El Zipitio

1846 palabras 8 páginas
El Zipitio

La Rufina Pérez era una muchacha hermosa. Sus grandes ojos negros brillaban como dos lunas en la noche de su cara. Su cabello era largo y cuando el viento lo movía en su espalda, parecía que Rufina caminaba bailando con el ritmo del campo en su cuerpo.
La Rufina Pérez hablaba en náhuatl. Vestía refajos de colores brillantes, collares de perlitas de caucho donde el sol se quebraba en rayitos, y parecía que del pecho de Rufina brotaba un arco iris. A través de las correas de sus caites se podían ver sus pies morenos y gorditos como dos tamalitos.
Una mañana, Rufina y su mamá estaban en el patio de la casa dándoles de comer a los animales.
Hija –le dijo la señora-, ya te estás volviendo mujer.
Y la invitó a sentarse en la
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Al llegar al rio Rufina sentó el cántaro en la arena y se paró junto a la orilla, luego se inclinó hasta tocar el agua con la punta de sus dedos. Haciendo la señal de la cruz se incorporó diciendo: “Nombre de Dios, todo poderoso”. Luego se adelanto hasta el centro del río y se volvió a agachar, esta vez para lavarse la cara. Mientras se ponía de pie, Rufina pudo ver cómo, sobre el agua que temblaba haciendo círculos alrededor de su cuerpo, se formaba una figura.
Sentado sobre la piedra que llaman “La Carona”, ahí estaba en carne propia el Zipitio. Era tal y como su madre se lo había descrito. Rufina estaba inmóvil y aterrorizada.
Buenos días, buenos días, florecita. Buenos días, conejita; buenos días, Rufinita. Buenos días te dé el campo. buenos días te dé Dios. Rufina Pérez, yo soy el Zipitio.
Al escuchar esa voz gangosa, Rufina sintió como si gusanos peludos la treparan por todo el cuerpo. Al volver en sí, salió corriendo del río dando grandes zancadas que hacían sonar el agua: plaf, plaf, plaf.
Al ver que Rufina salía corriendo, el Zipitio dijo desesperado:
No, no Rufinita, no corras. No me tengas miedo, no voy a hacerte daño. Ya sé que soy panzón, enano y feo, pero sólo deseo tu bien. Regresa Rufinita.
El Zipitio se sentó a llorar sobre la piedra y desde allí pudo ver cómo Rufina se alejaba.
Detrás de los cerros, hilitos de luz subían bailando hacia el cielo y parecía como si el sol estuviera saliendo de la tierra. Rufina no paró hasta

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