Resumen Anaconda - Horacio Quiroga
Eran las diez de la noche y hacía un calor sofocante. El tiempo cargado pesaba sobre la selva, sin un soplo de viento. Por un sendero de vacas en pleno espartillo blanco, avanzaba Lanceolada, con la lentitud genérica de las víboras. Era una hermosísima yarará de un metro cincuenta, con los negros ángulos de su flanco bien cortados en sierra, escama por escama. -Quisiera pasar cerca de la Casa -se dijo la yarará-. Mal asunto...-¡El Hombre! -murmuró Lanceolada. La sombra estuvo sobre ella. El Hombre se detuvo: había creído sentir un golpe en las botas. Pero Lanceolada vio que la Casa comenzaba a vivir, esta vez real y efectivamente con la vida del Hombre. Hombre y Devastación son sinónimos desde tiempo …ver más…
La Ñacaniná, inmóvil sobre el tirante, ojos y oídos alertos, comenzaba a tranquilizarse. De estos hombres no hay gran cosa que temer....La Ñacaniná sentíase cada vez más inclinada a la compasión. -¡Pobre gente! -murmuró-. -Por suerte, vamos a hacer una famosa cacería de víboras en este país. No hay duda de que es el país de las víboras.-Hum..., hum..., -murmuró Ñacaniná, arrollándose. La Ñacaniná, cuyo largo puede alcanzar a tres metros, es valiente, con seguridad la más valiente de nuestras serpientes. -Es una Ñacaniná... -¿Ratas?... Y como continuaba provocativa, un hombre se levantó al fin. Hay ataque y ataque. Fuera de la selva y entre cuatro hombres, la Ñacaniná no se hallaba a gusto. Creíamos que te ibas a quedar con tus amigos los hombres...-murmuró Ñacaniná. Y pasar al otro lado del río repuso Ñacaniná. -¡Cuenta, entonces! Y Ñacaniná contó todo lo que había visto y oído: la instalación del Instituto Seroterápico, sus planes, sus fines y la decisión de los hombres de cazar cuanta víbora hubiera en el país. -¡Cazarnos! -saltaron Urutú Dorado, Cruzada y Lanceolada, heridas en lo más vivo de su orgullo-. -¡Exactamente! -apoyó Ñacaniná-. Para la Ñacaniná, el peligro previsto era mucho menor. -¿Tienes un plan? -preguntó ansiosa Terrífica, siempre falta de ideas. -¡Ten cuidado! -le dijo Ñacaniná, con voz persuasiva-. Hay varias jaulas vacías... ¡Ah, me olvidaba! -agregó, dirigiéndose a Cruzada-. Hay un perro negro muy peludo... Creo que sigue el