Cuento: Pintar el Paraíso

974 palabras 4 páginas
Desde hace 5 años, todos los domingos vengo al Jardín del Arte a exponer mis cuadros, digo a exponer y no a vender, porque, primero, no siempre vendo y segundo –que es lo más importante– porque mi relación con la pintura no es la de Andy Warhol ni la de Botero. Yo pinto porque en el desfile estrambótico de todo lo que miro, a veces, creo entrever una hoja que sonríe, una pluma de ángel, una crin de unicornio o la manzana primigenia aún sin morder. Quiero pintar el Paraíso del que fuimos expulsados y del que, pese a todo, aquí y allá sigue sobreviviendo algún fragmento, pues estoy convencido de que ni Dios con toda su furia consiguió aniquilarlo. El Paraíso sigue aquí en retazos, a la vista y a la mano; está en la transparencia del agua y …ver más…

Y eso fue lo que ocurrió con el de ella: la rutina dominical con su camaradería de bohemios la disfrazo de compañera, de una pintora más entre todos los compas. Aunque, nuestros cuadros, encarados como estaban, iniciaron un diálogo profundo; empezaron a intercambiar reflejos y, poco a poco, como si corrieran por carreteras asintóticas, se hacían más parecidos. Ninguno de los dos lo notó, porque nuestras pinturas venían desde muy lejos: mi pincelada era sin textura y exacta (como conviene al aerógrafo), la suya era larga y temblorosa; no había punto en común entre mi pincel de aire y la violencia de su espátula, y donde más se abismaba la diferencia era en las paletas: la mía empeñada en los blancos; la suya en una estridencia de azules y naranjas y, no obstante, nuestras obras se iban hermanando y a mí, al menos, se me iban volviendo menos pesados los domingos.
Y es que el Paraíso es traidor: se agazapa y brinca; lo va inundando todo silenciosamente hasta que un día, de golpe, se manifiesta con una evidencia insoslayable y es como el rayo que al irrumpir ciega y aturde. Esta revelación ocurrió el día en que los dos llegamos con una obra idéntica. El motivo era el agua, una esfera de agua contra un fondo blanco; todo lo que la rodeaba era blanco y los brillos parecían imposibles. Instalamos las pinturas sobre los caballetes y, al voltear a saludarnos, yo caí en la cuenta de que el Paraíso estaba en

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