La vitalidad, el reencuentro con nuestro cuerpo y nuestra
conciencia son
elementos de gran importancia para sentirnos bien y disfrutar de
la vida, así como saber sobrellevar nuestros deseos y
anhelos de una manera adecuada para que no nos causes ansiedad
y-o frustración, por ello incluso se habla de dominar el
arte de pensar
y saber desear.
La
vitalidad
Cualquier debilidad, inconsistencia, dispersión y
fluctuación interna puede robarnos la energía
necesaria para sentirnos plenos. Alimentar los pensamientos
positivos y desechar los improductivos nos aportará
claridad mental y una vida más saludable (Subirana,
2008).
Si queremos llenar un cubo repleto de agujeros o gritas, por
mucha agua que le
echemos, seguirá vaciándose. Lo mismo sucede cuando
nuestra personalidad
presenta multitud de fisuras por la que se fuga nuestra
energía vital. Nos sentimos vacíos y observamos
que, después de realizar tremendos esfuerzos para combatir
la situación, no obtenemos los resultados esperados.
La mente es uno de los mejores coladores de energía de
nuestro cuerpo. Por ello, si aprendemos a gestionar mejor
nuestros pensamientos, ganaremos mayor claridad, vitalidad y
satisfacción. Cuando alimentamos ideas de
preocupación, debemos preguntarnos si estas preocupaciones
nos ayudan a encontrar soluciones; si
nos proporcionan salud o bienestar o si hacen
posible que mantengamos una comunicación ágil con los
demás, entre otras cosas. Es muy importante que revisemos
por qué damos cancha a nuestras preocupaciones, ya que
conservarlas no nos permite hacer un buen uso de nuestra
energía mental (Subirana, 2008).
Muchos de nuestros quebraderos de cabeza tienen que ver con
nuestra relación con el tiempo.
Preocuparnos, por ejemplo, por lo que pueda suceder en el futuro
cuando este aún no ha llegado nos resta la fuerza vital
para afrontar ese momento cuando finalmente llegue.
Vivir del recuerdo, por otra parte, nos distrae del presente y
nos hace funcionar como un enchufe que se conecta a una toma de
corriente por la que no pasa flujo eléctrico; es decir,
empeñados en vivir una experiencia que ya pasó para
finalmente acabar decepcionados y arrastrando un enorme desgaste
psíquico y emocional (Subirana, 2008).
Cuando ponemos resistencia al
presente, esta nos genera estrés y
agotamiento. La solución pasa entonces por aceptar nuestra
realidad para poder fluir
con flexibilidad, sin derrochar fuerzas innecesariamente.
Desde la aceptación podemos aceptar y transformar,
sanar el pasado y sentirnos en paz con él, sin
limitaciones (Subirana, 2008).
Otro factor decisivo en la merma de vitalidad es la
insatisfacción. Comparándonos continuamente con los
demás, desear lo que nuestros familiares o amigos tienen
en lugar de aceptar lo que somos y tenemos, supone alimentar en
nuestra mente ideas absolutamente improductivas que, a la vez,
generan un gran desgaste. Cuando estamos alegres y satisfechos,
nuestra energía fluye con facilidad y se nos nota en la
cara.
Junto al hábito de compararse, el deseo de controlar a
los demás o las situaciones es otro gran devorador de la
fuerza vital. Las expectativas que tenemos de que el otro haga lo
que queremos, o de que la situación sea exactamente como
la hemos planificado, nos provoca ansiedad e impaciencia. Si,
además, nuestros objetivos no
se cumplen, nos irritamos y reaccionamos con mal humor, con lo
cual perdemos todavía más fuerzas
inútilmente. Es importante, por ello, aprender a
controlar los pensamientos para que no se disparen en una espiral
en la que dominen las prisas, las preocupaciones y los miedos
(Subirana, 2008).
Otro lastre común para el pensamiento es
la queja, el hecho de no aceptar lo que hay tal y cual es. Cuando
nos quejamos, disminuye nuestra claridad y aumenta nuestro
malestar. Nuestras palabras nos llevan a la crítica
y al contentillo inútil, perdiendo con ello tiempo y
energía. Por lo general, cuando se genera esta dinámica, las relaciones se estropean y
luego se requiere de mucho esfuerzo para recuperar la confianza
perdida. Si hay algo que no funcione como nos gustaría, lo
positivo es utilizar la fuerza personal para
construir, crear y transformar.
Si no prestamos atención, nos convertimos en una linterna
que permanece constantemente encendida sin recargarse y, poco a
poco, nuestra luz puede ir
debilitándose hasta perderse por completo. Para recuperar
toda nuestra vitalidad, debemos de aprender a alimentar
pensamientos que tengan sentido y que nos proporcionen el amor, la
serenidad, la confianza, el entusiasmo y la valentía
necesarios para gozar de una vida en plenitud.
Cuando dominemos el arte de pensar, físicamente nos
encontraremos más relajados y nos sentiremos más
activos y
energéticos (Subirana, 2008). Por otra parte, es posible
incidir sobre nuestra mente mediante el trabajo
corporal bien dirigido. El ejercicio físico no sólo
beneficia nuestra salud, también puede mejorar nuestra
forma de actuar, de pensar y de sentir (Carbajal, 2008).
La
expresión corporal
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