El centro de la telaraña escrito por Fernando Sorrentino

5787 palabras 24 páginas
Un sábado por medio, a la mañana, recorro a pie, ida y vuelta, cuarenta y cuatro cuadras. Es la distancia que media entre mi casa y la esquina de Olazábal y Estomba. Allí viven mi hija, Silvina, y mi yerno, Alejandro Di Paolo. No congenio ni con ella ni con él: los visito por el placer de juguetear con mi —hasta ahora— único nieto: Juan Francisco.
En cambio, dedico las otras mañanas del sábado a practicar puntería en el Tiro Federal Argentino con diversas armas de mi propiedad.
Ese día abandoné el polígono antes de las doce. Vivo en Libertador, entre Matienzo y Newbery. Apenas puse un pie en la vereda, encendí un cigarrillo y eché a caminar, sin prestar atención al mundo exterior y dejando vagar el pensamiento.
Me considero un hombre
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El miércoles retomé la iniciativa: reuní un círculo de financistas importantes y expliqué los alcances positivos de la medida. Se trataba de generar confianza. En ese campo, tengo valiosa experiencia.
Hablé sin apuro, con cierta displicencia campechana; ensayé un par de bromas sobre el humor bursátil e inventé una cita graciosa atribuyéndosela a Woody Allen. Tal como había pasado tantas veces, terminé convenciendo a la mayoría. El jueves la gente recuperó la serenidad y, horas antes de que cerrara la semana bursátil, la nueva compañía y sus acciones mostraron fuertes ganancias.
Se produjo un desencadenamiento de hechos favorables. En una entrevista publicada, ese mismo domingo, en el suplemento económico de La Nación, expliqué que la misión de la política era beneficiar a la sociedad toda: yo sólo era un instrumento para lograr el bienestar del pueblo.
En el Partido Integrista todos aprobaron mis palabras. El lunes, el patriarca del Partido, el anciano y astuto Antonio Dufour, me citó en su quinta de San Isidro.
Quería conocerme personalmente. No habló más de lo necesario:
—Se trata de mostrar que somos dinámicos, con sangre joven —me dijo.
Ese hombre mustio, que parecía débil, acababa de cumplir ochenta y dos años y manejaba las riendas del Partido desde siempre.
—Usted ha trabajado muy bien —y agregó—: Hasta ahora. Le auguro una extraordinaria carrera política.
Aquellas palabras, por provenir de quien provenían, me hicieron sentir serenamente

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