Indice:
Introducción
Cámpora al gobierno
Hacia las elecciones
El triunfo del FREJULI
El 25 de mayo
Los días de Cámpora
El retorno
Interregno y elecciones
La noche del 25 de mayo de 1973
La renuncia de Cámpora
Días de esperanzas
Discurso de Perón del 21 de junio de
1973
El 17 de noviembre de 1972 Perón
llegó a la Argentina; su
domicilio en la calle Gaspar Campos, en Vicente López,
atrajo multitudes. Antes de regresar a Madrid, anunció la
fórmula que el FREJULI llevaría a los comicios del
11 de marzo: Cámpora-Solano Lima. La campaña
electoral se hizo con el lema "Cámpora al gobierno,
Perón
al poder". Las
urnas dieron amplia mayoría al FREJULI, cuya
heterogénea composición provocó la lucha
entre el ala izquierda y el ala derecha del peronismo.
Perón regresó al país definitivamente el 20
de junio, pero los choques entre los que fueron a recibirlo
terminaron en una matanza. Cámpora renunció el 13
de julio y, después de un breve interregno de Raúl
Lastiri, la fórmula Perón-Perón se impuso
abrumadoramente el 23 de septiembre.
Hay imágenes
que quedan fijadas en la memoria
colectiva como referencias inamovibles de ciertos hechos
históricos. La fotografía
de José Rucci amparando con un paraguas a Perón al
pie de la escalerilla del Giuseppe Verdi que lo
traía desde Roma, es una de
ellas. Ese 17 de noviembre de 1972 se concretaba lo que desde
1955 había sido un sueño para millones de
argentinos. Y con el retomo de Perón comenzaba la
última etapa de la Revolución
Argentina, el
movimiento que
en el año 1966 no se había prometido plazos sino
más bien objetivos, y
que ahora, después de remover tres presidentes,
debía apurar los plazos para transferir el poder sin
haber cumplido ninguno de sus objetivos.
Un formidable dispositivo de seguridad
impidió que muchos miles de partidarios de Perón se
acercaran a Ezeiza, pero en los días que siguieron el
desfile popular frente a la residencia de la calle Gaspar Campos
fue incesante. De día y de noche era permanente
allí la presencia juvenil, cuyas consignas y
cánticos al principio divirtieron pero luego fatigaron a
su principal ocupante, instalado allí junto con
-Isabelita» y López Rega. Durante el mes escaso que
duró la permanencia de Perón en la Argentina la
residencia de Vicente López fue la verdadera casa de
gobierno.
Allí se entrevistó el líder
justicialista con los principales jefes opositores, entre ellos
Balbín; allí impartió sus directivas para
llegar a diversos acuerdos internos y externos.
El 21 de noviembre se concretó el más
importante en el restaurante Niño.
Prácticamente todos los partidos estuvieron presentes en
la reunión, presidida por Perón. Aunque el acuerdo
en el que todos coincidieron era vago y casi puramente
retórico, la capacidad de convocatoria del Jefe
justicialista quedaba demostrada acabadamente, como asimismo
quedaba demostrado el aislamiento que cercaba a Lanusse: en
cierto modo, el Gran Acuerdo Nacional lo había logrado
Perón y no el presidente… Además, se ratificaba
la vocación electoral del país entero. Aunque
Lanusse había prometido entregar el poder el 25 de mayo de
1973, las elecciones aparecían ahora como una exigencia de
las fuerzas cívicas y no como una concesión del
poder. «Las elecciones son imprescindibles, porque sin
ellas no hay ninguna solución estable y porque la
exigencia de un gobierno fuerte como el que el país
necesita sólo surge del vigor incontenible de la democracia que
sólo genera el sufragio», decía La
Nación del 23 de noviembre y agregaba que el gobierno
«se vio obligado a seguir la dinámica del proceso que
él mismo había desencadenado".
En efecto, los partidos se preparaban para la contienda
electoral. En noviembre la UCR había consagrado la
fórmula Ricardo Balbín-Eduardo Gamond,
después de una lucha interna donde la precandidatura de
Raúl Alfonsín demostró una inesperada
importancia. La Alianza Popular Revolucionaria proclamó a
Oscar Alende y Horacio Sueldo, vinculando así al Partido
Intransigente con una fracción de la democracia
cristiana. La Alianza Popular Federalista proclamó
candidatos a Francisco Manrique y Rafael Martínez
Raymonda, en una conjunción de fuerzas independientes y
partidos locales con el Partido Demócrata Progresista. Dos
fracciones del antiguo socialismo
levantaron los nombres antagónicos de Américo
Ghioidi y Juan Carlos Coral. A la vez, un grupo de
partidos provinciales concretó la candidatura del
brigadier Ezequiel Martínez, con Leopoldo Bravo en segundo
término. La corriente liberal que acompañaba a
Alvaro Alsogaray, llamada entonces Partido Cívico
Independiente, designó candidato a Julio Chamizo, y el
Frente de la Izquierda Popular, hizo lo propio con Jorge Abelardo
Ramos.
En cuanto al peronismo, el MID
(Movimiento de
Integración y Desarrollo,
orientado por A. Frondizi y R. Frigerio), el Partido Conservador
Popular y otras fuerzas menores combinadas en el Frente
Cívico de Liberación Nacional (FRE-CILINA), antes
de partir de regreso a Madrid Perón dejó dos
indicaciones. En primer lugar, se cambiaría el nombre de
la alianza, que ahora pasaba a llamarse Frente Justicialista de
Liberación (FREJULI). Además, quedaba designada la
fórmula que sostendría en los comicios:
Héctor J. Cámpora y Vicente Solano Lima.
El candidato presidencial, de opaca actuación durante las
presidencias de Perón, había sido su delegado
personal en
los últimos años y era respaldado por la juventud
peronista; en cuanto a Lima, su candidatura vicepresidencial era
la culminación de su antigua posición de
entendimiento con el peronismo.
La multiplicidad de fórmulas no podía
ocultar, por otra parte, que la polarización se
daría entre la UCR y el FREJULI. En este juego, el
gobierno de Lanusse quedaba totalmente descolocado: la
única alternativa política que contaba
con su simpatía, la del brigadier Martínez, no
tenía la menor posibilidad en las urnas.
Entre rumores de que no habría elecciones y
enérgicos desmentidos del gobierno ratificando su voluntad
de entregar el poder al ganador; entre actos de violencia que
el ERP y los
Montoneros seguían produciendo, y discursos de
los candidatos fre-julistas caracterizados por reiteradas
consagraciones a Perón, se deslizaban las semanas previas
a los comicios. El 30 de enero Mor Roig anunció que la
Junta de Comandantes había establecido cinco puntos para
el futuro. Se exigía a los triunfadores que acataran la
Constitución, que aseguraran la independencia
del Poder Judicial,
que descartaran amnistías indiscriminadas y que
compartieran con las Fuerzas Armadas las responsabilidades sobre
seguridad interna
y externa. Los cinco puntos expresaban los temores de las
cúpulas militares de que los sectores más extremos
del peronismo se apoderaran del poder real, como parecía
predecirlo el tono de la campaña. Montoneros copaba los
actos peronistas y en todos lados reiteraban su sombría
jactancia: "Duro, duro, duro, / éstos son los montoneros
que mataron a Aramburu"; coreaban que Cámpora iría
al gobierno pero que Perón ejercería el poder;
prometían vengar a -los mártires de Trelew". Los
hechos iban a demostrar que "los cinco puntos" evitarían
los sucesos posteriores a la transferencia del poder.
Por fin, el 11 de marzo de 1973 se efectuaron los
comicios. En las últimas semanas la sensación de
triunfo del FREJULI se había acentuado y la única
incógnita era si lograse en la primera vuelta el 50% de
los sufragios. Cámpora-Lima obtuvieron el 49,6 por ciento
de los votos, prácticamente la mitad del electorado;
Balbín fue apoyado por el 21,3 por ciento; Manrique hizo
una gran elección, al reunir casi el quince, mientras que
Alende obtuvo el 7 por ciento. "Reconozco en usted al hombre que ha
elegido la democracia argentina-, se apresuró a decir
Balbín a su adversario. «Trabajaremos juntos por la
reconstrucción nacional», le respondió
Cámpora. La UCR decidió no presentarse a una
segunda vuelta en el orden nacional, por considerarlo
innecesario; en cambio, se
celebrarían comicios en la Capital
Federal y trece provincias para decidir situaciones sobre las que
no había recaído hasta el momento un
pronunciamiento electoral tan neto. El 3 de abril se reiteraron
los triunfos del FREJULI, menos en la Capital
Federal, donde Femando de la Rúa, radical, ganó la
senaduría al ultra nacionalista del FREJULI, Marcelo
Sánchez Serondo.
Entre el 25 de marzo y el 1 de abril Cámpora se
trasladó a Italia para
entrevistarse con Perón. Entre tanto, ese mes se
intensificó la ofensiva guerrillera: secuestro del
almirante Francisco Alemán y asesinato del almirante
Hermes Quijada en represalia por la matanza de Trelew. Para
tornar más inquietante el panorama, el 22 de abril Rodolfo
Galimberti, secretario general de la Juventud
Peronista, anunció la formación de "milicias
populares», lo que fue desmentido poco tiempo
después. Tres días más tarde, Juan M. Abal
Medina y Galimberti viajaban repentinamente a Madrid, y el
segundo de ellos era relevado de su cargo por decisión de
Perón.
A principios de
mayo se reunieron las dos cámaras del Congreso en
sesión preparatoria: la vicepresidencia provisional del
Senado correspondió a Alejandro Díaz Bialet y la
presidencia de Diputados a Raúl Lastiri, yerno de
López Rega.
Lo que debió ser una jornada de
júbilo se transformó para muchos en motivo de
preocupación, pues por primera vez en la historia la
conducción peronista perdía el control de lo que
siempre había sido su fuerte: la movilización
popular." El editorial de Criterio expresaba con exactitud
lo que aconteció ese día. Dentro de un clima de
Júbilo y euforia, una enorme multitud que se aprestaba a
asistir al retorno de la normalidad constitucional se vio
sorprendida por desmanes y agresiones de pequeños grupos
organizados. Se quemaron varios automóviles, muchos
militares que concurrían a la Casa de Gobierno fueron
hostilizados de hecho. Se hicieron «pintadas» en la
Casa Rosada signándola como «Casa Montonera».
Ni el delegado uruguayo ni el norteamericano se animaron a
asistir a la ceremonia; lo hicieron, y fueron aclamados, el
presidente de Chile,
Salvador Allende, y el de Cuba, Osvaldo
Dorticós. Cámpora leyó un
extenso mensaje en el Congreso, con profusión de alusiones
laudatorias de Perón; pero optó por eludir a la
multitud y trasladarse a la Casa de Gobierno en
helicóptero. Por primera vez en la historia del país, un
presidente llegaba por vía aérea a su sede natural
para asumir la Presidencia. En su interior, el ambiente era
tenso; Lanusse, con sonrisa resignada, estaba marcado por
centenares de manos crispadas en el signo de la V de la victoria,
soportando expresiones irreproducibles que provenían de la
juventud peronista. Después de departir unos instantes, se
efectuó el acto de entrega de las insignias del poder. El
almirante Coda y el brigadier Rey aceptaron retirarse de la Casa
Rosada en helicóptero, pero, con un gesto de coraje muy
propio de él, el presidente saliente se retiró por
la entrada de la calle Rivadavia afrontando las iras de la
multitud, aunque no se produjeron incidentes graves.
—Yo sé que ustedes querrían ver en
este lugar y con estos atributos presidenciales al general
Perón -dijo Cámpora desde el balcón minutos
después. Pues yo les aseguro que en este momento es
Perón quien ha asumido el poder».
Terminó su breve alocución con una
exhortación que sonó familiar a los oídos de
la multitud: "De casa al trabajo y del trabajo a
casa…»
Pero la juventud peronista no pensaba irse a casa esa
noche. Terminado el acto oficial, se dirigió en masa hacia
la cárcel de Villa Devoto para forzar la liberación
de los militantes que allí se encontraban detenidos y que
en ese momento habían virtualmente ocupado el penal.
Así, uno de los cinco puntos elaborados por los
comandantes en jefe en enero quedaba borrado por la dinámica de los hechos. A las 9 de la noche
Abal Medina anunció que todos serían puestos en
libertad, y
una hora y media después el presidente firmaba un indulto
masivo, que el Congreso confirmó al día siguiente
con una ley de
amnistía apresuradamente votada para cubrir la
irregularidad del procedimiento.
La liberación de los presos políticos fue
una verdadera estampida en la que se colaron muchos delincuentes
comunes, y produjo incidentes que dejaron el saldo de dos muertos
y varios heridos. Así terminaba la primera jornada de
gobierno.
Minutos antes de la asunción de Cámpora se
había conocido su gabinete, que reflejaba las tensiones
internas del peronismo. Dos integrantes (Esteban Righi, en
Interior, y Juan C. Puig, en Relaciones Exteriores) se
identificaban con las tendencias izquierdistas de la juventud que
rodeaba al nuevo presidente; José López Rega, en
Bienestar Social, era la presencia del grupo
íntimo de Perón; tres peronistas históricos
(José B. Gelbard, en Economía, Jorge A.
Taiana, en Educación, y Antonio
Benítez, en Justicia)
significaban la continuidad del movimiento. Pero si el gabinete
representaba más o menos equilibradamente las corrientes
internas del peronismo, la lucha por la conquista del poder no
fue tan pacífica en los días siguientes. En el
clima festivo
que se vivía, una ola de ocupaciones se generalizó
en reparticiones públicas, empresas del
Estado,
medios de
difusión, hospitales, etc., dando una sensación de
caos y evidenciando la falta de control real por
parte del flamante presidente. Guido Di Tella en su libro
Perón-Perón (Buenos Aires,
Sudamericana, 1983) dice que «era obra de grupos que
habían llegado a constituirse en factores autónomos
en el escenario político argentino-, aunque "no eran
muchos los que advertían la profunda penetración ni
la importancia alcanzada por las organizaciones
subversivas».
Escenario principal de esas ocupaciones fue la Universidad de
Buenos Aires,
que por disposición de Perón fue entregada a
Rodolfo Puiggrós, intelectual marxista expulsado del
Partido Comunista en 1948 por su posición de
colaboración con el entonces presidente de la Nación.
Frente a este avance de la izquierda peronista, los
sectores de derecha y muchos dirigentes sindicales se apresuraron
también a copar organismos públicos y medios de
difusión. Así, la división latente del
peronismo se manifestaba conflictivamente en el aparato del
Estado, y las
resonancias de este enfrenta-miento afectaban al país
entero. El país antiperonista o no peronista miraba con
tolerancia
estos desórdenes atribuyéndolos a una natural
reacción después de siete años de dictadura
-aunque Lanusse había respetado como pocos gobiernos la
libertad de
expresión. En realidad, lo que se Jugaba era
fundamental, y tras esas aparentes desprolijidades se trataba, ni
más ni menos, de definir lo que debía ser el
peronismo. La interna que nunca había vivido el
justicialismo, envarado en su cómodo verticalismo, ahora
tenía que dirimirse en términos dramáticos.
La juventud, infiltrada por los Montoneros y las organizaciones de
izquierda, pretendía hacer del peronismo una fuerza
revolucionaria, instrumento de una experiencia como la de
Chile o
Cuba. El
sindicalismo y
los sectores políticos del peronismo querían algo
parecido a los años felices de 1946 y siguientes:
¿la "patria peronista» o la -patria
socialista»? En medio del choque, Perón con sus
altos años, tratando de arbitrar, otorgando algo a cada
una de las alas pero viendo con preocupación que
detrás de la figura leal e ingenua de Cámpora la
izquierda tomaba posiciones difícilmente expugnables. Los
jóvenes peronistas veían en él a un Mao o un
Fidel; pero el líder
justicialista quería que las cosas anduvieran -en su
medida y armoniosamente". Se sentía comprometido con el
radicalismo y no quería asustar a las Fuerzas Armadas. Y,
sobre todo, no creía en revoluciones como las que
predicaban sus jóvenes seguidores. Por eso lo
sobresaltaron algunas actitudes de
Cámpora, como la del 13 de junio, cuando recibió a
dirigentes de FAP, FAR y Montoneros; en cambio,
«el General- suscribía una política como la del
«pacto social», firmada entre la CGT y la CGE, que
era una reedición de su comunidad
organizada» de los años cincuenta. Por su parte, el
ERP
seguía ejerciendo la violencia: el
6 de junio, después de una conferencia de
prensa de
Roberto Santucho en la que anunció que la lucha
continuaba, secuestró a un empresario inglés
por el que se pidieron dos millones de dólares de rescate,
que iba a embolsarse la
organización.
Pero en la apoteosis peronista falta un hecho: el
regreso de Perón en toda su gloria, un regreso distinto
del de noviembre de 1972, impedido de manifestarse en su
repercusión popular por las medidas de seguridad adoptadas
por Lanusse. Con la intención de acompañar a
Perón en su retorno definitivo a la Argentina, el
presidente Cámpora viajó a Madrid acompañado
por la mayor parte del gobierno.
La crónica chica de ese viaje es
tragicómica. El viejo líder infligió a su
fiel Cámpora toda clase de desaires, le reprochó
haberse dejado manejar por elementos de izquierda extraños
al peronismo y se negó a asistir a la comida de gala que
le ofrecía Franco en el Palacio de la Moncloa. Un
Cámpora abrumado, desconcertado y deprimido fue el que
acompañó a Perón a subir al avión que
despegó de Barajas al amanecer del 20 de junio.
En Buenos Aires se aguardaba su arribo con enorme
expectativa. Se había constituido una comisión
especial integrada por José Rucci, Lorenzo Miguel, Juan M.
Abal Medina, Norma Kennedy y el teniente coronel Jorge Manuel
Osinde. A su llegada, Perón, Isabelita»,
Cámpora y López Rega serían trasladados en
helicóptero al palco de honor instalado en el puente que
cruza la Autopista Ricchieri y la ruta 205, al lado del barrio
Esteban Echeverría. Único discurso: el
de Perón.
Este plan se
frustró desde el principio. El aparato de seguridad armado
por Osinde, por una parte, y los militantes de Montoneros y de
otros grupos de izquierda, por otra, pugnaron, desde la tarde del
día anterior, por ocupar posiciones estratégicas
que les permitieran copar el acto. Por lo menos un millón
de personas, llegadas de todos los puntos del país, fueron
los involuntarios asistentes a la batalla campal que se
desató hacia el mediodía.
Fue una matanza cuyo luctuoso saldo tal vez no se
conozca nunca con exactitud. El periodista Horacio Verbitsky
habla módicamente de sólo trece muertos y 365
heridos, pero es muy probable que los muertos hayan alcanzado el
centenar. Los peores momentos se sitúan entre las 14.30 y
las 16.30. Fueron inútiles los llamados formulados por el
cineasta Leonardo Favio: había una decisión
irrevocable por ambas partes de no dejar el acto en manos de los
otros… Entre tanto, el vicepresidente Lima se comunicaba con el
avión que traía a Perón y le pedía
que aterrizase en Morón, pues todas las medidas de
seguridad habían sido desbordadas.
Así fue como, poco antes del anochecer, el
líder Justicia-lista
pisó el suelo argentino
ante un desolado grupo de funcionarios en el aeropuerto militar
de Morón. En noviembre, su apoteosis había sido
frustrada por el dispositivo montado por Lanusse; en junio, por
sus propios partidarios. Al día siguiente Perón se
dirigió al pueblo sin aludir a los hechos de Ezeiza.
Pidió comprensión ante la marcha de las cosas,
repitió que venía «desencarnado» y
advirtió a quienes pretendían infiltrarse en el
peronismo, o coparlo, que él no lo permitiría. Dos
días después mantenía una cordial entrevista con
Balbín en el Congreso, para retribuir -se dijo- la visita
que el jefe radical le había hecho en
noviembre.
De allí en adelante los días de
Cámpora se hicieron cortos. La casa de la calle Gaspar
Campos era más importante, como en noviembre, que la Casa
Rosada. El 10 de julio se celebró allí una entrevista de
Perón con el comandante en jefe del Ejército,
general Jorge Carcagno; al día siguiente Cámpora
restituyó a Perón su grado de teniente general,
anulando la sentencia del «tribunal de honor» de
1955. Ese mismo día el almirante Álvarez y el
brigadier Pautarlo, comandantes de las otras dos Fuerzas Armadas,
visitaban a Perón en su casa simbolizando su reencuentro
con las instituciones
militares.
Y después, el 13 de julio, el país se
conmovió con la noticia de la renuncia de Cámpora.
Aunque se habían detectado algunos indicios en los
días previos, pocos creyeron que la sustitución
presidencial se realizara con tanta celeridad. Con su vocecilla
chirriante, López Rega, en reunión de gabinete,
había hecho diversos cargos a Cámpora y planteado
la necesidad de su renuncia. La voz del secretario privado de
Perón era la de Perón mismo, y Cámpora no
dejaría de ser nunca leal a su líder. De inmediato
hizo pública su dimisión; Lima hizo lo propio. Al
vicepresidente provisional del Senado se lo envió a
Europa en una
misión
nunca aclarada y Raúl Lastiri -tercero en la línea
de sucesión constitucional como presidente de la
Cámara de Diputados- pudo así hacerse cargo del
gobierno como presidente provisional, hasta que se realizaran las
elecciones presidenciales. Sólo dos cambios introdujo en
el gabinete: Righi fue sustituido en Interior por Benito
Llambí, y Puig reemplazado en Relaciones Exteriores por
Alberto Vignes.
Por irregular que fuera la maniobra, era un intento de
colocar las cosas en función de
realidad política. Viviendo Perón en la Argentina,
inevitablemente sería el verdadero presidente. Entonces,
¿por qué no institucionalizar la situación?
Como dice Di Tella: «La experiencia de Cámpora
estaba condenada desde el principio mismo, puesto que sólo
representaba las opiniones e intereses de una porción
minoritaria del movimiento […] La fricción natural entre
un líder personalista como Perón y un presidente
peronista fue intensificada por la nueva orientación
política adoptada por Cámpora».
En general, tanto la opinión
pública como la clase política vieron en el
desplazamiento de Cámpora una operación
conveniente. Sólo se pronunciaron en contra algunas
escasas voces, como la de Alfonsín: "es una suerte de
golpe de derecha para afirmar el continuismo […] un
otorgamiento a las Fuerzas Armadas de la posibilidad de asumir un
rol decisorio en el acontecer nacional-, declaración que
provocó la airada reacción de Rucci.
Durante el interregno de Lastiri los Montoneros y las
tendencias izquierdistas del peronismo no dejaron de movilizarse
para mantener su presencia. El 21 de julio se congregaron unos 80
000, casi todos jóvenes, frente a la residencia de
Perón, que se entrevistó con algunos de sus
dirigentes en presencia de Lastiri y López Rega, a quien
confirmó en su confianza. Cuatro días
después, nueva convocatoria en el parque Saavedra con
similar concurrencia, en conmemoración de Eva
Perón, convertida en una especie de símbolo de
la juventud peronista en tácito rechazo a
-Isabelita». Y el 22 'de agosto, recordando la -masacre de
Trelew», la juventud organiza un acto en Atlanta, cuya
parte oratoria cierra
Mario Firmenich. Sus dirigentes no lo sabían, pero eran
las últimas apariciones públicas de la tendencia
izquierdista del peronismo. En contraposición a estas
demostraciones, el 31 de agosto la CGT realizó un gran
desfile frente a su sede en apoyo de la fórmula Juan
Perón-María Estela Martínez de Perón,
es decir, Perón-Perón. La «Tendencia-
(izquierda peronista) rivalizó con los cegetistas en ese
acto.
No eran los únicos en moverse. El ERP
intentó el 6 de septiembre la operación militar
más ambiciosa emprendida hasta entonces por una organización guerrillera. Copó el
Comando de Sanidad, cuyo acceso le fue franqueado por el soldado
dragoneante Hernán Invernizzi, y después de matar
al segundo jefe del Regimiento de Patricios, Tte. Cnel.
Raúl Duarte Ardoy, se apoderó de numeroso material
bélico. Pero debieron rendirse al ser cercados por
efectivos policiales y del Ejército. Perón
condenó el episodio: "No tiene connotaciones
ideológicas. Es un delito
común. El bandido, de cualquier ideología que sea, es un
bandido».
Tres días después el ERP obligó al
diario Clarín a publicar tres solicitadas a toda
página para denunciar las próximas elecciones como
una farsa, profetizando que se acercaba el momento de que el
pueblo adquiriera una conciencia
socialista y ridiculizando a «Isabelita»,
López Rega y Lastiri. El grupo había secuestrado al
apoderado de Clarín, amenazando con matarlo si no
se publicaban sus avisos. El mismo día en que aparecieron
las solicitadas del ERP, un grupo de sindicalistas atacó a
Clarín con explosivos y armas cortas, en
castigo por su blandura…
A pesar de todos estos hechos, seguía
desarrollándose una curiosa campaña electoral.
Porque todos sabían que Perón triunfaría
abrumadoramente, y la mayoría de los posibles candidatos
se había apartado: de algún modo, todos hicieron
suyas las declaraciones de Alende en el sentido de que -el pueblo
quiere que Perón sea presidente, y nosotros no lo
entorpeceremos…" Pero también porque la fórmula
ganadora la integraba un matrimonio… Y
un matrimonio que
no realizó ningún esfuerzo proselitista.
Sólo Balbín, acompañado esta vez por De la
Rúa, y Manrique, a la expectativa de recoger el electorado
no comprometido, ensayaron un contrapunto a
Perón-Perón.
La fórmula peronista obtuvo el 23 de septiembre
el 62 por ciento de los sufragios, porcentaje nunca visto en los
anales electorales; Balbín mantuvo su 25 por ciento y
Manrique bajó al doce. Finalmente, Perón
volvería a ser presidente. Si bien se examina, era la
última derrota de la Revolución
Argentina…
Faltaban pocos días para que asumiera
Perón. Al día siguiente del comicio asumió
la jefatura de la Policía Federal el general retirado
Miguel Ángel Íñiguez y el Poder
Ejecutivo declaró la ilegalidad del ERP. Ambas medidas
presagiaban un endurecimiento de la lucha antisubversiva, pues
Íñiguez era un militar «duro» que
había encabezado en tiempos de Frondizi una abortada
intentona peronista. Se avecinaba una lucha encarnizada, y las 62
Organizaciones, vanguardia
sindical del peronismo, declararon que «a pesar de su
disfraz de mascaritas, iremos a buscarlos uno a uno, porque los
conocemos: han rebasado la copa y ahora tendrán que
atenerse a las consecuencias.»
Sin embargo, el país confiaba en que, una vez
asumida la presidencia de la Nación,
la figura de Perón habría de operar con un sentido
de pacificación: era difícil incurrir en la ira del
"Viejo-, y nadie quería exponerse a ser excomulgado por el
líder. Pero el 25 de septiembre ocurrió un hecho
demostrativo de la audacia de las organizaciones subversivas.
Mientras Rucci salía de una casa de la calle Avellaneda,
en la Capital Federal, una ráfaga lo alcanzó sin
que su numerosísima custodia armada pudiera repeler la
agresión. Veintitrés impactos de bala
recibió el secretario general de la CGT, que murió
en el acto. Nadie reclamó el asesinato de Rucci. Los
rumores lo atribuyeron al ERP y a la CIA, pero varios años
más tarde se supo que habían sido los Montoneros
los autores de esa acción, cuidadosamente planeada por el
poeta y militante Francisco Urondo. ¿El motivo? "Apretar"
a Perón mostrándole que sus bases eran vulnerables
y que la única alternativa que le quedaba era apoyarse en
la juventud… Al día siguiente cuatro mujeres asesinaron
al jefe del Departamento de Investigaciones
Aplicadas de la Universidad de
Buenos Aires, Enrique Grinberg. El cese de actividades decretado
por la Universidad de Buenos Aires en homenaje a Grinberg se
superpuso con el que había ordenado la CGT para honrar a
Rucci.
Y llegó el 12 de octubre de 1973. Perón
juró ante la Asamblea Legislativa en presencia de todos
los ex presidentes civiles (Frondizi, Guido, Illia y
Cámpora) y después lo hizo la vicepresidenta. El
presidente no leyó mensaje alguno ante el cuerpo
legislativo; habló al pueblo desde la Casa de Gobierno,
amparado por una caja de vidrio blindado.
Pidió la colaboración de todos los sectores y
reclamó paz y tranquilidad para concretar las tareas que
el país necesitaba. Si la «tendencia revolucionaria"
esperaba un discurso en la
sintonía que deseaba, se desencantó. Pero, de todos
modos, ¡Perón era al fin presidente! Se concretaba
aquello de «qué lindo que va a ser / Perón en
el poder», con una autoridad
política como nadie la había tenido en la historia
del país. A pesar de sus 78 años, conservaba la
gallardía de sus viejos tiempos; seguía siendo un
hombre
ocurrente y lleno de ideas, aunque algunos visitantes notaban que
su lucidez solía declinar por la tarde. Culminaba ese
día una de las aventuras políticas
más extraordinarias de los tiempos contemporáneos:
el retorno al poder de un político echado dieciocho
años atrás por sus propios errores. Un retorno
enmarcado por el apoyo de las multitudes y las esperanzas de
quienes no eran peronistas pero veían en el viejo
líder la única garantía de una Argentina
razonablemente ordenada.
La noche del 25
de mayo de 1973
Graves incidentes en Villa Devoto: 2
muertos.
- Graves incidentes se sucedieron en el frente y en las
inmediaciones del Instituto de Detención en Villa
Devoto, luego de que los presos políticos abandonaron el
penal. Tras una acción confusa en la que
participó un grupo de manifestantes, hubo disparos de
ametralladora y de otras armas largas, y
gases
lacrimógenos contra más de 5 000 personas. Como
resultado de los incidentes murieron dos jóvenes y otros
nueve resultaron con heridas de gravedad, mientras otros muchos
fueron lesionados. Fueron detenidas 145 personas.
.En Villa Devoto
- Unos 45 minutos después de salir los
últimos presos políticos del Instituto de
Detención de la Capital Federal, Unidad 2, y cuando en
el frente de la puerta principal del penal, y en sus
inmediaciones, se hallaban aún más de 5 000
manifestantes, se sucedieron los incidentes más graves
de la jornada, que dejaron dos muertos y nueve personas heridas
de consideración. - El origen de los disturbios y de los tiroteos es
confuso, pero, según las declaraciones recogidas en el
lugar, la acción que desencadenó los hechos
comenzó a las 0.45, cuando un grupo considerable de
manifestantes cargó contra la puerta principal de la
cárcel, en la calle Bermúdez, cerca de
Melincué. Al parecer se intentó abrir o hacer
ceder la puerta de hierro.
Entonces se oyeron los primeros disparos y luego el tableteo de
ametralladoras. Una de las versiones afirmaba que los primeros
tiros fueron hechos por los manifestantes, mientras que otras
informaciones señalaban que se habían efectuado
desde las casillas de vigilancia ubicadas en los muros que
rodean al Instituto. - Junto a la puerta de la calle Bermúdez se vio
caer a varias personas mientras otras, con heridas,
corrían a refugiarse en casas vecinas. Los manifestantes
se alejaron en distintas direcciones hacia la avenida Francisco
Beiró y hacia Nogoyá, al mismo tiempo que
llegaban patrulleros del IV Cuerpo de Vigilancia y efectivos
del Cuerpo de Guardia de Infantería, que efectuaron
recorridas y dispararon granadas de gases
lacrimógenos, y, al parecer, también disparos con
armas largas. - En el lugar se afirmó que algunos de los
manifestantes, antes de los incidentes, tenían sus
rostros semicubiertos con pañuelos, con el evidente
propósito de no ser reconocidos. Éstos -se dijo-
serían extremistas buscados por las fuerzas de
seguridad, y luego, al producirse los incidentes habrían
también usado armas de fuego.
Una amenaza
- En una gacetilla incluyóse un comunicado
suscripto por el denominado Ejército Revolucionario
del Pueblo, que sostiene que el "25 de mayo 276 presos
políticos fueron arrancados de las cárceles por
la movilización popular". - Acúsase a la policía y a los
militares contrarrevolucionarios de descargar "sus armas
sobre los compañeros, asesinando a dos e hiriendo a
siete". "El ERP -agrégase- ha manifestado su
posición de no combatir a la policía mientras
ésta no ataque al pueblo y sus vanguardias armadas;
pero frente a los hechos de Devoto señalamos que la
alevosa agresión policial no quedará impune.
Los compañeros asesinados serán
vengados".
(Crónica del diario La Nación
citada en Eugenio Méndez. Confesiones de un
montonero. Buenos Aires, Sudamericana-Planeta,
1985.)
La renuncia
de Cámpora
En las elecciones de 1973 resulté electo senador
por Córdoba; el 1 de mayo fui designado vicepresidente
primero de la mesa directiva del Senado. La presidencia de la
Cámara alta correspondía al vicepresidente de la
Nación, Vicente Solano Lima, y era presidente provisional
Alejandro Díaz Bialet.
El 13 de julio, pocos días después de la
accidentada llegada de Perón al país,
renunció Cámpora y coincidente-mente renunciaron
Solano Lima y Díaz Bialet, quien ese mismo día
viajó a España. Me
tocó entonces ocupar la presidencia del cuerpo, citar a la
Asamblea Legislativa para tratar las renuncias y tomar juramento
a Raúl Lastiri, presidente de la Cámara de
Diputados, a quien correspondía la presidencia provisional
de la Nación.
Yo estaba en mi despacho el 12 de julio cuando me
anunciaron que Cámpora me llamaba por teléfono. Atendí la
comunicación y reconocí su voz. Me dijo:
«Le hablo para pedirle que mañana a las ocho me vea
en la Casa Rosada; voy a entregarle mi renuncia como
presidente». Bajé rápidamente al despacho de
Lima -yo estaba en el segundo piso, Lima en el primero-, le
conté lo que había pasado y le pregunté:
«¿Por qué no se la entrega a usted?»
«Porque yo también renuncio-me contestó- lo
mismo que Díaz Bialet.»
Al día siguiente llegué a Casa de Gobierno
a la hora convenida, justo en el momento en que lo hacía
Cámpora. Fui testigo entonces del último saludo que
le tributó el personal militar
que cumplía funciones en las
dependencias del Poder
Ejecutivo. Entramos a una pequeña oficina y las
renuncias me fueron entregadas. Leí en voz alta la de
Cámpora, en la que explicaba que su actitud
obedecía a la necesidad de posibilitar la presidencia de
Perón, voluntad irrebatible de todo el pueblo argentino.
Mientras lo hacía noté que se le llenaban los ojos
de lágrimas. Me dijo: «Esta renuncia es un gesto
espontáneo y voluntario mío. Para quedarme en la
Presidencia tendría que enfrentarme cor el general
Perón, cosa que nunca haría, o, por el contrario
obrar contra mi decoro.»
La Asamblea del 13 de julio fue tremenda. Por los
pasillos circulaban los miembros de la Juventud Peronista. Se
anotaron 36 oradores; el duelo verbal y el griterío
resultaron muy violentos. Se suponía que la sesión
sería prolongada, y la fui llevando con serias
dificultades; debí amenazar algunas veces con desalojar la
galería, porque había diputados sumamente agresivos
que incitaban al público, algunos en contra de la renuncia
de Cámpora, otros a favor. La Asamblea duró tres
horas y media; comenzó a las 16.45 y terminó a las
20.23. Apliqué estrictamente el reglamento, cada orador
podía hablar no más de diez minutos. De los treinta
y seis anotados, treinta hicieron uso de la palabra. Lastiri
juró con inusitada rapidez y luego se retiró de
inmediato.
(Entrevista de
Hyspamérica.)
José
Antonio Allende
Abogado. Constituyente por Córdoba en 1957.
Senador nacional por Córdoba, 1973-1976. Presidente del
Senado, 1973-1975, presidente de la Comisión de Educación, y
vicepresidente de la Comisión de Economía. Redactor de
la ley universitaria de 1974, aprobada por unanimidad.
Días de esperanzas
El corto período de gobierno del doctor
Héctor Cámpora marcó, para quienes fuimos
testigos y partícipes, algunos hechos que dejaron huellas
indelebles. Más allá de la aptitud del gobierno,
constituíamos una generación que por entonces
andaba entre los 20 y los 30 años, y los acontecimientos
provocaban un cotidiano acercamiento a la política. Las
que llevaron a Cámpora al gobierno eran, de hecho, las
primeras elecciones en más de ocho años. Y el suyo,
el primer gobierno peronista desde 1955.
Vivíamos -una gran mayoría participaba de
ese clima- en una verdadera nube de fantasías e ilusiones.
Era lógico: luego del golpe militar contra Frondizi, luego
del absurdo derrocamiento de Illia, luego de lo de los azules y
colorados, muchos estábamos convencidos de que los
militares nunca más se iban a internar en aventuras
antidemocráticas. Que jamás iban a volver a
pisotear la Constitución.
¡Qué ilusos! ¡Qué simplistas!
¡Qué faltos de memoria! Pocos -o
casi nadie- advertían el peligroso sendero que empezaban a
transitar las juventudes por un lado y, por otro, los infaltables
fascistas, los matones de algunos sindicatos,
los petardistas y los resentidos con uniforme. Entrábamos,
sencillamente, en el tiempo de la violencia irracional. La
época de los «brazos armados» de supuestas
ideologías populares. La opción de
liberación o dependencia esbozada con un grado de
infantilismo e inmediatismo que hoy, a la distancia, sólo
se justifica dentro de nuestra generación, por la
inmadurez política provocada por tantos años de
golpes y proscripciones.
Sin embargo, la época de Cámpora
marcó también cierta calma, cierta tranquilidad,
cierto oxígeno
que -sin tomar demasiada conciencia de
ello- nos permitió mirar hacia adelante,
imaginándonos un país futuro. Había
esperanzas. Había participación. Había
ganas.
Después vino su renuncia. Una actitud que
obligó a sincerarse a todo el mundo, a quitarse la careta.
La Argentina llegó otra vez a las elecciones. Esta vez sin
proscripciones. Entonces cada uno podía decir lo que
quisiera. Y cada uno cumplió su papel en la
historia. No hubo más títeres. Y así, sin
advertirlo demasiado, los argentinos nos fuimos acercando al
tiempo del horror y de la
muerte.
Otelo Borroni
y Roberto Vacca
Periodistas. Directores de Historias de la
Argentina Secreta.
Discurso de
Perón del 21 de junio de 1973
"Llego casi desencarnado. Nada puede perturbar mi
espíritu porque retorno sin rencores ni pasiones, como no
sea la que animó toda mi vida: servir lealmente a la
patria, y sólo pido a los argentinos que tengan fe en el
gobierno justicialista porque ése ha de ser el punto de
partida para la larga marcha que iniciamos. Tal vez la
iniciación de nuestra acción pueda parecer indecisa
o imprecisa. Pero hay que tener en cuenta las circunstancias en
las que la iniciamos. La situación del país es de
tal gravedad que nadie puede pensar en una reconstrucción
en la que no deba participar y colaborar. Este problema, como ya
lo he dicho muchas veces, o lo arreglamos entre todos los
argentinos o no lo arregla nadie. Por eso deseo hacer un llamado
a todos, al fin y al cabo hermanos, para que comencemos a ponemos
de acuerdo […]
-Tenemos una revolución que realizar, pero para
que ella sea válida ha de ser una reconstrucción
pacífica y sin que cueste la vida de un solo argentino. No
estamos en condiciones de seguir destruyendo frente a un destino
preñado de asechanzas y peligros. Es preciso volver a lo
que fue en su hora el apotegma de nuestra creación: de
casa al trabajo y del trabajo a casa, porque sólo el trabajo
podrá redimirnos de los desatinos pasados. Ordenemos
primero nuestras cabezas y nuestros espíritus
[…]
•Necesitamos la paz constructiva, sin la cual
podemos sucumbir como Nación. Que cada argentino sepa
defender esa paz salvadora por todos los medios, y si alguno
pretendiera alterarla con cualquier pretexto, que se le opongan
millones de pechos y se alcen millones de brazos para
sustentarlas por los medios que sean precisos. Sólo
así podremos cumplir nuestro destino […]
•Conozco perfectamente lo que está
ocurriendo en el país. Los que creen lo contrario se
equivocan. Estamos viviendo las consecuencias de una posguerra
civil que, aunque desarrollada embozadamente, no por eso ha
dejado de existir, a lo que se suman las perversas intenciones de
los factores ocultos que desde las sombras trabajan sin cesar
tras designios no por inconfesables menos reales. Nadie puede
pretender que esto cese de la noche a la mañana. Pero
todos tenemos el deber ineludible de enfrentar activamente a esos
enemigos si no queremos perecer en el infortunio de nuestra
desaprensión e incapacidad culposa […]
•Los peronistas tenemos que retornar a la
conducción de nuestro Movimiento, ponernos en marcha y
neutralizar a los que pretenden deformarlo desde abajo y desde
arriba. Nosotros somos justicialistas, levantamos una bandera tan
distante de uno como de otro de los imperialismos dominantes. No
creo que haya un argentino que no sepa lo que ello significa. No
hay nuevos rótulos que califiquen a nuestra doctrina y a
nuestra ideología.
•Los que pretextan lo inconfesable, aunque cubran
sus falsos designios con gritos engañosos o se
empeñen en peleas descabelladas, no pueden engañar
a nadie. Los que no comparten nuestras premisas, si se subordinan
al veredicto de las urnas, tienen un camino honesto que seguir en
la lucha, que ha de ser para el bien y la grandeza de la patria y
no para su desgracia. Los que ingenuamente piensan que pueden
copar nuestro Movimiento o tomar el poder que el pueblo ha
reconquistado se equivocan. Ninguna simulación
o encubrimiento, por ingeniosos que sean, podrán
engañar a un pueblo que ha sufrido lo que el nuestro y que
está animado por una firme voluntad de vencer.
•Por eso deseo advertir a los que tratan de
infiltrarse en los estamentos populares o estatales que por ese
camino van mal. Así, aconsejo a todos ellos tomar el
único camino genuinamente nacional: cumplir con nuestro
deber de argentinos sin dobleces ni designios inconfesables.
Nadie puede ya escapar a la tremenda experiencia que los
años, el dolor y el sacrificio han grabado a fuego en
nuestras almas y para siempre […]»
Historia de la Argentina
(1966-1976) Crónica
Autor:
Gustavo
Olmedo
gustavoolmedo[arroba]hotmail.com