Cuento por boca de los dioses
Cuentos sobrenaturales
(Bingbingbing goteaba la cara de la ventana llorando los remordimientos ajenos, mientras yo intentaba perseguir las manecillas que empezaban —cerca, las doce— a estrangularme. Alta la ventana, bajo el techo, las paredes gemían por tocarse en una cópula de cemento; sí, se iban acercando, angostando, ésta corta, aquélla delgada, la tercera barrigona, la otra con una vagina de vidrio, único laberinto al mapa andrajoso de la Gran Ciudad. No quería mirar a través del cristal; de eso huía, encerrado aquí, siempre: de la pasta, del jamoncillo empalagoso pintado de rosa como su única sonrisa amable inmersa en el inmenso tianguis, de palacios avergonzados escurrientes de …ver más…
Subimos a la exposición de pintura contemporánea. Don Diego empezó a dar pequeños bastonazos de impaciencia:
—Ay, ay, ay, a esto llaman arte. ¡Válgame! Ya te pasará la fiebre por estas monstruosidades, Oliverio. ¡Cuando se es viejo, se busca la belleza y se anhelan las cosas simples!
Caminamos por la galería trapezoide, observando los cuadros ahorrados en las paredes de balsa. Luz, submarina y celeste, penetraba como cubos de hielo por la ventana norte, masticando detalles para puntualizar lo esencial: la joroba de don Diego, mi nariz café, y un cuadro lejano en un rincón.
—Ta-ma-yo, 1958 —leyó, con la retina arrugada, don Diego—. ¡Bah! Compare usted con el anónimo que acabamos de ver. Aquella mujer, todavía puede usted encontrarla a cualquier hora en la calle, pero ésta... Descuartizada por los colores como si el arte acabara por asesinar al arte. Mira, fíjate nada más, ese pescuezo ilusorio, esa... ¡bah! ¿dónde se ha visto una mujer así?
—Las máscaras suelen convertirse en facciones —repuse—. Y esa boca. «El tedio la hace cruel», algo así. Mire, don Diego, es distinta, como voluntariamente alejada de lo que pueda hacerla feliz. Distinta, mexicana, excelente...
—¡Bah! Parece una oreja.
Empezaban a marearme los bastonazos y la halitosis del viejillo, espantoso, con un boleto de camión metido en el ojal.
—¿Qué sabe usted de los testamentos secretos del arte? Y quizá tenga razón. Puede ser la oreja que Van Gogh se cortó y regaló a una