Cuento sebastopol

2432 palabras 10 páginas
Sebastopol
Augusto D'Halmar

I Tal vez lo único que sentí al abandonar ese infierno donde corren peligro el cuerpo y el alma, fue dejar a don Rolando, el contador, más solo si cabe, ya que en la salitrera no había tenido otro amigo que yo. Cuando llegué, tres años antes, él fue el único que se condolió de mi suerte de hijo de familia transplantado de la Escuela de Minería de la capital a la pampa salitrera y el único que me miró con menos desprecio. Yo iba a la oficina Sebastopol con el último puesto y allí donde la ley del escalafón se aplica rigurosamente, el empleado debe poseer un variado registro de tonos para sus relaciones con el personal, hasta llegar al simple operario, que significa ser. Las orgullosas universidades olvidan
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Para que tu negrita quedara bien puesta necesitaría ofrendar algo valioso y la cuenta de la Pra sube ya a...”. O bien: “Será preciso que tomemos un medio abono para la temporada lírica. Es de buen tono y se aprovecha el dinero por cuanto una se luce. Ya sabes que no lo digo por mí, sino por tus hijas que...”, etc.

“Tus hijas”. Yo observaba que, en tratándose de dinero, la madre declinaba en el padre todos sus desvelos: ¡Tus hijas! Como conocían su flaco, le intercalaban para dorarle la píldora, alguna agudeza de la menorcita, a veces bastante sosa, pero que el contador nos repetía enternecido y encantado. ¡Pobre don Rolando! Sabía que cada correo no podía traerle sino quebraderos de cabeza. Los primeros días andaba desatentado, como si la hubiese perdido, pero ¡qué diablos! “A mal tiempo, buena cara”. Al fin hallaba modo de salir del paso; entonces echaba atrás su gorro para enjugarse la calva con el pañuelo de hierbas y ¡hasta otra! a esperar ansiosamente el nuevo correo.

¡Y qué impaciencia si se retardaba o si no le traía nada, que también ocurría cuando nada tenían que pedirle! Disputaba acaloradamente con el cartero: -No podía ser que no tuviese carta, y hasta solía hacer a pie el camino al pueblo, para cerciorarse en la estafeta. Volvía tarde, molido, sin ganas de comer y se encerraba en su cuarto; entonces yo iba a visitarle.

-¿Se puede don Rolando? -¡Adentro!, respondía su voz fatigada.

Lo encontraba al pie del lecho, el gorro sobre los

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