Dama Pobreza, Ramón Ma Tenreiro

4747 palabras 19 páginas
DAMA POBREZA
(UN MILAGRO DE SAN FANCISCO)
NOVELA

PRIMERA CONSIDERACIÓN

Hemos de considerar devotamente San Francisco siendo de edad de cuarenta y tres años, por inspiración divina, se traslado con Fray León al monte Albernia, que años antes le había hecho donación el conde Orlando dei Cattani, para celebrar la asunción de nuestra Señora y ayunar una Cuaresma en honor del Arcángel San Miguel.

El Albernia fue su monte Tabor. Una nueva primavera de flores broto no bien San Francisco posaba en ellos sus plantas. Silvestres avecillas, en el primer descanso que hicieron los frailes acudieron con gracioso revoloteos y alegres y claros trino. Con maravilla del bendito Hermano León, único a quien le era permitido acercarse al
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Perdona pues, que yo, me atreva a utilizar tus servicios. Bien contra mi voluntad lo hago y solo movido de necesidad extrema. No era mucho lo que llevaban caminando cuando encontraron un rapaz que llevaba una pareja de tórtolas cogidas por las alas. San Francisco no podía ver sin tristeza que fueran conducidos al sacrificio los animales destinados para alimento humano. Por ello, no pudo menos de parar el borquillo y preguntarle al mozo que para que llevara aquellas pobres tortolitas cogidas de aquel modo por las alas.
- ¿Qué para que las llevo?- respondió con desparpajo el mancebo-. Para que cenemos esta noche. ¡Poco buenas que estarán guisadas con cebolla!
Piensa un momento en lo que vas a hacer- dijole dulcemente el Santo-, y solo con mirarte a la cara conozco ya que no serás capaz de realizarlo.
…Confiesa que no has visto jamás nada más lindo. Y considera luego que esa preciosa criatura vive con una vida análoga la tuya, salvo el alma inmortal; siente como sientes tu; sufre como sufres tu; hija del mismo Padre que está en los cielos. ¿Vedad que no ere capaz de apagar el diminuto fuego de esos ojillos? Suéltala ahora. El muchacho, con la frente caída, escuchaba inmóvil la palabra del Pobrecillo, contemplando las prisioneras de sus manos. Alzo después hacia San Francisco sus ojos arrasados con lágrimas.
- De buena gana las dejaría ir libre – murmuro-; pero está enferma mi madre, necesita alimentarse, y no tendrá que cenar si no le llevo

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