Proceder ético en las instituciones y organizaciones
EL FANTASMA DE CANTERVILLE
Oscar Wilde (1854 - 1900)
Imagen de dominio público. Fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/Oscar_Wilde EL FANTASMA DE CANTERVILLE
CAPÍTULO I
Cuando míster Hiram B. Otis, ministro de los Estados Unidos de América, compró
Canterville Chase, todo el mundo le dijo que cometía una gran locura, porque la finca estaba embrujada. Hasta el mismo lord Canterville, como hombre de la más escrupulosa honradez, se creyó en el deber de participárselo a míster Otis, cuando llegaron a discutir las condiciones.
-Nosotros mismos -dijo lord Canterville- nos hemos resistido en absoluto a vivir en ese sitio desde la época en que mi tía abuela, la duquesa de Bolton, tuvo un ataque de nervios, del que
nunca …ver más…
Miss Virgina E. Otis era una muchachita de quince años, esbelta y graciosa como un cervatillo, con mirada francamente encantadora en sus grandes ojos azules. Amazona maravillosa, sobre su poney derrotó una vez en carreras al viejo lord Bilton, dando dos veces la vuelta al parque, ganándole por caballo y medio, precisamente frente a la estatua de
Aquiles, lo cual provocó un entusiasmo tan grande en el joven duque de Cheshire, que le propuso matrimonjo allí mismo, y sus tutores tuvieron que mandarle aquella misma noche a
Eton, bañado en lágrimas. Después de Virginia venían dos gemelos, a quienes llamaban
Estrellas y Rayas 1 porque se les encontraba siempre juntos. Eran unos niños encantadores y, con el ministro, los únicos verdaderos republicanos de la familia.
1 Alude a la bandera de los Estados Unidos de América.
Como Canterville Chase está a siete millas de Ascot, la estación más próxima, míster Otis telegrafió que fueran a buscarle en coche descubierto, y emprendieron la marcha en medio de la mayor alegría. Era una noche encantadora de julio, y el aire estaba impregnado por el aroma de los pinos. De vez en cuando se oía una paloma arrullándose dulcemente, o se vislumbraba entre los helechos, la pechuga de oro bruñido de algún faisán. Ligeras ardillas les espiaban desde lo alto de las hayas a su paso; unos conejos corrían como exhalaciones a través de los matorrales o sobre los collados cubiertos de musgo,