El halcon - giovanni boccaccio
La hizo entrar y la condujo al jardín, mientras se encargaba de la comida. Federico jamás había lamentado haber dilapidado su fortuna como aquel día, para agasajar dignamente a la mujer amada. Recorría la casa buscando dinero u objetos para empeñar: nada encontró. Se acercaba la hora de comer, y su deseo de honrar a la dama era grande; miró de pronto a su querido halcón; y, sin alternativa, dedujo que sería adecuado para su dama. Entonces, le retorció el cuello y lo puso a asar. Puesta la mesa con los blanquísimos manteles que conservaba, volvió alegre al jardín, e invitó a la dama a pasar al comedor. Luego, a Juana le pareció llegado el momento de explicar el motivo de su visita: "Federico, si recuerdas tu vida pasada y mi honestidad, que quizás consideraste dureza, te maravillarás al saber qué me trae aquí; pero si supieras hasta dónde llega el amor paternal, sabrías excusarme. Yo tengo un hijo, lo cual me obliga contra mi voluntad a pedirte un don que sé te es caro; y éste es tu halcón, del que mi hijo se ha encaprichado de tal forma que si no lo consigo puede agravarse en su enfermedad hasta morir. Por eso te ruego, por tu noble carácter; que me des el halcón, para conservar la vida de mi hijo, y te esté eternamente agradecida." Federico, al saber que no podía complacer su pedido, se echó a llorar. Luego habló: