- Niñez, juventud y
estudios - Rosalie Nielsen, una relación fugaz y no
deseada - Lou
Salomé, una mujer tremenda - Los
últimos años de Nietzsche - Bibliografía
Las relaciones del filósofo del
martillo con el sexo opuesto
Friedrich Nietzsche es uno de los filósofos
más destacados e influyentes de la historia. Legó a
la posteridad una extensa obra que ha dejado huella en numerosos
pensadores y escuelas, a pesar de que en vida apenas fue conocido
y de que sólo le leyeron los amigos más cercanos a
los que enviaba ejemplares de sus obras, que él mismo se
encargaba de editar y de costear su impresión. Fue
sólo bien entrado el período en que vivió
sin tener conciencia de sí mismo -desde su derrumbe
mental, a comienzos de 1889, hasta su muerte, ocurrida en 1900-
cuando sus ideas comenzaron a difundirse y sus méritos a
reconocerse.
Pero en este escrito no vamos a ocuparnos de su
pensamiento, que ha sido objeto de numerosos libros, algunos de
ellos redactados por filósofos de reconocido prestigio
como Jaspers, Heidegger o Foucault. Tampoco vamos a narrar toda
su vida, dado que contamos con la insuperable biografía de
Curt Paul Janz. Vamos a ocuparnos de un tema más mundano
que puede servir para que el público que no conoce su
filosofía entable su primer contacto con él: los
amores que tuvo. Es bien sabido que en sus escritos se
declaró claramente misógino en casi todas las
ocasiones en que hablaba sobre las mujeres; por ejemplo: "Un
hombre de verdad quiere dos cosas: el peligro y el juego. Por eso
ama a la mujer: el más peligroso de los juegos"
(Así habló Zaratustra). Es evidente que
esta actitud, por muy injustificable que resulte, debe tener
algún motivo, y éste debe hundir sus raíces
en su vida. Tratemos pues los amores de Friedrich Nietzsche, el
enfant terrible, el hombre que filosofaba a
martillazos.
Niñez,
juventud y estudios
Nació en Röcken, Alemania, el 15 de octubre
de 1844. Su padre era pastor protestante y murió cuando el
pequeño Friedrich sólo tenía cuatro
años; desde entonces vivió con su madre, su
tía y su hermana, y esa ausencia de la importante figura
paterna se iba a hacer notar durante toda su vida. Ya desde
niño llamaba la atención por su inteligencia, su
cultura y su talante serio. Después de estudiar en el
internado de Pforta y en la Universidad de Bonn, donde su
interés pasó de la teología a la
filología y posteriormente a la filosofía, fue
nombrado catedrático de filología clásica de
la Universidad de Basilea con sólo veinticuatro
años. Sin embargo, su siempre débil salud fue
empeorando con el paso del tiempo. Sufría espasmos
gastrointestinales y fuertes jaquecas, además de una
progresiva ceguera; padeciendo sus males sin mujer ni amigos
íntimos, contaba con el único consuelo de compartir
sus problemas con su hermana Elisabeth, unas veces en persona y
otras por carta. En 1879, después de diez años de
actividad docente, tuvo que renunciar al cargo. Con una
pequeña pensión que le quedó gracias a su
paso por la universidad, inició una vida de solitarios
viajes en busca del clima perfecto para su maltrecha salud,
alojándose en modestas casas de huéspedes. Sus
únicos compañeros eran sus libros, sus manuscritos,
los innumerables frascos de medicinas y las cartas que
escribía a sus parientes y conocidos. El origen de la
tragedia no había sido bien recibido en el ambiente
académico, pero tuvo muy buena acogida por parte de
Richard Wagner y su círculo, al que orgullosamente
pertenecía Nietzsche, por lo demás melómano
y buen pianista. Sin embargo, después de las
Consideraciones intempestivas, donde ya se adivinaba un
cambio en su pensamiento, su obra Humano, demasiado
humano fue considerada un insulto por Wagner, con quien
rompió relaciones. El compositor se había ido
inclinando hacia la tradición judeocristiana y abandonando
su anterior paganismo, lo cual fue criticado por
Nietzsche.
Nietzsche, con diecisiete
años
Rosalie Nielsen,
una relación fugaz y no deseada
De 1874, cuando se encuentra ultimando la segunda de sus
Consideraciones intempestivas, data la primera
relación conocida de Nietzsche. Rosalie Nielsen, danesa,
esposa separada de un oficial de marina, antigua partidaria del
revolucionario y nacionalista italiano Mazzini, se declaró
ferviente admiradora de nuestro filósofo y le
escribió felicitándole después de haber
leído El origen de la tragedia. Después de
un breve intercambio epistolar logró un encuentro personal
con él, pero la naturaleza había dispuesto que la
citada señora fuera muy poco agraciada físicamente,
además de cuidar poco su aspecto y su vestimenta y no
importarle no ir aseada. A los pocos segundos de entrar nuestro
protagonista en la habitación del hotel de Friburgo de
Brisgovia donde se habían citado, salió corriendo
de ella, visiblemente alterado, haciendo muchos gestos y
gritando: "¡Monstruo, me has engañado!". Su amigo
Franz Overbeck fue testigo de los hechos y se excusó ante
la señora, pero unos días después
ayudó a Nietzsche a evitar un segundo encuentro, cuando
ella quiso volver a verle, sin importarle lo sucedido en el
primero.
Emma Guerrieri, una relación exclusivamente
epistolar
También por la misma época, Nietzsche tuvo
una cordial relación, si bien sólo por
correspondencia (no consta que se vieran en persona) con la
marquesa italiana Emma Guerrieri, que se declaró su
admiradora espiritual, dado que le había impresionado el
citado libro El origen de la tragedia y conocía
su fulgurante carrera académica.
Berta Rohr, primer intento de
matrimonio
También en 1874 comunicó por carta a su
hermana Elisabeth que estaba prácticamente decidido a
casarse con una tal Berta Rohr, a quien había conocido el
año anterior. Elisabeth, que toda su vida sintió
celos de las relaciones de su hermano, mostró su
oposición, a lo cual Nietzsche contestó que
sólo se había tratado de una broma. Sin embargo,
gracias a lo que escribió a un amigo sabemos que no era
así.
Marie Baumgartner, un amor maternal, en
principio
El 29 de marzo de 1874 Nietzsche fue invitado a la casa
de los padres de su alumno Adolf Baumgartner, donde
conoció a la madre de éste, Marie
Baumgartner-Köchlin. Esta mujer había nacido en 1831,
y era por tanto trece años mayor que Nietzsche. Era
originaria de Alsacia, uno de los territorios en perpetua disputa
entre Alemania y Francia; se sentía francesa y era
crítica con Alemania, razón por la que le
atraían las críticas de Nietzsche a la cultura
alemana.
Desde la primavera de 1874 Nietzsche la visitó a
menudo en su casa de Lörrach. Le hizo conocer sus
hábitos, sus proyectos y esperanzas. Ella le enviaba los
poemas que escribía, si bien parece que él nunca
los elogió. La señora Baumgartner actuó como
una madre o una hermana mayor; aparece como una protectora
incondicional, preocupada y llena de espíritu maternal,
pero con ciertos toques de amor carnal hacia Nietzsche, tal como
puede verse en sus cartas. Ciertamente, en su correspondencia se
detecta algo más que un mero amor maternal. Aparte de la
posible atracción física, lo que le unía a
él era su cosmopolitismo, su refinada espiritualidad y su
amor por la filosofía de Schopenhauer. Admiraba los
escritos de nuestro filósofo y se ofreció a
traducirlos al francés, comenzando por Schopenhauer
como educador.
Nietzsche, con veinte
años
Se trata de una de las pocas relaciones en las que una
mujer hizo objeto de su amor a nuestro protagonista. Pero estaba
casada y con hijos, y a ninguno de los dos se le ocurrió
traspasar esos límites. Además, Nietzsche
aún vivía bajo la fascinación de
Cósima Wagner, su amor platónico, y la propia Marie
reconocía lo mucho que esa relación hacía
sufrir a su amigo. La separación en el espacio fue
enfriando la relación, y la posterior evolución de
Nietzsche conllevó el alejamiento espiritual, precisamente
en los años en que él habría necesitado
más sus cuidados. Además, el lamentable episodio de
Lou Salomé -que relatamos más adelante- tuvo sin
duda que ofenderla. Sobrevivió ocho años al
derrumbe psíquico de Nietzsche (murió en 1897),
pero parece que en todo ese tiempo no se interesó por su
estado.
Mathilde Trampedach, la pianista
letona
En 1876 Nietzsche conoció a Mathilde Trampedach,
alumna de piano del maestro Hugo von Senger, a quien reverenciaba
hasta la adoración. Procedía de Riga, pero se
había trasladado a Ginebra para estudiar con von Senger.
Nació el 5 de junio de 1853 y era esbelta, de ojos verdes
y cabello castaño claro.
Una mañana, en casa de Mathilde, la doncella
anunció la llegada de su maestro junto a un desconocido,
al que presentó como su amigo Friedrich Nietzsche;
enseguida se sintió fascinada por la conversación
que entablaron los dos hombres. Unos días después,
una opinión de Mathilde sobre el carácter de los
hombres atrajo la atención de Nietzsche. La libertad de
espíritu y la espontaneidad de Mathilde le hicieron pensar
en una persona que le ayudaría a liberarse de sus
inhibiciones. La vio una tercera vez, cuando él
acudió a su casa para despedirse porque pronto
dejaría Ginebra; en esa ocasión aprovechó
para tocar el piano para ella. Veinticuatro horas después
la doncella le anunció que el señor von Senger le
esperaba con una comunicación urgente: a la mañana
siguiente recibiría un importante escrito de Nietzsche. En
el escrito con fecha del 11 de abril, la joven, sorprendida,
leyó que Nietzsche afirmaba que la amaba y que
quería casarse con ella. La lógica respuesta fue
negativa, y el motivo no declarado era que estaba unida a von
Senger, aunque éste tuviera dieciocho años
más que ella (se casó con él un tiempo
después). Nietzsche no podía conocer esta
relación, pero no se sintió ofendido por la
negativa. Contestó con una cordial carta en la que
decía que comprendía su respuesta y en la que
declaraba que esperaba mantener su amistad.
Louise Ott, un amor imposible
En una de sus visitas a Bayreuth, el santuario de
Wagner, Nietzsche conoció a Louise Ott (von Einbrod, de
soltera), una mujer rubia y muy bella. Entre los asistentes al
festival del compositor corrió el rumor de que el
filósofo la veía como futura compañera para
compartir la vida… hasta que se enteró de que
estaba casada y era madre de un niño, de nombre Marcel.
Nietzsche se retrajo y todo quedó en una amistad
epistolar, si bien bastante íntima. Es muy posible que
esta mujer le hubiera seguido de habérselo pedido
seriamente, ya que en sus cartas se podía leer la fuerza
de sus sentimientos hacia él: incluso le pedía que
superara sus inhibiciones y se declarase. Con el tiempo nuestro
filósofo fue tardando más en contestar las cartas;
posteriormente dejó de escribirle durante cinco
años, y después de otro breve contacto en el que
él se mostraba formal y ella cálida, Nietzsche
dejó que la relación se apagara. De nuevo, el
pensador que más criticó la moral tradicional no
quiso, no pudo o no supo derribar los prejuicios morales en su
propia vida.
Malwida von Meysenbug, una segunda
madre
Malwida von Meysenbug, autora y pionera del feminismo,
había participado en los movimientos revolucionarios de
1848, lo que le permitió tener contacto con la
élite intelectual de la época. Nietzsche la
conoció por mediación de Cósima (la mujer de
Wagner) en Bayreuth.
Había nacido el 28 de octubre de 1816, es decir,
era veintiocho años mayor que Nietzsche. Jamás
renegó de su amistad con él, aunque se fueran
separando progresivamente debido a su evolución
intelectual. Fue un fructífero encuentro entre
generaciones y era una mujer en quien podía confiar, una
confianza que no tuvo con ninguna otra mujer, ni siquiera con su
madre o su hermana.
Malwida von Meysenbug
Malwida ejercía de madre con Nietzsche, le
ayudaba y le invitaba a residir en su casa. Incluso cuando, antes
de su derrumbamiento mental, él le escribía cartas
groseras, ella se resistió a perder su amistad.
Cósima Wagner, el amor
platónico
Cósima, primero amante y después mujer de
Wagner, fue el amor platónico de Nietzsche. Nació
en 1837, por lo que era siete años mayor que él y
veinticuatro años menor que Wagner. Nietzsche se
sentía fascinado por su belleza, por su personalidad y por
ser la mujer del maestro; estaba enamorado de ella, a pesar de
ser católica practicante. Ella se comportaba con él
con actitud maternal y nunca le dio ninguna esperanza. Él,
por su parte, nunca le declaró su amor y en realidad se
sentía inhibido ante su simple presencia. La ruptura de
Nietzsche con Wagner, tras la publicación de Humano,
demasiado humano fue doblemente dolorosa para nuestro
filósofo, ya que significó no volver a ver a su
amor platónico.
Cósima Wagner
Lou
Salomé, una mujer tremenda
La vida de Lou
Y por fin llegamos a la mujer que más huella
dejó en la personalidad y la evolución de
Nietzsche, tanto en lo positivo como en lo negativo. Lou
Salomé nació en San Petersburgo, Rusia, el 12 de
febrero de 1861. Su padre, Gustav von Salomé (1804-1879),
provenía de una familia de hugonotes (protestantes) que
huyeron de Francia tras la revolución y que se instalaron
en primer lugar en Alemania y después a orillas del Mar
Báltico. Cuando tenía seis años le llevaron
a San Petersburgo para recibir educación militar, bajo el
reinado de Alejandro I, y en 1830, por sus méritos durante
el levantamiento polaco, el zar Nicolás I le
concedió la nobleza hereditaria rusa. Llegó a
general, posteriormente pasó al servicio civil y
ocupó cargos de responsabilidad, como por ejemplo
consejero de estado. La madre de Lou, Louise Wilm Duve
(1823-1913), nació en San Petersburgo. Educada al estilo
tradicional, aceptó su posición de esposa de un
alto cargo. Los amigos de su círculo la llamaban "la
generala" y fue muy estricta en la educación de sus hijos;
tuvieron seis, de los cuales dos fallecieron siendo muy
pequeños. Lou creció en un ambiente militar y
religioso, una atmósfera familiar de gran seguridad, por
la posición social que ocupaban y por la autoridad
paterna. Ese ambiente pudo favorecer que mantuviera siempre esa
confianza en sí misma y en su propia vida. Era
también un entorno en el que no era habitual expresar los
propios sentimientos, lo cual sin duda tuvo que influir en su
carácter.
Cuando Lou nació, su padre tenía cincuenta
y siete años. Esa edad y el hecho de ser la única
hija entre tantos varones, permitió que fuese su
preferida. Lou le idealizó, ya que era él quien le
daba más cariño, mientras que la madre, por su
educación, no se lo demostraba. Todo esto le
permitió desenvolverse siempre entre hombres con gran
confianza.
En lo que respecta a su educación, su padre se
ocupó de que recibiera una formación poco frecuente
para una joven de su época. Con diecisiete años
comenzó su preparación para la confirmación
con Hermann Dalton, predicador, teólogo y pastor titular
de la parroquia luterana alemana en San Petersburgo. Ese
sacramento era muy importante porque se consideraba la
iniciación a la vida adulta; pero Dalton era un
teólogo demasiado dogmático para una Lou llena de
preguntas, así que la joven pronto mostró su deseo
de abandonar los cursos. Dalton la convenció para que
siguiera y no disgustara a su padre, pero en este momento una
prima le habló de Hendrick Gillot, predicador protestante
de la embajada holandesa de San Petersburgo, que no estaba
sometido a ninguna de las jerarquías protestantes
reformadas. Lou fue a escucharle y se enamoró de
él; para ella representaba una nueva forma de entender la
religión. Se sintió entusiasmada y decidió
estudiar en secreto con él.
Pocos después, en febrero de 1879, murió
su padre y abandonó definitivamente las clases con Dalton.
Gillot enseñó a Lou la búsqueda de la
libertad intelectual; gracias a él abandonó todas
sus fantasías y se centró en lo racional,
posición que mantendría toda su vida. El problema
fue que el interés del clérigo por la alumna se
transformó en amor, y un día, mientras estaban en
su gabinete, la abrazó, le declaró sus sentimientos
y le pidió que se casara con él. La respuesta de
Lou fue salir inmediatamente de la casa, en espera de reflexionar
sobre el suceso. Gillot tenía cuarenta y tres años
y Lou dieciocho; estaba casado y tenía dos hijas de la
edad de ella. Además, ella no se sentía lo bastante
madura para el matrimonio. Gillot fue el primer hombre en caer en
el error de creer que esa chica sería fácil de
enamorar; para él fue un duro golpe, sobre todo porque era
muy orgulloso.
Hendrick Gillot
Lou decidió que no debería ver más
a Gillot después de lo que había sucedido, por lo
que pensó en marcharse de Rusia y seguir sus estudios en
el extranjero. Escogió la Universidad de Zurich, uno de
los centros de estudios superiores que en 1880 admitían
mujeres. Además, allí podría estudiar con
Alois Biedermann, uno de los teólogos protestantes
más destacados. Gillot se sorprendió de la
decisión, pero no tuvo más remedio que aceptarla.
La familia de Lou se opuso, sobre todo la madre: no sólo
el hecho de querer estudiar, sino también hacerlo en el
extranjero. Pero Lou les convenció, aparte de la ventaja
de apartarla de un hombre al que consideraban peligroso.
Surgió el problema de que, al no estar confirmada, no
podía tener pasaporte. Gillot propuso que acudieran a
Holanda, donde la confirmaría él mismo en la
iglesia de un amigo. El sacerdote tenía la potestad de
elegir cuál iba a ser el nombre del confirmado, y como
Gillot tenía dificultades para pronunciar "Liola" en ruso,
la llamó "Lou", que a partir de entonces debería
ser su nombre.
La madre no quería que viajara sola, y dado que
no había disponible ninguna señora de
compañía, la acompañó ella misma. En
septiembre de 1880 llegaron a Zurich; ella tenía entonces
diecinueve años. La sobriedad de la ciudad gustó
mucho a la generala; decidió que era mejor que Viena o
París.
Lou estudiaba con gran intensidad y no le quedaba tiempo
para otras ocupaciones. De esta época es ese retrato en
que aparece de pie, junto a una mesa, vestida con un traje negro,
ajustado, abrochado hasta arriba; su "vestidito de monja", lo
llamaba ella. Todos los que la conocieron advirtieron la
energía de su intelecto y la fuerza con que se dedicaba al
estudio. Era admirada y temida; muchos la encontraban demasiado
independiente, la consideraban egocéntrica y le
reprochaban su indiferencia por los sentimientos que despertaba
en los demás.
Lou Salomé, con diecinueve
años
Lou en Roma. Conoce a Rée y a
Nietzche
Ya antes de viajar había tenido problemas de
salud y ahora se hicieron más frecuentes los desmayos que
sufría. Estaba pálida y empezó a escupir
sangre. La madre la llevó a varios balnearios, pero los
cuidados no surtieron efecto. Finalmente, le aconsejaron un
cambio de clima, que se trasladaran más al sur. En enero
de 1882 se mudaron a Roma para permanecer allí
algún tiempo. Cuando el profesor de Historia del Arte
Gottfried Kinkel se enteró de que Lou se marchaba a Roma,
le dio una carta de presentación para su antigua amiga
Malwida von Meysenbug, una de las grandes figuras del feminismo
alemán que entonces tenía unos sesenta y cinco
años. Había luchado en la revolución de 1848
al lado de los socialistas y conocía a la élite
intelectual de la época: Wagner, Garibaldi, Mazzini.
Tenía amigos y admiradores en todos los países.
Estuvo presente en la colocación de la primera piedra del
gran teatro de Bayreuth, de Wagner, lugar donde conoció al
joven Nietzsche, entonces un devoto seguidor del maestro. Siempre
tuvo una gran simpatía hacia él y, cuando se puso
enfermo y sufrió sus horribles jaquecas, le invitó
a Italia, donde ella podría atenderle. Nietzsche
aceptó y se llevó a dos amigos, uno de ellos el
filósofo Paul Rée. Durante el invierno de 1876,
Malwida y sus tres protegidos ocuparon una hermosa casa en
Sorrento, desde donde se veía el golfo de
Nápoles.
Lou estaba impaciente por conocer a esa mujer
extraordinaria; igual que ella, había tenido que luchar
contra los prejuicios de su familia. Al poco de llegar a Roma se
presentó en su casa y Malwida la trató como si
fuera su propia hija. Pensaba que era como ella de joven, pero se
equivocaba porque la vieja dama sólo perseguía sus
propios intereses cuando con ello no perjudicaba a nadie; en
cambio, Lou, egocéntrica por naturaleza, vivía su
vida sin reparar en las consecuencias de su conducta para otras
personas.
Una tarde de marzo de 1882 llegó a casa de
Malwida Paul Rée, a quien quería como a un hijo.
Debía devolver a un camarero de Montecarlo el dinero que
le había prestado para el viaje, ya que jugando lo
había perdido todo; Malwida pagó la deuda y
recibió con alegría al joven, hijo de un rico
hacendado prusiano, simpático, noble y modesto. Su rostro
era blando y redondo, lo cual le hacía parecer un tanto
grueso, rasgo que se acentuaba por tener un cuerpo fornido.
Parecía triste incluso cuando estaba alegre y tranquilo.
Era judío y sentía un odio violento hacia sus
orígenes y hacia sí mismo; era tremendamente
inseguro, le repugnaba su aspecto físico y nunca
accedía a dejarse fotografiar. Se ocupaba del
ámbito de lo moral y llegó a la conclusión
de que nuestras ideas sobre el bien y el mal eran producto de la
cultura, no de la naturaleza. El sentimiento moral innato no
existía. Dios era una ilusión. También el
hombre y la tierra eran ilusiones, productos del espíritu.
El objeto no existía: todo ente objetivo resultaba ser
subjetivo. No había nada detrás del mundo aparente,
no había una cosa en sí. Llegó a la
conclusión de que la vida carecía de valor, lo cual
coincidía con su propia personalidad. Se dice que siempre
llevaba encima un poco de veneno, por si alguna vez la existencia
se le hacía imposible y tenía que poner fin a su
vida.
Lou se sintió contenta de descubrir una cara
nueva entre los ilustres visitantes. Al despedirse, Paul se
ofreció a acompañar a Lou y en el camino
descubrieron que tenían mucho que decirse y muchas cosas
en común. Se citaron para el día siguiente al
anochecer, sin decir nada a Malwida ni a la madre de Lou. Se
vieron con frecuencia, y sin duda Lou debió advertir que
Rée se estaba enamorando de ella, si bien no le animaba,
sino que le dio a entender que para ella el amor se había
terminado. Sin embargo, le gustaban las atenciones que le
prestaba Paul. Éste no pudo soportar tener a Lou tan cerca
y que no fuera suya y, dado que no podía amarle, la
única salida era dejarla. Le contó todo a Malwida,
con gran enfado de Lou. Malwida se lo contó a la madre de
Lou, quien amenazó con llevarla de vuelta a
Rusia.
Paul Rée
Lou no creía haber hecho nada malo; no
tenía la culpa de que Paul se hubiera enamorado de ella.
Quería conservarlo como amigo, pero para él no era
posible; tenía que fugarse. Cuando Lou se enteró,
le llamó cobarde y le contó un sueño en que
ella compartía una casa con dos amigos y los tres
vivían y trabajaban en perfecta armonía. Paul lo
creyó posible, siempre que el tercer miembro fuera un
hombre maduro o una mujer con experiencia en la vida. No
podía ser Malwida, quien se había mostrado
escandalizada por la conducta de Lou, así que pensó
en su amigo Nietzsche, que entonces se encontraba en
Génova. Se conocían desde que en 1873 Rée
había asistido a un curso que Nietzsche impartía
sobre los filósofos presocráticos, en la
Universidad de Basilea.
Así pues, Rée, al poco de llegar a Roma,
escribió a Nietzsche y le habló de la joven rusa
que acababa de conocer. En la respuesta, Nietzsche mencionaba un
posible matrimonio con Lou, lo cual es difícil de entender
a no ser que Paul, que era propenso a la ironía, le
hubiera sugerido casarse con ella haciendo una broma, y Nietzsche
lo hubiera tomado en serio. Por su parte, Lou se había
informado bien sobre el filósofo en las largas
conversaciones con Rée, así que deseaba conocerle.
Además, Paul le señaló como el más
adecuado para su menage a trois intelectual con el que
tanto soñaba Lou. Si Nietzsche se unía, era posible
que la madre de Lou consintiera en el proyecto. Había
salido de Génova para dirigirse a Mesina, Sicilia, en
busca de calor, pero pronto se dio cuenta de que era demasiado
para él: cuando soplaba el siroco, el ambiente era
insoportable. Por ello, partió para Roma, en busca de Lou
y Paul. Éstos pasaban muchas horas en la Basílica
de San Pedro, donde él había descubierto un
confesionario en el que podía escribir tranquilamente, sin
que nadie le molestara. Malwida recibió a Nietzsche y le
dijo dónde podía encontrar a la pareja, así
que un día apareció de improviso. Se fue hacia Lou,
le tendió la mano, hizo una reverencia y le dijo:
"¿Desde qué estrellas hemos caído para venir
a encontrarnos aquí?". Lou no supo si la solemnidad era
real o fingida, pero pronto entablaron
conversación.
A los pocos días, Nietzsche pidió a
Rée que dijera a Lou que deseaba casarse con ella.
Según él, era la forma más segura para
conseguir que su madre la dejara estudiar con ellos. Lou
rechazó la propuesta aludiendo a que perdería su
pensión al casarse y que dependería
económicamente de su marido; por cierto, Nietzsche no
cobraba demasiado y no se podía permitir ese lujo.
Así que transigió, pero no pensaba renunciar a ella
y tuvo la idea de pasar unas semanas a solas para convencerla,
siempre que contara con una dama de compañía para
salvar las apariencias; para ello, nadie mejor que su propia
hermana, por lo que le escribió una carta para hablarle de
la chica, en el tono más neutro posible. Pero Elisabeth
pronto adivinó las intenciones de su hermana, vio en Lou a
una rival y se decidió a averiguar quién era
aquella muchacha.
Cuanta Lou en sus memorias sobre estos primeros
días con Nietzsche:
En Roma, por lo pronto, ocurrió algo que
sopló a favor nuestro: fue la llegada de Friedrich
Nietzsche a nuestro circulo, puesto al corriente por carta por
sus amigos Malwida y Paul Rée, y que inesperadamente vino
desde Mesina a compartir nuestra compañía. Pero
sucedió algo aún más inesperado: y es que
apenas supo del plan de Paul Rée y mío, Nietzsche
se convirtió en el tercero en el pacto. Incluso
quedó fijado el lugar de nuestra futura trinidad: iba a
ser París (originalmente Viena), donde tanto Paul
Rée como yo, él desde antes y yo por St.
Petersburgo, estábamos relacionados con Iván
Turgueniev. Esto tranquilizo un poco a Malwida, porque
allí nos veía protegidos por sus hijas adoptivas
Olga Monod y Natalie Herzen; la segunda mantenía
además una pequeña tertulia, donde leía cosa
bellas rodeada de muchachas jóvenes. Pero lo que
más le habría gustado a Malwida habría sido
que la señora Rée hubiese acompañado a su
hijo y la señorita Nietzsche a su hermano.
Nuestras bromas eran alegres e inofensivas, ya que todos
queríamos mucho a Malwida, y Nietzsche estaba a menudo en
un estado tal de agitación que pasaba a segundo
término su manera de ser más comedida, o dicho
más exactamente, algo solemne. Esta solemnidad la recuerdo
ya desde nuestro primer encuentro, que tuvo lugar en la Iglesia
de San Pedro, donde Paul Rée se entregaba a sus notas de
trabajo con ardor y devoción, en un confesionario
orientado de manera especialmente favorable hacia la luz, y en
donde por eso había citado a Nietzsche. Su primer saludo
al mío fueron las palabras: "¿Desde qué
estrella hemos venido a caer aquí, uno frente a otro?". Lo
que tan bien comenzara sufrió sin embargo posteriormente
un giro diferente que nos hizo pasar, a Paul Rée y a
mí, nuevas preocupaciones por nuestro plan, en la medida
en que éste se vio incalculablemente complicado por un
tercero. Por cierto que Nietzsche lo veía más bien
como una simplificación de la situación: hizo que
Rée hiciese valer ante mí sus buenos oficios para
una proposición de matrimonio. Profundamente preocupados,
nos pusimos a pensar cuál sería la mejor manera de
solucionarlo sin poner en peligro nuestra trinidad. Se
acordó explicarle claramente a Nietzsche, antes que nada,
mi fundamental aversión hacia el matrimonio en general,
pero además también la circunstancia de que yo
viví sólo de la pensión de viuda de general,
y que la casarme perdería mi propia pequeña
pensión, que le estaba concedida a las hijas únicas
de la nobleza rusa.
Por su parte, Rée buscó el apoyo de su
madre para convencer a la madre de Lou. Las dos Salomé
salieron de Roma para dirigirse a Milán, pero, por
sugerencia de Nietzsche, decidieron hacer una excursión al
lago de Orta, en el norte de Italia. Allí esperaba hablar
a solas con ella. El lugar incluye una colina de cien metros de
altura que se llama Montesacro por las numerosas capillas que
tiene y desde arriba se puede contemplar el hermoso lago. A
Rée, como buen positivista, no le gustaba el ambiente,
pero Lou y Nietzsche estaban encantados, por lo que decidieron
subir a Montesacro, mientras que la madre y Paul dijeron que les
esperarían en la orilla. Por primera vez Nietzsche se
quedaba a solas con Lou. Nadie sabe lo que sucedió en ese
paseo, pero tuvo que ocurrir algo, por todos los malentendidos
posteriores. Lou y Nietzsche, en lugar de regresar enseguida,
pasaron varias horas en el lugar, y él quedó
maravillado y convencido de que Lou le quería.
Posiblemente le besó, ya que ella, muchos años
después, contestó que no sabía si le
había besado o no. Nietzsche siempre se refirió al
episodio como el sueño más maravilloso de su vida,
y cuando posteriormente ella se mostró más
retraída contestaba que esa no era la Lou de
Orta.
Lago de Orta
Al volver junto a la señora von Salomé y
Rée, era evidente que Nietzsche se encontraba en un estado
de viva excitación. Cuando, unos días
después, Nietzsche se separó del grupo, Paul le
recriminó a Lou su conducta y la previno de la posible
proposición matrimonial por parte de su amigo.
Acordó verse con Nietzsche en Lucerna, y allí
él le pidió solemnemente que fuera su esposa. Lou
le contestó que no tenía intención de
casarse, que quería permanecer libre y le explicó
sus proyectos: debían seguir siendo amigos los tres y
hacer vida de estudiantes en común. Él
accedió disimulando su desilusión y le
pareció bien el proyecto de la joven. Tal vez pensara que
era mejor compartirla que perderla del todo. Al volver con
Rée, Nietzsche propuso que se hicieran una
fotografía para celebrar su "trinidad". Acudieron a casa
de Jules Bonnet, uno de los fotógrafos suizos más
famosos. Rée protestó porque no le gustaba dejarse
retratar, pero sus dos compañeros insistieron:
había que dejar constancia de su amistad en una
fotografía. Nietzsche dispuso el ambiente de la
fotografía: Lou se subió a un carrito, arrodillada
en él, y Nietzsche y Rée sujetaron en sus brazos
las cuerdas del carro, como tirando de él. Además,
cogió un bastón, le ató un cordel y una flor
de saúco y Lou ya tuvo la fusta para atizar a los
caballos, o más bien el látigo para dominar a sus
dos hombres. En la fotografía, Lou mira a la cámara
con gesto dominante mientras blande su látigo; Rée
muestra cara de resignación y mira hacia un lado;
Nietzsche mira hacia arriba, como extasiado. La foto fue objeto
de muchos comentarios, y algunos, como por ejemplo Malwida, se
mostraron indignados.
Lou, Rée y
Nietzsche
Cuanta Lou sobre estos episodios, en sus
memorias:
Cuando salimos de Roma, el asunto parecía
liquidado; además en los últimos tiempos Nietzsche
venía sufriendo con mayor frecuencia de sus "ataques", la
enfermedad que le había obligado en su día a
abandonar la cátedra de Basilea, y que se manifestaba como
una jaqueca terriblemente fuerte; por tal motivo, Paul Rée
se quedó con él todavía un tiempo en Roma,
mientras que mi madre -según creo recordar- tuvo por
más conveniente partir conmigo primero, de manera que
sólo durante el viaje volvimos a reunirnos todos. Luego
juntos, hicimos estación por el camino, por ejemplo en
Orta, en los lagos del norte de Italia, donde el Monte Sacro,
situado en las cercanías, parece que nos cautivó;
al menos hubo un mal humor de mi madre ajeno a nuestras
intenciones, al habernos demorado Nietzsche y yo, más de
la cuenta en el Monte Sacro y no haber regresado puntuales a
recogerla, cosa que también anotó con bastante
enojo Paul Rée, quien le había hecho
compañía. Luego que abandonamos Italia, Nietzsche
hizo una escapada a casa de los Overbeck, en Basilea, pero desde
allí volvió a reunirse con nosotros en Lucerna,
porque los buenos oficios romanos de Paul Rée en su favor
le parecían insuficientes y quería conversar el
asunto personalmente conmigo, cosa que ocurrió en el
Löwengarter de Lucerna.
Al mismo tiempo, Nietzsche se empeñó en
hacer la fotografía de nosotros tres, a pesar de las
violentas protestas de Paul Rée, que conservó toda
su vida un terror enfermizo a la reproducción de su
rostro. Nietzsche en plena euforia, no sólo
insistió en hacerla, sino que se ocupó,
personalmente y con celo, de la preparación de los
detalles, como la pequeña carreta (¡que
resultó demasiado pequeña!), o incluso en la
cursilería del ramo de lilas en la fusta,
etcétera.
Poco después, otra vez a solas Lou y Nietzsche,
visitaron la antigua casa de Wagner en Lucerna. Él le
contó su antigua cordial relación con quien un
día consideró su maestro. Lou vio lágrimas
en sus ojos, y tal vez por ello cedió a su
proposición de pasar con él unas semanas en
Tautenburg, haciendo Elisabeth de dama de
compañía.
La madre y el hermano de Lou intentaron convencerla de
que volviera a Rusia, pero accedieron a que visitara la casa de
la familia de Rée en Stibbe, donde estaría bajo la
tutela de la madre de éste. Allí pasaría el
verano. Nietzsche se informó por medio del mismo Paul, e
intentó ver a Lou antes de que partiera, pero no pudo
encontrarla. No obstante, Malwida intercedió en su favor
para convencerla de que pasara unas semanas con él. Por
otra parte, la vieja dama se oponía al proyecto de vida en
común de los tres, no sólo porque era una afrenta
contra las buenas costumbres, sino porque sería
catastrófico para los sentimientos de Nietzsche. Mientras
Lou se encontraba en Stibbe con Rée, Elisabeth le
escribió para invitarla. Se encontró muy a gusto
con la familia Rée y se estrechó su amistad con
Paul. Aceptó la invitación de Nietzsche porque le
atraía su pensamiento, si bien no le importaban los
sentimientos de él. Uno de los rasgos fundamentales de su
carácter siempre fue la indiferencia ante los sentimientos
que despertaba en los demás.
Elisabeth Nietzsche
Lou y Elisabeth se encontraron en Bayreuth, el santuario
de Wagner, en la presentación de Parsifal, en
verano de 1882. Eran dos mujeres muy distintas,
prácticamente opuestas, y el choque era inevitable.
Elisabeth era una persona conservadora y defensora de las
costumbres burguesas. Tenía treinta y seis años y
seguía siendo soltera, a pesar de su atractivo
físico. Al estar Malwida en Bayreuth, presentó a
Lou al círculo íntimo de Wagner, mientras Elisabeth
se mantenía apartada por la disputa de su hermano con el
compositor; le parecía un insulto que tratara tan
cordialmente a los enemigos de su hermano. Además, cuando
fue a la estación a despedir a Bernard Förster, con
quien se casaría años después, al ver partir
el tren pudo contemplar cómo Lou entraba en el mismo
compartimento y entablaba una animada conversación con su
buen amigo. Desde entonces a Elisabeth no le quedó la
menor duda de que Lou era un peligro. Cuando poco después
las dos se volvieron a ver, pudo decir a Lou lo que pensaba de
ella. Lou le contestó con dureza, replicando que a ella no
le importaban las malas relaciones de Nietzsche con Wagner; no
era su problema. Siguió diciendo que ella no quería
nada con su hermano, sino que toda la iniciativa había
partido de él. Después de esto, decidieron hacer
las paces a la espera de ir con Friedrich para pasar unas semanas
los tres juntos. Al llegar, Elisabeth se dio cuenta enseguida de
que su hermano estaba enamorado de ella, así que, mientras
Lou se instalaba en su habitación, le puso al corriente de
lo sucedido en Bayreuth. Nietzsche preguntó a Lou por
qué lo había hecho, sin tener en cuenta lo que le
había contado sobre su relación con Wagner. Lou le
contestó que él no tenía derecho a elegir
sus amistades por ella y que su pelea con Wagner no le importaba.
Olvidaron sus desavenencias y se aprestaron a disfrutar de la
estancia. Estudiaron, conversaron y Lou aprendió mucho.
Ella le enseñó sus poemas y él le dio
consejos sobre cómo escribir con mejor estilo. Uno de los
poemas era el Himno a la vida, que encantó a Nietzsche y
al que posteriormente puso música. Bastante más
tarde, en 1887, consiguió que su amigo Peter Gast lo
adaptara para coro y orquesta.
Himno a la vida
¡Sin duda un amigo quiere a su
amigo
como yo te amo a ti, vida llena de
enigmas!
Lo mismo si me has hecho gritar de gozo
que llorar,
lo mismo si me has dado sufrimiento que
placer,
yo te amo con tu felicidad y tu
aflicción:
y si es necesario que me
aniquiles,
me arrancaré de tus brazos con
dolor,
como se arranca el amigo del pecho de su
amigo.
Con todas mis fuerzas te
abrazo:
¡deja que tu llama encienda mi
espíritu
y que, en el ardor de la
lucha,
encuentre yo la solución al enigma
de tu ser!
¡Pensar y vivir durante
milenios
arroja plenamente tu
contenido!
Si ya no te queda ninguna felicidad que
darme,
bien ¡Aún tienes tu
sufrimiento!
Era una vida idílica para ella, excepto por los
momentos en que Nietzsche le hablaba mal de Rée,
llamándole cobarde. Sabía que trataba de
indisponerla con él, y eso la irritaba. En otras ocasiones
era excesivamente atento con ella, como si albergara ciertas
esperanzas respecto al matrimonio que él le había
propuesto.
En cuanto a Nietzsche, sabía que contaba con la
hostilidad de Elisabeth. Si se decantaba por Lou, corría
el riesgo de perder a su hermana. Al final se decidió por
Lou, algo que su hermana nunca le perdonó. Elisabeth se
escandalizaba de la conducta de los dos: hacían como si
ella no existiera, hablaban de todo con el mayor descaro y
conversaban en su habitación hasta altas horas de la
noche.
Cuenta Lou en sus memorias sobre su estancia con
Nietzsche en Tautenburg:
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