- Manos y
cerebro - La
pseudo-explicación mágica - En el uso juicioso del
miedo medran la religión y la
política - En
resumen
Desde los australopitecos hasta el homo sapiens la
actividad cerebral y la producción de pensamientos fue
acrecentándose. La observación de los fenómenos
naturales como la lluvia, el viento, los relámpagos debe
haber inspirado pensamientos de temor. Un rayo partiendo un
árbol, produciendo fuego e incendiando matorrales
debería aterrorizar a los primitivos hombres. La furia
desencadenada de los elementos, la contemplación de un
cielo estrellado, la magnificencia del sol al amanecer y al
atardecer son hechos que deben haber conmocionado a nuestros
lejanos ancestros.
Intentar explicar lo que se observa es tarea casi
inmediata. Si básicamente pensar es relacionar, lo
siguiente es explicar lo que se ve, lo que se percibe. Los
primeros intentos de explicación aun antes del desarrollo del
lenguaje deben
haber estado
sustentados en el miedo.
El primitivo estaba sujeto a permanentes peligros; sus
reflejos instintivos eran hacia la acción
más que al pensar. Actuaba rápidamente huyendo,
atacando o agrupándose con sus semejantes. El accionar
superviviente le impedía producir pensamientos articulados
y complejos. Debía dar respuestas rápidas a las
amenazas y acechanzas de sus enemigos constantes: la Naturaleza
hostil, los otros animales y sobre
todo los más depredadores. Los primeros pensamientos
fueron una estrategia de
defensa pero casi simultáneamente la curiosidad pudo
más que el miedo y comenzó a indagar sobre el mundo
que le rodeaba.
El primer contacto con el fuego gravitó en la
formación de la idea del poder — lo
mismo ocurriría con el uso de las armas.
Paulatinamente al ir tomando conciencia de que
las armas lograban alejar a sus enemigos y que por medio del
fuego obtenía calor y
asustaba a sus depredadores, fue adquiriendo la noción de
su dominio. Este
proceso de
darse cuenta del control que iba
teniendo sobre objetos como las armas y el fuego debe haber sido
extremadamente lento y paulatino. Al principio inseguro de sus
actos y luego cada vez más preciso y efectivo; esto
requiere experimentación constante, de allí la
enorme trascendencia de las manos.
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