Resumen de deshabitados
El padre Justiniano ha llegado a tiempo para oír el tañido de las campanas y ver el vuelo desordenado de las palomas frente a su ventana.
Ya durante el desayuno, recuerda haber mirado su lecho por entre la nube de vapor que se levantaba de una taza de leche caliente y haber experimentado la sensación de un triunfo. Un salto y ya está. La torre no se había desprendido aún del velo de niebla con que se cubre para dormir, y al padre Justiniano le pareció que la voz de la campana lo adelgazaba, para abrirse paso, llegar al lecho de los hombres dormidos y dejar en su oído ese pequeño llamado de Dios.
Estaba de pie, mirando desde el campanario la ciudad aplasta-da, como un vasto panal, y los patios, como alveolos donde los hombres …ver más…
Junto a los rostros inmóviles o gesticulantes de sus familiares, hay también objetos que ahora, con el tiempo, sabe que le eran tan queridos como aquéllos.
Recuerda un grifo del que siempre estaba brotando el agua, con un gorgoteo musical. También recuerda un ángulo de su habitación, entre la cama y un mueble donde se guardaba la ropa recién plancha-da. Era el lugar más acogedor d» la casa. Recuerda su forma. Una de ellas era más ovalada que las otras y, por esto, la primera mirada en la mañana era para ella.
Cierran una puerta en alguna parte de ¡a parroquia. Se oye un ruido de pasos aproximándose. El padre Justiniano consulta su reloj: las ocho y media.
CAPITULO II
Cuando el sacristán cenó la puerta de la parroquia, Femando Durcot pensó que era ésa su primera visita nocturna al padre Justiniano.
Durcot tenía que esforzarse para seguir los rápidos pasos de ese hombrecillo rengueante, acostumbrado a las tinieblas.
Se detuvieron junto a una puerta que Durcot no conocía. ¿Quién es, Zambrana? -sonó la voz del padre Justiniano.
Soy yo: Fernando Durcot, padre Justiniano.
¡Prenda la luz, Zambrana!
Si Durcot hubiese podido penetrar las sombras habría reconocido en este objeto blanco que se movía en el aire un pañuelo con que el padre Justiniano enjugaba apresuradamente algunas lágrimas, se limpiaba la nariz y luego se tapaba la boca, carraspeando varias veces, hasta estar seguro de que su voz había repobrado su timbre habitual.
Zambrana prendió la luz.
El padre