En esta monografìa me refiero al exilio de los
republicanos en la dècada del 40, evocado por los
españoles Leòn Felipe, Rafael Alberti y Arturo
Cuadrado Moures, y por la argentina
Marìa Rosa Lojo, "exiliada hija".
Muchos españoles dejaron su tierra con el
sueño de hacer la Amèrica, pero muchos,
tambièn, vinieron como exiliados. En la literatura
encontramos testimonios de esta dura realidad; nos referiremos a
algunos de ellos.
Leòn Felipe, nacido en Zamora en 1884, se
dedicò desde muy joven al teatro,
ocupaciòn que le permitiò recorrer toda España. En
1938, se exilia en Mèxico, donde muere treinta años
màs tarde.
"En marzo de 1938, cuando los bombardeos arrecian sobre
Barcelona, escribe su poema Oferta,
leìdo tambièn pùblicamente. Lo completa con
otras partes –escritas ya de camino a Mèxico- hasta
formar El payaso de las bofetadas y el pescador de caña,
del cual brinda una lectura en La
Habana y otra en la capital
mexicana, antes de aparecer el libro. Se
incorpora a la casa de España, creaciòn del
presidente Càrdenas, junto con otros intelectuales
españoles exiliados. Y en Mèxico hace entonces la
posada màs larga de su vida andariega: siete años.
A lo largo de ellos Leòn Felipe se ahìnca en
sì mismo, recoge las congojas del èxodo y vuelve a
encontrar màs cercana que nunca la España esencial,
de la que jamàs habìa desertado" (1).
Guillermo de Torre, autor de numerosos trabajos
crìticos sobre el poeta, lo define como "nunista". La
poesìa nunista es una poesìa ìntimamente
vinculada a la propia circunstancia vital y a sus infortunios. En
Leòn Felipe –creemos- el motivo fundamental y
recurrente es el del desarraigo, idea que se vincula a su
particular condiciòn de desterrado, de exiliado en
Amèrica.
La experiencia personales tan ùtil para el
arte como las
màs abstractas condiciones metafìsicas; asì
nos lo dice en su "Poètica": "Y todo lo que hay en el
mundo es mìo y valedero para entrar en un poema, para
alimentar una fogata". Este fuego supremo de la creaciòn,
esta hoguera prometeica y sublime tiene un propòsito: el
de lograr que el poeta –que el hombre, en
fin- no muera del todo, no desaparezca definitivamente. "La
poesìa no es màs que un sistema luminoso
de señales –afirma-, de luces que atraeràn la
mirada de Dios hacia nuestra desprotegida existencia".
Los tràgicos momentos vividos por un hombre
obligado a ser espectador de luchas fratricidas lo llevan a la
convicciòn de que lo ùnico importante –y a
veces, la ùnica salida posible- es caminar, aunque
tambièn el camino deje amargas huellas en el cuerpo y en
el alma: "Hay saìn en la cinta de mi sombrero, / mi
bastòn se ha doblado/ y en la suela de mis zapatos llevo
sangre,/
llanto y tierra de muchos cementerios" (2).
El 5 de noviembre de 1939, a bordo del Massilia,
llegaron intelectuales españoles. Esta noticia
apareció al día siguiente en el diario Noticias
Gráficas: "Las medidas adoptadas contra el grupo de
intelectuales y artistas españoles son de un rigorismo que
sólo tratándose de peligrosos confinados se
hubieran aceptado…. Un marinero nos informó que los
españoles refugiados tenían orden de que nadie se
aproximara a ellos y menos que se asomaran por los ojos de buey.
Es lamentable lo que ha ocurrido. No sabemos ni nos interesa
saber quién ha dado la orden terminante de que ese grupo
de gente que representa de modos distintos a la cultura y el
cerebro de
España permanezca en la sombría situación de
los delincuentes incomunicados" (3).
"En el Massilia iban muchos artistas, escritores y
periodistas españoles. Con ellos viajaban numerosos
refugiados judìos polacos e italianos. Juntos
compartìan la tercera clase en condiciones deplorables de
hacinamiento y promiscuidad. El viaje fue largo. Ver por
ùltima vez las costas españolas fue muy triste,
pero era la libertad. El
grupo se integrò maravillosamente, no se conocìan
de antes ni tenìan en definitiva nada en comùn,
salvo la guerra. Todos
sintieron un profundo odio hacia la tripulaciòn francesa
que los trataba mal, y que tanto odiaban a los rojos como a los
judìos. Fueron horribles las peripecias vividas a bordo
ante la amenaza constante de los submarinos nazis".
El poeta Rafael Alberti y su esposa, la escritora
María Teresa León, se exiliaron en la Argentina.
Perla Rotzait relata que "la vida no era fácil
económicamente para los Alberti. María Teresa no
podía trabajar en la radio,
la
televisión, el teatro ni el cine, por
‘roja’, a pesar de su amistad con Delia
Garcés, quien había interpretado una
película con un guiòn escrito por María
Teresa. Pese a todas esas prohibiciones, trataba de ganarse la
vida con su ingenio y capacidad. En esos momentos
difíciles, Luis Peralta Ramos le rogaba –así
es la amistad- que le vendiera algún ícono u otro
objeto que ellos habían traído de algún
viaje" (4).
De esta època es la autobiografìa del
gaditano, quien escribe: "Y ahora, esta afiebrada tarde del 18 de
noviembre de 1954, en mi cercado jardinillo de la calle Las
Heras, bajo dos florecientes estrellas federales, el mareante
aroma de un magnolio vecino, cuatro pobres rosales, martirizados
por las hormigas, y el apretado verde de una enamorada del muro,
doy comienzo a este segundo libro de mis memorias".
En julio de 1959, Rafael Alberti se ilusionó con
el regreso a su tierra. Escribió en La arboleda perdida:
"no sé, pero hay algo en mi país que ya tambalea, y
entre nosotros, los desterrados españoles, circulan
vientos que nos cantan la canción del retorno" (5).
Dejarìa la Argentina pensando en su Cádiz amada,
pero debió recalar mucho tiempo en
Roma. Finalmente,
regresó a su puerto de Santa María.
En 1963, Marìa Teresa Leòn escribe la nota
titulada "Soñemos con el viaje", en la que expresa: "A lo
lejos nos està esperando el itinerario previsto o tal vez
la emociòn de ver de nuevo la aldea que se dejò al
venir o la visita a los parientes de los abuelos, que deben estar
en tal lugar…, o las ciudades madres de civilizaciones ilustres
o los museos donde se almacena el ingenio humano o las formas
diferentes de la vida de los hombres en este mondo cane, que a
veces se dulcifica en las fiestas".
Ella tambièn parte: "A punto de tomar el
aviòn escribì hoy, amigas mìas. Es mi
pañuelo en el aire. Dicen que
los argentinos son viajadores. Claro. Yo sè que todas las
sensaciones de liberaciòn me estàn aguardando pero,
como cualquier abuela al ir a tomar la diligencia o el tren, yo
siento palpitar mi alma. Gracias por ello. Debe ser vuestra
amistad que me despide. Hasta pronto. Antes de que suspire
estarè al otro lado del mar" (6).
El escritor Rodolfo Alonso afirma, refiriéndose a
los exiliados gallegos, que "si Buenos Aires
–y con ella la Argentina- hacía ya mucho tiempo que
estaba recibiendo a cientos de miles de inmigrantes (obligados a
abandonar una Galicia feudal y sin futuro, que no podía
mantenerlos ni educarlos), a partir de la injusta derrota
republicana en 1939 vería llegar otra clase de viajeros:
los exiliados. Eran poetas, artistas, políticos,
periodistas, científicos, universitarios, sindicalistas,
editores. Que, firmemente afianzados en su colectividad, entonces
mayoritariamente republicana, y reunidos alrededor de una figura
ejemplar: Alfonso R. Castelao, no sólo líder
político sino en realidad un humanista, durante
décadas convirtieron a Buenos Aires en la auténtica
capital de la cultura gallega enmudecida en su tierra por el
franquismo" (7).
Arturo Cuadrado Moures evoca su juventud:
"Tuve el capricho y la suerte de entregarme a la famosa
generaciòn del 98 español.
Fueron mis amigos y maestros don Ramòn
Marìa del Valle Inclàn, don Miguel de Unamuno, don
Pìo y Baroja, Ortega y Gasset. Con ellos he vivido, con
ellos he aprendido a luchar y tambièn a vencer. Porque en
mi generaciòn no sabemos de derrotas, no. Hemos sufrido
persecuciòn, guerras,
càrcel, exilio y todo se ha transformado en una
canciòn".
"Luchamos unidos por la Repùblica de
España –rememora-, los gallegos, los vascos, los
catalanes –no pedìamos la seperaciòn de
España, no. Querìamos la incorporaciòn de
España a Europa.
Querìamos una España libre, feliz. Una
España constructiva como aquella famosa generaciòn
del ’98 habìa levantado en sus banderas para que
España fuera grande, inmortal. Era muy difìcil,
casi lo logramos. En 1936, en enero, yo era Secretario General de
la Autonomìa de Galicia. Habìamos decidido por el
90% del voto popular que Galicia querìa ser libre,
gobernarse por sì misma. Los pueblos, como los hombres
tienen el derecho de dirigir su destino. Eran dìas
felices, habìa que construir una nueva España. Una
España alegre, viva, con grandes maestros. Nacìa la
generaciòn del año 1927, donde un grupo de
jòvenes poetas –Garcìa Lorca, aquel gran
poeta de España, Rafael Alberti, Pedro Salinas- se
embarcaban en la misiòn de cantar por los pueblos de
España".
"Pero el destino es implacable. En el año 1936
sube Franco, aquella tremenda traición en donde los
hombres tuvieron que matar a los hombres. Surge la famosa guerra
civil que duró tres años y donde han muerto casi
dos millones de españoles. Nosotros, el ejército
republicano, que dominábamos Madrid, Valencia y Barcelona,
no teníamos fuerzas, teníamos la canción y
teníamos a América. Era nuestro guìa
espiritual, nuestro àrbol intocable, profundo y alto, don
Antonio Machado. (…) desde Mèxico a Buenos Aires
realizamos todos nuestros sueños, todas nuestras
esperanzas, todas nuestras ilusiones, con el convencimiento de
que habìamos triunfado… Ortega y Gasset nos habìa
enseñado el camino de amar màs que
luchar".
Manifiesta que no desea regresar; tiene una misión que
cumplir en su nueva tierra: "Volver a España, ya…
¿para qué? Aquí tengo forjado mi corazón
entre amigos. Creo que la República Argentina, como el
resto de América, está en un despertar, tenemos una
obligación con la gente joven: ¡Cuidarlos!
¡Vigilarlos! ¡Atenderlos! Para ellos están
estos corazones que llegaron del exilio español"
.
Y expresa su agradecimiento hacia la Argentina:
"Aquì tuvimos gente importantìsima, sòlo
queda Rafael Alberti. Cuando nos encontramos la ùltima vez
por las calles de Madrid, los dos soñàbamos con
Buenos Aires. Fue alto ejemplo para la vida espiritual que dos
poetas ya viejos, de 90 años, recordemos con ardor que le
debemos nuestro vida, que le debemos nuestra libertad a este
maravilloso pueblo argentino, al cual tenemos que exigir, pedir,
que obligar a que no se duerma, a que no frivolice. Un gran
futuro nos espera, el mundo entra en el momento de una gran
reconstrucciòn, tenemos que construir, que cantar, que
vivir y para eso tenemos la historia, tenemos los
libros y
tenemos la gran puerta que es este cielo de la Cruz del Sur que
acogiò a todos los poetas que habìan perdido su
nacionalidad para hacerlos nuevos ciudadanos en un pueblo bello,
justo, alegre y con un gran destino intelectual" (8).
En un trabajo que integrarà un volumen sobre el
exilio español republicano de 1939, a publicar por la
Universidad de
Lèrida, Marìa Rosa Lojo se refiere al exilio de su
padre y a la forma en que èste fue vivido por el gallego,
por su esposa madrileña y por los hijos que nacieron en la
Argentina.
Sobre el padre, escribe: "El auto exiliado abandona un
mundo donde cree que ya no podrà crecer humanamente, donde
la violencia ha
cambiado todas las reglas del juego para
instalar un nuevo orden al que se siente ajeno. No lo sabe
aùn, pero de todas formas quedarà cautivo de
la tierra que
deja. Antonio Lojo Ventoso, mi padre, era uno de esos exiliados.
Para èl ya habìa pasado lo peor: el riesgo de
fusilamiento, la càrcel, la ‘redenciòn de
penas por el
trabajo’. Sin embargo, se despidiò de los
castañares centenarios y los caminos de piedra.
Cediò a un hermano sus derechos sobre las fincas
que le tocaban –magras por cierto, como miembro de una
familia
numerosa-, hizo las valijas y cruzò el ocèano.
Dejaba irremediablemente truncos los estudios que habìa
iniciado cuando el mundo era otro, el sueño de convertirse
en oficial de la Marina de la Repùblica. Dejaba negocios
equivocados y proyectos
irrealizables. Dejaba tambièn (aunque de eso me
enterè despuès de su muerte: era un
hombre pudoroso) una cierta reputaciòn juvenil de
‘mala cabeza’, y de playboy coruñès,
que fascinaba a las muchachitas y escandalizaba a sus madres.
Dejaba una España que para sus ojos habìa
retrocedido siglos en el tiempo, donde no cabìa la
dimensiòn de su deseo. El futuro estaba afuera.
Habìa resuelto que en las nuevas tierras harìa otra
cosa, y serìa, casi, otra persona"
(9).
La escritora nos dijo en un reportaje: "En casa se
hablaba de España como del ‘paraíso
perdido’, al que mis padres siempre quisieron regresar"
(10). Los españoles que presenta en Canción perdida
en Buenos Aires al oeste sufrían el desarraigo que los
acompañaría hasta el final de sus días. Dice
la narradora que, en su hogar argentino, "era el sol de la casa
nativa que iluminaba sus rostros. Los rasgos de mi madre,
silenciosos y bellos, como una estampa antigua; los ojos de mi
padre, tristes de mar, empañados de tiempo recorrido. La
mesa del domingo, cuando comíamos callados y mi padre,
sólo mi padre recitaba, tácitamente, como para
sí: ‘Donde yo me he criado…’ Y ya no
escuchábamos; lo demás se perdía en la bruma
nebulosa de un mito siempre
repetido, desesperado y patético como una plegaria
inútil. La única plegaria que papá se
permitía decir" (11).
El exiliado plantò un castaño en la nueva
tierra: "Mi padre no solamente intentó compensar con
imágenes míticas la llamada
‘pérdida de los objetos tangibles’. El, que no
creía en Dios, creía en los árboles. Como lo hiciera Rafael Alberti,
fuimos a vivir a Castelar, donde había muchos, y las casas
tenían (y tienen aún hoy) amplios jardines. En el
parque trasero de la nuestra ya había un ciruelo, y varios
árboles frutales. Pero mi padre plantó,
también, un joven castaño. Era su árbol
fundador, después de todo, un verdadero
‘árbol madre’, árbol de la vida,
árbol del mundo, eje cósmico capaz de abastecer las
necesidades de toda una familia, y por extensión, de la
especie humana. En sus hojas rejuvenecía, cada primavera,
la esperanza del reencuentro. Pero los castaños no se
avienen con el clima de Buenos
Aires: los frutos eran muy malos, casi raquíticos, ni
siquiera valía la pena extraerlos de su coraza puntiaguda.
Sin embargo el castaño dio otro fruto mejor y más
esperado" (12).
Cuenta la hija lo que sucedió con ese
árbol, símbolo de un anhelo "Cuando ya mi padre
había muerto pude, por fin, ‘volver’ a la
tierra que yo aún no conocía y donde él no
llegó a retornar nunca. A mi regreso, el castaño
comenzó a morir, irremediable y violento. En un mes se
había secado de la copa a las raíces.
Comprendí que simplemente daba por cumplida su
misión terrena, que siempre había estado
allí sólo para encarnar la fuerza del
deseo, la poderosa pulsión de la nostalgia, el primer
mandamiento que se le impone al exiliado hijo".
…..
El exilio, tan doloroso, quedò plasmado en las
pàginas de estos escritores, que nos muestran una faceta
de la historia española que tuvo a nuestro paìs
como escenario.
- Felipe, Leòn: Antologìa rota. Con
epìlogo de Guillermo de Torre. Buenos Aires, Losada,
1974. - Torre, Guillermo de: "Epìlogo", en Felipe,
Leòn: Antologìa rota. Buenos Aires, Losada,
1974. - Schwarsztein, Dora: "La llegada de los republicanos
españoles a la Argentina", en Estudios Migratorios
Latinoamericanos, Nº 37, CEMLA, Buenos Aires,
1997. - Barón Supervielle, Odile: "Alberti en Buenos
Aires", en La Nación, Buenos Aires, 8 de
diciembre de 2002. - Alberti, Rafael: La arboleda perdida. Barcelona,
Bruguera, 1980. - Leòn, Marìa Teresa: "Soñemos con
el viaje", en Mucho Gusto, Nª 203. Buenos Aires,
septiembre de 1963. - Alonso, Rodolfo: "La Galicia del Plata", en El
Tiempo, Azul, 1º de diciembre de 2002. - S/F: "Esa magnìfica legiòn de viejos",
en Revista Mayores, Año II, Nº 11,
1994. - Lojo, María Rosa: "Mínima
autobiografía de una ‘exiliada hija’ ", en
Revista Digital Sitio Al Margen. Noviembre de
2002. - Gonzàlez Rouco, Marìa: "Marìa
Rosa Lojo: la inmigraciòn gallega", en El Tiempo,
Azul, 17 de marzo de 1991. - Lojo, Marìa Rosa: Canciòn perdida en
Buenos Aires al oeste. Buenos Aires, Torres Agûero
Editor, 1987. - Lojo, María Rosa: "Mínima
autobiografía de una ‘exiliada hija’ ", en
Revista Digital Sitio Al Margen. Noviembre de
2002.
Trabajo enviado por
Marìa Gonzàlez Rouco
Licenciada en Letras UNBA, Periodista Profesional
Matriculada