Cuando me muera quiero que me toquen cumbia.
Una realidad cada vez más cruda ha logrado que la capacidad de elección de dichos seres se encuentre completamente devastada, inclusive en ese plano.
En ese sentido, la relación con los transas – que prefigura la exploración directa de estos especímenes en su próxima novela – es uno de los ejes que atraviesa la crónica a través de sus 9 capítulos. Para las madres de los pibes que caen y caen en los institutos de menores por sus repetidos delitos, no es sólo la policía y su persecución permanente al morocho la responsable de que sus hijos, a partir de una determinada edad, pasen más tiempo entre rejas que en el colegio o el precario hogar. ”Si el transa no vendiera drogas, los chicos no se drogan y no roban” es la asociación que establecen quiénes visualizan, no sin tristeza, esa calesita interminable, ese derrotero que conduce únicamente al desasosiego.
La zona del país donde la brecha entre ricos y pobres es abismal, donde apenas unas cuadras separan el lujo de la miseria, no deja lugar para los débiles. El Frente construye su propia película siendo el más pillo entre los pillos, pero forjado en los viejos códigos de los chorros de antaño. Sin embargo, el contexto en el que Alarcón se inmiscuye para brindarnos una narración sin fisuras difiere notablemente de