Fachada del Conservatorio Nacional de
Música, en la Ciudad de México. http://www.conservatorianos.com.mx
- Colegio de
Infantes del Coro de la Catedral Metropolitana de México
(1538)5 - Convento
de clausura de monjas dominicas de Santa Catalina de Sena de
Valladolid - Colegio de
Infantes de la Catedral de Puebla - La Escuela
de Música
Por lo general, los conservatorios suelen evocar
imágenes propias de
escuelas altamente especializadas que hacen de la música
erudita el centro de sus ocupaciones y preocupaciones. Al
aproximarnos a ellas, en cualquier lugar del mundo, ya desde las
calles aledañas encontramos indicios de lo que constituye su
vida cotidiana: muchachos y muchachas que caminan presurosos
cargando un instrumento musical que se delata por la forma de su
estuche, pequeños comercios que venden papel pautado,
algún repertorio musical, aparadores que invitan a
soñar con la adquisición de instrumentos musicales. Al
traspasar el umbral del edificio que los alberga, entramos de
lleno en un mundo sonoro que, a la vez que nos atrae, nos impone:
un piano suena acá y acullá, voces muy cuidadas
vocalizan, conjuntos de cuerdas ensayan
bajo la dirección de un maestro o
de un estudiante del mismo grupo, una biblioteca cuyo principal acervo
consiste en música escrita –partituras– y una
fotocopiadora ad hoc.
Nadie dudaría que se trata de instituciones plenamente
consagradas al estudio de la música, que ocupan un lugar de
privilegio en el tejido cultural de cada sociedad. Sin embargo,
¿por qué se llaman conservatorios1 y no
simplemente escuelas superiores de música o centros de
formación musical?, ¿en qué momento y bajo
qué circunstancias adquirieron esa
denominación?
Puede resultarnos sorprendente el hecho de que el origen
del conservatorio como tal se remonte, por lo menos, a seis
siglos antes de nuestro tiempo: nacen en la Italia del Renacimiento, entre los siglos XV
y XVI, estrechamente vinculados con la vida de los conventos y
los monasterios, como los conservatorios de la Pietà dei
Turchini; de los Poveri di Gesú Cristo; de Sant’
Onofrio, y de Santa Maria di Loreto. Sin embargo, como la
mayoría eran instituciones destinadas a la caridad
pública, próximos a los asilos de pobres,
intercambia
bles en sus funciones con los hospicios
infantiles del Véneto como los de la Pietà, dei
Mendicanti, Giovanni et Paolo, genéricamente se conocieron
con el nombre de Ospedale (Hospital).
Estos conservatorios u hospitales atendían
preferentemente a niños y jovencitos
desamparados por diversos motivos, muchos de ellos huérfanos
o abandonados, con el fin de encaminarlos a una vida útil,
para lo cual les enseñaban un oficio que les permitiera
vivir dignamente, pero también los encauzaban, en la medida
que mostraban disposición para ello, al estudio de
algún instrumento musical y particularmente del canto,
habilitándolos para participar en las funciones religiosas o
para integrarse al servicio de reyes,
príncipes, nobles o, como quiera que fueran,
‘señores’.2 La atención también se
dirigió, en instituciones paralelas y quizá en menor
escala y en años
posteriores, a niñas y a jovencitas, e incluso a mujeres
desamparadas, constituyendo uno de los primeros espacios de
educación formal
femenina.3
Algunos de estos conservatorios –también
hospicios y orfanatorios– lograron tal calidad en la formación
musical, fuera con coros o con conjuntos instrumentales, que se
transformaron en verdaderas escuelas especializadas, semilleros
donde participaban músicos del calibre de Vivaldi y
Monteverdi, para los católicos; de Bach y Mozart, para los protestantes, y
aportaron la escuela que daría por
resultado el gran arte musical del barroco
europeo.
El término conservatorio llegó a significar,
finalmente, la función de asistencia social
de ‘conservar’ a las poblaciones más
jóvenes y desvalidas de los peligros morales propios del
abandono y, por extensión de las funciones asumidas por la
institución, la ‘conservación’ del legado
de la música sacra a través de su enseñanza, de la labor de
los copistas, del resguardo físico de los
repertorios.
Si analizamos retrospectivamente la vida musical europea
podremos explicarnos por qué estas instituciones de
beneficencia habían logrado acumular
–conservar–, para el siglo XVI, tal capital musical. La Iglesia, una vez fortalecida
como institución, durante los siglos de la Edad Media, fue la que estuvo
en condiciones de custodiar los bienes culturales de los
pueblos; por otra parte, el mundo de la cristiandad se
apropió del espíritu religioso, cuya sensibilidad se
nutría de la música sagrada, patrimonio de los monasterios
y las catedrales, verdaderos centros de la vida económica y
cultural de la época, que competían entre sí por
su fastuosidad y poder. Los eclesiásticos
poco a poco permitieron que los laicos entraran en sus dominios y
compartieran algunas de estas riquezas, como la musical. La
fijación de un sistema de escritura musical alrededor
del siglo XI, gracias a Guido D’Arezzo, facilitó la
transmisión de estos legados entre algunos sectores de
la población, ciertamente
muy selectos.
Ya para los siglos XVI y XVII, tanto la Reforma
religiosa de los protestantes como la Contrarreforma de los
católicos, hicieron de la música un instrumento de
‘conversión’; fueron esos años de gran
esplendor y producción musical;
dieron lugar a verdaderas aportaciones tanto en el terreno de la
creación musical propiamente dicha, como en el de canto
coral y la ejecución de conjuntos instrumentales, sin obviar
la construcción y
conservación de instrumentos musicales.
Para entonces, la capilla musical, integrada a las
catedrales, sobre todo, era toda una institución musical. El
maestro de capilla era una verdadera autoridad: a la vez que
dominaba la teoría y la práctica
de la música sacra, componía, ejecutaba y asumía
la tarea de instruir a niños y jóvenes en estos
menesteres, con el propósito de que apoyaran los servicios eclesiásticos.
Llegó a darse el caso de que las capillas tuvieran su propio
conservatorio musical.
Puede decirse que la situación de la enseñanza
musical en nuestro país tuvo un importante paralelismo con
lo que sucedió en Europa. Si bien el nombre de
conservatorio como tal no se generalizó, las condiciones en
que se establecen estas instituciones, la población que
albergan y sus propósitos, de hecho, son coincidentes, sin
que por ello obviemos la particularidad de cada
región.
Son de sobra conocidas las cualidades musicales de las
poblaciones mesoamericanas, así como la formación
altamente especializada que recibían algunos de sus miembros
para participar en los ceremoniales.4 De modo que,
como sabemos, estas tradiciones musicales fueron aprovechadas en
las prácticas religiosas del catolicismo de la Nueva
España, en medio de la
fastuosidad de la liturgia, de las procesiones, de las fiestas de
los patronos, que incluían, de rigor, canto y
música.
Puede decirse que las grandes catedrales y los
monasterios fueron, potencialmente, los centros musicales por
excelencia. Se abocaron sistemáticamente, como una de sus
funciones, a la enseñanza de la música –coros,
ejecución y composición–, a la preservación
de la riqueza musical e instrumental, lo cual también era
impulsado por las disposiciones de los concilios, de la mitra y
del Vaticano.
Estos centros cristalizaron en las capillas musicales,
dirigidas a instruir a jovencitos al servicio de la Iglesia y
también al público interesado, y en los colegios o
internados, sostenidos por benefactores en el caso de los pobres,
o bien con las dotes en el caso de los sectores acomodados de la
población que, como parte de sus actividades, se canalizaban
a la instrucción artística.
A principios del siglo XVIII se
estableció, como parte de la capilla musical de la catedral,
la Escoleta Pública, institución exclusivamente
orientada a la enseñanza musical, más próxima a
los modernos conservatorios musicales que a aquellos hospitales,
hospicios y asilos destinados a la caridad pública, no
necesariamente dirigidos, en el caso de la Nueva España, a
la educación
musical.
Sin embargo, la cercanía de las instituciones de
enseñanza musical en Europa y en la Nueva España,
orientadas al dominio de la música sacra,
en cuanto a la población que atendían y a sus
propósitos, pueden ilustrarse con los ejemplos que vienen a
continuación.
Colegio de Infantes del
Coro de la Catedral Metropolitana de México
(1538)5
Surge próximo a la construcción de la catedral
y al establecimiento del Arzobispado de México (1536), pues
ya en las Actas Capitulares de las determinaciones tomadas por
los miembros del Cabildo Eclesiástico se establecen
"órdenes y disposiciones sobre los ‘mozos del
coro’, quienes en un principio recibían nociones de
canto llano; pero después se les instruía en la
chirimía y dotándose posteriormente al Colegio de
Maestros de Órgano".6
Los reglamentos, que poco a poco fueron afinándose,
establecieron el número de años que debían
permanecer en el Colegio –no menos de nueve años
destinados al servicio de la Iglesia–, la edad en que los
recibían, el número de escolares –entre 8 y 10;
12 cuando mucho– y otros más.
Convento de clausura de
monjas dominicas de Santa Catalina de Sena de
Valladolid
Fue fundado en 1590. Entre sus propósitos,
además del propio de la vida contemplativa, se incluía
el pensionado o ‘niñado’ de doncellas criollas o
españolas, de modo que a la vez que las preparaban para el
hogar, las protegían de los peligros y males sociales. Las
enseñanzas consistían en doctrina, lectura, escritura, operaciones aritméticas,
canto y música sacra, además de otras actividades
‘propias de la mujer’.
Hacia la segunda mitad del siglo XVIII, en el mismo
lugar, se fundó el Colegio de Niñas de Santa Rosa de
Santa María, que resulta de particular interés en relación con
los conservatorios musicales religiosos de Europa, por dos
motivos:
"Su carácter asistencial, ya
que acoge a doncellas criollas y españolas, con dote o sin
ella, con familia o huérfanas, "que
por su pobreza, orfandad y peligroso
sexo, estuvieran desamparadas
y faltas de socorro
humano".7
• La existencia de una escoleta de
música para enseñar a las pensionadas canto
–llano, coral, religioso y profano–; nociones
generales de música y solfeo, y la ejecución del
órgano, violín, clavicordio, tololoche u otro
instrumento.8
Colegio de Infantes de la
Catedral de Puebla
Fue fundado en 1687. Si bien existía en la catedral
el servicio de los niños de coro, algunos eran muy pobres y
vivían en sus casas; otros vivían en el seminario y ahí se
instruían en el servicio litúrgico. Ambos apoyaban la
misa y cantaban en el coro. De aquí derivó la
adaptación de una casa y la organización del Colegio
de Infantes de Coro de Santo Domingo Mártir, orientado a la
instrucción musical de los jovencitos.
Fue fundada en 1740, en el Convento de San Miguel
Bethlen de la Ciudad de México, para atender a las
niñas y doncellas desvalidas y hacer de ellas monjas
músicas que pudieran hacerse cargo de las necesidades, en el
terreno musical, de los monasterios de la Nueva España. En
el documento de su fundación se señala con
precisión su función: "En el augusto nombre de la
Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, en honra
y gloria de la Purísima Concepción de la Virgen María, Nuestra
Señora, y en la del Señor San Miguel, Príncipe de
las Milicias y del Cielo, activo protector de este Recogimiento,
fundamos desde ahora para siempre en él, una Escuela de
Música, en la que las pobres de dicha Casa que fueren aptas
a esta enseñanza, se críen, eduquen y doctrinen para el
mayor culto y mejor servicio de Dios nuestro Señor en los
Coros de Religiosas de esta Ciudad"9
Todo parece indicar que en centros musicales de gran
importancia como Oaxaca, Guadalajara, Tlaxcala, Mérida,
Durango, entre otros, florecieron conservatorios musicales
religiosos, similares a los señalados, así como
capillas musicales y escoletas.
Si bien lo anterior parece apuntar al hecho de que entre
las tradiciones novohispanas referidas a la instrucción en
la música sacra no fue de uso común la noción de
conservatorios musicales, ni las instituciones asistenciales que
se abocaron a atender poblaciones desvalidas y menesterosas
necesariamente integraron entre sus funciones la instrucción
musical de quienes tuvieran cualidades para ello, sí hubo
instituciones de algún modo equivalentes a las europeas, que
atendían las necesidades de formar rigurosamente a un sector
de la población en el campo de la música erudita con
propósitos litúrgicos. De algunas de ellas, una vez que
experimentaron los embates de la secularización durante el
siglo XIX y reorientaron sus propósitos y su organización, surgirían
los conservatorios musicales de nuestros días, instituciones
superiores de educación musical de reconocido prestigio en
las sociedades
occidentales.
*Este texto constituye un avance del
proyecto de investigación
en curso "Los 75 años de la Escuela Nacional de Música
de la UNAM.Una historia para celebrar" (PAPIIT IN 400 702),
con sede en el CESU, UNAM.
1. Conservatoire, en francés;
conservatory, en inglés;
conservatorium, en alemán.
2. Una de las escenas de la película El
violín rojo ilustra muy bien este
propósito.
3. Curiosamente, a mediados del siglo XVIII –nos
dice Santoni Rugiu (1994)–, de manera generalizada, las
instituciones de beneficencia pública para mujercitas
asumirán el nombre de conservatorios, con funciones de
‘conservación’ moral propiamente dichas, de
protegerlas y remediar su abandono, cuidar su comportamiento virtuoso.
Ahí adquirirán oficios próximos a su desempeño como mujeres en
el hogar y desde ahí se regulará el préstamo de
estos servicios en forma externa –las instituciones
paralelas para los hombrecitos se conocieron como Casas de
Trabajo–. Algunos de
estos conservatorios de niñas se orientaron hacia la
formación de conjuntos orquestales y lograron una gran fama,
ya desde el siglo anterior.
4. Véase la obra de Bernardino de
Sahagún, Historia general de las cosas de la Nueva
España, 4 vol. (Porrúa, 1956); Francisco
Clavijero, Historia antigua de México (Porrúa,
1945); Miguel León Portilla, Los antiguos mexicanos
(FCE, 1970), entre
otras.
5. Esta escuela de música, de 1538, es
contemporánea de los primeros conservatorios italianos del
siglo XV; de hecho, el primero fue el de Santa María de
Loreto, en Nápoles (1537).
6. Véase: Saldívar, 1934, p. 142 y ss. Por
‘colegio’, en esos primeros años de la sociedad
novohispana, nos remitimos al significado más próximo a
su etimología latina, collegium, como una comunidad o agrupación, bajo
el régimen corporativo, con algún propósito, en
este caso los niños y jovencitos que se reunían para el
servicio musical religioso. Posteriormente se integrarían
las funciones de manutención y sostenimiento de esa
población y aun la de su custodia e instrucción en un
sistema de internado.
7. León Alanís, 1995, p. 157.
8. Idem, p. 159.
9. Saldívar, op. cit, p. 147.
ESTRADA, Jesús, Música y músicos de
la época virreinal, SEP, (Col. Sep Setentas, 75),
México, 1973.
GUZMÁN BRAVO, José Antonio y Robert Stevenson,
"Período Virreinal (1530 a 1810)", en, Julio Estrada,
editor, La música en México. Historia, vol 2,
Instituto de Investigaciones
Estéticas-UNAM, México,1986.
LEÓN ALANÍS, Ricardo "Templo y Conservatorio
de Las Rosas", en Silvia Figueroa
Zamudio, editora, Morelia. Patrimonio cultural de la
humanidad, Universidad Michoacana de San
Nicolás de Hidalgo/Gobierno del Estado de
Michoacán/Ayuntamiento de Morelia,Morelia, 1995, pp.
150163.
ROMERO, Jesús C., José Mariano
Elízaga, Ediciones del Palacio de Bellas Artes, México,
1934.
–––––– "Apuntes de
la clase de Historia de la Música en
México del Mtro. Jesús C. Romero", Fondo Escuela
Nacional de Música/ Archivo Histórico de la
UNAM/Centro de Estudios sobre la Universidad UNAM, México,
1946, caja 1, expediente 10 (Mecanograma).
SALDIVAR, Gabriel y Elisa Osorio Bolio, Historia de
la música en México, SEP/Publicaciones del
Departamento de Bellas Artes, México, 1934.
SANTONI RUGIU, Antonio, Nostalgia del maestro
artesano, 2ª. ed., tr. Ma. Esther Aguirre,
CESU-UNAM/Miguel Ángel Porrúa, México,
1996.
–––––– Scenari
dell’educazione nell’ Europa moderna, La Nuova
Italia, Firenze,1994.
María Esther Aguirre Lora