La autoridad de la escritura
Se dice a voz en cuello que las verdades cristianas son relativas antes que absolutas, y que, por lo tanto, tampoco son universales. Hay otros que ya no parecen determinados a limitarse a la Escritura como única fuente a partir de la cual formular sus opiniones. Se supone que varias fuentes, incluyendo por supuesto la Escritura, contribuyen con información de la cual se compilan las declaraciones teológicas. Sin embargo, lo que realmente sucede es que una fuente llega a ser tratada como la autoridad final preferida. Puede ser la razón, la ciencia, la experiencia o algún otro factor, pero con frecuencia no es la Biblia. No se puede dejar de reconocer que la razón tiene una loable función en la expresión teológica. Juega un papel importante como la facultad de discriminación encargada de detectar las contradicciones lógicas. Pero presenta dudas acerca de su habilidad para consagrar la verdad revelada, para funcionar por sí misma como una fuente de datos revelados. En este sentido, Koranteng-Pipim comenta acertadamente que “la razón esta antes que la revelación, ya que hay que percibir la revelación. Pero la razón por sí misma no puede ser esa revelación”. Por su parte, la tradición también tiene un papel que desempeñar en el ejercicio de la autoridad bíblica. Si se