tres por ciento de
    lo que se gane, aunque para ello sea preciso privarse de otras
    cosas. Y si el abogado no puede alcanzar ni aún ese
    límite mínimo, que no ejerza. La abogacía es
    profesión de señores y, a la manera que el derecho
    sufragio, debe
    estar vedada a los mendigos. No se eche esto a cuenta de un
    orgullo mortificante, sino a la de una rudimentaria dignidad. Que
    diríamos de un médico que no tiene estetoscopio
    para auscultar. Pues apliquemos la alusión al abogado y
    tratémosle de igual manera.

    LA CLASE

    Los abogados, por
    lo mismo que nuestra misión es
    contener, cuando cesamos en ella buscamos la paz y el olvido. No
    hay campañas de grupo contra
    grupo, ni ataques en la prensa, ni
    siquiera pandillas profesionales como en otras profesiones. Al
    terminar la vista o poner punto a la conferencia, nos
    despedimos cortésmente y no nos volvemos a ocupar el uno
    del otro. Apenas y de vez en cuando nos dedicamos un comentario
    mordaz o irónico. Nuestro estado de alma
    es la indiferencia; nuestra conducta, un
    desdén elegante.

    Hay una costumbre
    que acredita la delicadeza de nuestra educación.
    Después de sentenciado un pleito y por muy acre que haya
    sido la controversia, jamás el victorioso recuerda su
    triunfo al derrotado. Por el contrario, el vencido es quien suele
    suscitar el tema felicitando a su adversario – incluso
    públicamente – y ponderando sus cualidades de talento,
    elocuencia y sugestión, a las que, y no a la justicia de
    su causa, atribuye el éxito logrado.

    Las clases no
    implican desnivel personal sino diferenciación en el
    cumplimiento de los deberes sociales.

    CÓMO SE HACE UN
    DESPACHO.

    La
    condición inexcusable para triunfar en una
    profesión es sabré ejercerla. Un tonto puede
    prevalecer en lo que depende de la merced, mas no en lo que
    radica en el crédito
    público.

    Medios que un
    letrado tiene para darse a conocer:

     La
    Asociación. O sea, trabajar en colaboración,
    estableciéndose bajo una razón social dos o
    más compañeros y creando entre todos un
    consultorio. Repruebo sin vacilar ese procedimiento por
    esencialmente incompatible con nuestra profesión.
    ¿Cómo será posible dividir en partes
    alícuotas la estimación de un problema y el modo de
    tratarle y la responsabilidad del plan
    adoptado?

     El
    anuncio. Aunque algunos lo admiten, afortunadamente la
    mayoría lo considera como una degradación. Es
    lícito decir "yo vendo buen café"
    ¡pero es grosero anunciar "yo tengo honradez y talento"!.
    Sólo con atreverse a decir esto, se está
    demostrando la carencia de las prendas más delicadas e
    indispensables en la psicología
    forense.

     La
    exhibición. Aunque duela un poquillo la palabra, hay que
    usarla en su aceptación noble, para venir a parar en que
    éste es el único medio lícito para darse a
    conocer. Poner en manifiesto lo que llevamos dentro y lo
    que somos capaces de hacer.

     Hablar de
    los compañeros que se han dado a conocer como letrados
    después de haber sido Ministros. Estos son casos aislados
    y no constituyen sistema.

    ESPECIALISTAS.

    Si el hombre es
    siempre esclavo de la misma tarea, se degrada.

    En la
    abogacía, la especialización toca los limites del
    absurdo. Simplemente no se puede ser especialista en una sola
    cosa, porque en la abogacía como en muchas otras
    profesiones, en un solo caso, gran parte de las veces, se
    necesita de varias materias de Derecho. Nuestro campo de acción
    es el alma, y esta no tiene casilleros. ¿Se concibe un
    confesor para la lujuria, otro para la avaricia y otro para la
    gula? ¡Pues igual en nuestro caso!

    No es indiferente
    ni inofensivo el proceder mediante especializaciones, porque
    ellas, aún contra nuestra voluntad, pesan enormemente en
    el juicio y unilateral izándose nos llevan al error. El
    civilista nunca creerá llegada la ocasión de entrar
    en una causa, cuando, a veces, con una simple denuncia se
    conjuraría el daño o
    se prepararía el arreglo; el criminalista todo lo
    verá por el lado penal y fraguará procesos
    quiméricos o excusará delitos
    evidentes.

    Esta y no otra es
    la razón de que tan pocas veces un profesor en un buen
    abogado. El profesor ve un sector de la vida, forma en él
    su enjuiciamiento… y todo lo demás se le
    escapa.

    Convenzámonos de que en el foro. Como en las funciones de
    gobierno, no hay
    barreras doctrinales, ni campos acotados, ni limitaciones del
    estudio.

    Para el abogado no
    debe haber más que dos clases de asuntos: unos en que hay
    razón y otros en que no la hay

    LA HIPERBOLE.

    La
    exageración de la verdad, tan común entre los
    abogados, debe ser evitada. El buen gusto suele correr parejas
    con la dignidad y el pudor. Quien sepa guardar su recato y ocupar
    su puesto, de fijo no fraternizará con sus clientes en lo
    criminal ni los divinizará en lo civil.

    Antes de abrir los
    registros
    estruendosos, mire bien si el caso lo merece o no; y en caso de
    duda, haya de la hipérbole y aténgase al consejo
    cervantino:

    Llaneza muchacho,
    llaneza.

    LIBERTAD DE DEFENSA.

    El particular debe
    ser libre para defenderse por sí mismo. Salvo en los casos
    en que esa libertad puede dañar al derecho de las otras
    partes o al interés público.

    Para el ciudadano
    es vejatorio que le obliguen a decir por boca ajena lo que
    podría expresar con la propia, y que una cosa tan natural
    como el pedir justicia haya de confinarla precisamente a un
    técnico. El pretorio debería tener sus puertas
    abiertas a todo el mundo, sin atender a otro ritualismo que al
    clamor de quien solicita lo que ha de menester.

    Con ello los
    abogados ganaríamos en prestigio sin perder sensiblemente
    en provecho. Lo primero, porque al no ser nuestro ministerio
    forzoso, sino rogado, se acrecentaría nuestra autoridad.
    Lo segundo, porque serían pocos los casos en que se
    prescindiera de nuestra tutela.

    Pero se trata de
    una cuestión de principios, y
    aunque hubiera de desaparecer por inútil nuestra
    profesión, esto sería preferible a mantenerla
    cohibiendo a la sociedad
    entera y permitiendo que, en vez de buscarnos, nos
    soporte.

    EL AMIANTO

    Tengo a los
    financieros mucha consideración porque sin su capacidad de
    iniciativa, sin su sed de oro, sin su
    acometividad y sin su ética
    maleable, muchas cosas buenas quedarían inéditas y
    el progreso material sería mucho más lento. Mas no
    concibo al Abogado Financiero, por la sencilla razón de
    que si es financiero no puede se r Abogado.

    Si un abogado es
    Financiero, porque al serlo, estarían mezclando el
    interés propio con el ajeno y poniendo en cada asunto el
    albur de hacerse poderosos, vienen a consagrar inmensos pactos de
    cuota-bilis; una cuota-litis hipertrofiada.

    Poder y riqueza,
    fuerza y hermosura, todas las incitaciones, todos los fuegos de
    la pasión han de andar entre nuestras manos de abogados
    sin que nos quememos. El mundo nos utiliza y respeta en tanto en
    cuanto tengamos la condición del amianto.

    LOS PASANTES

    Para la
    generalidad de los licenciados, las obligaciones
    del pasante aparecen establecidas en este orden:

    1ª. Leer los
    periódicos.

    2ª. Liar
    cigarrillos y fumarlos en abundancia cuidando mucho de tirar las
    cerillas, la ceniza y las colillas fuera de los
    ceniceros.

    3ª. Comentar
    las gracias, merecimientos y condescendencias de las actrices y
    cupletistas de moda.

    4ª. Disputar
    – siempre a gritos – sobre política, sobre deportes y sobre el crimen de
    actualidad.

    5ª. Ingerir a
    la salida del despacho cantidades fabulosas de patatas fritas a
    la francesa, pasteles, cerveza y
    vermouth.

    6ª. Leer
    distraídamente autos, saltándose indefectiblemente
    los fundamentos de derecho en todos los escritos y, en su
    integridad el escrito de conclusiones.

    La enseñanza del bufete no tiene otra
    asignatura sino la de mostrarse al Abogado tal cual es y
    facilitar que le vean sus pasante s. No hay lecciones orales, ni
    tácticas de dómine, ni obligaciones exigibles, ni
    sanción. Si bien se mira, existe una fiscalización
    del pasante hacia su maestro, pues, en puridad, este se limita a
    decir al otro. "entérese usted de lo que hago yo, y si lo
    encuentra bien, haga usted lo mismo". Por es o el procedimiento
    de la singular enseñanza consiste en establecer una
    comunicación tan frecuente y cordial cuanto
    sea posible.

    LA DEFENSA DE LOS POBRES

    Constituye la
    defensa de los pobres una función de
    asistencia pública, como el cuidado de los enfermos
    menesterosos. El Estado no
    puede abandonar a quien, necesitado de pedir justicia, carece de
    los elementos pecuniarios indispensables para sufragar los
    gastos del
    litigio. Mas para llenar esa atención no hace falta, como
    algunos escritores sostienen, crear cuerpos especiales, ni
    siquiera encomendarla al ministerio fiscal. Los
    colegiados de Abogados se bastan para el menester, lo han
    cubierto con acierto desde tiempo inmemorial, y debieran tomar
    como grave ofensa el intento de arrebatárselo.

    LA TOGA

    La toga no
    representa por sí sola ninguna calidad, cuando
    no hay cualidades verdaderas debajo de ella se reduce a un
    disfraz irrisorio. Pero después de hecha esta salvedad, en
    honor al concepto fundamental de las cosas, conviene reconocer
    que la toga, como todos los atributos profesionales, tiene para
    el que la lleva, dos significados: freno e ilusión; y para
    el que la contempla, otros dos: diferenciación y respeto.

    La toga es freno,
    porque cohíbe la libertad en lo que pudiera tener de
    licenciosa. Es ilusión, por nuestra función. Por
    nuestro valer. Por nuestra significación.

    Es
    diferenciación, porque ella nos distingue de los
    demás circunstantes en el tribunal; y siempre es bueno que
    quien va a desempeñar una alta misión sea
    claramente conocido. Y respeto, porque el clarividente sentido
    popular, al contemplar a un hombre vestido de modo tan severo,
    con un traje que consagraron los siglos; y, que sólo
    aparece para menesteres trascendentales de la vida, discurre con
    acertado simplicísimo: "ese hombre debe ser bueno y
    sabio".

    El abogado que
    asiste a una diligencia en el local infecto de una
    escribanía, usa un léxico, guarda una compostura y
    mantiene unas formulas de relación totalmente distinta de
    las que le caracterizan cuando sube a un estrado con la toga
    puesta.

    LA MUJER EN EL
    BUFETE

    Como el libro va
    dedicado a compañeros principales, les diré que
    importa mucho para vestir la toga (cuya bolsa, por cierto, debe
    ser bordada por la novia o la esposa) casarse pronto y casarse
    bien.

    ¿Procedimiento? Enamorarse mucho y de quien lo
    merezca.

    ¿Receta
    para encontrar esto último? ¡Ah! Eso radica en los
    arcanos sentimentales. El secreto se descubrirá cuando
    algún sabio atine a reducir el amor a una
    definición.

    Nada más de
    la mujer. Vamos
    con las mujeres. Voy a hacer una dramática
    declaración. El Abogado no tiene sexo.
    Así como suena.

    Es decir, tenerle
    sí que le tiene… y, naturalmente, no le está
    vedado usar de él. Pero en su estudio y en relación
    con las mujeres que en él entran, ha de poner tan alta su
    personalidad,
    de considerarla tan superior a las llamaradas de la pasión
    y al espoleo de la carne, que su exaltación le conduzca a
    esta paradoja: el abogado es un hombre superior al hombre. Esto
    lo digo en el caso de que a un Abogado le toque alguna mujer muy
    atractiva como cliente. El abogado debe ver el atractivo del caso
    y no el de la dama.

    En pocas palabras,
    la mujer, con el sexto sentido que tiene, se convertirá,
    aparte de nuestra pareja, en nuestra mejor consejera en nuestros
    casos. Por eso recomiendo que exista entera comunicación
    del Abogado hacia su mujer. Claro, esto solamente cuando la mujer
    está interesada.

    HACIA UNA JUSTICIA PATRIARCAL

    Las condiciones
    apetecibles e indispensables, según mi entender, para un
    buen procedimiento judicial, son estas cuatro: oralidad, publicidad,
    sencillez y eficacia. En breve hablaré de
    ellas.

    La justicia debe
    ser sustanciada por medio de la palabra. Esto por las siguientes
    razones:

    Primera. Por ley
    natural. Al hombre le fue dada la palabra para que, mediante ella
    se entendiera con sus semejantes. La escritura es
    un sucedáneo hijo del progreso.

    Segunda. Por
    economía
    de tiempo.

    Tercera. El
    procedimiento oral es el supuesto imprescindible para la
    publicidad. Lo sustancial es que hablen a los jueces las partes o
    sus letrados.

    Cuarta. Por
    seguridad de que
    los jueces se enteran de las cuestiones. Claro que el Juez o
    Magistrado que recibe unos autos los debe estudiar hemos de
    suponer que lo hace. Pero los puede leer bien o leerlos mal o no
    leerlos. Puede entender todas las razones o dejar de entender
    algunas y en este último caso no tiene a quien pedir mejor
    explicación.

    DECALOGO DEL ABOGADO

    1º. No pases
    por encima de un estado de tu conciencia.

    2º. No
    afectes una convicción que no tengas.

    3º. No te
    rindas ante la popularidad ni adules a la
    tiranía.

    4º. Piensa
    siempre que tú eres para el cliente y no el cliente para
    ti.

    5º. No
    procures nunca en los tribunales ser más que los
    magistrados, pero no consientas ser menos.

    6º. Ten fe en
    la razón, que es lo que en general prevalece.

    7º. Pon la
    moral por encima de las leyes.

    8º. Aprecia
    como el mejor de los textos el sentido común.

    9º. Procura
    la paz como el mayor de los triunfos.

    10º. Busca
    siempre la justicia por el cambio de la
    sinceridad y sin otras armas que las de tu saber.

    CONCLUSIONES

    Con este libro
    pude analizar lo que es un abogado, en el sentido en el que
    realmente debemos hacer en nuestra carrera y rechazar todo lo
    malo que hay también, como lo son todos los actos de
    corrupción los chantajes, la falta de
    ética profesional, para que no caigamos en esos actos que
    lo único que hacen es manchar la reputación de
    todos los abogados y de la carrera.

    Ya que creo que es
    uno de los mensajes que nos quiere dar Ángel Ossorio con
    este libro, porque se ve que es una persona muy
    comprometida con su carrera y con su vida profesional, que
    hagamos conciencia y limpiemos todos los errores que muchos otros
    que se dicen abogados han manchado.

     

     

     

    Elaboró:

    Gustavo Herrejón
    Terán

    UNIVERSIDAD LATINA DE
    AMÉRICA

    Licenciatura en Derecho

    Asignatura: Derecho Civil
    II.

    Morelia, Mich. Septiembre,
    2005.

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