Picaflor No Somos Irrompibles
Con los ojos alzados hacia las copas de los árboles como llevaba, ni advirtióla presencia de Aguará. Petrificado junto a unos arbustos, el indiecito la veía acercarse
32. hacia allí mientras el pensamiento le alertaba: -¡Una enemiga! –y el sentimiento lesusurraba: -¡Qué hermosa es! 100 Talita estaba dispuesta a treparse a un árbol, segura de que desde ese lugarprovenían los deliciosos trinos. Era la tercera vez, en una semana, que lo oía y no queríaperderse la oportunidad, ahora que lo tenía tan cerca, de conocer al pájaro que era capazde cantar de ese modo. Tan suavemente se les aproximaba, que las aves jamás huían deella sino cuando intentaba tocarlas. Afirmó un pie en la rugosidad más aliente del tronco, se abrazó a él y yaempezaba a elevarse cuando descubrió a Aguará. Se desprendió horrorizada, y horrorizada, cayó hacia atrás desplomándose deespaldas sobre la hierba. ¡Un enemigo la había sorprendido! ¡Y con machete en mano!De seguro que iba a cortarle el cogote y a llevar luego su cabeza como trofeo. –Mejorno verlo –pensó Talita, y cerrando los ojos, se resignó a entregarse a la mala suerte.¿Qué otra cosa podía hacer ella, tan frágil, frente a ese pichón de indio que la mirabacon los ojos fijos como los de una lechuza? Ojos fijo en ella los de Aguará, sí; como los de una lechuza, sí; pero abiertossobre su cuerpo como ante el de una diosa. -Hija de la luna ha de ser... –se decía el muchacho, al tiempo que se leaproximaba- Hija de la luna... ¡Qué