Las transformaciones de la sociedad cubana en el prisma de análisis de la Filosofía
Las transformaciones de la sociedad cubana en el prisma de análisis de la Filosofía – Monografias.com
Las transformaciones de la sociedad cubana en el prisma
de análisis de la Filosofía
¿La Universidad para los revolucionarios? Apuntes
para una reflexión.
Resumen
En más de una ocasión se ha escuchado en disímiles lugares de esta universidad la frase: "La Universidad para los revolucionarios"; la cual, a nuestro juicio, tiene gran significación. Más allá de esto, se está frente a un eslogan, una aspiración o una realidad. Con el presente trabajo se pretende dar algunos elementos que conlleven a reflexionar en cuanto al tema. Para ello se parte del análisis del concepto de Revolución desde varias aristas, así como de qué se entiende por revolucionario, ajustado a nuestro contexto social. Además se hace un breve análisis de la Universidad como institución social, encargada de formar hombres y mujeres a la altura de estos tiempos, capaces de llevar a cabo procesos sociales que tributen al desarrollo de nuestro país y por ende a la defensa y desarrollo del socialismo como modelo económico- político y social.
La revolución es un cambio o transformación radical respecto al pasado inmediato, que se puede producir simultáneamente en distintos ámbitos (social, económico, cultural, religioso, etc.). Los cambios revolucionarios tienen consecuencias trascendentales y suelen percibirse como súbitos y violentos, ya que se trata de una ruptura del orden establecido. Las revoluciones nacen como consecuencia de procesos históricos y de construcciones colectivas.
persona] Que es partidario de la revolución como cambio o que participa activamente en una revolución.
"revolucionario" aquel que sigue ciertos principios políticos y éticos que tienen que ver con la igualdad, la solidaridad, la búsqueda de la justicia. Pero sabemos que la realidad es mucho más compleja, y un carnet de afiliado a algún partido de izquierda o el uso de cualquier ícono cultural considerado revolucionario (una camisa con el rostro del Che Guevara, la audición de ciertos músicos –Alí Primera, Mercedes Sosa o Silvio Rodríguez-, la lectura de ciertos autores –García Márquez, Bertold Brecht- o alguna determinada manera de vestir: zapatillas Nike no, pero sandalias de cuero sí, etc.), nada de eso es garantía definitiva. Además -es una cruda realidad que nos tiene que llevar a revisar autocráticamente todo esto- no es inusual encontrar infinidad de prácticas nada revolucionarias en el seno de las organizaciones proclamadas revolucionarias. Pareciera que, de momento al menos, todos los seres humanos estamos cortados por la misma tijera, y las disputas por el poder, el sentirse más que otro, la exclusión en infinidad de formas, la mentira, la corrupción, no se extinguen con la pertenencia a una organización de izquierda.
Quizá en un sentido habría que comenzar por
decir, para darle visos de realidad a lo que se quiere transmitir, que nadie,
a nivel individual, es en sí mismo un revolucionario. Nadie lo es, y
para que nos quedemos tranquilos, nadie puede serlo en esencia. Las revoluciones
(que son siempre complejísimos procesos con diversas aristas: políticas,
sociales, económicas, culturales) van más allá de los individuos,
nos trascienden. Los seres humanos individuales, en todo caso, podemos estar
más o menos a la altura de las circunstancias, y actuar más o
menos acorde con un clima revolucionario, pero tal vez es imposible decir quién,
cuándo y cómo comienza a ser "revolucionario".
¿Quién es un verdadero revolucionario? Así
formulada, la pregunta no deja de tener una pesada carga moralista, casi religiosa,
que prácticamente no ofrece salida. ¿Habrá que ser un iniciado
en los principios de la revolución para llegar a ser un verdadero revolucionario?
¿Hay que cumplir a cabalidad ciertas normas que garantizan que uno se
gradúa de revolucionario? ¿Dónde está escrito ese
decálogo? Si uno no toma Coca-Cola pero escucha Michael Jackson o Shakira
es medianamente revolucionario
, pero si no toma Coca-Cola y además escucha
a Pablo Milanés, es absolutamente un revolucionario. Puede parecer grotesco,
pero sabemos que estos valores, esta forma de entender el mundo, muchas veces
(¿siempre?) así funcionan en el campo de la izquierda. En buena
medida el ámbito de lo que entendemos por revolucionario se ha ido forjando
de esta manera, como un abierto desafío -casi rebelde en muchos casos-
a los valores consagrados de la sociedad capitalista. Si lo "normal"
es tomar Coca-Cola sin abrir crítica, lo revolucionario es no tomarla.
Pero aunque grotesco en algunos casos, de eso se trata una revolución:
de romper los moldes, de cambiar todo, de poner en marcha algo nuevo. Lo cual,
como todo proceso nuevo, no está libre de exageraciones, abusos, manierismos.
Y ahí radica justamente el problema: ¿hasta dónde, cómo,
de qué manera se da ese cambio? Revolución socialista es, en definitiva,
el proyecto del más grandioso cambio en la civilización a través
de la historia. Se trata de la puerta de entrada a una sociedad donde es abolida
la propiedad privada, y por tanto, las clases sociales. Lo cual abre un mundo
de valores totalmente novedoso: se terminarían las jerarquías,
ya nadie sería superior a nadie, nadie miraría desde arriba a
otro. Pero sabemos que eso es, hoy por hoy al menos, una hermosa petición
de principios, y no más.
No queremos decir que todo ese ideario sea como las estrellas:
"inalcanzables, aunque marquen el camino". La utopía social,
en tanto búsqueda de lo que no está en ningún lugar concreto
pero que impulsa a continuar seguir buscándolo, es la más noble
de las ideas de cambio, es la energía inacabable que hace que las sociedades
estén en perpetuo movimiento, en mejoramiento, en avance. Y es innegable
que la aspiración de la revolución socialista -que en el pasado
siglo apenas dio sus primeros y balbuceantes pasos- es el afianzamiento de ese
espíritu revolucionario, trasformador, rebelde, productivamente irrespetuoso.
Espíritu que, para autoafirmarse, necesita de ciertos íconos culturales:
de ahí que hay una "manera de vestir" revolucionaria, una pose
revolucionaria, un folklore revolucionario. Aunque, claro está -y como
en toda construcción humana- no faltan los excesos absurdos, los planteamientos
más formales que cargados de contenido, los fanatismos incluso. Consideremos
esta paradoja: Lenin vestía con camisas de seda, y alguna vez interrogado
de por qué lo hacía, su respuesta fue "yo lucho para que
todos puedan usar camisas de seda." ¿Era o no un revolucionario
este ruso conductor de la revolución bolchevique?
Una vez más, entonces: ¿existe efectivamente
un tal espíritu revolucionario? ¿Podemos cada uno de los seres
individuales que nos comprometemos con estos principios de transformación
social, ser en verdad "revolucionarios"? ¿Se trata de no tomar
Coca-Cola, escuchar la Nova Trova cubana o no faltar a ninguna marcha chavista
en Venezuela para ser un revolucionario? ¿Se trata de cumplir con íconos,
con seguir un pretendido manual, o es otra cosa? ¿Cuándo se tiene
la certeza de ser un revolucionario? ¿Quién la da?Ernesto Guevara,
según lo que podemos leer en su diario personal, calificaba a sus compañeros
de célula estando enmontañados en las selvas bolivianas, determinando
sus conductas revolucionarias. Dado que eso lo hacía el legendario, mítico
"Che", nada agregamos al hecho; pero si la calificación la
hace el jefe de personal para ver el compromiso de cada trabajador con la empresa
evaluando quién es "más" colaborador, seguramente ponemos
el grito en el cielo. ¿Está alguien autorizado por "más"
revolucionario a determinar quién cumple más a cabalidad con el
perfil de luchador social? ¿O hay ahí, aún a riesgo de
cuestionar ese ícono intocable que es la figura del "guerrillero
heroico", una asignatura pendiente con la nueva ética que la revolución
pretende instaurar? ¿Era Ernesto Guevara más revolucionario que
sus compañeros de lucha? ¿Se puede medir lo revolucionario de
una persona? Pero el Che fumaba, y así lo vemos en todas sus fotos. ¿No
es ese un patrón de consumo capitalista? ¿No es eso un producto
cancerígeno que debemos eliminar de una buena vez por todas? ¿Cómo
podríamos fotografiarnos fumando? ¿Y no abandonó a su familia
en Cuba para irse a luchar al Africa? ¿Es ese un mensaje revolucionario
o fomenta la paternidad irresponsable? Una vez más: ¿cuándo
y cómo se gradúa uno de revolucionario? ¿Quién otorga
el diploma?
Probablemente en todo esto arrastramos en la izquierda un
prejuicio moralista, que quizá es muy difícil -o imposible- desechar,
pero que debe ser considerado: las revoluciones implican monumentales cambios
en las relaciones económico-sociales y políticas, pero las transformaciones
subjetivas son infinitamente más lentas, dificultosas, tortuosas. Hay
ahí un límite infranqueable que ningún manual puede superar.
Aunque pareciera -ahí está el prejuicio ¿o
ilusión?- que un decálogo para la acción sí pudiera
dar el camino. Obviamente, eso tranquiliza: siempre son bienvenidos los libros
sagrados. ¿Y qué diría ese decálogo: se debe o no
usar camisas de seda? ¿Se debe o no fumar? ¿Está bien abandonar
a los hijos para ir a trabajar por la revolución en otro país?
¿Y qué hacemos con un camarada que escucha Shakira? ¿Y
si alguien toma Coca-Cola? Complejo, ¿verdad?Esto no significa que no
sea posible el cambio; obviamente no. Si no fuera posible, las sociedades humanas
jamás hubieran evolucionado, y justamente la historia es una interminable
sucesión de cambios, de mejoramientos en la situación cotidiana.
Pero los cambios profundos en la subjetividad son más
lentos, muchísimo más lentos de lo que pretenderíamos.
Valga decirlo con este ejemplo: en el momento de la anexión de Austria
por las tropas nazis cuando comienza la Segunda Guerra Mundial, Sigmund Freud,
judío, padre del psicoanálisis, por ser un prestigioso personaje
de fama mundial fue perdonado y no marchó a los campos de concentración.
Pero sí fue condenado al destierro. En el momento de abordar el avión
que lo trasladaría a Londres donde poco tiempo después moriría,
dijo con ácida mordacidad: "en la Edad Media me hubieran quemado
a mí; hoy día queman mis libros. No hay dudas que como especie
hemos progresado."Los cambios revolucionarios, o más simplemente:
los cambios culturales en las grandes masas humanas, son procesos lentísimos.
Rusia, después de décadas de construcción socialista, desintegrada
la Unión Soviética presenta aún guerras étnico-religiosas.
¿Sería para pensar que el socialismo es entonces inviable, o es
que lo dicho por Einstein parece más que exacto?: "es más
fácil desintegrar un átomo que un prejuicio".
A mucha gente de la izquierda española ya de alguna
edad
le sigue gustando las corridas de toros. Obviamente la revolución
es más que la toma del poder político. Por lo que eso plantea
la pregunta: ¿qué es ser un revolucionario? ¿Se lo puede
ser de verdad a nivel individual, o las revoluciones son grandes momentos de
hecatombe social a las que podemos sumarnos y alentar? ¿Un revolucionario
"de verdad" qué debe hacer en relación a las corridas
de toros? Más aún: ¿hay revolucionarios "de verdad"?
¿Quién los designa?Las primeras experiencias socialistas del
siglo XX deben ser muy hondamente estudiadas para no repetir los mismos errores.
No quedan dudas que hay mucho por revisar ahí.
De ningún modo fracasaron; fueron los primeros intentos,
sólo eso. La historia no ha terminado. Algo que debe ser abordado con
la más profunda actitud autocrítica es el tema de lo subjetivo
y la nueva cultura, la nueva ética que se forjó. Es bastante significativo
que en distintas latitudes donde asistimos a estos experimentos de nuevas sociedades
se repitió un mismo molde: los "revolucionarios" de arriba
fijaron las pautas que la masa "no-revolucionaria" debió seguir.
En otros términos: siguió habiendo arribas y abajos. Si alguien
puede calificar, poner notas, decir quién es "más" y
quién es "menos"
¿no se ratifica entonces que "es
más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio"?
Los distintos procesos socialistas conocidos de momento, en mayor o menor grado
dieron respuestas positivas a los problemas básicos de las sociedades
donde surgieron: mejoraron las condiciones de vida, terminaron o redujeron drásticamente
la exclusión social, dignificaron a los históricamente más
postergados. Todo esto es innegable. Pero siguió siendo débil
aún la modificación de los principios y valores culturales del
día a día. Setenta años después del triunfo bolchevique
de 1917 en Rusia, reaparecieron con sorprendente velocidad valores capitalistas,
individualistas y reaccionarios que se suponían enterrados décadas
atrás. Y algo similar sucedió en China con la reintroducción
de mecanismos capitalistas, surgiendo de la noche a la mañana una nueva
casta de millonarios imitadora de los más cuestionables valores del consumismo
occidental. Y lo curioso: todo eso se dio fundamentalmente en cuadros de los
respectivos partidos comunistas. Lo cual abre una vez más la pregunta
de qué significa ser revolucionario. ¿No lo eran todos estos militantes
rusos o chinos? ¿Tenemos que llegar a la patética conclusión
que los revolucionarios verdaderos son sólo los líderes de estos
procesos: Lenin o Mao Tse Tung para el caso? ¿No es, entonces, demasiado
estrecho el concepto de "revolucionario"? Porque estos grandes personajes
de la historia, o Fidel Castro, o Ernesto Guevara, o Hugo Chávez, no
son la medida del ciudadano normal, cotidiano, de a pie, el sujeto social real
de la historia, ese que, siempre en porcentajes muy pequeños sobre la
generalidad, abraza a veces las ideas socialistas y milita activamente desde
algún frente, o que mucho más comúnmente sigue los acontecimientos
por la televisión
luego de ver el juego de fútbol.Lo cual no
debe avergonzar a nadie: esa es la normalidad habitual. La gran mayoría
de la gente pasa su vida en la búsqueda de la sobrevivencia económica
y no se interesa mayormente por cuestiones políticas. Al menos, así
ha sido hasta ahora.
¿Pero son los revolucionarios, entonces, sólo
los que pueden llegar a tomar parte activa en la historia? ¿No son las
masas las que hacen la historia? ¿Y en qué medida se es más
revolucionario: cuánto más se milita, cuánto más
se compromete en la estructura de un partido político, cuanto más
uno se eleva en la calificación que podría otorgarle el Che por
acciones heroicas? Entre esa gran masa que prefiere -por una sumatoria de motivos-
acompañar los acontecimientos un poco de lado, muchas veces sin ser parte
activa, ¿no hay revolucionarios entonces? En el recién creado
Partido Socialista Unido de Venezuela, de los casi seis millones de inscriptos
como aspirantes a militantes sólo un millón y medio participa
en las discusiones de base en las asambleas populares. ¿No son revolucionarios
todos aquellos que no llegan a esas reuniones?
Quizá se filtra en esta concepción del partido
de vanguardia y del revolucionario como vanguardia un prejuicio intelectual,
iluminista por último, solidario de la racionalidad europea en que nace
el marxismo, y que se ha venido arrastrando en estos dos siglos de luchas sociales
y de ideario socialista: el revolucionario es siempre alguien que está
adelante, alguien que está más allá que el común
de la gente (y por eso puede calificar a sus seguidores). Si así lo aceptamos
-y es lo que ha venido haciendo la izquierda por largos años con todos
los partidos ¿revolucionarios? que creó, siempre como organizaciones
de cuadros con estructuras verticales, jerárquicas, partidos de iluminados
que iluminan a la masa más "atrasada" (la alegoría platónica
de la caverna sigue viva después de dos milenios y medio
)- si así
entendemos la idea de "revolucionario", dejamos muy por lo bajo la
potencialidad del pueblo.Tal vez es cierto que los grandes cambios sociales,
las cataclísmicas transformaciones que implica un proceso como la construcción
de una nueva sociedad socialista, deben ir de la mano de grandes conductores.
Eso es, al menos, lo que la historia de todas las revoluciones socialistas conocidas
hasta ahora nos indica: ¿sería posible la revolución cubana
sin Fidel, o la vietnamita sin Ho Chi Ming, o la venezolana sin Chávez?
Todo indica que no. Lo cual obliga a la reflexión -que no abordaremos
aquí, pero que sin dudas es una asignatura pendiente de importancia capital–
sobre por qué se repite siempre ese fenómeno: ¿necesitan
los grandes cambios sociales la garantía de grandes figuras?
¿No pueden los pueblos ser revolucionarios? Pareciera
que a veces, en un determinado momento histórico, los pueblos se tornan
revolucionarios, se desatan, rompen las trabas ancestrales que los atan; pero
luego vuelven a su calma conservadora. Los pueblos, como masa, no pueden vivir
eternamente en actitud revolucionaria; las sociedades requieren de cierta estabilidad
rutinaria para mantenerse. Las revoluciones son momentos puntuales, grandes
quiebres que rompen la cotidianeidad con las que se da un paso delante de no
retorno. Lo que nos lleva a pensar: ¿esto de ser revolucionario, es un
oficio entonces? Palabras más, palabras menos: eso significa partido
revolucionario de cuadros, que es lo que han venido siendo todos los partidos
de la izquierda en estos largos años de lucha. Pero, ¿y dónde
queda entonces el poder popular?
El común de la gente en su gran mayoría, todos
los días, no vive en actitud revolucionaria. ¿Podría hacerlo
acaso? ¿En qué consistiría eso? ¿Tener los ojos
abiertos y no permitir que le manipulen? ¿No hacerle caso a los valores
que promueven los medios masivos de comunicación? ¿Debería
vivir en estado permanente de asamblea deliberativa? ¿Debería
dejar de tomar Coca-Cola? ¿No escuchar Shakira? Una vez más entonces:
¿qué significa ser revolucionario? ¿Se traiciona la causa
revolucionaria si se usa una camisa de seda, si se fuma o se toma Coca-Cola?
¿Sí o no? ¿Cuándo se empieza a dejar de ser revolucionario:
si se usa ropa Nike? ¿Dónde está ese límite? El
problema, ya lo dijimos, es endemoniadamente difícil, porque no se trata
sólo de ir a una concentración política masiva con la pancarta
del caso y con eso tener asegurado el estatuto de "revolucionario".
Por otro lado, esa imagen de militante absoluto que no come Mc Donald"s
ni toma Coca-Cola no es una garantía total de "pureza" revolucionaria,
de cambios sin retorno, porque a veces, conseguido algún cargo de dirección
(en alguna organización popular, en la administración política
del Estado, etc. -la historia nos lo enseña con demasiada frecuencia-)
los ideales quedan olvidados y se reemplaza la abnegación militante por
las características distintivas del ejercicio del poder tal como hasta
ahora lo conocemos: verticalismo, sordera para lo que dice la base, falta de
autocrítica
y gustosa aceptación de las comodidades del "estar
arriba".
¿La revolución es hacerle el boicot a las marcas
transnacionales? Si es más que eso, si es un cambio profundo en la forma
de ser, habrá que tomarlo con mucha paciencia. "Siéntate
al lado del río a ver pasar el cadáver de tu enemigo", enseñaba
Sun Tsu hace más de dos milenios.No debemos dejar de recordar que muchas
veces grandes cuadros militantes en su intimidad son tremendamente machistas,
homofóbicos, incluso racistas. Es decir: una presentación como
revolucionario desde el punto de vista político no implica forzosamente
la superación de todas las lacras culturales ancestrales y prejuicios
que nos constituyen (por otro lado, ¿por qué habría de
implicarlo?) Y además, no todos los que se comprometen con una causa
política van a ser militantes inquebrantables según el modelo
guevarista. ¿Acaso es posible que un ser humano común y corriente
-como somos la absoluta mayoría- viva en ese mundo un tanto artificial
de estar militando activamente todo el día? Quienes se comprometen con
el trabajo político revolucionario en general son grupos minoritarios:
son algunos los líderes comunitarios que encabezan las reivindicaciones
barriales, y son sólo algunos trabajadores quienes activan sindicalmente.
La gran mayoría acompaña, participa aportando, pero no es la que
toma la iniciativa. ¿No es revolucionaria entonces?
Así planteadas las cosas, no hay salida. No debemos
quedarnos con la limitada idea -moralista en definitiva- de ver quién
es "buen" revolucionario y quién no cumple con el manual. Eso
sólo ayuda a ratificar prejuicios y paradigmas injustos: el que está
arriba y el que está abajo.Si algo nuevo puede aportar el socialismo,
básicamente es el generar una nueva conciencia en el colectivo social
para ir borrando la idea de abajo y arriba. De momento, producto de una milenaria
herencia civilizatoria, nadie -tampoco los que puedan ser considerados "revolucionarios",
o "más" revolucionarios- escapan a estas matrices culturales:
las nociones de arriba, de mejor, de más importante, siguen siendo dominantes.
La apuesta es poder desarticular esas formaciones. ¿Cuánto
tiempo tomará? No se sabe. Pero sin dudas no será ni rápido
ni fácil. La misma noción de "revolucionario", quizá
sin proponérselo, está haciendo una alusión a "esclarecido"
y "no-esclarecido" (¿arriba y abajo?)Y si de algo se trata
en esta titánica y fabulosa tarea que es inventar una sociedad nueva
a la que llamamos socialismo, es poder llegar a tomarse en serio que sólo
habrá real igualdad cuando, como dijo Gabriel García Márquez,
"ningún ser humano tenga derecho a mirar desde arriba a otro, a
no ser que sea para ayudarlo a levantarse."
Jornada Científica
del departamento de Marxismo – Leninismo e Historia
Universidad de Pinar del Río
Autor:
Asdrubal Reina Corbea.
Centro de Estudio: Universidad de Pinar del Río: "Hermanos
Saíz Montes de Oca".
Facultad: Ciencias Económicas y Empresariales
Carrera: Contabilidad y Finanzas
Tutor: MSc. Yahíma Gómez Pozo