Análisis de
libro "El
alma de la
toga"
- Introducción
- Quien es
abogado - La fuerza
interior - La
sensación de la justicia - La moral
del abogado - La
sensibilidad - El
desdoblamiento psíquico - La
independencia - El
trabajo - La
palabra - Elogio de la
cordialidad - Conceptos
arcaicos - El arte y la
abogacía - La
clase - Cómo se hace un despacho
- Especialistas
- La
hipérbole - Libertad
de defensa - El
amianto - Los
pasantes - La defensa
de los pobres - La
toga - La mujer en
el bufete - Hacia una
justicia patriarcal - Decálogo del abogado
- Conclusiones
Ángel
Ossorio al hacer éste libro nos quiso hablar un poco de lo
que esta pasando con todos los abogados, de la inconciencia que
existe, del amor que le
han perdido a la abogacía, un tanto para que hagamos
conciencia y
corrijamos todos esos errores que manchan la reputación
del abogado y de la carrera de Derecho.
Que nos dediquemos
a ser realmente abogados y no caigamos en lo que algunos abogados
han caído, en la corrupción
en la falta de ética
profesional y más.
Ossorio considera
que la abogacía no es una consagración
académica, sino una concreción profesional. Y dice
que nuestro titulo universitario no es de "abogado", sino de
"licenciado en derecho". Y que para poder ejercer
la profesión de "abogado". Debe dedicar su vida a dar
consejos jurídicos y pedir justicia en
los tribunales. Y quien no haga esto será todo lo
licenciado que quiera pero abogado no.
En su
conclusión, el abogado es, el que ejerce permanentemente
la Abogacía. Los demás serán solamente
licenciados en derecho, pero nada más.
LA FUERZA
INTERIOR
Su
afirmación es que: en el hombre
cualquiera que sea su oficio, debe creer principalmente en
sí. La fuerza que en sí mismo no halle no la
encontrará en ninguna otra parte.
Da una
recomendación para las agresiones y criticas de la gente:
fiar en sí. Vivir la propia vida. Seguir los dictados que
uno mismo se imponga y desatender lo demás.
En nuestro Ser,
hallase la fuerza de las convenciones, la definición de la
justicia, el aliento para sostenerla, el noble estimulo para
anteponerla al interés
propio.
Además
menciona que el abogado tiene que comprobar a cada minuto si se
encuentra asistido de aquella fuerza interior que ha de hacerle
superior al medio
ambiente; y en cuanto le asalten dudas en éste punto
debe cambiar de oficio.
Ser abogado no es
saber el Derecho, sino conocer la vida. El derecho positivo
está en los libros, pero
lo que la vida reclama no está escrito en ninguna parte.
Quien tenga previsión, serenidad, amplitud de miras y de
sentimientos para advertirlo, será Abogado; quien no tenga
más inspiración ni más guía que las
leyes,
será un desventurado mandadero.
La justicia no es
fruto del estudio, sino de una sensación.
Ángel cita
al ilustre novelista Henry Bordeaux. Henry refiere que cuando
visito al escritor Daudet y le manifestó que era
estudiante de Derecho, éste le dijo: "las leyes, los
códigos no deben ofrecer ningún interés. Se
aprende a leer con imágenes y
se aprende la vida con hechos. Procure ver y observar. Estudie la
importancia de los intereses en la vida humana.
En resumen lo que
quiere decir con las palabras "la sensación de la
justicia" es que procuremos no actuar tan apegados a las leyes,
que usemos lo que nosotros tenemos conceptualizado como bueno,
equitativo, prudente, cordial y sobre todo justo.
LA MORAL DEL
ABOGADO
En la moral del
abogado de lo que Ossorio nos habla es del criterio que debe
tener un abogado. Y comienza: La abogacía no se cimienta
en la lucidez del ingenio, sino en la rectitud de la conciencia.
Malo será que erremos y defendamos como moral lo que no
es; pero si nos hemos equivocado de buena fe, podemos estar
tranquilos. Cita las palabras del novelista Collete Iver.
"Nuestro oficio ¿es hacer triunfar a la justicia o a
nuestro cliente?
¿Iluminamos al Tribunal o procuramos cegarle?
Cuando un abogado
acepta una defensa, es porque estima – aunque sea
equivocadamente- que la pretensión de su tutelado es
justa, y en tal caso al triunfar el cliente triunfa la justicia,
y nuestra obra no va encaminada a cegar sino a
iluminar.
También da
unos consejos a los abogados. Hay que ser refractario al
alboroto. Soportar la amargura de una censura caprichosa e
injusta, es carga añeja a los honores profesionales.
Debajo de la toga hay que llevar la coraza.
Abogado que
sucumba al que dirán debe tener su hoja de servicios
manchada con la nota de cobardía. No digo que el juicio
público no sea digno de atención. Lo que quiero decir es que
después de adoptada una resolución, vacilar ni
retroceder por miedo a la critica, que es un monstruo de cien
cabezas irresponsables y faltas de
sindéresis.
Cuando se ha
marcado la línea del deber hay que cumplirla a todo
trance. El transeute que se detenga a escuchar los ladridos de
los perros,
difícilmente llegará al término de su
jornada.
El abogado no
puede ser ni frío de alma ni emocionable.
El abogado
actúa sobre las pasiones, las ansias, los apetitos en que
se consume la humanidad. Si su corazón es
ajeno a todo ello ¿cómo lo entenderá su
cerebro? Quien no
sepa del dolor, ni comprenda el entusiasmo, ni ambicione la
felicidad, ¿cómo acompañará a los
combatientes?
Y sin embargo,
¿es lícito siquiera que tomemos los bienes y males
ajenos como si fueran propios, y obremos como comanditarios del
interés que defendemos? De ningún modo. La
sabiduría popular ha dicho acertadamente que
"pasión quita conocimiento"
y "que nadie es juez en causa propia".
De la conveniencia
nos dice: El letrado que ha de obtener la misma
remuneración legitima, cualquiera que sea el resultado del
negocio, aconseja con templanza, procede con mesura, hace lo que
la moral y la ley consienten.
El que sabe que ganará más o menos según la
solución que obtenga, tiene ya nublada la vista por la
codicia, pierde su serena austeridad, participa de la
ofuscación de su defendido, lejos de ser un canal es un
torrente.
El profesor
Ángel Majorana denomina desdoblamiento psíquico al
fenómeno con el cual "el abogado se compenetra con el
cliente de tal manera, que pierde toda su postura personal".
Ossorio piensa que el desdoblamiento psíquico no ha de
interpretarse en el sentido que lo hace Majorana, diciendo: "el
abogado no soy yo, sino mi cliente", sino en el de la duplicidad
de personalidades, "hasta tal punto soy mi cliente, practicando
un doble renunciamiento, y desde tal punto soy yo mismo. Usando
facultades irrenunciables".
Ossorio encuentra
plausible y santo renunciar a los intereses, al bienestar, al
goce, para entregarse al bien del otro; matar el sensualismo en
servicio del
deber o el ideal. Eso es sustancial en la abogacía.
Defender sin cobrar, defender a quien nos ofendió,
defender a costa de perder amigos y protectores, defender
afrontando la injuria y la impopularidad.
En esta
disposición del ánimo está la esencia misma
de la abogacía, que sin tales prendas perdería su
razón de existir.
Hablando de
independencia
en el sentido de libertad creo
que se define claramente el concepto de este
subtema con las palabras de Mr. Raymond Poincaré: "en
ninguna parte es más completa la libertad que en el
foro. La disciplina
profesional es leve para los ciudadanos de su dignidad y
apenas añade nada a los deberes que una conciencia poco
delicada se traza a sí misma. Desde que se crea por su
trabajo una
situación regular, el Abogado no depende más que de
sí mismo. Es el hombre libre,
en toda la extensión de la palabra. Solo pesan sobre
él servidumbres voluntarias; ninguna autoridad
exterior detiene su actividad individual, a nadie da cuenta de
sus opiniones, de sus palabras ni de sus actos. De ahí en
el Abogado un orgullo natural, a veces quisquilloso, y un
desdén hacia todo lo que es oficial y
jerarquizado".
En cuanto a la
manera de trabajar sería osado querer dar consejos, pues
sobre tal materia es tan
aventurado escribir como la del gusto. Sin embargo doy una
opinión personal. Parece lógico que antes de coger
la pluma se haya agotado el estudio en los papeles y en los
libros. Seriamente, así debe hacerse y no es recomendable
ningún otro sistema.
A mi entender,
todas las horas son buenas para trabajar pero más
especialmente las primeras de la mañana. Desde las 6 hasta
las 10 y ahí va la razón. A partir de las 10 de la
mañana nadie dispone de sí mismo. La consulta, las
conferencias con otros colegas, las diligencias y vistas, las
atenciones familiares la vida de relación y las necesarias
expansiones del espíritu consumen todo nuestro tiempo.
Muchos advierten
que da lo mismo trasnochar, recabando el tiempo cuando los
demás se acuestan. No lo estimo así, porque antes
de las 10 de la mañana podemos dar al trabajo nuestras
primicias y después de las 10 a.m. no les concedemos sino
nuestros residuos. Con la cabeza despejada ordenan las ideas, se
distribuyen las atenciones, se aprovecha el estudio.
En fin, todas las
reglas del trabajo pueden reducirse a ésta: hay que
trabajar con gusto. Logrando acertar con la vocación y
viendo en el trabajo no
sólo un modo de ganarse la vida, sino la válvula
para la expansión de los anhelos espirituales, el trabajo
es liberación, exaltación, engrandecimiento. De
otro modo es insoportable esclavitud.
Por la palabra se
enardecen o calman ejércitos y turbas; por la palabra se
difunden las religiones, se propagan
teorías
y negocios, se
alienta al abatido, se doma y avergüenza al soberbio, se
tonifica al vacilante, se viriliza al desmedrado. Unas palabras,
las de Cristo, bastaron para derrumbar una civilización y
crear un mundo nuevo. Los hechos tienen, sí, más
fuerza que las palabras; pero sin las palabras previas los hechos
no se producirían.
Abominen de la
palabra los tiranos porque les condena, los malvados porque les
descubre y los necios porque no la entienden. Pero nosotros, que
buscamos la convicción con las armas del
razonamiento, ¿cómo hemos de desconfiar de su
eficacia?
A este tema no le
encontré mucha relación con el titulo de "elogio de
la cordialidad" pero voy a resumir lo que quiso decir Ossorio al
lector.
Al comienzo habla
de los abogados y los jueces. De como se tiene ya la mala y
errónea idea de que el juez hace favoritismos y el abogado
miente. Permítanme explicarlo de una manera mas clara. El
juez piensa del abogado: "¿En qué proporción
me estará engañando? y el abogado piensa del juez:
¿A qué influencia estará sometido para
frustrarme la justicia?"
Nos hallamos tan
habituados a pensar mal y a mal decir, que hemos dado por secas
las fuentes puras
de los actos humanos. Gran torpeza es esta. Las acciones todas
y más especialmente las que implican un hábito y un
sistema, como las profesionales- han de cimentarse en la fe, en
la estimación de nuestros semejantes, en la
estimación de nuestros semejantes, en la ilusión de
la virtud, en los móviles levantados y generosos. Quien
juzgue irremediablemente perversos a los demás,
¿cómo ha de fiar en sí mismo, ni en su
labor, ni en su éxito?
Hay que poner el corazón en todas las empresas de la
vida.
Para los jueces
cumplir la regla al pie de la letra es, en muchas ocasiones,
criminal; y si los jueces no han de hacerse cómplices de
corrupciones o abandonos, deben usar su criterio para obtener
resultados satisfactorios en un juicio, ya que en muchas
ocasiones los reglamentos son oscuros y faltos de verdad y
humanismo.
Así que el juez debe resolver los casos como lo juzgue
mejor y no tal y como lo dicen Códigos y autos.
EL ARTE Y LA
ABOGACIA
No es abogado
quien no tiene una delicada percepción
artística.
Algunos tienen
como elementos de expresión la aritmética, la
química o
el dibujo lineal,
nosotros usamos la palabra escrita y hablada, es decir, la
más noble, la más elevada y artística
manifestación del pensamiento.
No existe antagonismo entre el Arte y la
Abogacía.
El abogado debe
tener inexcusablemente:
- una revista
jurídica de su país y otra
extranjera. - Una mitad – según las
aficiones – de todos cuantos libros jurídicos se
publiquen en su país. - Unos cuantos libros de novela, versos,
historia,
crónica, crítica, sociología y política.
Las novelas y los
versos los recomendé porque son la gimnástica del
sentimiento y del lenguaje. Son
para que el abogado amplíe el horizonte ideal y mantenga
viva la renovada flexibilidad del lenguaje.
Un abogado debe
ubicar los libros como articulo de primera necesidad y dedicar a
su adquisición un cinco, un cuatro o un tres por ciento de
lo que se gane, aunque para ello sea preciso privarse de otras
cosas. Y si el abogado no puede alcanzar ni aún ese
límite mínimo, que no ejerza. La abogacía es
profesión de señores y, a la manera que el derecho
dé sufragio, debe
estar vedada a los mendigos. No se eche esto a cuenta de un
orgullo mortificante, sino a la de una rudimentaria dignidad. Que
diríamos de un médico que no tiene estetoscopio
para auscultar. Pues apliquemos la alusión al abogado y
tratémosle de igual manera.
Los abogados, por
lo mismo que nuestra misión es
contener, cuando cesamos en ella buscamos la paz y el olvido. No
hay campañas de grupo contra
grupo, ni ataques en la prensa, ni
siquiera pandillas profesionales como en otras profesiones. Al
terminar la vista o poner punto a la conferencia, nos
despedimos cortésmente y no nos volvemos a ocupar el uno
del otro. Apenas y de vez en cuando nos dedicamos un comentario
mordaz o irónico. Nuestro estado de alma
es la indiferencia; nuestra conducta, un
desdén elegante.
Hay una costumbre
que acredita la delicadeza de nuestra educación.
Después de sentenciado un pleito y por muy acre que haya
sido la controversia, jamás el victorioso recuerda su
triunfo al derrotado. Por el contrario, el vencido es quien suele
suscitar el tema felicitando a su adversario – incluso
públicamente – y ponderando sus cualidades de talento,
elocuencia y sugestión, a las que, y no a la justicia de
su causa, atribuye el éxito logrado.
Las clases no
implican desnivel personal sino diferenciación en el
cumplimiento de los deberes sociales.
La
condición inexcusable para triunfar en una
profesión es sabré ejercerla. Un tonto puede
prevalecer en lo que depende de la merced, mas no en lo que
radica en el crédito
público.
Medios que un
letrado tiene para darse a conocer:
La
Asociación. O sea, trabajar en colaboración,
estableciéndose bajo una razón social dos o
más compañeros y creando entre todos un
consultorio. Repruebo sin vacilar ese procedimiento por
esencialmente incompatible con nuestra profesión.
¿Cómo será posible dividir en partes
alícuotas la estimación de un problema y el modo de
tratarle y la responsabilidad del plan
adoptado?
El
anuncio. Aunque algunos lo admiten, afortunadamente la
mayoría lo considera como una degradación. Es
lícito decir "yo vendo buen café"
¡pero es grosero anunciar "yo tengo honradez y talento"!.
Sólo con atreverse a decir esto, se está
demostrando la carencia de las prendas más delicadas e
indispensables en la psicología
forense.
La
exhibición. Aunque duela un poquillo la palabra, hay que
usarla en su aceptación noble, para venir a parar en que
éste es el único medio lícito para darse a
conocer. Poner en manifiesto lo que llevamos dentro y lo
que somos capaces de hacer.
Hablar de
los compañeros que se han dado a conocer como letrados
después de haber sido Ministros. Estos son casos aislados
y no constituyen sistema.
Si el hombre es
siempre esclavo de la misma tarea, se degrada.
En la
abogacía, la especialización toca los limites del
absurdo. Simplemente no se puede ser especialista en una sola
cosa, porque en la abogacía como en muchas otras
profesiones, en un solo caso, gran parte de las veces, se
necesita de varias materias de Derecho. Nuestro campo de acción
es el alma, y esta no tiene casilleros. ¿Se concibe un
confesor para la lujuria, otro para la avaricia y otro para la
gula? ¡Pues igual en nuestro caso!
No es indiferente
ni inofensivo el proceder mediante especializaciones, porque
ellas, aún contra nuestra voluntad, pesan enormemente en
el juicio y unilateral izándose nos llevan al error. El
civilista nunca creerá llegada la ocasión de entrar
en una causa, cuando, a veces, con una simple denuncia se
conjuraría el daño o
se prepararía el arreglo; el criminalista todo lo
verá por el lado penal y fraguará procesos
quiméricos o excusará delitos
evidentes.
Esta y no otra es
la razón de que tan pocas veces un profesor en un buen
abogado. El profesor ve un sector de la vida, forma en él
su enjuiciamiento… y todo lo demás se le
escapa.
Convenzámonos de que en el foro. Como en las funciones de
gobierno, no hay
barreras doctrinales, ni campos acotados, ni limitaciones del
estudio.
Para el abogado no
debe haber más que dos clases de asuntos: unos en que hay
razón y otros en que no la hay
La
exageración de la verdad, tan común entre los
abogados, debe ser evitada. El buen gusto suele correr parejas
con la dignidad y el pudor. Quien sepa guardar su recato y ocupar
su puesto, de fijo no fraternizará con sus clientes en lo
criminal ni los divinizará en lo civil.
Antes de abrir los
registros
estruendosos, mire bien si el caso lo merece o no; y en caso de
duda, haya de la hipérbole y aténgase al consejo
cervantino:
Llaneza muchacho,
llaneza.
El particular debe
ser libre para defenderse por sí mismo. Salvo en los casos
en que esa libertad puede dañar al derecho de las otras
partes o al interés público.
Para el ciudadano
es vejatorio que le obliguen a decir por boca ajena lo que
podría expresar con la propia, y que una cosa tan natural
como el pedir justicia haya de confinarla precisamente a un
técnico. El pretorio debería tener sus puertas
abiertas a todo el mundo, sin atender a otro ritualismo que al
clamor de quien solicita lo que ha de menester.
Con ello los
abogados ganaríamos en prestigio sin perder sensiblemente
en provecho. Lo primero, porque al no ser nuestro ministerio
forzoso, sino rogado, se acrecentaría nuestra autoridad.
Lo segundo, porque serían pocos los casos en que se
prescindiera de nuestra tutela.
Pero se trata de
una cuestión de principios, y
aunque hubiera de desaparecer por inútil nuestra
profesión, esto sería preferible a mantenerla
cohibiendo a la sociedad
entera y permitiendo que, en vez de buscarnos, nos
soporte.
Tengo a los
financieros mucha consideración porque sin su capacidad de
iniciativa, sin su sed de oro, sin su
acometividad y sin su ética
maleable, muchas cosas buenas quedarían inéditas y
el progreso material sería mucho más lento. Mas no
concibo al Abogado Financiero, por la sencilla razón de
que si es financiero no puede se r Abogado.
Si un abogado es
Financiero, porque al serlo, estarían mezclando el
interés propio con el ajeno y poniendo en cada asunto el
albur de hacerse poderosos, vienen a consagrar inmensos pactos de
cuota-bilis; una cuota-litis hipertrofiada.
Poder y riqueza,
fuerza y hermosura, todas las incitaciones, todos los fuegos de
la pasión han de andar entre nuestras manos de abogados
sin que nos quememos. El mundo nos utiliza y respeta en tanto en
cuanto tengamos la condición del amianto.
Para la
generalidad de los licenciados, las obligaciones
del pasante aparecen establecidas en este orden:
1ª. Leer los
periódicos.
2ª. Liar
cigarrillos y fumarlos en abundancia cuidando mucho de tirar las
cerillas, la ceniza y las colillas fuera de los
ceniceros.
3ª. Comentar
las gracias, merecimientos y condescendencias de las actrices y
cupletistas de moda.
4ª. Disputar
– siempre a gritos – sobre política, sobre deportes y sobre el crimen de
actualidad.
5ª. Ingerir a
la salida del despacho cantidades fabulosas de patatas fritas a
la francesa, pasteles, cerveza y
vermouth.
6ª. Leer
distraídamente autos, saltándose indefectiblemente
los fundamentos de derecho en todos los escritos y, en su
integridad el escrito de conclusiones.
La enseñanza del bufete no tiene otra
asignatura sino la de mostrarse al Abogado tal cual es y
facilitar que le vean sus pasante s. No hay lecciones orales, ni
tácticas de dómine, ni obligaciones exigibles, ni
sanción. Si bien se mira, existe una fiscalización
del pasante hacia su maestro, pues, en puridad, este se limita a
decir al otro. "entérese usted de lo que hago yo, y si lo
encuentra bien, haga usted lo mismo". Por es o el procedimiento
de la singular enseñanza consiste en establecer una
comunicación tan frecuente y cordial cuanto
sea posible.
Constituye la
defensa de los pobres una función de
asistencia pública, como el cuidado de los enfermos
menesterosos. El Estado no
puede abandonar a quien, necesitado de pedir justicia, carece de
los elementos pecuniarios indispensables para sufragar los
gastos del
litigio. Mas para llenar esa atención no hace falta, como
algunos escritores sostienen, crear cuerpos especiales, ni
siquiera encomendarla al ministerio fiscal. Los
colegiados de Abogados se bastan para el menester, lo han
cubierto con acierto desde tiempo inmemorial, y debieran tomar
como grave ofensa el intento de arrebatárselo.
La toga no
representa por sí sola ninguna calidad, cuando
no hay cualidades verdaderas debajo de ella se reduce a un
disfraz irrisorio. Pero después de hecha esta salvedad, en
honor al concepto fundamental de las cosas, conviene reconocer
que la toga, como todos los atributos profesionales, tiene para
el que la lleva, dos significados: freno e ilusión; y para
el que la contempla, otros dos: diferenciación y respeto.
La toga es freno,
porque cohíbe la libertad en lo que pudiera tener de
licenciosa. Es ilusión, por nuestra función. Por
nuestro valer. Por nuestra significación.
Es
diferenciación, porque ella nos distingue de los
demás circunstantes en el tribunal; y siempre es bueno que
quien va a desempeñar una alta misión sea
claramente conocido. Y respeto, porque el clarividente sentido
popular, al contemplar a un hombre vestido de modo tan severo,
con un traje que consagraron los siglos; y, que sólo
aparece para menesteres trascendentales de la vida, discurre con
acertado simplicísimo: "ese hombre debe ser bueno y
sabio".
El abogado que
asiste a una diligencia en el local infecto de una
escribanía, usa un léxico, guarda una compostura y
mantiene unas formulas de relación totalmente distinta de
las que le caracterizan cuando sube a un estrado con la toga
puesta.
LA MUJER EN EL
BUFETE
Como el libro va
dedicado a compañeros principales, les diré que
importa mucho para vestir la toga (cuya bolsa, por cierto, debe
ser bordada por la novia o la esposa) casarse pronto y casarse
bien.
¿Procedimiento? Enamorarse mucho y de quien lo
merezca.
¿Receta
para encontrar esto último? ¡Ah! Eso radica en los
arcanos sentimentales. El secreto se descubrirá cuando
algún sabio atine a reducir el amor a una
definición.
Nada más de
la mujer. Vamos
con las mujeres. Voy a hacer una dramática
declaración. El Abogado no tiene sexo.
Así como suena.
Es decir, tenerle
sí que le tiene… y, naturalmente, no le está
vedado usar de él. Pero en su estudio y en relación
con las mujeres que en él entran, ha de poner tan alta su
personalidad,
de considerarla tan superior a las llamaradas de la pasión
y al espoleo de la carne, que su exaltación le conduzca a
esta paradoja: el abogado es un hombre superior al hombre. Esto
lo digo en el caso de que a un Abogado le toque alguna mujer muy
atractiva como cliente. El abogado debe ver el atractivo del caso
y no el de la dama.
En pocas palabras,
la mujer, con el sexto sentido que tiene, se convertirá,
aparte de nuestra pareja, en nuestra mejor consejera en nuestros
casos. Por eso recomiendo que exista entera comunicación
del Abogado hacia su mujer. Claro, esto solamente cuando la mujer
está interesada.
Las condiciones
apetecibles e indispensables, según mi entender, para un
buen procedimiento judicial, son estas cuatro: oralidad, publicidad,
sencillez y eficacia. En breve hablaré de
ellas.
La justicia debe
ser sustanciada por medio de la palabra. Esto por las siguientes
razones:
Primera. Por ley
natural. Al hombre le fue dada la palabra para que, mediante ella
se entendiera con sus semejantes. La escritura es
un sucedáneo hijo del progreso.
Segunda. Por
economía
de tiempo.
Tercera. El
procedimiento oral es el supuesto imprescindible para la
publicidad. Lo sustancial es que hablen a los jueces las partes o
sus letrados.
Cuarta. Por
seguridad de que
los jueces se enteran de las cuestiones. Claro que el Juez o
Magistrado que recibe unos autos los debe estudiar hemos de
suponer que lo hace. Pero los puede leer bien o leerlos mal o no
leerlos. Puede entender todas las razones o dejar de entender
algunas y en este último caso no tiene a quien pedir mejor
explicación.
1º. No pases
por encima de un estado de tu conciencia.
2º. No
afectes una convicción que no tengas.
3º. No te
rindas ante la popularidad ni adules a la
tiranía.
4º. Piensa
siempre que tú eres para el cliente y no el cliente para
ti.
5º. No
procures nunca en los tribunales ser más que los
magistrados, pero no consientas ser menos.
6º. Ten fe en
la razón, que es lo que en general prevalece.
7º. Pon la
moral por encima de las leyes.
8º. Aprecia
como el mejor de los textos el sentido común.
9º. Procura
la paz como el mayor de los triunfos.
10º. Busca
siempre la justicia por el cambio de la
sinceridad y sin otras armas que las de tu saber.
Con este libro
pude analizar lo que es un abogado, en el sentido en el que
realmente debemos hacer en nuestra carrera y rechazar todo lo
malo que hay también, como lo son todos los actos de
corrupción los chantajes, la falta de
ética profesional, para que no caigamos en esos actos que
lo único que hacen es manchar la reputación de
todos los abogados y de la carrera.
Ya que creo que es
uno de los mensajes que nos quiere dar Ángel Ossorio con
este libro, porque se ve que es una persona muy
comprometida con su carrera y con su vida profesional, que
hagamos conciencia y limpiemos todos los errores que muchos otros
que se dicen abogados han manchado.
Elaboró:
Gustavo Herrejón
Terán
UNIVERSIDAD LATINA DE
AMÉRICA
Licenciatura en Derecho
Asignatura: Derecho Civil
II.
Morelia, Mich. Septiembre,
2005.