La Siembra De Ajos--Arturo Uslar Pietri

1976 palabras 8 páginas
LA SIEMBRA DE AJOS
Arturo Uslar Pietri
En lo oscuro del templo fue encendiendo una a una las diez velas, frente a la imagen imponente cu-bierta de exvotos. La luz amarilla le iluminó la figura sólida. Era un negro joven y recio. Mientras se arro¬dillaba, con el sombrero de paja plegado bajo el bra¬zo, oyó con extrañeza en el silencio crujir la suela de sus alpargatas. Comenzó a rezar con voz dura de cam¬pesino, sin inflexiones, monótonamente. A cada pala¬bra la luz se reflejaba en sus dientes blanquísimos y parejos.
Cuando salió, empezaba a anochecer. Sentía con¬tento de haber cumplido su misión. Había venido a pie, caminando durante tres días para cumplir aque¬lla promesa. Su madre, agonizando en el rancho del conuco, había ofrecido a
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Sintió el calor seco. Se había ido la bri¬sa. Quitó los ojos del traje con flores y advirtió su propia sombra agazapada a sus pies junto al surco. Se rascó con las manos terrosas la lana del pelo y es¬cupió a lo lejos. Parecía volver de un mareo.
Lentamente volvió a doblarse, sin pensar en nada, sintiendo únicamente su respiración acompañando el golpe de la escardilla. Arturo Uslar-Pietri
El sol del domingo cantaba en las campanas y ale¬graba los colores de la aldea. Todas las gentes anda¬ban por la calle, con las ropas almidonadas y tiesas, el sombrero en la coronilla, saludándose y detenién¬dose, con cierto aire de aguardar una gran noticia. Las mujeres, de zaraza floreada y pañolón. Los hom¬bres, agrupados a las puertas de las pulperías. Y los jugadores de bolas acompañando a gritos las peripe¬cias de la partida.
El había andado un poco huraño y extranjero por entre el inútil movimiento del día. El sábado había cobrado la paga de la semana y ya tenía dinero sufi¬ciente para emprender el viaje de regreso a su casa. Habría podido partir desde la madrugada misma, pero no podía decidirse. No tenía más que tomar el cami¬no y alejarse hacia el rancho y el conuco, donde lo aguardaba la vieja salvada por milagro. «Ya pagué la promesa, mamá», diría al llegar, y continuaría la vida ordinaria, como antes y como después. Pero no podía resolverse. Estaba como en la espera de algo vago que debía llegar o suceder previamente.
Andaba sin sosiego y un poco angustiado por

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