RESUMEN HISTORIA DEL DURMIENTE DESPIERTO

2438 palabras 10 páginas
HISTORIA DEL DURMIENTE DESPIERTO
Uno
Al inicio de la tarde tuvo ganas de fumar. Tomó la pipa de agua y distrajo la mirada en el humo que salía de su boca y que formaba nubes amarillas, ámbar rescatado del cielo. Abou-Hassán, comerciante de seda y dátiles, recordó el verso del profeta: “El mundo es una gota de agua, el azahar que se desvanece en el tiempo.” La aspereza del tabaco le devolvió las fatigas del viaje, la imagen de un ave teñida de rojo; un aleteo que le transmitía una somnolencia pegajosa, producida —tal vez— por una comida abundante. Sus labios exhalaron una tenue colina de humo, la última. Afuera, el harmattan —producto del invierno sahariano— soplaba del noreste, bajo su influjo la corteza de los árboles se agrietaba y
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Se apoyó con dificultad sobre los codos: brazos y piernas estaban entumecidos. En el desconcierto pensó que había dormido largo tiempo, que diminutos insectos se reproducían en sus articulaciones. La mujer seguía en el cuarto, esta vez acompañada por una joven. Abou-Hassán alzó la cabeza para verla mejor: estaba ataviada con un sencillo vestido de algodón, de mangas largas, sin ningún estampado. El cabello castaño —suelto y largo— oscilaba en la mitad de la espalda. Observó con detenimiento la redondez de los hombros, el largo perfil del cuello iluminado tenuemente por los restos de luz esparcidos en el suelo. Apretó los párpados al sentir un montón de plumas flotar en su cabeza. La joven se acercó a él, sonrió mientras detenía una mano tibia cerca de la barba. Movió ligeramente el cuello, lo suficiente para que la luz ascendiera en el rostro y los ojos se volvieran profundos y acuosos. Un lunar sobre la ceja derecha brillaba en la penumbra de la frente. En su mirada habitaba la seda y el olvido y esa deficiencia en la memoria la tornaba vulnerable, dispuesta a los espacios blancos. Abou-Hassán se preguntó por el origen de la sensación voluptuosa que lo envolvía y que al no poder darle cauce se transformaba en un sentimiento de tristeza. La mujer habló:
—Al fin abres los ojos.
—¿Qué hacen aquí?
La mujer fingió no oírlo y encendió un brasero. Hilillos de humo buscaron el techo. Las aletas de su nariz se dilataron al recibir el olor que despedían las hojas de

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